Si no logran mantener una relación razonable de cooperación podrían destruirse no solo mutuamente sino también a todo el mundo.
Esta combinación de atributos podría recordar al choque con las potencias del Eje durante la segunda guerra mundial o a la guerra fría contra la Unión Soviética.
China es por supuesto muy diferente. Pero también es potencialmente mucho más poderosa. Su creciente poder, económico y político, es evidente. Según el FMI, el PBI per cápita en 2017 fue 14% de los niveles norteamericanos a valor de mercado y 28% a paridad de poder adquisitivo (PPP). Las cifras respectivas del año 2000 eran 3% y 8%. Sin embargo, como su población es más de cuatro veces al tamaño de la de Estados Unidos, su PBI en 2017 fue 62% de los niveles del competidor a valor de mercado y 119% a paridad de poder adquisitivo.
Supongamos que para 2040 China logra un PBI relativo per cápita de 34% a valor de mercado y de 50% a PPP. 34% de PBI tomado como referencia pertenece a Portugal. Es difícil imaginar que China, con sus inmensos ahorros, con la motivación de su población y sus inmensos mercados, no logre una prosperidad como la de Portugal.
Pero aun así, todavía sería mucho más pobre con relación a Estados Unidos, Japón o Surcorea, las dos economías asiáticas de gran crecimiento en el pasado. Pero China es muy grande. Es improbable que su economía no termine siendo mucho más grande que la de Estados Unidos aunque, en promedio, cada estadounidense siga siendo mucho más próspero que cada ciudadano chino. China es ya un mercado de exportación más importante que Estados Unidos para muchos países significativos, especialmente en el sudeste asiático. Además, gasta casi tanto del PBI en investigación y desarrollo como los países de altos ingresos.
El aporte tecnológico
Ese es el gran motor de la innovación china. Además, la combinación de tamaño económico con mejora tecnológica está haciendo de China una potencia militar cada vez más imponente. Estados Unidos puede protestar por esto pero no tiene derecho moral de hacerlo. La autodefensa es un derecho universalmente reconocido de las naciones. Y también lo es el derecho a desarrollarse. Estados Unidos puede poner el grito en el cielo por el robo de propiedad intelectual de los chinos, pero toda nación que debe actualizarse, lo que también incluyó a Estados Unidos en el siglo 19, se apropia de las ideas de otros y las usa para engrandecerlas. La idea de que la propiedad intelectual es sacrosanta también está equivocada. Lo sacrosanto es la innovación. Los derechos de propiedad intelectual a la vez ayudan y dañan ese esfuerzo. Hay que encontrar un equilibrio entre derechos que son demasiado estrictos o demasiado laxos.
Estados Unidos puede intentar proteger su propiedad intelectual, pero la idea de que puede impedir que China innove para prosperar es una locura.
China también es un contendiente ideológico para Estados Unidos, en dos dimensiones. Tiene lo que podría llamarse una economía de mercado planificada. También tiene un sistema político no democrático.
El triunfo en las elecciones de Donald Trump, admirador del despotismo, ha fortalecido el atractivo de Estados Unidos. Uno habría podido decir antes que Estados Unidos tiene aliados poderosos y comprometidos, pero Trump está librando una guerra económica contra ellos. Si una decisión futura de atacar Norcorea condujera a la devastación de Seúl y Tokio, las alianzas militares de Estados Unidos se romperían. Una alianza no puede ser un pacto de suicidio. Manejar la competencia entre esas dos superpotencias va a ser difícil.
Lo alentador es que es muy poco probable una guerra abierta entre dos potencias nucleares. Pero la fricción a gran escala y así el final de la necesaria cooperación sobre relaciones económicas parece sí, mucho más probable. No se ve con claridad cómo resolver los actuales conflictos comerciales. La cooperación sobre el manejo de las zonas globales comunes ya colapsó, dado el rechazo de la administración Trump a la idea misma del cambio climático.
Estados Unidos tiene razón al insistir para que China cumpla con sus compromisos. Pero entonces también Estados Unidos y el resto de Occidente deben hacer lo mismo. China no va a sentirse obligada a aceptar las reglas acordadas cuando se lo exige un país que trata esas reglas con desdén. China no es, en todo caso, la verdadera amenaza. La amenaza es la decadencia de Occidente, que bien incluye a Estados Unidos.
El efecto Trump
EE.UU. abandona el liderazgo mundial
Los lineamientos de la política exterior norteamericana fueron fundados en un documento escrito en 1950 por el presidente Harry Truman. Como el documento fue preparado por el National Security Council se lo conoce como el NSC–68. Era la respuesta de Washington al comunismo soviético.
En su centro estaba el convencimiento de que la mejor manera de preservar los intereses nacionales de Estados Unidos era a través del liderazgo internacional.
Esta es la piedra basal que Donald Trump está golpeando con una maza. Gran parte del NSC–68 se proponía contrarrestar la amenaza militar de la Unión Soviética. Firmado por Truman al comienzo de la guerra de Corea, fue la base para el rápido crecimiento del gasto norteamericano en defensa. Pero consciente de que el humor nacional podía virar hacia el aislacionismo, también se propuso invalidar la idea de que Estados Unidos pudiera replegarse otra vez en su propio hemisferio.
Entonces decía: “En el momento actual podría decirse que nuestra política general está diseñada a fomentar un entorno mundial en el cual el sistema estadounidense puede sobrevivir y fortalecerse. Por lo tanto, rechaza el concepto de aislamiento y afirma la necesidad de nuestra participación positiva en la comunidad mundial”.
Allí estaba la lógica estratégica, que duró hasta pasada la guerra fría, que enredaba a Estados Unidos en el tejido de lo que llamamos Occidente.
