Por Rubén Chorny
Ariel Coremberg
Se anima a tirarle un número a los cuadernos: S$37.000 millones para tres casos de corrupción: obras públicas, subsidios económicos e importación de gas natural licuado.
Valúa en apenas 7% del PBI la “salvación nacional” asignada a Vaca Muerta. Descubre que las multimillonarias ventas de jugadores reportan nada más que 8% de los balances de los clubes.
Llamar a los sucesos económicos por sus números constituye un desafío casi temerario que asume a diario el titular del Centro de Estudios de Productividad y coordinador del proyecto ARKLEMS+LAND junto con Harvard, e investigador de Conicet, quien acaba de incorporarse como director del Centro de Estudios para la Innovación, la Productividad y el Desarrollo (CEIPyD) del I+E, a cargo de Eduardo Korovsky y Lucas Pussetto.
Se trata de un ejercicio que insume muchas horas de escarbar entre más y más material informativo que ha ido acumulando de fuentes confiables y de propia elaboración. Publicó un libro: “Progresos en medición de la economía” (que editó la Asociación Argentina de Economía Política), y tiene diversos papers encargados por el BID, la CEPAL, el Banco Mundial y PNUD de las Naciones Unidas, con mediciones y comparaciones internacionales de las fuentes del crecimiento económico, la productividad y la competitividad.
Ha hecho desde análisis de la cuenta satélite de los servicios de infraestructura, que tituló: “Una nueva manera de medir la infraestructura en América Latina con base en los casos de Argentina, Brasil y México”; hasta un estudio a fondo, como jamás se haya realizado nada parecido en el país, sobre la estructura productiva del fútbol argentino, que le fuera encomendado por uno de los presidentes de la AFA, Luis Segura, que sucedió al fallecido sempiterno mandamás Humberto Grondona.
La investigación lo puso en sintonía, a través de su Arklems+Land, con el Centro de Estudios para la Innovación, la Productividad y el Desarrollo (CEIPyD), del Instituto de Investigación y Educación Económica (I+E), que dicta junto a la Universidad Pompeu Fabra (UPF) de Barcelona, España, cursos de posgrados en economía y en políticas públicas.
El trabajo con que inauguró su flamante cargo de director de la ONG, que fue presentado a comienzos de diciembre va directo al grano: “Que necesita Argentina para crecer con equilibrio externo como Australia en un escenario internacional incierto”. Según sus cuentas, el país necesitaría tres veces más producción que la actual, para crecer y ser competitivos sin afectar los salarios.
Emergentes de principios del siglo XX
–¿Es una moda tomar a Australia como referencia?
–Es el modelo al que se suele apelar, junto con Canadá, para analizar la historia económica del país. Porque a comienzos del siglo XX veníamos muy parejos en términos de ingreso per cápita, aunque hoy estemos apenas en el 30%. Y también tenemos características similares en cuanto a las riquezas naturales intensivas.
Lo que pasa es que estamos lejos de poder hacer proyectos grandilocuentes, y aunque podamos rescatar algunos aciertos microeconómicos de este gobierno con la fragilidad económica y financiera actual se torna casi imposible afrontar alguno. No hay horizontes.
–Suena a utopía en las actuales circunstancias descontar semejante ventaja a los primus interpares de otras épocas…
–Empecemos por la principal diferencia: en 100 años Argentina creció 1% per cápita; Australia 2. Los grandes componentes del crecimiento, entre otros, son productividad, inversión y exportaciones.
La productividad en nuestro país fue cero en un siglo. La medí de 50 años a esta parte y tuvo algo al comienzo, pero tomándola como eficiencia en el uso del conjunto de los factores, no sólo del trabajo sino también del capital. Porque acá se generan muchos elefantes blancos, entendiéndose por tales las inversiones innecesarias: rutas y puentes que se caen, como sucedió en Tucumán, además de la corrupción y los sobreprecios. La otra vez tiré el número: US$37.000 millones nada más que para tres obras.
Si vemos la tasa de inversión, 20%. Mínimo necesitaríamos 25% para encajar con el caso australiano. No suena a imposible, pero en un año suman prácticamente un poco menos que el déficit fiscal real que tenemos y fue escondido. Cuidado que el déficit cero es sólo nacional y primario.
–¿Ayudó la devaluación a la competitividad laboral, como aducen desde el gobierno?
