–¿Qué queda tras el estallido de la burbuja de Internet?
–Desde el punto de vista del usuario, Internet no es una burbuja, porque llega a un público cada vez mayor. Este podría haber sido un negocio bueno, si la gente no hubiera creído que podía ser un negocio genial. Lo que ocurre es que muchos creyeron que era tan bueno y metieron tanta plata, que hubo un exceso de inversión en el sector. Pero esto no sólo es válido para las empresas de Internet, sino para otros negocios relacionados, como las telecomunicaciones. Esto lo demuestra la caída de las acciones de empresas como Lucent Technologies o Nortel Networks, que fabrican fibra óptica, o Cisco, con sus routers, y las que venden servicios, como los de WorldComm. Resulta que ahora tenemos capacidad de conexión mundial hasta el año 2005 y lo que veo es que todo el sector tiene problemas. Pero, para los usuarios, Internet fue y sigue siendo una fiesta, porque significa precios bajos y servicios gratuitos. Mi amiga Esther Dyson, la gurú de Internet, dice que está encantada con esta situación, porque el objetivo era que la gente usara Internet, y en el hemisferio norte se ha llegado a cifras increíbles: más de 60% de las familias norteamericanas está conectado. La paradoja es que Internet es un éxito increíble para los usuarios, pero un fracaso para la inversión.
–¿Y a usted cómo le fue?
–Sufrí poco, pero fue porque la vi venir. Viví una situación similar en 1987 en el negocio inmobiliario. Comencé mi carrera en Nueva York, mientras estudiaba, cuando la ciudad se venía abajo. Eran los tiempos de Taxi Driver y la delincuencia aumentaba; la gente se iba y quedaban muchos edificios abandonados. Mi primera empresa, compraba esos edificios y los reciclaba para crear lofts y oficinas. Empezaron a subir los precios. Entre 1983 y 1987, el valor se multiplicó por nueve. Entonces llegaron unos texanos que me ofrecieron una cifra tan alta por el control de 70% de mi empresa, que la vendí. En octubre de 1987 se produjo un crash que hizo bajar los precios casi a la mitad. Es decir que, si no hubiera vendido, me hubiera fundido unos meses después. Con esa experiencia en la mente, me embarqué en el negocio de las telecomunicaciones e Internet. Y vi que subía, subía y subía. Entonces decidí vender 70% de las dos empresas que tenía: Jazztel y Ya.com. Así que me fue bien con esas operaciones. Pero reconozco que el bajón superó mis expectativas. La acción de Jazztel llegó a US$ 100 y cuando estaba a US$ 30 pensé que no bajaba más, pero ahora está en US$ 7.
Ahora bien, en 1992 no encontrábamos inquilinos en Nueva York y es lo mismo que le ocurre actualmente a la fibra óptica. Pero aguanté, no vendí, y ahora el negocio inmobiliario es una vaca lechera. Con telecomunicaciones e Internet, tenemos en este momento una oportunidad para comprar más, si se puede, y aguantar, pero no vender. Y Jazztel es como el real estate, es una red que conecta a las principales empresas de España y Portugal, que ahora está en construcción, pero que cuando esté lista será la red más valiosa de España. Es decir, hay que aguantar.
–¿Cuánto tiempo?
–Yo no compraría acciones de Jazztel o de Telefónica si las pienso vender en seis meses, pero las compraría si las vendo en dos años.
–¿Qué lecciones deja esta crisis?
–Se probó que el futuro de Internet no depende del boom del comercio electrónico. Internet empezó en la educación, en las universidades, y después alguna gente pensó que esto podría ser fantástico para vender comida para perros y hacer e-banking. Estoy convencido, sin embargo, de que las grandes oportunidades de Internet están en el mismo lugar donde nació: todo lo que tenga que ver con estudios y aprendizaje de todos los niveles. Uno está toda la vida aprendiendo, y para una sociedad que cambia rápido, Internet es indispensable. La gente no va a estar todo el día comprando cosas, sino aprendiendo. Y los libros son buenos para la literatura, pero Internet es mejor que los libros para enseñar ciencias.