El presidente, ahora, decidió reunirse en Helsinki con Vladimir Putin inmediatamente después de la reunión con la Unión Europea en Bruselas. Trump ha dado claras muestras de su desdén por la OTAN. Dice que los europeos armaron la Unión Europea como parte de una conspiración económica contra Estados Unidos.
Su respuesta a la miríada de acusaciones sobre la interferencia rusa en la campaña presidencial de 2016 fue redoblar su manifiesta admiración por Putin. El error que cometió mucha gente fue imaginar que la ignorancia y el prejuicio que informan su visión del mundo podrían luego ser neutralizados.
Con la suficiente tolerancia y adulación –se pensaba– el presidente podría ser mantenido dentro de sus propios límites. Se sabía que su idea era sacudir el estado de las cosas, pero para volcarlo en favor de Estados Unidos, no para tirar abajo la casa. La evidencia está mostrando, cada vez más, lo contrario.
La explicación más convincente de la conducta del Presidente de Estados Unidos es que no acepta los preceptos fijados por los autores del NSC–68 sobre liderazgo global, alianzas e instituciones internacionales. En cambio sus instintos le dicen que, como la nación más poderosa del mundo, a Estados Unidos le irá mejor fijando sus propios términos en acuerdos bilaterales con aliados y adversarios por igual.
Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo ha dicho que “Trump tiene un plan y encara seriamente su misión contra el orden internacional. Está en una cruzada contra todo lo que nosotros representamos”.
Vista a través de esta lente, la admiración de Trump por Putin es fácilmente explicable. Ambos de autodefinen hombres fuertes. Comparten una visión según la cual los premios deben ser para los poderosos, que las instituciones multilaterales y las reglas están pensadas para maniatarlos y que las normas, valores y lo que ellos llaman moralidad (sistema de valores), no tienen cabida en la conducción de las relaciones entre los estados.
Una mentalidad y sus consecuencias
Los débiles no le interesan en absoluto. Esta es la mentalidad que lleva a Trump a romper el acuerdo nuclear con Irán, a sugerir que Putin tiene razón al pretender manejar a las repúblicas que antes integraban la Unión Soviética, a decirle al presidente francés Emmanuel Macron que Francia debería abandonar la Unión Europea para firmar un acuerdo comercial con Washington y a indicar que está dispuesto a renunciar a sus compromisos de seguridad con los países del sudeste asiático si con eso logra concesiones comerciales de la China de Xi Jinping.
Lo que alienta todo esto es una poderosa incapacidad para ver la realidad. Así, contra toda la evidencia, Trump puede realmente creer que después de la cumbre en Singapur con Kim Jong Un de Norcorea, este mandatario va a abandonar su programa de armas nucleares.
En el actual camino que transita Trump –que asusta al mismísimo John Bolton, su asesor en seguridad nacional y fervoroso defensor de la política “America First”– el concepto de orden occidental será vaciado de sustancia y significado. Los aliados de Estados Unidos, en Asia tanto como en Europa, tendrán que encontrar otras formas de salvaguardar su seguridad.
Algunos mirarán a China; otros pueden pensar en una disuasión nuclear; Europa puede entender que tiene que poder defenderse sola. Los grandes ganadores serán Putin y Xi. La meta estratégica que comparten siempre ha sido poner fin al orden encabezado por Estados Unidos y que diseñó Truman. China resintió siempre la presencia de Estados Unidos en Asia; Rusia quiere que Europa retorne al equilibrio de poderes del siglo 19. Nunca podrían haber imaginado que sería un presidente norteamericano quien les entregaría semejante premio.
La verdadera causa de la guerra comercial con China
La guerra comercial de Donald Trump con China, además de su indiferencia general hacia el orden multilateral basado en reglas, está generando ansiedad en todo el mundo, sobre todo en Beijing (ya que son los chinos el blanco principal de los aranceles del presidente de Estados Unidos). Pero el comercio no es lo esencial. Lo que está detrás del conflicto comercial es el veloz desarrollo tecnológico chino, en especial en el campo de la Inteligencia Artificial.
La comunidad estadounidense de seguridad nacional, por ejemplo, está profundamente preocupada por las posiciones que está ganando China en la carrera armamentista gracias a sus avances en inteligencia artificial y robótica. Mientras sucesivas administraciones estadounidenses, inspiradas en los ideales del mercado libre, dejaron en libertad el accionar de los grandes ganadores en sectores de alta tecnología, Beijing adoptó una estrategia industrial coordinada para que el Gobierno pueda aprovechar la tecnología que necesita.
Las empresas del sector privado tienen preocupaciones parecidas y ya están buscando acortar las cadenas de suministro. Una intensificación de la guerra comercial con China probablemente acelere este proceso de desglobalización.
Sin duda, hay retroceso del proceso globalizador
En tiempos recientes, la administración Trump vuelca toda su atención a los próximos elementos en su estrategia para las elecciones de medio término: control de la inmigración y medidas proteccionistas a gran escala con foco en China, aunque también el Nafta y la Unión Europea. O sea, globalización al revés. Los primeros disparos de la Casa Blanca han sido de alcance bastante modesto y dirigidos a provocar poco daño a los consumidores estadounidenses pero luego las amenazas escalaron mucho y los mercados financieros especialmente en Asia comenzaron a prestar más atención. Decir que esto se está convirtiendo en una guerra global en gran escala ya no se considera una locura. Claro, el preocupante estilo negociador de Trump oscila deliberadamente de un extremo al otro, con lo cual las sorpresas frecuentes son inevitables. El peor enemigo de hoy puede ser el mejor amigo de mañana con muy poco en el medio. Pero la tendencia a largo plazo no es tranquilizadora. El equipo comercial del presidente ha venido construyendo un relato consistente sobre las prácticas comerciales desleales de China y sobre el robo de propiedad intelectual norteamericana durante más de 10 años. Esto parece una política que no va a desaparecer de un plumazo.