–Hay que tener en cuenta que si se baja el costo salarial en dólares también los insumos están en dólares. Y que como la presión sindical ante una inflación del 50 % lo torna insostenible de sobrellevar, en dos trimestres, a lo sumo, se voló.
Porque además la devaluación, que no fue decisión de política económica sino que la hizo el mercado, se monta sobre una inflación previa, que por los mecanismos de indexación inercial no se puede bajar sin violar contratos. Es como el viejo desagio del plan Austral a otros niveles de inflación.
No va a ser fácil bajar rápido la inflación y han sido horrores de política económica los que introdujo este gobierno en la pseudorreforma jubilatoria: ¿cómo van a poner un componente del gasto de esta magnitud indexado con la inflación a 25? Ya se había metido este factor inflacionario desde el sector privado a 25 y ahora está al 45. ¿Metas de inflación a 10 y a 15 con subas de tarifas a 1.000%?
–Después de más de dos años ignorando el déficit de la cuenta corriente parece que ahora el gobierno se acordó que existen las exportaciones…
–No queda otra porque con la incertidumbre actual no viene inversión extranjera ni los ahorristas locales quieren apostarle al peso. Crecer implica importar bienes de capital e insumos intermedios, más allá del consumo, que se necesitan cubrir con exportaciones. Y como la demanda de importación es más elástica que el crecimiento del producto, ello equivale a decir que por cada punto del crecimiento del PBI se necesita casi 2% más de importaciones.
–¿Cabría encomendarse a las cosechas o Vaca Muerta para crecer en el futuro?
–Argentina para desarrollarse no puede vivir rogando que el clima nos favorezca, que los chinos coman chanchos alimentados con la soja que nos compran. No fue tanto por lo que representa la entrada de China al mercado mundial –ayuda para sostener la soja a 300 pero había llegado a 600–… Fue por lo que hace la Reserva Federal. No podemos vivir sólo de los hechos externos para salvarnos como país. Necesitamos un plan de desarrollo sustentable y creíble, pero fundamentalmente un buen ministro de Economía.
–Sin embargo, el relato del gobierno atribuye especial importancia a estos factores externos en la actual situación, lo mismo que a la sequía…
–Mi cuestionamiento es que no llegamos a esta situación por una emergencia, ya que se veía venir, no es disruptiva de golpe, sino que llega de a poco a medida que se agranda el desequilibrio. Los actuales dilemas tienen que ver con la soja y no es algo nuevo. Desde 2012 a la fecha a la economía argentina le falta sincerar que ya no hay viento de cola ni ingreso y que cae el nivel de vida.
Se debe a cosas que hizo Argentina previamente, a diferencia de otros países de América latina, que también afrontan desde 2012 la llamada tormenta internacional. Aunque el marco regional no se caracteriza por la productividad, como Asia, Argentina no sólo quedó relegada en ese aspecto, sino en tasa de inversión, en reservas cash del Banco Central, casi nulas en 2015 y que lamentablemente siguen siendo bajas, y en términos de ahorro. En consecuencia no tenemos resiliencia ante los shocks externos, y no hoy sino desde hace 6 años, cuando comenzó la lenta pero inexorable caída del poder adquisitivo del salario.
–¿A qué atribuye que nos pegara el actual viento en contra internacional, más a nosotros que al resto de América latina?
–Hemos ido perdiendo terreno para competir inclusive en terceros mercados con nuestros vecinos, porque ellos no están así. Brasil, con todos los problemas políticos y la corrupción (que cada 20 años la limpian, acordémonos de Collor de Melo), crece poquito ahora pero crece y empezó en el final de Temer. El brasileño confía en su sistema financiero y sigue ahorrando en reales, no en dólares.
Claro que tiene 4% anual de inflación contra 50 de nuestro país. Miremos la diferencia que hay que compensarle a un asalariado en uno y otro caso, lo cual se traduce en un costo laboral para exportar mucho más bajo en Brasil que en Argentina. Y poniéndolo al revés, aunque el costo laboral fuera más bajo, ¿por qué no se radicarían las empresas acá?
Porque viene un default, un corralito, asume Cristina u otro representante de la oposición como Massa y anuncia la reestructuración de la deuda. Se jugó hablando de macroeconomía y nadie le dijo nada. Argentina ha sido el único país que violó contratos, confiscó y devolvió depósitos en dólares pesificados e inclusive defaulteó durante la crisis mundial de las puntocom, como se la llama a la de la época del corralito 2001, donde hubo salida de capitales en toda América latina pero sin que tomaran semejantes medidas como las de acá.
