Entre conflicto y cooperación, es tiempo del G2: EE.UU. y China


    No es un camino recto, en todo caso. Y hay que ser un avezado observador para entender cada movida. Por ejemplo, todo el mundo celebró la tregua lograda en la reunión del G20 en Buenos Aires. Pero a pocos días ocurrió la detención en Canadá de la hija –y directora financiera del grupo– del fundador de la gran tecnológica china Huawei. Beijing reaccionó de inmediato y en pocas horas detuvo, como represalia –sin explicación– a dos ciudadanos canadienses.
    Se supuso, de inmediato, que las conversaciones comerciales quedaban congeladas. Sin embargo, pocos días después avanzaron las negociaciones y se adelantó en la confección del listado de las futuras compras chinas a Estados Unidos.
    En el análisis, todo depende del punto de partida que se asuma como real. Para unos, lo que se busca es una reformulación integral de las relaciones bilaterales entre ambas potencias. Para otros, la intención de Washington es bloquear el crecimiento y el avance tecnológico de la nueva potencia asiática.
    En el primer caso, puede primar algún tipo de entendimiento. En el segundo, habrá conflicto permanente.
    La distancia entre ambas alternativas, es relevante. China aspira a volver –como en su glorioso pasado– a ser “el Reino del Centro”. De ahí el esfuerzo y empeño que pone en su iniciativa “el Cinturón y la Ruta de la seda”, que conecta físicamente por vía terrestre –también hay una alternativa marítima– a todos los países del Asia, de Ãfrica y de Europa, reviviendo las viejas vías comerciales de hace más de 15 siglos.
    El eje conceptual es la integración de Asia y Europa, con una mirada china. No pretende ser una potencia hegemónica en el Pacífico (aunque aumenta su influencia en los mares circundantes). En verdad, su objetivo es Eurasia. Para Beijing es tiempo de que Europa deje de mirar al Atlántico, y se dedique más al oriente.
    Lo cierto es que, hace 40 años, China representaba el 2% del producto bruto global. Ahora tiene más de 18%. En cuanto al crecimiento, algunos líderes chinos elogian al gobierno que habría hecho crecer la economía. Los dirigentes empresariales prefieren atribuir el mérito a cómo reaccionó esta original economía de mercado. Más preciso sería reconocer que fue una buena interacción.

    Conclusión provisoria
    Tras la reunión del G20, el consenso fue que todos ganan con la paz chino-estadounidense. Pero, ¿quién ha obtenido mayores beneficios en el acuerdo logrado en Buenos Aires?, se preguntaban los analistas.
    Con toda certeza es una tregua que favorece a todo el mundo. A los dos grandes rivales –China y Estados Unidos– pero también al resto de los países. Al menos por tres meses –seguramente algo más– se ha suspendido la escalada de la guerra comercial que amenazaba con un proteccionismo rampante que borraría los efectos favorables de décadas de comercio libre global.
    El aparente logro estadounidense y la aparente concesión china en el final de la reunión del G20 en Buenos Aires, quedó en claro. Washington pospone el aumento de aranceles a las importaciones chinas pero consigue que en los próximos tres meses se discuta sobre temas críticos como régimen de propiedad intelectual y la transferencia forzosa de tecnología. A la par, tiene un espacio para ocuparse de problemas económicos propios como el alza de intereses –y sus consecuencias– dispuestos por la Reserva Federal. Más importante para Donald Trump, le permite concentrarse en su delicada cuestión judicial y política sobre las relaciones con la Rusia de Putin cuando estaba ya en plena campaña presidencial.
    China por su parte, prometió que aumentará sus compras de productos importados desde EE.UU para ayudar a corregir gradualmente la balanza comercial que hoy es muy favorable en su favor. Mientras tanto, seguirá la política de inversión en infraestructura y en industria en Ãfrica, en toda América latina, y hasta donde la dejen, en Europa.
    Pero a cambio aumentará sus compras a EE.UU. ¿Por qué a pesar de esta concesión sale gananciosa ante su rival? Por dos razones centrales.
    La primera, porque –en el plano interno– hará más sencillo para Beijing resistir a los reclamos de brindar estímulos a una economía doméstica debilitada, y que, si se aplican, complicarán el proceso de estabilizar los enormes niveles de deuda que tiene la potencia asiática.
    La segunda, y tal vez más importante en el plano estratégico del largo plazo, es que si bien China buscará comprar más productos estadounidenses, serán en su mayoría productos básicos de la agricultura, y algunos bienes industriales. La compra de commodities por decisión oficial es posible en una economía como la china orientada exclusivamente por las directivas oficiales (un capitalismo un tanto extraño para algunos observadores). También comprará algunos productos industriales, como aviones, automóviles, y maquinaria industrial.
    Es que China prefiere comprar afuera ciertos productos que demandan gran inversión de capital, mucho tiempo de desarrollo y conocimiento en la mano de obra necesaria. A cambio se concentra en la inversión en tecnología de punta, en inteligencia artificial y tecnologías conexas, categorías en las que aspira a ser líder mundial.
    Este es el fondo de la discrepancia. A EE.UU. le molesta mucho el déficit comercial, pero más todavía el incesante avance de China en el desarrollo tecnológico, que amenaza la hegemonía estadounidense en este campo, e incluso en el ámbito militar.
    Por eso, nadie supone que el conflicto está terminado. Por el contrario, fue puesto en el congelador por tres meses. Pero puede resurgir con enorme virulencia.