Además Estados Unidos advierte que tomará medidas bajo el artículo 301 de la investigación a China, sobre la supuesta apropiación ilegal de propiedad intelectual, y por separado promete arancelar con 25% las importaciones de autos provenientes de China y la Unión europea. Anuncios de este tipo parecen inevitables para este tiempo. Los primeros US$ 50.000 mil millones de importaciones chinas a Estados Unidos equivalen a solo 0,2% del PBI de 2017; los siguientes US$ 400.000 millones llevarán el total a 2,2% y los aranceles a la importación de autos elevarán la cifra total a 4,1% del PBI estadounidense, una cifra que es difícil de ignorar aunque se haga sentir dentro de algunos años.
El laissez-faire no alcanza
La des-globalización es un tema de seguridad
Hay un grupo muy amplio de personas en el mundo occidental, tanto en el sector público como en el privado, que vería con buenos ojos que se revirtiera la integración económica entre China y Estados Unidos por razones estratégicas.
Cuando Donald Trump irrita con nuevos aranceles a los liberales que defienden, justamente, el mercado libre, por lo general los críticos del presidente norteamericano lo culpan solo a él. “La guerra comercial de Trump”, como se resume, es o bien “una posición negociadora” (la visión optimista, ahora cada vez más muerta con la introducción de aranceles más amplios a China) o la última manifestación de lo que muchos ven como un total desorden de personalidad.
La verdad es mucho más complicada y menos halagadora para el ego de Trump. Esto se hizo evidente en un evento de dos días auspiciado recientemente por la National Defense University, que reunió a líderes militares y civiles para debatir sobre los grandes temas del momento. Docenas de expertos, funcionarios de Gobierno y dirigentes de empresas se reunieron para conversar sobre la declinación del orden instalado en la posguerra, el ascenso de China y ver la forma en que Estados Unidos podría fortalecer sus industrias de defensa y manufactura.
La meta sería crear cadenas de suministro resilientes que pudieran aguantar no sólo una guerra comercial, sino una guerra verdadera. Entre la discusión amplia y variada, los disertantes coincidieron en una sensación general de que la estrategia del laissez-faire aplicada a los negocios globalizados ya no funciona y que eso tendría serias ramificaciones para la industria norteamericana.
“Si aceptamos como punto de partida que estamos en una gran lucha de poder (con China y con Rusia), entonces hay que pensar en asegurar una base de innovación, hacer viable la base industrial y llevar todo eso a gran escala” dijo el Mayor General John Jansen, el organizador del encuentro.
Incluida en la lista de lecturas para el evento estaba Freedom’s Forge, el libro de Arthur Herman que describe el rol que tuvieron las empresas en Estados Unidos –especialmente las automotrices– en la preparación del país para la guerra a principios de los años 40.
En aquel momento, a causa de la profundidad y amplitud del poderío en manufactura y logística de la industria automotriz, al sector se lo consideraba tan importante para la seguridad nacional como el acero y el aluminio. Eso no quiere decir que la comunidad de seguridad esté a favor de los aranceles o de la guerra comercial; o que a Detroit se le vaya a pedir que entregue su capacidad ociosa al Pentágono en algún momento del futuro cercano. Pero hay un gran grupo de pensadores que cree que los intereses de seguridad nacional norteamericana van a exigir la separación de los lazos entre Estados Unidos y China en cuanto a inversiones y cadenas de suministro.
Tecnología de vanguardia
Señalan las áreas de alta tecnología como inteligencia artificial, robótica, vehículos autónomos, realidad virtual, tecnología financiera y biotecnología como importantes no solo para las fuerzas armadas sino también para el crecimiento del sector privado.
Mencionaron un documento de Defensa publicado en enero que dice que las compañías chinas tienen ahora tecnologías clave y partes de las cadenas de suministro que tocan equipos y servicios militares norteamericanos, que desde hace años se tercerizan cada vez más en el sector privado. Las empresas chinas participaron en 16% de todas las operaciones de capital de riesgo que se realizaron en 2015.
El Departamento de Defensa emitió otro comunicado separado, que envió directamente a la Casa Blanca, donde analiza este tema con más detalles.
Es posible entonces que pronto salgan a la luz más historias como aquella de 2013 que reveló que Estados Unidos dependía de una fábrica en China para la producción de un químico clave para el misil Hellfire.
Mientras las fuerzas armadas todavía están tratando de ver cómo hacen para asegurar que sus cadenas de suministro no estén controladas por adversarios estratégicos, los chinos han empleado un método mucho más sofisticado.
La diferencia se puede resumir en dos palabras: política industrial. China la tiene, Estados Unidos no. Estados Unidos siempre ha tratado de despegarse de una política formal porque sus críticos acusan al gobierno de “elegir a los ganadores”. Los chinos, en cambio, usan un método coordinado para aprovechar las tecnologías que necesitan. Lo hacen no solo mediante inversiones y adquisiciones sino también a través de joint ventures forzados, espionaje industrial y cíber robo. Nadie está diciendo que las multinacionales deban adoptar ese método. Pero es difícil imaginarlas continuando con sus negocios en este ambiente.
Las empresas multinacionales, mucho más que las que operan en el mercado interno, sufrirán daños colaterales con los aranceles. También serán un gran objetivo para las represalias multinacionales.
China, con industrias de clase mundial
Viejas estrategias y nuevo desafío para el Occidente
La decisión norteamericana de etiquetar a China como “competidor estratégico” confirma lo que ya no se puede ocultar: los dos países más poderosos del mundo están trenzados en una ferviente rivalidad. El tema ahora es cuán dañina puede resultar la contienda tanto para los dos adversarios como para el resto del mundo.
