2018 fue un año radicalizado que alteró la economía global


     

    Bolsonaro

    Las élites empresarias se despertaron de pronto para ver el surgimiento del populismo en Europa y en las Américas. En Gran Bretaña el proceso del Brexit avanzó a los tumbos hasta llegar a este diciembre a la espera de la decisión del Parlamento sobre el acuerdo de separación logrado entre Theresa May y la CE. En Italia surgió un Gobierno ferozmente populista dispuesto a elevar el nivel de su deuda externa al punto de significar una amenaza para la eurozona.
    En Estados Unidos Donald Trump, luego de recibir en octubre un relativo voto de confianza, inició un camino hacia la confrontación con la Organización Mundial del Comercio. Si esto ocurre podría paralizarse el proceso mediante el cual el cuerpo resuelve las disputas, lo que llevaría a los países a resolver las diferencias en forma bilateral, un método mucho menos previsible.
    Washington amplió su ofensiva estratégica contra China con aranceles, sanciones, defensas regulatorias para las nuevas tecnologías e incrementó su presencia en el Mar de la China. En nombre de amenazas a su seguridad nacional la administración Trump erigió barreras mucho más altas a las inversiones chinas que afectan la investigación y el comercio en áreas estratégicas como inteligencia artificial o redes 5G.
    América latina vivió en 2018 el regreso del populismo. El 17 de junio, los colombianos eligieron para presidente a Iván Duque, perteneciente a un partido de derecha. Lo primero que hizo el nuevo mandatario fue dejar el Congreso de lado y acudir a lo que se ha denominado el populismo comunitario.
    El 1 de julio, los mexicanos llevaron a la presidencia a AMLO: Andrés Manuel López Obrador, creador de un movimiento populista de izquierda, que opta por un estilo de política con la retórica del enojo.
    A la presidencia de Brasil, llegó Jair Bolsonaro, con un nacionalismo al estilo Trump y un discurso anti-sistema, muy crítico de los partidos, de los políticos y de la forma tradicional de hacer política. Arriba con imagen de salvador de la patria contra la corrupción, la delincuencia y el estancamiento económico. El “Trump de los trópicos” hace pensar que corre riesgo la viabilidad del actual Mercosur.
    Acontecimientos de ese tipo no encajan dentro del modelo mental del mundo que se había ido desarrollando a lo largo de las últimas décadas. Así como los empresarios no advirtieron el surgimiento del populismo tampoco están registrando la desglobalización y la aparición de un consenso entre la extrema derecha y la extrema izquierda en una agenda económica nacionalista.
    No se trata sólo de los halcones en la Casa Blanca que creen que Estados Unidos debería prescindir de China y adoptar una agenda industrial puramente doméstica. También los socialistas de estadounidenses como Bernie Sanders coinciden con esa visión. Si bien las agendas de estos dos campos son muy diferentes, el fin último es el mismo: quieren que las compañías norteamericanas tengan “en casa” más capital, más empleos y más propiedad intelectual.
    Muchos empresarios no entienden esta confluencia de intereses. Argumentan que deslindarse completamente de China es imposible, que las cadenas de suministro son demasiado complejas, que el mercado interno chino es demasiado importante y que otros países no pueden ofrecer la infraestructura, la logística, la fuerza de trabajo y las redes de vendedores que ofrece China. Pareciera que los empresarios esperan que algo cambie sin que ellos tengan necesidad de hacer nada. Y mientras tanto hay fuerzas poderosas que golpean contra el viejo orden.


    Christine Lagarde

    Los mercados están nerviosos
    A los mercados, en cambio, y a los inversores, sí les preocupan las políticas nacionalistas. Las perspectivas para la economía global de los fondos de inversión son las más pesimistas desde el crac de 2008, según revela la encuesta mensual de Merrill Lynch del Bank of America.
    Los inversores no invierten en medio del clima instalado por las tensiones comerciales y la expectativa que la Reserva Federal siga ajustando su política de elevar las tasas de interés de corto plazo.
    Nada menos que 85% de los encuestados cree que el largo período de expansión está llegando a su fin. Cuando se les preguntó cómo se desarrollará la economía el año próximo 38% mencionó desaceleración, el peor panorama sobre crecimiento mundial en diez años.
    La guerra comercial sigue siendo la mayor preocupación para los administradores de fondos. 35% de los encuestados la citó. También preocupa la gran exposición de Estados Unidos ante los activos de las llamadas Faang, o sea Facebook, Apple, Amazon, Netflix y Google, además de los activos tecnológicos chinos de Baidu, Alibaba y Tencent.
    Las reuniones recientes en Bali entre Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial produjeron una tentativa advertencia sobre el futuro de la economía global: en el aspecto positivo, el FMI contempló la continuación del crecimiento fuerte con un aumento global de 3,7% este año y el próximo. La mala noticia es que esto significa una reducción de 0,2% con respecto al pronóstico del mes de abril. El mayor riesgo, dice Martin Wolf en el Financial Times, es el ataque comercial norteamericano a China. El presidente Donald Trump habla de impedir que la economía china aventaje a la norteamericana. Eso equivale a augurar una nueva guerra fría que podría ser más dañina que la anterior. La economía y los sistemas financieros del mundo están frágiles, advierte Wolf. Nadie puede saber cuán frágiles hasta que no se los ponga a prueba. Esa prueba es la reunión cumbre entre Europa y Asia.

