Populismo, un concepto controvertido y polifacético


    Un concepto con historia

    En la Argentina, ya no está en el centro de la escena

    El populismo, con sus múltiples acepciones y matices, se ha vuelto un “sentido común” pseudoacadémico y periodístico que es interesante revisar. En su primera acepción histórica, nace con el movimiento de los narodnikis en la Rusia del siglo 19 y en EE.UU. con el “American Party” rural hacia la misma época. Hoy, parece volver a surgir en las mismas latitudes con un fuerte tono retórico de lo popular, como afirma Roger Chartier.

    Por María José Nacci*

    Los procesos sociales, una vez más, vienen a cuestionar la validez de nuestras etiquetas.
    Veamos, ¿acaso el actual Gobierno del presidente Trump no podría ser calificado como un gobierno populista a los WASP (blanco, anglosajón y protestante)? Aunque apoyado mayoritariamente por los latinos de la Florida, Donald levanta su voz y su furia contra todos aquellos calificados como “diferentes”, buscando eco en el resentimiento de las clases medias blancas empobrecidas por los efectos de la globalización, haciendo suyo el viejo y efectivo lema “América para los Americanos”. Erigiéndose como “la voz del pueblo” no escuchado por los medios masivos de comunicación, de los pueblos rurales que lo votaron masivamente, desilusionados y desesperados ante la evaporación del american way of life, aquellos a los que no inspira la audacia de la esperanza, la idea de cierta comunión de razas y clases predicada por el ex presidente Barack Obama. Y Vladimir Putin, por su parte, con sus fuertes expresiones homofóbicas y el ensalzamiento de los denominados “valores tradicionales” en “defensa de la identidad rusa” –como si esto fuera posible en algún singular– ¿no es acaso un presidente populista?

    Denominadores comunes
    ¿Qué elementos caracterizan a los populismos además de una evidente polisemia y fuertes contradicciones? La constitución de una nueva forma de hegemonía, liderazgos ejercidos mediante una vinculación directa con las masas, una lógica política que extrema antagonismos, una épica redentora y permanentes tensiones dicotómicas en sus múltiples variantes son algunas de sus características distintivas. Partiendo de la tríada clásica posterior a la crisis de 1930, peronismo en Argentina, varguismo en Brasil y cardenismo en México –mutaciones mediante– el populismo parece haber migrado, volviendo a los países centrales como Rusia y EE.UU. incluyendo el folclórico liderazgo personalista marcado por hiper-presidencialismos poco amigos de las instituciones cívicas, que de modo dualista, conciben a la sociedad como un campo de batalla entre los que están con ellos, “el verdadero pueblo” y “los demás obstáculos”: ¿Quién queréis que gobierne América, la clase política corrupta o la gente?, se preguntaba Trump la noche preelectoral.
    La diversidad de experiencias contrapuestas bajo el mismo rótulo “populista” conlleva a repensar la vigencia del término. ¿Será acaso como afirma Ezequiel Adamovsky, el populismo como concepto para entender la realidad se ha extinguido? ¿O por el contrario, se está extendiendo como fenómeno global y no se trata simplemente de un síntoma político latinoamericano? Al “populismo” actual le estaría fallando el GPS: ya no sitúa geografías políticas (centro–derecha–izquierda–norte–sur) pero sí define estilos políticos, postulaciones retóricas y prácticas políticas dicotómicas. Lejos de las connotaciones meramente positivas, a lo Laclau, o sus múltiples variantes peyorativas, experiencias tan diversas como la fuerza política española Podemos, o el Front Nacional de Marie Le Pen en Francia, son calificados como “populistas”. Lo que nos permite abrir el gran angular y rever los rótulos, tanto positivos cuanto negativos, de las diversas experiencias políticas latinoamericanas.
    Sobre este multifacético fenómeno global, lo que queda claro es que el fortalecimiento de las instituciones democráticas y la ampliación de la participación ciudadana son interesantes caminos a ser transitados. En el caso particular de Argentina, con sus complejidades, defectos y virtudes es interesante resaltar los últimos treinta años de continuidad democrática, signo de una interesante madurez política. Hoy el populismo ya no está en el centro de la escena local, más allá de las rotulaciones.