Algunos interpretan que la contienda confirma las profecías de la “trampa” que fueran identificadas por Tucídides, el historiador griego que explicó que el crecimiento de Atenas inspiró tal temor a Esparta que hizo inevitable la guerra. Los últimos cinco siglos han visto 16 casos donde una potencia en surgimiento amenazó con desplazar a la ya instalada y en 12 de esos casos el resultado fue la guerra, dice Graham Allison, profesor en Harvard.
Pero un análisis más profundo del crecimiento del poder de China revela estrategias que suelen ser más oblicuas que confrontativas. Algunas parecen fieles al astuto estilo de las “36 estratagemas chinas “, una lista de tácticas políticas, diplomáticas y militares que se remontan a los días en que Tucídides escribía las crónicas de la guerra del Peloponeso en el siglo V A.C.
Algunas de las estratagemas recomiendan no desafiar directamente a un competidor más fuerte sino tratar de debilitarlo mediante “estrategias de aproximación”, la más conocida de las cuales es “reemplazar los ejes de sus ruedas con madera podrida”. Eso implica destruir la estructura del adversario cambiando las reglas que está acostumbrado a seguir. El objetivo era lograr la victoria mientras evitaban una guerra aparentemente inevitable.
Hoy, también, China parece interesada en avanzar paralelamente a Estados Unidos y crear estructuras de poder que se presenten como alternativas para quienes sostienen el orden global liderado por Occidente. “En este momento yo describiría el modus vivendi que ha encontrado el mundo como un juego paralelo”, dice Lawrence Summers, el ex secretario del Tesoro en un discurso en noviembre del año pasado. “Occidente hace lo suyo; China hace lo suyo”.
“Los países que obtienen dinero de China hacen las cosas a la manera china. Los países que obtienen dinero de Estados Unidos, hacen las cosas al estilo nuestro”. Su preocupación no es la guerra, sino cuánto tiempo los ejes de la rueda van a aguantar la estructura de gobierno global bajo la Pax Americana.
Mientras “todos son amables con todos los demás y todas las partes puedan seguir avanzando juntas, Summers asegura que el desafío sigue en pie: ¿cuál es el sistema de gobierno global en el cual Estados Unidos y Occidente y China participen?
Juego paralelo
Mientras tanto cada vez hay más pruebas de que está creciendo el juego paralelo de China. La Iniciativa Belt and Road (BRI), a través de la cual se propone aumentar el comercio con casi 70 países entre Asia y Europa, pone a Beijing en el asiento del conductor de un nuevo tipo de multilateralismo.
El BRI, manejado por el grupo de líderes del partido comunista, se aleja del manual de Estados Unidos en que no busca negociar un tratado de libre comercio con países miembros sino que promete una serie de proyectos de infraestructura financiados y construidos por Beijing.
La BRI, manejada por el comité central del partido comunista, se aparta del juego estadounidense porque no busca negociar un tratado de libre comercio con los países miembro sino que promete una serie de proyectos de infraestructura financiados y construidos por Beijing. Es algo así como una estructura paralela a la Organización Mundial del Comercio, en la que China –a pesar de sus objeciones más fuertes– no es considerada una “economía de mercado” y coloca a Beijing en desventaja cuando pelea los casos de dumping presentados en su contra.
Contrariando los viejos argumentos de que China colapsaría bajo el peso de sus contradicciones internas o se ahogaría a causa de las inmensas deudas domésticas, el sistema autoritario de Beijing hasta ahora está demostrando ser capaz de alimentar industrias de clase mundial en e-commerce, big data, aspectos de automatización y algunas otras áreas.
Si logra mantener su tasa de crecimiento, eclipsará a Estados Unidos como la economía más grande del mundo en el futuro previsible. Un estado con partido único presidiendo una economía de no mercado que todavía está “emergiendo” podría entonces blandir el látigo en el comercio global. El tema clave entonces no sería cómo puede el mundo evitar la trampa de Tucídides sino cómo puede Occidente reparar las maderas podridas sobre las cuales podrían descansan sus agrietadas estructuras de Gobierno.
Superioridad militar en juego
La competencia por la hegemonía en big data
Beijing proyecta ser líder mundial en la tecnología para 2030. La disputa se resolverá con el que mejor sepa manipular los datos. Los algoritmos adiestrados en montañas de datos chinos podrán muy pronto tomar decisiones que afectan profundamente la vida de las personas en Estados Unidos.
Tomemos Yitu Technology, una startup de inteligencia artificial con base en Shanghai, logró las mejores calificaciones en reconocimiento facial en dos competencias de IA realizadas el año pasado en Estados Unidos.
El sistema, de nombre Yitu, fue creado por la policía china usando datos recolectados por las autoridades. Fue perfeccionado en el banco de fotografías más grande del mundo, con 1.500 millones de rostros, y ahora está buscando clientes en Estados Unidos para poner su software a trabajar. En opinión de Wu Shuang, jefe del grupo de investigación de la compañía en Silicon Valley, hay muchas aplicaciones para esa tecnología.
Este caso es el primero en una serie de otros sobre la creciente competencia entre China y Estados Unidos que tendrá impacto en la carrera por la superioridad militar, el sistema de comercio internacional y el futuro del partido comunista chino.
Malong Technologies, con sede en Shenzhen, también ha entrenado a sus algoritmos de reconocimiento de imagen con inmensas cantidades de datos chinos; en su caso, analizando cientos de miles de fotos de desfiles de moda para identificar tendencias para sus clientes en la industria del vestido. Ahora está probando la tecnología con compañías de e–commerce en Estados Unidos.
Una “diferencia fundamental en China es que hay más gente, más datos, más empresas”, dice Matt Scott, gerente de tecnología y ex investigador de Microsoft que su mudó a China para cofundar la compañía. “Teniendo acceso a esa data en China, podemos exportar la tecnología a todo el mundo”.
Algoritmos de ese tipo son la guardia de avanzada en una batalla que va a determinar el liderazgo económico en la era de big data, una contienda donde China está acercándose a la posición de Estados Unidos y comenzando a competir para ser la fuerza dominante.