    Aumentan los acuerdos comerciales en el mundo

    “Juguemos en el bosque mientras EE.UU. no está”

    Por primera vez en mucho tiempo es Europa la que fija las reglas del juego. Mientras la política comercial de Donald Trump se concentra en medidas unilaterales y en iniciar disputas bilaterales, principalmente con China, la UE y otros Gobiernos avanzan en el dictado de reglas para la economía global.

    Esta automarginación de Estados Unidos tiene un costo para las empresas del país. Dos acontecimientos recientes dejan esto al descubierto.
    El primero: Australia se convirtió en el país número 6 de los 11 que conforman el Comprehensive and Progressive Agreement for Trans–Pacific Partnership (CPTPP) en ratificar el acuerdo. Con seis ratificaciones el tratado entra en vigencia. Ese acuerdo comenzó llamándose Trans-Pacific Partnership (TPP) y estaba impulsado por Gobiernos estadounidenses anteriores. Llegó Trump y le dio la espalda argumentando que es demasiado amplio y que eso no le agrada.
    La consecuencia inmediata es que los agricultores estadounidenses, para vender sus productos a Japón, por ejemplo, estarán en desventaja competitiva frente a rivales canadienses y australianos beneficiados con recortes de aranceles. Menos inmediato pero más importante para los intereses de largo plazo de las empresas estadounidenses –sino también para los consumidores– es el fuerte lobby protagonizado por la industria farmacéutica norteamericana para suavizar la ley de patentes después que Estados Unidos se retiró del Pacto.
    El otro caso, es que Apple y Facebook le han pedido al Gobierno que imponga reglas de privacidad similares a la General Data Protection Regulation (GDPR) de la Unión Europea. Si bien hay mucha gente que toma con escepticismo todo lo que haga una compañía como Facebook con respecto a la privacidad, no hay duda de que la GDPR está haciendo que los Gobiernos de todo el mundo estudien la implementación de por lo menos algo parecido.
    La UE viene logrando acuerdo tras acuerdo. El último es uno bilateral con Japón y un pacto con Singapur. En el CPTPP, la Unión Europea ya tiene acuerdos bilaterales con siete de los 11 países involucrados y está en negociaciones con otros dos.
    Los recientes cambios introducidos al acuerdo con Canadá y México conocido como Nafta, no impidieron que la UE actualizara sigilosamente su acuerdo bilateral con México. Y al hacerlo amplió una política odiada por Estados Unidos: la protección legal para alimentos asociados con sus regiones geográficas de origen. Lo que está haciendo la UE, con muy bajo perfil, es exportar deliberadamente sus reglas a través de acuerdos comerciales, algo que comienza a llamarse “el efecto Bruselas”.
    Bruselas es implacabla en la fijación de sus propias reglas y exigir que sus socios comerciales las cumplan. Si en algún momento Estados Unidos modera su postura unilateralista, tendrá que reconocer que ha cedido terreno a otros países en la fijación de las reglas y que sus empresas terminarán teniendo que obedecer.

    Globalización es otra cosa

    El globalismo que denosta Trump

    La diferencia entre globalización y globalismo puede parecer irrelevante pero importa. La primera es la palabra que usan los economistas para describir el flujo internacional del comercio, inversiones y personas. La segunda es una palabra usada por los demagogos para sugerir que la globalización no es un proceso sino una ideología.


    Donald Trump

    Un plan maligno pregonado por una oscura multitud de personas llamadas “globalistas”.
    En su reciente discurso ante Naciones Unidas, Donald Trump declaró: “Rechazamos la ideología del globalismo y abrazamos la doctrina del patriotismo”. Luego volvió a denunciar a los “globalistas” en un discurso de campaña mientras la multitud que lo escuchaba pedía a gritos cárcel para George Soros, el filántropo judío considerado el epítome del globalismo por la derecha nacionalista. Pero no es sólo la derecha radical que ataca “el proyecto globalista de una élite”. Muchos de la izquierda dicen desde hace mucho que el sistema comercial internacional está diseñado por los ricos y daña a la gente común.
    Este asalto ideológico que hacen la derecha y la izquierda a la globalización ignora los beneficios que ha traído el comercio, no solo a las élites sino a la gente común de todo el mundo. Sugiere que la globalización es un complot y no un proceso. Y al promover el nacionalismo como antídoto, desata fuerzas que son económicamente destructivas y políticamente peligrosas.
    Entre 1993 y 2015 –el apogeo de la globalización– se redujo casi a la mitad la proporción de la población mundial en extrema pobreza. El comercio internacional ayudó a entrar a la clase media a millones de personas y convirtió países antes pobres en naciones ricas, como Surcorea. Norcorea, en cambio, disfrutó de todos los beneficios del aislamiento de los mercados globales.
    Trump y sus seguidores dicen que la prosperidad asiática fue comprada a expensas de la clase media occidental. Pero el estilo de vida de la clase media occidental depende ahora, en gran medida, del flujo de mercadería barata que llega del resto del mundo.