La dinámica de las redes sociales hace en estos tiempos, que incluso las acciones que la empresa quisiera mantener reservadas pueden ser sujetos de la atención pública.
Hoy en día aceptamos que es más conveniente dar que ocultar la información dentro de una empresa. Pero cuántos datos, qué datos y con qué detalle es un tema muy complejo. Los ejecutivos deberían saber cuándo dar y cuándo retener información para poder gozar de los beneficios de la transparencia organizacional sin tener sorpresas desagradables.
De algún modo, el debate central sobre cómo crean valor la sustentabilidad y la RSE, es un tema capital. No todas las empresas tienen en claro si lo que invierten en este campo, tendrá el impacto esperado sobre la sociedad. Muchas no están seguras si están avanzando en la dirección correcta.
Es que al principio, los programas de las empresas eran sencillos, fáciles de controlar y de ver su compatibilidad con las metas competitivas de cada firma. Pero a medida que se presta mayor atención a la responsabilidad social y ambiental, los directivos de estos programas sienten que se aventuran en territorio desconocido.
Algunas empresas reinventaron sus cadenas de suministro para hacerlas más verdes –aunque tal vez el resultado no es el más ventajoso–; otras defienden los derechos humanos, o causas sociales, o protegen el clima y el ambiente.
Lo que está en crisis es la noción misma sobre la forma en que la RSE crea valor, tanto para las empresas como para la sociedad. Algunos programas y acciones producen ganancias inmediatas y cuantificables (reciclado, menor consumo de agua o de electricidad), pero el largo plazo es más difícil de medir. Nadie saber con certeza si con lo que se hace habrá más consumidores identificados con las marcas, si será más fácil conseguir talento, u obtener más inversiones.
En suma, hay que evitar la percepción de que se están desplazando las prioridades del negocio. Ningún programa sustentable o de RSE puede dañar la competitividad de la empresa.
Todos los aspectos de este enfoque están presentes en esta edición, que además tiene una importante novedad: las empresas consultadas, ordenadas según la actividad industrial, de servicios, o financiera a que se dediquen, para definir aspectos específicos de la actividad en cada una de ellas.
Como es tradicional, este esfuerzo editorial consta de cuatro capítulos bien definidos.
El primer capítulo es una investigación especial con foco en “La responsabilidad de las empresas”, realizada en forma conjunta con Pan American Energy. Opiniones diferentes a las tradicionales, empresariales. Estas son de académicos, consultores y responsables de ONG, que advierten que las empresas no pueden sobrevivir aisladas de la sociedad. Y que, paralelamente, el desarrollo social descansa en el crecimiento de las compañías.
El segundo y el tercero son los que registran testimonios, declaraciones y entrevistas de responsables del área en docenas de empresas, que explican cómo entienden y practican la Sustentabilidad y la RSE, a qué ideas le dan énfasis, qué materias privilegian y cómo rinden cuentas de lo actuado.
Finalmente, el cuarto capítulo es el más completo directorio existente en la Argentina, de las empresas que declaran participar activamente de programas de Sustentabilidad y RSE.
Dinámica de la transparencia
La dinámica de las redes sociales hace que, en estos tiempos, incluso las acciones que la empresa quisiera mantener reservadas puedan ser sujetos de la atención pública.
Hoy en día aceptamos que es más conveniente dar que ocultar la información dentro de una empresa. Pero cuántos datos, qué datos y con qué detalle es un tema muy complejo. Los ejecutivos deberían saber cuándo dar y cuándo retener información para poder gozar de los beneficios de la transparencia organizacional sin tener sorpresas desagradables.
Tal vez esa es la razón por la que, cada día, más empresas se suman a rendir cuentas con la publicación de informes anuales o bianuales, sobre acciones por la sustentabilidad y la RSE, pero también la información financiera.
Según la Global Reporting Initiative, el número de firmas que publican informes según sus lineamientos creció de 44 en 2000 a 1.973 en 2010.
Aunque no son fáciles de precisar, se identifican beneficios más importantes. Los informes sobre prácticas ambientales, fuerzan a las empresas a adoptar prácticas más éticas y eficaces en general, incluso en áreas sensibles como aquellas donde podría campear el soborno y la corrupción.