La revolución de IA se suele pensar en términos de robots o drones que puedan hacer tareas que antes eran realizadas por humanos. Pero su impacto también se sentirá en un lugar menos visible: la capacidad para exprimir los datos hasta la última gota.
Las máquinas inteligentes que pueden encontrar patrones analizando grandes cantidades de información se encuentran en la última frontera de la inteligencia artificial de hoy. Para algunas industrias, el aprendizaje profundo es la forma más avanzada de la tecnología. Tiene la posibilidad de crear un valor equivalente a 9% de los ingresos de una compañía según un informe del McKinsey Global Institute. Eso se traduce en millones de dólares de valor económico potencial. En ese territorio Estados Unidos y China son los líderes claros.
Pilar estratégico
Jinping ha hecho de la inteligencia artificial uno de sus pilares centrales del Made in China 2025, o sea su plan para transformar la economía del país y se ha fijado la meta de ser líder mundial en la tecnología para 2030. Al mismo tiempo, los avances de China también están contribuyendo a una paranoia opuesta en Estados Unidos, que ve con espanto que su excepcionalidad tecnológica ya no va a reinar absoluta. Los planes de la administración Trump para una guerra comercial con Beijing están motivados, al menos en parte, en el temor por los avances chinos en la nueva tecnología.
Uno de los motivos por los cuales esta carrera sobre quién domina IA tiene tanto peso es que está conectada a otra por encontrar una nueva era militar. Además de responder a necesidades cotidianas de la sociedad, la tecnología también puede aplicarse para sincronizar ejércitos de drones, analizar imágenes tomadas por drones espías y controlar barcos autónomos.
El dominio en IA podría generar un cambio en la forma de librar las batallas. Un cambio tecnológico de esta magnitud podría debilitar la ventaja militar de las grandes potencias.
Quien logre ser el mejor en esto tendrá una posición fuerte en los próximos diez años. El mismo Vladimir Putin elevó la apuesta sobre IA el año pasado: “Quien se convierta en líder en este terreno se convertirá en el amo del mundo.”
Según muchos expertos, Estados Unidos sigue liderando. Para ser una potencia de clase mundial en inteligencia artificial: hacen falta tres cosas: tener los algoritmos más avanzados, contar con hardware de computación especializado y una buena cantidad de la materia prima imprescindible para los sistemas inteligentes: datos.
La percepción en China es que los norteamericanos se dedican casi exclusivamente a la investigación fundamental y son matemáticos de primera, o sea, dos disciplinas que se encuentran en el corazón de IA; los chinos, en cambio, tienden a estudiar codificación o ingeniería.
Pero China está cerrando rápidamente la brecha del algoritmo. Cuando se analiza la producción de las instituciones de investigación de ese país “Las estadísticas están creciendo rápidamente, dice Oren Etzioni, al frente del instituto de investigación en IA de Microsoft. También, dice, China está creciendo en comprensión de lectura.
En la segunda categoría de desarrollo de hardware, China ha sido más lenta en crear el tipo de industria de semiconductores nacionales necesarios para poner a su industria en posición de avanzada. Eso se debió en parte a una serie de decisiones que impiden la adquisición de compañías estadounidenses de semiconductores, que comenzaron bajo la administración Obama y se aceleraron bajo el presidente Donald Trump.
Inmensas masas de datos
Donde la mayoría de los expertos creen que está la ventaja de IA en China, es que el país asiático cuenta con enormes legajos de información sobre cada uno de sus habitantes y no tiene el más mínimo temor de usarlos. Esto se debe en parte a un estado que vigila todo desde el nacimiento de las personas. El reconocimiento facial está tan difundido que a una persona la pueden pescar por cruzar mal en una esquina o por robar papel higiénico en el Templo del Cielo en Beijing. Pero también se debe a la avanzada posición china en e-commerce. La gente encarga, compra, paga y juega online, dejando en el camino ríos de datos que permiten a los comerciantes preparar campañas personalizadas en cantidad proporcional a la densidad de los datos.
Las actitudes en China con respecto a la privacidad de los datos se están volviendo algo menos laxas, pero las regulaciones siguen a años luz de las de Europa, que está en el otro extremo del espectro y que muy pronto introducirá reglas de privacidad duras conocidas como General Data Protection Regulation. Sin embargo, compañías estadounidenses como Facebook, Google y Amazon también tienen montañas de datos.
Eso sugiere que las aplicaciones de IA con propósitos generales como reconocimiento facial serán la reserva de todas “las grandes plataformas”, cualquiera sea su país de origen, dice James Manyika, socio de McKinsey. Por el contrario, las aplicaciones más especializadas podrían ser perfeccionadas allí donde haya más datos. En lo que se refiere a la manufactura, por ejemplo, China “está recolectando muchos más datos”, dice
Este fenomenal empuje económico que el estado chino está dando a IA tiene mucho que ver con una segunda fuerza poderosa: una sensación de misión nacional. Es una estrategia liderada por el estado y también íntimamente alineada a campeones nacionales como Baidu, Alibaba y Tencent, tres empresas privadas. Washington ha hecho mucho menos por promocionar una agenda nacional.
Estados Unidos no tiene una dirección nacional con respecto a IA y robótica. Es más, la administración Trump, en su intento por eliminar la inmigración ha dañado la industria tecnológica que hace uso intensivo de talento extranjero, especialmente de la India y de China. Los directores de IA en Apple, Facebook y Microsoft, así como la división de cloud computing de Google, todos nacieron fuera de Estados Unidos. Sin embargo, la ventaja en experiencia que tiene Estados Unidos no va a desaparecer de la noche a la mañana.
Para algunos la inteligencia artificial es un nuevo campo para la competencia geopolítica con matices militares. Pero para otros es la primera tecnología verdaderamente de fuente abierta, con compañías y naciones compartiendo ideas para mejorar a toda la humanidad.
