Vinos con sabor sureño

    Por Carina Martínez

    Mucho se conoce sobre los vinos de Cuyo, región vitivinícola por excelencia. Tantísimo se ha hablado sobre la calidad de sus tierras y las aptitudes de su clima y su relieve, que favorecen el desarrollo de una amplia variedad de ejemplares fuertes y sanos.
    A Patagonia, en cambio, se la vincula más bien con la producción de los denominados “frutos rojos”; de jugosas y enormes manzanas, de peras… O bien, por la cría de ganado ovino, entre otras producciones regionales. Su clima semiárido no parecería, a priori, ofrecer un buen entorno para las delicadas plantas de uva para vinificación.
    Sin embargo, a fines de los años 90, estas tierras semidesérticas, montañosas, apabullantemente bellas y acogedoras como pocas, supieron albergar la materialización del sueño de un pionero, que apostó a convertir a esta sureña región del mundo en un paraíso vitivinícola. Julio Viola, uruguayo de nacimiento y, como buen argentino, ferviente amante de la carne, lidera Fin del Mundo, empresa que, en 1996 compró cerca de 3.000 hectáreas cuasi desérticas en la neuquina San Patricio del Chañar. Tres años después, fueron plantados los primeros viñedos y en 2002 comenzó la elaboración de los primeros vinos con sabor a Patagonia. Hoy, existen múltiples bodegas en las provincias del sur argentino, y los vinos patagónicos son reconocidos en el país y en el mundo, por su calidad, por supuesto, pero también por su singularidad.
    ¿Qué aportan sus tierras frías y semiáridas al sibarita mundo de los amantes del vino? “La latitud nos unifica en cuanto a la calidad pero no hay una única característica organoléptica que pueda definir a todos los vinos de la Patagonia –cuenta Julio Viola, fundador y presidente de Bodega del Fin del Mundo, en entrevista con Mercado–. Pero sí podría decirse que es una zona productora ‘condenada’ a dar vinos de alta calidad. Digo condenada porque no existe la opción de producir vinos en gran volumen. Los suelos y las características climáticas en general generan bajos rendimientos, por lo cual solo se producen vinos de alta gama. Los vinos conseguidos cuentan con una acidez excelente y, como existen diferentes microrregiones, hay mucha variedad disponible”.
    Además de las ventas en el mercado interno, la calidad de sus vinos ha permitido a la región posicionarse en competitivos mercados externos, como EE.UU., Gran Bretaña y Brasil, principalmente. Y también en Dinamarca, Canadá y México. Allí, llegan variedades como Malbec, Pinot Noir y también blends, todos los cuales encabezaron las exportaciones de 2016. En lo que va de este año –relata Viola– vienen ganando los blends, seguidos de Pinot y Malbec.
    “Que sean los más vendidos no significa que sean los más destacados; es simplemente un reflejo de la demanda que está influenciada por muchos factores”, resalta el empresario. Y ejemplifica: “para mí, el Merlot es un gran varietal, que da grandes vinos, pero en algunos mercados es más difícil de vender por cuestiones comunicacionales o de conocimiento del consumidor, no del vino en sí”.


    Julio Viola

    Más allá de las modas

    El segmento del vino –como tantos otros– ha experimentado cambios notables en los últimos años. Consumidores más informados, interesados y ávidos amantes de los placeres, sabores y aromas han impulsado al sector, que avanzó con propuestas y variantes de todo tipo. En este contexto, ¿deben las bodegas adaptarse a estas tendencias? ¿Existe una “esencia de marca” que debe ser mantenida a toda costa? “El mundo del vino no es ajeno a las modas y tendencias y eso no está bien ni mal; es así –relata Viola–. Lo que creo importante es que más allá de esas tendencias siempre hay que buscar la calidad. Somos innovadores por naturaleza porque somos pioneros de una región; porque seguimos descubriendo novedades del terruño. Pero en cuanto a los vinos somos conservadores, y con eso me refiero a que no vamos a sacrificar la calidad por ninguna tendencia. Hace unos años se hablaba de roble, después de fruta, después de mineralidad, después de acidez… Siempre hay un tema del que se habla más. Ahora es que el vino no hable de sí mismo sino del terruño. Me parece que son cuestiones comunicacionales. El vino siempre habla del terruño, aunque uno no quiera”, reflexiona Viola.
    “Respecto del consumidor –explica– en general hay una mayor educación con respecto al vino en todos los segmentos; pero se aprecian dos tipos de consumidores bien diferentes. Están quienes leen sobre vino, siguen a personalidades influyentes de la industria y tal vez buscan cosas novedosas y originales; y están quienes toman vino porque les gusta pero no estudian. Les gustan los buenos vinos y siempre buscan la relación calidad–precio. Nosotros intentamos llegar a todos, a cada uno, hablándole al consumidor de la manera que corresponda y ofreciéndole el vino que pensamos que le puede interesar más. Pero no diseñamos vinos para un consumidor en particular; hacemos vinos que reflejen lo que somos y dónde estamos”.
    La existencia de una variedad diferenciada de consumidores supone, en principio, la necesidad de estrategias particulares, que permitan llegar a cada uno de manera directa. Al respecto, Viola es claro: “Hoy el acercamiento al consumidor es multiplataforma por decirlo de alguna manera. Se llega por medios muy diversos y eso iguala un poco más. Se puede hablar directamente al consumidor, sin necesidad de una pauta en un medio. Creo, de todas maneras, que lo que mejor habla por el vino es el vino en sí. Pueden decirme que soy un antiguo…”.