Además, los investigadores de GRI descubrieron que los esfuerzos realizados para informar suelen conducir a las compañías a capacitar mejor a sus empleados, a implementar mejores prácticas de supervisión por parte del directorio y a lograr credibilidad en el mercado. Lejos de impedirles avanzar, dicen los investigadores, los requisitos del informe las vuelven más competitivas.
Mejorar la comunicación
Cuando una firma logra la reputación de tener una conducta de responsabilidad empresaria puede darle una ventaja competitiva en trabajo, producto y mercados de capitales. En naciones en desarrollo, establecer legitimidad social hasta puede ayudar a las firmas a asegurar una licencia para operar.
Además, los informes también obligan a las compañías a manejar sus asuntos empresarios con eficiencia para evitar el embarazo de revelar malos desempeños ante sus stakeholders. Como resultado, simplifican sus operaciones para que el uso eficiente y prudente de los recursos reduzca la probabilidad de costos más altos en el futuro a través de mecanismos impositivos. A su vez los directores funcionan más eficazmente cuando consideran una gama más amplia de temas que las empresas deben atender para ser sustentables y competitivas en el largo plazo.
Como conclusión se puede afirmar que los informes sobre temas de sustentabilidad dan por resultado un fortalecimiento de la posición de la empresa y de su competitividad. El revelar prácticas gerenciales aumenta la responsabilidad social de los líderes y aumenta su credibilidad. A medida que las empresas ponen más énfasis en el desarrollo sustentable, se vuelven más éticas en sus prácticas comerciales, lo cual significa que se reducen los casos de sobornos y corrupción. También invierten más en capacitación de empleados y se benefician con una mejor supervisión de sus gerentes por parte del directorio.
Fondos “socialmente responsables”
Inversiones éticas, un fenómeno cultural
Invertir éticamente quiere decir apoyar solamente a empresas que muestran responsabilidad social. Pero como RSE es un concepto intangible y no es fácil separar a las firmas responsables de las irresponsables, la decisión se vuelve harto complicada. Cada inversor deberá entonces actuar según su criterio personal para definir lo correcto.
Dicen algunos que Wall Street se cansó de ser el malo de la película y por eso se ha puesto a vender productos “virtuosos”. Pero en el terreno de las finanzas eso no es fácil. ¿Cómo se las ingenia un negocio dedicado a obtener retornos financieros para medir buenas acciones?
La tendencia comenzó hace unos años con fondos que se autodenominaban “socialmente responsables”. Eran fondos que no compraban acciones de compañías que actuaban en sectores cuestionables, como el tabaco, el alcohol o los juegos de azar. Hoy, en cambio, los inversores que se inclinan por esta estrategia consideran todas las conductas empresariales que caen bajo el paraguas de los criterios “ambientales”, “sociales” y de buen “gobierno”. Se las identifica, entonces, por esas tres iniciales, como inversiones ASG.
Los optimistas dicen que hay cada vez más evidencia de que las inversiones ASG son mucho más rentables que las que no lo son. Los escépticos creen que son tan difíciles de definir como de medir.
Lo cierto es que son una tendencia cada vez más marcada en el mundo económico y empresarial.
Podría decirse que uno de los pioneros en esta orientación fue Warren Buffett, el financista famoso por su increíble olfato para los negocios. En 2008 una compañía de su propiedad compró una participación en BYD, entonces una compañía automotriz china que casi nadie conocía. Esa empresita se dedicaba a los autos eléctricos y ecológicos.
Hoy BYD es considerada la Tesla de China y se ha convertido en una de las fabricantes de autos eléctricos más grandes del mundo. Supera a Panasonic en fabricación de baterías para vehículos. Este caso es usado por los que abogan por la conveniencia de invertir éticamente para demostrar que invertir en tecnologías renovables rinde beneficios. Con un fondo ético, dicen, no se alcanzará el mundo perfecto, pero se abre la posibilidad de trabajar en un universo hasta ahora desconocido, donde el inversor puede poner en práctica sus principios y saber el modo en que es utilizado su dinero.
El boom de la inversión ética
En los últimos años las inversiones “socialmente responsables” se han convertido en un fenómeno cultural. Cada vez son más los inversores que intentan invertir de acuerdo con sus propios criterios personales de valor social. A la tendencia se suman los inversores institucionales, quienes incorporan explícitamente factores ambientales, sociales y de buen gobierno al análisis de las inversiones posibles.