“Probablemente sea la mejor colaboración mundial que se haya conocido,” dice Kai–Fu Lee, quien fue director de las operaciones de Google en China y ahora maneja su propia firma de capital de riesgo. Muchas empresas de tecnología hacen la misma observación. El CEO de Tencent, Ren Yuxin, por ejemplo, dijo lo siguiente: “Esperamos desarrollar tecnología de IA y compartirla con todos los demás jugadores”.
Lo central del enfrentamiento
Las guerras tecnológicas pueden perturbar la actividad del sector
El conflicto puede trastocar las cadenas de suministro y los ingresos de las empresas además de las ambiciones de China. La falta de entendimiento comercial se origina en el nerviosismo de Estados Unidos por el poder tecnológico de Beijing y los métodos que emplea para adquirirlo.
En medio de ese nerviosismo Estados Unidos prohibió la venta de componentes. Bloqueó la compra de una empresa fabricantes de chips. Exigió nuevas concesiones sobre un segundo acuerdo sobre semiconductores. Si todo esto es apenas el precalentamiento, muchos analistas dicen que las guerras tecnológicas entre Estados Unidos y China podrían trastocar el sector tecnológico global a ambos lados del Pacífico.
Las tensiones se van a intensificar con la investigación Sección 301 de Washington sobre lo que supuestamente constituye robo de propiedad intelectual de Estados Unidos y la práctica de obligar a la transferencia tecnológica de los inversores extranjeros.
Los primeros ataques golpearon a las compañías de hardware, incluida Huawei, fabricante de teléfonos y equipos de telecomunicaciones que sirvió de pararrayos para los temores norteamericanos sobre fisgoneo chino y generosidad del Estado, y su rival ZTE. Huawei niega que su tecnología se use para vigilancia. A medida que aumenta la presión de Estados Unidos, las propuestas publicadas reclaman que las agencias norteamericanas no usen tecnología de Huawei o ZTE y prohíben a las fuerzas armadas estadounidenses que contraten vendedores que trabajen cuan cualquiera de las dos. Todo esto amenaza, en palabras de un consultor, generar una “carnicería económica”.
Por su parte, China teme desde hace mucho depender de las importaciones de semiconductores. La nación gasta más importando silicio –que se encuentra en el corazón de los smartphones, las consolas de juegos y otros productos electrónicos– de lo que gasta en petróleo.
Todo este conflicto, entonces, está obligando al sector empresario chino a pensar en desarrollar sus propios chips.
La complejidad de este tema es abrumadora porque las cadenas de valor electrónico son mucho más complejas y están más globalmente integradas de lo que estaban antes”, dice Christopher Thomas, socio de la práctica de McKinsey en Beijing. Washington atacó primero a ZTE imponiendo una prohibición de siete años a la compra de componentes estadounidenses después de acusarla de vender ilegalmente equipos restringidos a Irán. ZTE depende de insumos estadounidenses para su nuevo teléfono Axon M; les compra vidrio protector y 60% de otros productos electrónicos a compañías como Qualcomm, SanDisk y Skyworks Solutions, según la consultora ABI. El problema para ZTE y China es que fuentes alternativas como Japón y Surcorea no serían capaces de proveerle las cantidades que necesita y que los fabricantes locales subsidiados por el Estado, como SMIC y Tsinghua Unigroup van muy por detrás de sus rivales.
Soluciones locales
Frente a todas estas dificultades China comenzó a tomar algunas medidas tendientes a independizarse de tecnologías extranjeras. Algunas empresas están avanzando en el procesamiento propio y desarrollando modelos integrados verticalmente para intentar salvarse de los vaivenes y de las interrupciones en la cadena de suministro.
Entre las que van por este camino están Xiaomi y Huawei, a quienes les han prohibido vender la mayoría de sus productos en Estados Unidos. Jack Ma, CEO de la gigantesca Alibaba, está trabajando en un chip de red neural capaz de realizar funciones de IA como reconocimiento fácil y de la voz con mucho menos poder; también está comprando al fabricante local de chips C–Sky Microsystems. Pero el progreso de las compañías tecnológicas chinas en desarrollar su propia tecnología, medido por crecimiento en patentes o gasto en investigación y desarrollo es parte del problema, según Edison Lee, analista de Jefferies.
Sostiene que el presidente Donald Trump “definitivamente ha llegado a la conclusión de que China va a superar a Estados Unidos en términos de habilidades técnicas porque su razonamiento es que China ha hecho mucho I+D en los últimos cinco o seis años pero la base la obtuvo copiando tecnología del mundo occidental y luego mejorándola y profundizándola “.
Otro foco de tensión que destacan los analistas es 5G, la próxima generación de estándar inalámbrico que Huawei está desarrollando. La propuesta de Qualcomm de comprar Broadcom (registrada en Singapur) en US$ 142.000 millones fue bloqueada por la preocupación de Washington de que podría conducir a una menor inversión en I+D por parte de la compañía norteamericana permitiendo que China tome la delantera en el desarrollo de 5G. Todo esto porque Estados Unidos teme que China pase al frente y quede liderando en las próximas generaciones de tecnologías móviles clave.
Globalización “desde abajo”
Xi Jinping, en pos del control de Ãfrica
El Presidente de China visitó la Unión de Emiratos Ãrabes, Senegal, Ruanda, Mauricio y Sudáfrica. Insistió durante su gira sobre la importancia de su iniciativa de infraestructura que llama Belt and Road. Su gira precedió a la cumbre de los países Bric celebrada en Johanesburgo del 25 al 27 de julio.
El viaje coincidió, además, con el aumento de la dependencia china de materias primas clave como son los metales y minerales.
China es el socio comercial más grande de Ãfrica, superando a Estados Unidos desde hace más de diez años. El comercio bilateral alcanzó el récord de US$ 220.000 millones en 2014.