    * Decana de la Facultad de Ciencias Sociales, Jurídicas y Humanas Universidad Kennedy. Doctora en Ciencias Sociales, docente, investigadora y consultora

    Distinguir escenarios

    Populismo económico en América Latina

    La región es un compuesto de realidades diversas, aunque con una herencia común. La mayoría de los estados comparten el mismo idioma, un diseño de política similar, ordenamientos jurídicos semejantes y algunos valores fundamentales que han alentado un sentido particular de la justicia social. Es necesario reconocer, además, que exhibe también patologías similares.

    Por Claudia Guevara*

    Algunas de ellas son: una marcada propensión al populismo, un compromiso confuso con la democracia liberal y el Estado de derecho, un importante historial de corrupción, y una dificultad para traducir las promesas políticas en realidades concretas.
    No se pretende afirmar que estas virtudes y fragilidades pertenecen exclusivamente a América Latina, ni tampoco que se da en igual medida en todos los Estados del continente. Varían enormemente a lo largo y ancho de la región. Cuando se habla de la situación de la democracia en América Latina se debe tener cuidado de no asemejar la democracia de Chile a la de Venezuela; o la de Uruguay a la de Nicaragua. Asimismo, cuando se habla de inseguridad se debe distinguir entre el caso de Honduras y el de Costa Rica, o entre el caso de México y el de Panamá.
    En este sentido, es relevante dar una definición de lo que se entiende por populismo. Por ello, tomando las palabras de Ernesto Laclau¹ el axioma básico del populismo es el siguiente: 1) la identificación del “pueblo” a partir de la construcción de intereses y demandas insatisfechas que le son propias; 2) la oposición del “pueblo” al “poder” dominante que no respeta sus derechos; y 3) la politización del antagonismo pueblo/poder por el enfrentamiento que se produce.
    En los casos planteados anteriormente, es posible observar que el axioma propuesto es aplicable a las diversas realidades de los países nombrados, independientemente de la orientación política de los Gobiernos de turno. Es decir que las prácticas populistas (algunas de ellas demagógicas) afectan directamente la relación entre Gobierno y pueblo, dañando en muchos casos las estructuras institucionales y democráticas del Estado. Sin embargo, cabe destacar que se pueden observar en la región un grupo de países que han avanzado en la consolidación de la democracia y el fortalecimiento del Estado de derecho. Mientras tanto, hay otros que carecen de las condiciones mínimas para ser considerados democracia, al menos en su concepción electoral, como Cuba.
    A la preocupación por la preservación de la democracia se suma la preocupación por el desempeño económico de países que, durante la última década, experimentaron tasas de crecimiento acelerado, motivadas por el auge de los productos primarios, en particular de industrias extractivas. Algunos países de la región que crecieron durante más de una década a tasas de más de 7%, crecerán apenas 3% en 2017, como Perú, México o Costa Rica. Y habrá países que enfrentarán tasas de crecimiento nulas o negativas, como Venezuela o Brasil. Esto podría generar más conflicto social y presión sobre Gobiernos que tendrán dificultades para satisfacer las demandas de la población, en particular de la clase media joven.

    Condiciones óptimas
    Los latinoamericanos hemos sido buenos practicantes del populismo económico. En el siglo 20, Vargas en Brasil y Perón en la Argentina, junto con Alan García en Perú, Daniel Ortega en Nicaragua, Salvador Allende en Chile, entre otros, practicaron el proteccionismo comercial, incurrieron en altos déficits presupuestarios, sobre exigieron sus economías, permitieron el alza de la inflación, y sufrieron crisis cambiarias. En años recientes, Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela han practicado estas políticas en forma aún más extrema.
    Se puede decir que los populismos de América Latina en los últimos 50 años han aplicado cada uno de los pasos del axioma planteado por Laclau, a partir de definiciones del campo económico y social. Un ejemplo claro de esto es la bandera de la industria nacional, un objetivo noble por parte del Estado, pero que muchas veces es tergiversado para el interés propio del Gobierno de turno. De esta manera, es posible afirmar que las condiciones económicas inestables en Latinoamérica son el escenario ideal para la aparición del fenómeno populista, el cual se presentaría como la única solución posible a la crisis imperante.
    De acuerdo a todo lo mencionado anteriormente, se observa que históricamente el populismo en Latinoamérica ha encontrado los momentos exactos para aparecer y desarrollarse, por lo que para evitar las prácticas demagógicas del populismo es imperante establecer condiciones económicas estables, y un marco institucional regulado por la ley que no muestre debilidades, dado que tales debilidades son ampliamente aprovechadas por líderes populistas para surgir.