Isabelle Mateos y Lago, estratega de inversiones globales de BlackRock (compañía global de administración de inversiones), afirma que desde una perspectiva social el objetivo es descartar empresas que muestran poco interés por el bienestar de los trabajadores y devuelven poco a las comunidades que las acogen.
Pero si bien la tarea de compatibilizar valores con inversiones es digna de aplauso, dista mucho de ser sencilla.
El problema es que no hay dos definiciones iguales de inversión ASG. Cada grupo de inversores, tendrá una percepción única de lo que significa.
Si al principio se trataba solo de excluir a las compañías éticamente cuestionables, ahora este nuevo criterio para decidir inversiones implica inclinarse proactivamente por todo lo que hoy el mundo considera políticamente correcto.
Algunos inversores dan prioridad al impacto ambiental y se desprenden de acciones en combustibles fósiles; otros ponen más énfasis en el gobierno de la empresa o la diversidad en los directorios. Y así.
Ahí está el problema. Una gran firma multinacional puede tener un segmento de negocios que produce alimentos usando organismos genéticamente modificados, algo que la excluiría de la lista de muchos inversores ASG. Esa misma compañía puede tener otro segmento de negocios que es líder en purificación y reciclado de agua, algo que atrae a otros inversores ASG que se interesan en sustentabilidad ambiental. Entonces esa compañía ¿puede ser tenida en cuenta para inversiones ASG?
A poco de andar se comprueba que es muy difícil separar a las firmas responsables de las irresponsables. Cada inversor deberá entonces determinar qué es lo “correcto” y aceptable sobre la base de sus valores y prioridades individuales.
¿Tiene sentido la inversión ética?
Hay investigaciones que sugieren que es posible obtener mayores retornos en compañías que adhieren a prácticas de sustentabilidad. Según un estudio realizado en 2014 por CDP (una ONG dedicada a combatir el cambio climático) “las empresas que activamente gestionan y planifican para el cambio climático logran un ROI 18% más alto que las que no se ocupan del clima y 67% más alto que las compañías que se niegan a publicar sus emisiones.
Alex Edmans, profesor de finanzas de la London Business School de Londres, cree que la inversión socialmente responsable tiene sentido financiero justamente porque muchos inversores creen que no lo tiene; ese error devalúa las empresas socialmente responsables y abre oportunidades para los inversores astutos.
Cuatro índices diseñados por FTSE Russell, proveedora líder de índices en Inglaterra, muestran que las empresas que logran eficiencia energética y otras aplicaciones verdes obtuvieron mejores retornos que el resto.
La posición escéptica
David, J. Vogel, profesor emérito de la Universidad de California Berkeley, cree que hay varias razones por las cuales es poco probable que una estrategia de inversión responsable produzca retornos superiores a los de una inversión tradicional.
En primer lugar, dice, no hay consenso sobre cómo definir responsabilidad social empresaria o cómo armar una cartera sobre la base de ese concepto. Los fondos de inversión social y las carteras de inversiones “sociales” usan criterios muy diversos y a menudo inconsistentes para evaluar tanto la responsabilidad como la irresponsabilidad empresaria.
¿Cómo puede una estrategia de inversión socialmente responsable producir retornos superiores cuando no hay acuerdo sobre lo que significa la responsabilidad social empresaria o cómo medirla?
Algunas de las estrategias aplicadas por los fondos éticos han tenido éxito, pero la mayoría no. En los últimos cinco a diez años, 65% de los fondos éticos han sido inferiores a los de las demás.
En segundo lugar, dice Vogel, los datos usados para evaluar la responsabilidad social de una compañía son limitados y deficientes. Pone como ejemplo la Global Reporting Initiative (la institución que creó el primer estándar mundial de RSE) que contiene datos de apenas 1.295 empresas, menos de 2% de las firmas cotizantes en el mundo.
Además, en el tema de emisiones de carbono, los analistas deben confiar en los informes que publican las mismas compañías, que pueden no ser rigurosos y que rara vez incluyen la huella de carbono de los productos de la firma o de su cadena de suministro. Esos y otros baches de información comprometen seriamente el valor de los criterios que suelen servir de apoyo a los inversores éticos.