Los líderes chinos siempre pusieron cuidado en visitar regularmente las naciones africanas desde el inicio de sus respectivos mandatos. Xi, cuando asumió la presidencia en 2013, también eligió Ãfrica como parte de su viaje inaugural al extranjero. Luego visitó el continente dos veces más durante su primer mandato.
Con respecto a Senegal, circulan rumores de que el Gobierno de Xi estaría interesado en la posibilidad de construir puertos en el Océano Atlántico.
No es novedad que empresas, emprendedores, Gobiernos centrales y locales chinos están invirtiendo fuerte en países africanos. En Kenia los chinos fundaron y construyeron el mayor proyecto de infraestructura del país en más de 50 años, un ferrocarril desde Nairobi hasta la ciudad portuaria de Mombasa.
En todo el continente africano los productos electrónicos, ropa y otros artículos de origen chino inundan los mercados locales. Se ven cada vez más fábricas manejadas por chinos en Etiopía, Ruanda, Nigeria y muy pronto también en Ãfrica central donde la primera fábrica automotriz se instalará en Camerún.
La infraestructura ya construida por los chinos –ferrocarriles, rutas, diques, redes de telecomunicaciones y plantas energéticas– está cambiando rápidamente la apariencia física de Ãfrica.
Nuevo paisaje económico
Las minas y fábricas que producen desde minerales hasta zapatos, combinadas con el ingreso de turistas con alto poder de gasto, están redefiniendo el paisaje económico del continente, mientras que el financiamiento para programas educativos y agencias de medios han hecho crecer el tamaño y la influencia sobre los jóvenes.
Los intereses no son solamente comerciales; el continente también aporta gran cantidad de materias primas que China no podría obtener de otro modo, y también actúa como socio político en Naciones Unidas.
A primera vista, Ruanda y Senegal parecerían una rara elección dado que no reciben grandes cantidades de inversiones de China ni son países grandes en términos de población.
Sin embargo Ruanda ocupa una posición clave en el plan Belt and Road que se propone mejorar la conectividad económica entre Asia, Europa y Ãfrica oriental.
Hace mucho tiempo que hay empresas chinas de todo tipo, estatales y privadas, invirtiendo fuerte en los países africanos. Son chinas, por ejemplo, las empresas que financiaron y construyeron el mayor proyecto de infraestructura en Kenia y una línea de ferrocarril desde Nairobi hasta el puerto de Mombasa.
Los productos chinos, de todo orden, han inundado el continente.
Pero no todo es negocios. Miles de estudiantes africanos obtienen becas del gobierno de Beijing para estudiar en China. Miles de funcionarios y políticos africanos son recibidos por el partido Comunista y otros ministerios del Gobierno de Xi Jinping.
El Gobierno chino invirtió en la creación de más de 40 escuelas de idiomas en todo el continente africano para enseñar Mandarín y cultura china. Los diplomáticos de Xi toman parte en conflictos regionales de distinto tipo, desde la guerra civil en Sudán hasta la disputa fronteriza entre Eritrea y Djibouti, donde actualmente se encuentra a primera base militar de China en el extranjero.
Una de las partes más interesantes de estas conexiones es que forman un nuevo tipo de globalización, uno que está pasando desapercibido al mundo entero y que alguien describió como una forma de “globalización desde abajo”. En Guanzou, en el sur de China, se encuentran emprendedores de Nigeria, Ghana, Kenia, Somalia a cargo de fábricas, servicios de logísticas y otras compañías que son negocios verdaderamente conectados globalmente.
China, además, está aumentando su presencia diplomática y militar en el continente, volviéndose más activa en las misiones de paz de Naciones Unidas y hasta abriendo su primera base naval en el extranjero en Djibouti. Con esto último, que inauguró el año pasado, despertó la alarma en Washington y otras capitales europeas.
Todo tipo de problemas y controversias han surgido ante la expansión china en Ãfrica. Muchas la consideran una política “neo colonialista”, solo interesada en explotar los ricos recursos del continente y el trabajo barato. Los activistas hablan de casos de violación de derechos humanos, como malos tratos y bajos salarios a los trabajadores locales.
La OMC en serio riesgo
La última arremetida del presidente Donald Trump contra China, amenazando con aplicar otros US$ 200.000 millones en aranceles a productos de ese país, seguida de la amenaza de Beijing de vengarse dólar por dólar, tiene una víctima aparte de los dos protagonistas: la Organización Mundial del Comercio. En realidad, lo que está en jaque con estos últimos acontecimientos son las reglas sobre las que se basa el sistema comercial global.
Desde que asumió la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump no ha hecho más que fustigar a todos y cada uno de los organismos multilaterales creados después de la Segunda Guerra Mundial.
Pero es la Organización del Comercio las que está aproximándose a un momento de crisis del que tal vez podría no haber retorno, según interpreta Simon Nixon en el Times de Londres.
Si eso ocurre, podríamos asistir al desmantelamiento de muchos acuerdos comerciales que han salvado del caos a la economía global durante los últimos 70 años.
Hay una medida de Trump que ha desencadenado la actual crisis. Fue su decisión de invocar preocupaciones de seguridad nacional para justificar aranceles al aluminio y acero importados y amenazar con arancelar los autos importados. Esta excepción, que también fue usada por Rusia, ha colocado a la OMC en una posición imposible: debe decidir si respalda a los miembros que dicen que esos aranceles son en realidad proteccionismo ilegal y decir a Estados Unidos qué es y qué no es un legítimo interés para la seguridad del país; o respaldar a Trump, en cuyo caso habrá legitimado una gigantesca omisión al cumplimiento de las reglas comerciales imperantes.
¿Y la relación especial transatlántica?