    Escalada preocupante
    La relación Estados Unidos-China está, posiblemente, más deteriorada ahora que en ningún otro momento desde la normalización de las relaciones en 1979. En los últimos meses fue creciendo la rivalidad entre ambos países hasta convertirse en un claro antagonismo entre dos adversarios.
    En Estados Unidos, el cambio en la política sobre China fue impulsado por una sensación de que el país asiático está ganando y Estados Unidos está perdiendo en una competencia por la prominencia global, dice Ryan Hass en un informe publicado por la Brookings Institution.
    Para detener esta tendencia, la administración Trump adoptó una actitud pública confrontativa de suma cero. El vicepresidente Pence ha relacionado el avance de las relaciones económicas con temas de seguridad en un modo que es interpretado por Beijing como evidencia de un esfuerzo norteamericano por desafiar a China en todos los frentes.
    Además, Pence se vanaglorió de los estragos causados por las políticas de Trump a los mercados de valores de China, y el mismo presidente Trump se jactó de impedir que China supere a Estados Unidos en términos de “poder económico”. Si bien es cuestionable la relación de causa y efecto de todas estas declaraciones, la intención no lo es. La administración Trump ve como algo conveniente impedir el ascenso de China.
    Desde la perspectiva de Beijing, las acciones de Washington reflejan el patrón previsible de una potencia en declinación tratando de contener a una potencia en ascenso.
    Muchos expertos chinos vienen anunciando desde hace años, y especialmente desde la crisis financiera global, que Washington resistiría el ascenso de China. Otros, relacionan el extremismo con China de la administración Trump con su incapacidad para resolver desafíos sociales internos, como el estancamiento de los sueldos, la creciente inequidad de ingresos y la polarización política. Dicen que China presenta una conveniente cortina de humo para que Trump se exima de atender problemas más cercanos.
    Estos análisis absuelven a China de toda responsabilidad por el curso de las relaciones. Al tratar el activismo de Washington hacia China como un síntoma de la inseguridad norteamericana, Beijing está eliminando las razones para resolver los problemas con Estados Unidos. Según esta lógica, ceder ante las demandas de Estados Unidos sobre comercio y otros temas no eliminaría las ansiedades norteamericanas sino que obligaría a Trump a embolsar las concesiones y a exigir más; por eso es preferible que Beijing mantenga su curso y no que aplaque las preocupaciones de Washington.
    Con esto como telón de fondo, no sorprende que no se hayan visto avances en la negociación bilateral sobre temas de importancia para Estados Unidos desde que el presidente Trump inició su mandato. Eso, a su vez, alimenta frustraciones en Washington, lo cual contribuye a generar una creciente sensación dentro de la administración Trump de que negociar con los chinos es inútil. Quienes tienen esta visión se vieron fortalecidos por los informes que dicen que Beijing no ha cumplido promesas anteriores, como su compromiso de abstenerse de ejercer el cíber-espionaje económico para beneficiarse comercialmente.
    El antagonismo en aumento y la menor confianza en la diplomacia han creado las condiciones ideales para el desentendimiento mutuo.
    Ya ha habido casos en que Estados Unidos tomó medidas –por ejemplo, con respecto a Taiwan– que consideró graduales pero que Beijing interpretó como importantes. Lo mismo ocurre a la inversa, donde Beijing adoptó medidas que considera acordes con las conductas de otros países pero que Washington ve como una interferencia intolerable en sus asuntos internos. Ejemplo: los aranceles aplicados selectivamente por China a los distritos que apoyaron la campaña presidencial de Trump en 2016.
    Antes, ambas partes confiaban en la comunicación continua y sostenida a determinado nivel jerárquico para clarificar las intenciones y reducir el espacio para la desinteligencia mutua. Esos canales ya no funcionan, o si lo hacen, como el U.S.-China Diplomatic and Security Dialogue, lo único que hacen es generar recitados superficiales de reclamos sobre la imposibilidad de aceptar las acciones del otro.
    A estas alturas, nada que no venga de la intervención de los máximos líderes detendrá la actual tendencia descendente en la relación. Si Trump y Xi deciden hacerlo, ambos tendrán que confiar en la dirección que el otro busca dar a la relación. Ambos lo podrían hacer mientras simultáneamente permiten una relación bilateral altamente competitiva. Mientras la competencia se realice dentro de ciertos parámetros acordados mutuamente, no tendría por qué ser desestabilizadora. Esos parámetros actualmente no existen y, en consecuencia, persiste el riesgo de que las desinteligencias mutuas lleven a una escalada.
    Falta saber si Trump y Xi estarán a la altura de lo que hay que hacer, que es desarrollar parámetros para una competencia aceptable y, en el proceso, fijar un tono constructivo y una dirección a la relación.
    En el pasado Trump ha mostrado una tendencia a cantar victoria alegremente sobre los problemas antes de que haya acuerdo sobre los detalles. Si en el futuro redobla los recientes pedidos públicos de Pence de cambios profundos en la economía china y en los modelos de gobierno como el precio que tiene que pagar Beijing para evitar una nueva Guerra Fría, y si Xi interpreta las demandas de Trump como una postura de inseguridad de una potencia en declinación, las relaciones entre los dos países más poderosos del mundo van a entrar en un camino todavía más difícil en los próximos meses. Con semejante escenario, el comercio no va a ser la única área de las relaciones en experimentar una escalada de las tensiones.