Sería muy útil que hubiera una respuesta fácil a la pregunta sobre qué es lo que determina que una compañía sea ASG. De las tres categorías representadas por las iniciales, la más clara es la primera. La “A” de ambiental significa descartar compañías que generan muchos costos en el proceso de manufactura, como carbono o desechos. La “G” de gobierno implica evaluar cómo estructura su directorio, su nivel de transparencia, su política de sueldos y demás.
Ninguna de estos dos criterios es demasiado claro, dice, pero la complejidad de ambos empalidece cuando se los compara con lo que implica explorar qué hay detrás de la letra “S” de social: un mundo de temas relacionados hoy con la inclusión. Hay una cantidad enorme de maneras diferentes de analizar la forma en que las empresas tratan los temas “sociales”.
Finalmente, una estrategia comercial más responsable no tiene más probabilidades de lograr éxito financiero que una que presta poca o ninguna atención a RSE. Según Vogel, la lista de firmas socialmente responsables que no obstante han sufrido reveses financieros es larga. Invertir en ellas es, por lo tanto, una apuesta que, fiel a su definición, tiene sus riesgos.
El HSBC se suma a la “inversión verde”
El banco HSBC anunció un paquete de medidas para fortalecer su compromiso con el problema del cambio climático y con otras metas “verdes”. Entre ellas figura un aporte de US$ 100.000 millones que destinará a financiar el desarrollo de tecnologías limpias.
Entre las nuevas políticas que anunció en noviembre, reducirá su apoyo a la generación de energía a base de carbón y fomentará la difusión de los “riesgos climáticos”. Los US$ 100.000 millones serán destinados a proyectos que contribuyan a reducir las emisiones de carbono o a cumplir con las metas de desarrollo sustentable de Naciones Unidas, que abarcan una cantidad de riesgos sociales y ambientales.
La decisión del HSBC le sigue a un compromiso similar –anunciado en julio por el JPMorgan Chase– de facilitar, para el año 2025, US$ 200.000 millones en financiamiento para proyectos de energía limpia; ambos anuncios evidencian el creciente interés entre los más grandes bancos del mundo en fomentar la inversión “verde”.
Daniel Klier, jefe de estrategia del HSBC, dijo que la inversión comprometida por su banco es la mayor en su tipo jamás realizada por una entidad de préstamo, sea europea o asiática, y que tomará la forma de una emisión de bonos. El anuncio incluyó además el compromiso de que, para el año 2030, toda la electricidad que use el banco provendrá de fuentes renovables, 24% más que en la actualidad.
Eso será posible, dijo, mediante inversión directa en proyectos de energía verde o a través de acuerdos de compra de energía que ayuden a financiar su desarrollo. El HSBC, añadió, aumentará su transparencia sobre los peligros que encierra el cambio climático para su negocio –y para los de sus clientes– adoptando las recomendaciones de la Fuerza de Tareas sobre divulgación financiera relacionada con el clima.
Ese cuerpo fue creado conjuntamente por Mark Carney, director del Banco de Inglaterra y Michael Bloomberg, el multimillonario magnate de los medios, para fijar estándares voluntarios que informen sobre los riesgos financieros creados por los cambios en el clima. Carney advirtió que los inversores pueden sufrir pérdidas monumentales si mantienen sus activos en combustibles fósiles que se irán abandonando a medida que el mundo acelere la aplicación de medidas para reducir las emisiones de carbono.
Klier dijo que el banco ya no financiará nuevas minas de carbón o a clientes que dependan de la minería carbonífera.
Al dejar abierta la posibilidad de apoyar nuevas plantas alimentadas a carbón en países en desarrollo, el banco no llega tan lejos como el Deutsche Bank, por ejemplo, que adoptó una política de prohibición mundial. Klier explicó que la mayor exposición del HSBC en Asia, donde el uso de carbón se mantiene alto, hace que le sea más difícil dar ese paso.
“Por ahora, el carbón es una parte tan fundamental para la generación de energía en los países en desarrollo donde operamos que no nos parece correcto eliminarlo”, dijo. “Lo que pretendemos es trabajar con los clientes para que, cuando construyan sus plantas, las hagan lo más limpias posible y que trabajen con inversores para desarrollar fuentes renovables”.