En una entrevista concedida a The Sun de Londres, el presidente Trump amenazó con dejar sin efecto un acuerdo comercial con Gran Bretaña. Explicó que Theresa May no prestó atención a sus consejos sobre el Brexit y que si sigue con los planes propuestos, él cancela el acuerdo.
Así comenzó su visita de cuatro días a Gran Bretaña, lanzando esta bomba diplomática.
Luego de la entrevista no se hizo esperar la respuesta de los parlamentarios conservadores y laboristas. Los planes propuestos sobre el Brexit a los que alude Trump son los que May hizo públicos poco antes en los que Gran Bretaña se vería obligada a aceptar las condiciones de la Unión Europea para mantener los lazos comerciales con el bloque.
Si bien es poco probable que prospere esa propuesta, lo que parece haber indignado a Trump es el relajamiento aparente de May sobre el tema inmigración. En los últimos meses Trump había dicho en repetidas oportunidades que estaba “listo, dispuesto y en condiciones” de firmar un acuerdo. Sin embargo, luego sus funcionarios comerciales se vieron sumergidos en la guerra comercial con China y también en los conflictos con Canadá y México. Ahora dice que May no siguió sus consejos y estropeó el Brexit con su decisión de optar por una actitud más blanda en las negociaciones con la UE. Trump es una persona profundamente resistida en Gran Bretaña. 77% de la población lo rechaza.
Presente y futuro del bloque
BRICS ante la crisis del orden mundial
Conciliar los intereses y prioridades nacionales con las obligaciones internacionales sigue siendo un foco fundamental para este grupo. Pero tal vez la pregunta más importante que habría que hacer es cómo va a hacer el bloque para fortalecer su rol y su agenda en un orden internacional que se caracteriza por la fragmentación y la incertidumbre.
A lo largo de los últimos 10 años, los socios de este grupo lanzaron una serie de iniciativas tendientes a aportar capacidades adicionales a las estructuras políticas y económicas del mundo. Uno de sus proyectos incluye la creación del Nuevo Banco de Desarrollo, que hasta ahora ha iniciado financiamientos por valor de US$ 3.400 millones a los países miembro.
Crearon también el Contingency Reserve Arrangement, que busca asegurar liquidez a los miembros que afrontan crisis en sus balanzas de pagos.
Con esas instituciones en funcionamiento, la décima cumbre brindó la oportunidad a los cinco países que la integran (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) de reflexionar sobre la relevancia práctica del bloque y su accionar futuro.
Pero aunque persiste el escepticismo de muchos sobre la coherencia del grupo, no es probable que los cinco países se retracten de sus obligaciones.
¿Cuál es el futuro de los BRICS?
BRICS es, por su naturaleza misma, una construcción imperfecta dado el tamaño y la escala de sus estados miembro. Hay nuevas alianzas entre los cinco integrantes. La Belt and Road Iniciative de China es un nuevo factor en el bloque. Hay también subgrupos que juegan un rol importante en la influencia de las lealtades internas y los intereses estratégicos.
Está la Shanghai Cooperation Organisation que se formó en 2001. Se ve como una organización intergubernamental que se ocupa de energía y seguridad y está formada por China, Rusia y seis repúblicas asiáticas. Se caracteriza por funcionar como contrapeso a la influencia norteamericana en Asia Central. Otros la identifican como un contrapeso al G7, un bloque formado por Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, Canadá, Japón y Gran Bretaña.
Luego está el bloque de cooperación entre India, Brasil y Sudáfrica. Fue creado en 2003 como una plataforma de cooperación Sur–Sur.
La cooperación entre Rusia, India y China ya tiene prominencia. En abril de 2016 los ministros de relaciones exteriores de cada uno de los tres países se reunieron para tratar la agenda de gobierno global. También se está fortaleciendo la relación entre China y Rusia.
La Belt Road Initiative de China ya ha provocado desacuerdos. Otra fuente de diferencias es la posibilidad de aumentar el número de miembros: el concepto BRICS Plus. China lo propone, India lo rechaza.
Si bien la identidad colectiva del bloque todavía no está clara, las grietas en el sistema global presentan oportunidades para que afirme y fortalezca su posición.
Bajo la sombra de la corrupción
Durante la reciente reunión de estas economías emergentes de especial potencial y significación económica, que se realizó en Johannesburgo, en Sudáfrica, observadores y críticos apuntaron en otra dirección distinta a la agenda fijada.
Si hay algo que caracteriza a estos países y que está presente en todos ellos, es un crecimiento y expansión territorial (incluso internacional) de prácticas de corrupción internas, pero que terminan teniendo impacto sobre otras latitudes del planeta, como ocurre en un mundo hiperconectado.
Tanto en Europa como en Estados unidos, el debate sobre la corrupción en estos países pasa por una primera opción: ¿es la misma de siempre?, o ¿lo que pasa es que ahora se revela con mayor claridad?
Los analistas coinciden en dos cosas: estos países tienen cada vez mayor relevancia en la economía mundial, y por tanto, el fenómeno de la corrupción está cada vez extendido y tiene mayor incidencia global.
En este punto se recuerda que los presidentes de Brasil y de Sudáfrica fueron alejados de sus cargos por cargos de corrupción (Dilma Rousseff y Jacob Zuma). Sin contar que el actual mandatario brasileño puede ser sometido a juicio por razones similares el año próximo.
En cuanto al gobierno de Rusia, parece estar colmado de figuras ávidas de hacer rápidas fortunas desde la protección del poder, sin importar mucho la legalidad de sus actividades.
En la India, el actual gobierno ha llevado una cruzada contra la economía en negro, omnipresente, eliminando 80% del dinero circulante, y obligando a usar el circuito bancario normal en otros países.
En cuanto a China, la batalla contra la corrupción por parte de Xi Jinping y la nueva cúpula del partido Comunista, ha llevado al arresto e investigación de 100.000 funcionarios estatales.