–¿Qué impacto puede tener la situación actual en la llamada brecha digital?
–Esta desaceleración en las inversiones nos da una ventaja en la Argentina. El año pasado calculábamos que conectar cada escuela nos costaría US$ 40.000, pero con la baja de precios, la desregulación del mercado de telecomunicaciones y los nuevos desarrollos, alcanza con US$ 17.000. Así que vamos a conectar más escuelas con el mismo dinero. Es un buen momento para ser comprador.
–Hay quienes dicen que, de cualquier modo, Educ.ar es una gota de agua en el desierto.
–Educ.ar es un plan integral. Porque la brecha digital no importa en otro ámbito que no sea la educación. Hay gente que dice: todo el mundo tiene que tener acceso a Internet. Yo me pregunto para qué. Porque la gente debe tener acceso a Internet para cosas precisas. No creo que deba ser preocupación del gobierno que la gente se entretenga con los juegos on line. Internet tiene muchos usos, así que la brecha digital tiene que ver con la forma de educarse. Ciertos periodistas me repiten una pregunta: ¿por qué hacemos esto cuando hay muchos chicos que tienen hambre? Y mi respuesta es siempre la misma: es una vergüenza, es un horror, y hay que darles comida antes que computadoras, pero también tenemos que darles computadoras a los chicos que no tienen hambre hoy para evitar que pasen hambre mañana.
–¿Cuál es la barrera más importante: conectar a las escuelas o educar a los maestros?
–Nos planteamos tres barreras a superar: además de hacer esas dos cosas, hay que tener un buen sitio educativo. En el hemisferio norte se empezó distinto. Primero conectaron las escuelas y pensaron que el resto vendría solo. Pero se encontraron con que los maestros no sabían usar Internet y que los chicos no sabían qué buscar en la Red. Bueno, nosotros empezamos por el sitio, que tiene contenidos interactivos para aprender; además capacitamos a los maestros y ahora el cuello de botella es el plan de conectividad. Ya que tenemos 2.000 escuelas secundarias conectadas y nos faltan 4.000. Pero seguiremos con el programa de donaciones para que las empresas nos den sus computadoras usadas. Por otra parte, nos enfrentamos al problema de que las compras se deben realizar siguiendo pasos burocráticos estipulados para evitar la corrupción. En cuanto a los maestros, están los que les encanta Internet, y ya tenemos 8.000 registrados en Educ.ar. Pero también están los que tienen resistencia, y muchos que no conocen la Web. Las pruebas que realizamos nos indican que la mayoría de ellos se engancha con sus alumnos. La mejor manera de entusiasmar a un maestro es mostrarle cómo se entusiasman los chicos.
–¿Podría haber creado una empresa como Jazztel en la Argentina?
–Hay un buen trabajo en la desregulación del mercado de telecomunicaciones. Pero el mayor obstáculo de la Argentina es la tasa de interés. Jazztel es una empresa formada por gente con mucho talento, más capital de riesgo y luego deuda. Esos instrumentos están disponibles en Europa y no están en la Argentina. A Impsat le va peor que a Jazztel porque está en la Argentina, por el riesgo país.
–¿Qué opina del plan de competitividad para el sector informático que anunció Domingo Cavallo? ¿Cree que se puede desarrollar un sector de alta tecnología a partir de la rebaja de impuestos?
–Creo que hay que calcular bien cuánto va a perder el Estado con esos planes. Cuando uno ayuda a un sector hay que estudiar cuál es la inversión que va a atraer y si esa cifra es mayor o menor que los impuestos que dejará de cobrar.
–Durante su anterior gestión, Cavallo cerró la Escuela Latinoamericana de Informática, un proyecto que fue bien utilizado por los brasileños para desarrollar nuevas empresas de tecnología. ¿No le preocupa ese antecedente?
–Lo que sé es que el Cavallo de ahora es mucho más microeconómico, cuando antes era monetarista y macro. Decía: arreglemos la moneda y se arregla todo. Pero ahora se dio cuenta de que arreglando la moneda se arregla una sola cosa.