Paso a paso
–Suponiendo que se atraviese esta coyuntura adversa, ¿cómo avizora el futuro?
–Primero hay que parar la recesión, luego salir del estancamiento, recuperar, y recién después crecer en forma sostenida en el largo plazo. Según los números que hicimos, la condición es que Argentina exporte tres veces más en volumen que su media histórica, para lo cual es imperioso escalar en las cadenas de valor y mejorar el valor agregado de lo que se vende. Si lo viéramos en términos de divisas, la mitad la tenemos en el complejo agropecuario. Esta característica debería tomarse como una bendición y no como un factor de atraso; sino veamos que Nueva Zelanda y Australia no tienen ningún problema con esto, ni siquiera de pobreza.
Para crecer como Australia, Argentina necesita que las exportaciones aumenten 6,3 % anual, cuando en el último ciclo fue sólo de 2,7%, con una demanda normal de importaciones.
–¿Por qué pone el espejo de América latina cuando se habla de cómo pegó la crisis e invita a mirarse en el de Australia para un eventual despegue?
–Crecer como Australia llevaría 30 años, y llegar a sentirlo comprometería el esfuerzo de toda una generación, porque nos encontramos 30% abajo y necesitaríamos que las exportaciones aumenten 8,6%. Y así se triplicaría.
–A ese ritmo, ¿cómo se haría para que las importaciones no saquen tanta ventaja y el ciclo termine una vez más en el clásico stop and go?
–Y sí, en la medida que se logra un mayor desarrollo y crecimiento en un país de ingresos medios como éste, y ojalá pudiera ser sostenible para ir a la etapa siguiente de desarrollo, se eleva la sofisticación de bienes a incorporar en el proceso productivo.
Es la condición de inserción en el mundo como cadena global de valor. No lo estamos, salvo excepciones, como los tubos sin costura de Techint, la integración automotriz, que es discutible porque es cerrada con Brasil y aun así tenemos que importar, como vemos que lo demandan no sólo las exportaciones agropecuarias sino también las industriales.
–¿Sí se puede?
–En lo mejor de los años 90 se pudo, aunque no duró mucho porque se cortó el flujo financiero en 1998. Fue el tramo en el cual país exportó más, con un crecimiento mayor a 10%, simultáneamente con el máximo de las importaciones. En todos los países que exportan se genera un dinamismo en las importaciones. Las economías semiindustrializadas, en vías de desarrollo, van a tener necesidades de importación todavía más altas.
El tema es qué hacer si aparece un déficit comercial.
¿El proteccionismo infantil del intercambio compensado, que termina achicando la economía como sucedió en los tiempos de Kirchner-Moreno? Precisamente que el crecimiento sea sustentable en el largo plazo requiere seguir incentivando la capacidad exportable, aumentar la producción y la productividad para hacer más con menos, como define el BID en su último informe. Y si se tiene más, aún más, eso es productividad, cuestión de la que este gobierno ni el anterior siquiera están hablando, pese a que se acerca la campaña electoral.
–¿Cree que el debate se planteará sobre el plan de ajuste y no sobre el crecimiento?
–No hay plan económico, ni de estabilización. El ajuste está mal hecho, sobre un diagnóstico equivocado del Fondo, y ello implica menos crecimiento. No brinda a futuro ningún tipo de expectativas. La cuestión no pasa por ajustar el gasto corriente, que es en gran parte inflexible a la baja debido a que la inercia indexatoria es todavía más inflexible a reducirlo porque se referencia con la inflación pasada. Lo que cede es el gasto de capital, por lo que es el único que se está ajustando con inversión pública. Pero resulta que para crecer se requiere inversión privada, la cual necesita infraestructura, o sea inversión pública.
–¿Ve al gobierno a tiempo para reencauzarse de acá a la elección de noviembre?
–A este gobierno se le agotó el tiempo para recuperar la iniciativa, salvo que hubiera una sorpresa, con un cambio de ministro y anuncio de un plan de estabilización y crecimiento. Hemos llegado a un punto en el que hasta el Congreso impone las medidas que debe tomar: devaluación y retenciones son la típica receta del peronismo para salir de una crisis y la adoptó este gobierno. Será hasta el próximo.