    Mejora continua

    Los objetivos de la compañía son muy precisos y hacen foco en todo aquello que permita un negocio sustentable y moderno, a largo plazo: consolidar la estrategia de la empresa en cuanto al posicionamiento, avanzar con los proyectos de investigación y desarrollo –que se vinculan con el terruño– y continuar con el camino de la mejora continua. “De hecho, fuimos una de las empresas argentinas seleccionadas para el proyecto Kaizen–Tango que el Ministerio de Producción lanzó en colaboración con Japón –cuenta Viola–. También apostamos a los proyectos con una fuerte impronta ambiental. Nuestros proyectos a largo plazo son los mismos. Nuestro terruño es lo más importante y todo lo que hacemos tiene que ver con Patagonia y con calidad”, enfatiza.
    En cuanto al eje de sustentabilidad, la bodega se encuentra en proceso de certificación orgánica de viñedos. “Nuestras plantas son muy sanas gracias al clima de esta región, por lo que la implementación del cultivo orgánico es en parte simple. Tenemos 1.000 hectáreas de viñedos que es nuestro mayor tesoro; pero es una extensión importante como para certificar todo”, explica.
    El vino es, indudablemente, un emblema nacional. Nos representa en el mundo tanto como las carnes, el mate y el dulce de leche. La producción involucra a un gran número de personas e ingresos considerables para el país. ¿Cómo viene el negocio para el futuro? En esto, Julio Viola es categórico: “Creo lo que todos sabemos: hay una tendencia a la concentración, con menos bodegas y más grupos. Y si la Argentina no hace algo con respecto a  su competitividad en el mercado mundial va hacia perder posiciones contra nuestros competidores”.
    Grandes son los desafíos que se le presentan a las bodegas argentinas y, en particular, a las patagónicas que, si bien revisten una proporción de exportación en promedio superadora, representan solo 2% de la producción vitivinícola argentina.

    Un día en la finca patagónica

    Julio Viola es, por lo visto, un apasionado de su métier. Disfruta de lo que hace y lo vive así, simplemente. Aquí, en primera persona, el relato de una jornada en Fin del Mundo.
    “El día empieza recorriendo los viñedos, viendo cómo están las plantas; frenando en los lugares en que se están haciendo los trabajos para charlar con los encargados y saber cómo viene todo. El campo es muy importante para nosotros. En la Patagonia es diferente a Mendoza, donde a veces las bodegas tienen pocos viñedos propios y compran uvas de terceros. Nosotros somos 100% autosuficientes y esto nos permite tener un control muy detallista de la producción y todas las labores culturales.
    Después, en la bodega, a veces doy una vuelta entre los tanques, hablo con los enólogos… Luego hacemos reuniones de trabajo con el gerente de Producción, el gerente de Campo, enólogos y después alguna cata. Al mediodía siempre vamos a comer al restaurant de Bodega Malma [adquirida en 2012], y nunca falta una copa de vino y algún plato patagónico. Soy especialmente fanático de las carnes pero cuando hay trucha, la elijo siempre.
    Las distancias son grandes, enormes, y hay veces en que las comunicaciones no funcionan del todo bien, por lo que ir a la bodega implica siempre bajar la ansiedad, adaptarse a los tiempos del campo, de la Patagonia que, para un hiperactivo como yo, es siempre algo bueno; difícil pero bueno”.