    Europa y Asia en busca de relaciones estables

    Las desinteligencias con Estados Unidos hacen que cobre más importancia la relación que mantienen ambos continentes. Sin embargo, la reciente cumbre de octubre mostró divisiones inter e intra regionales que amenazan la cooperación.
    En representación de dos tercios de la producción económica mundial y más de la mitad de la población del mundo, los líderes de Europa y Asia se sentaron a la mesa de las negociaciones sin Estados Unidos.
    La reunión Asia-Europa (ASEM) es un cuerpo intergubernamental establecido en 1996 para mejorar las relaciones entre ambos continentes.
    Ese encuentro, el número 12 que se realiza desde su origen, fue opacado en los diarios por el estancamiento de las negociaciones relacionadas con el Brexit británico. Reunió a los líderes de 30 países europeos y 21 delegaciones de Asia, incluidos los primeros ministros de China, Japón y Rusia.
    Algunos de los conflictos más complicados del mundo están en las manos de los líderes que se reunieron allí con una agenda oficial que incluía comercio e inversiones, conectividad, desarrollo sustentable y clima, terrorismo, no proliferación, cíber seguridad e inmigración irregular.
    Sin embargo, la reunión mostró desinteligencias y profundas desavenencias sobre todo tipo de temas, desde cíber seguridad hasta reclamos territoriales.