    1- Laclau, E. (1987). Populismo y Transformación del Imaginario Político en América Latina. Centro de Estudios Documentados de América Latina, nº 42, pp. 25-38.

    * Directora de la Lic. en Relaciones Internacionales y Ciencia Política de la Universidad Siglo 21

    Un recorrido teórico e histórico

    Discurso y definiciones políticas

    El concepto de “populismo”, como categoría de análisis social, fue adquiriendo, en los últimos años valencias peyorativas. Como si la acción de “conquistar” a las clases populares se convirtiera automáticamente en un acto demagógico o manipulatorio.

    Por Alicia Poderti*

    Generalmente, a la caracterización del “liderazgo carismático” muchos autores como Alberto Ciria, Peter Waldmann o Félix Luna, entre otros, la emparientan con otras categorías tales como caudillismo, autoritarismo y paternalismo. También podemos confrontar diferentes posturas como las José Ãlvarez Junco y Ricardo González Leandri; María Mackinnon y Mario Petrone; Gino Germani; Torcuato Di Tella y Octavio Ianni; José Pablo Feinmann y Eric Hobsbawm. Estas heterogéneas perspectivas de los fenómenos populistas en América Latina y España nos obligan a reconfigurar el status semántico del término.
    No existen límites claros en el uso de un término aplicado a fenómenos estudiados por las Ciencias Sociales desde el siglo 19. Por ejemplo, se denominará “populismo” a los sucesos comprendidos en la Revolución Rusa o a las protestas de “farmers” (chacareros) de Estados Unidos, que generaron partidos llamados “populistas”.
    En Latinoamérica, la Revolución Mexicana, los movimientos de Arturo Alessandri en Chile o de Hipólito Yrigoyen en la Argentina lograron adhesión de los sectores populares. El peronismo, el varguismo o el aprismo iniciado en Perú y hasta la Revolución Cubana de Castro pueden ser asumidos como fenómenos con características populistas. Según Alain Touraine: “Durante la mayor parte del siglo 20, América Latina estuvo dominada por regímenes nacionales populares, es decir por Estados que procuraban fortalecer la integración nacional y luchaban contra la dependencia mediante la redistribución, en una vasta clase media sobre todo urbana, de recursos provenientes en gran parte del exterior pero también del desarrollo económico nacional. Desde el México de Cárdenas hasta la Argentina de Perón, desde el APRA peruano hasta el Trienio venezolano, y desde el precursor uruguayo Battle y Ordóñez hasta el populismo democrático de Eduardo Frei y luego Salvador Allende en Chile, la idea nacional gobernó por doquier el objetivo del desarrollo económico, y por doquier se la definió como fuerza de unificación al mismo tiempo que de liberación nacional”.
    En su Historia del siglo XX, el historiador británico Eric Hobsbawm presenta así los años peronistas: “En Argentina derrocaron al caudillo populista Juan Domingo Perón (1895-1974) cuya fuerza radicaba en las organizaciones obreras y en la movilización de los pobres (1955), tras la cual asumieron el poder a intervalos, habida cuenta de que el movimiento de masas peronista se mostró indestructible y de que no se formó ninguna alternativa civil estable”. Según expresa Hobsbawm, luego de la propuesta peronista no surgió ninguna alternativa política encabezada por la sociedad civil y “cuando Perón volvió del exilio en 1973, para demostrar una vez más el predominio de sus seguidores, y esta vez con gran parte de la izquierda local a remolque, los militares tomaron de nuevo el poder con sangre, torturas y retórica patriotera”.
    Para Ernesto Laclau, hay un “aire religioso” en los movimientos populistas que se expresa en esta noción de un universo escindido entre los buenos y los malos. En la imaginación populista, el pueblo adquiere virtudes especiales. El trabajador, el hombre sencillo y el pobre encarnan ideales cívicos, mientras que los burócratas, banqueros y otros explotadores se convierten en parásitos y enemigos de la sociedad. Laclau también analiza la categoría “populismo” desde un lugar particular, que no tiene que ver exclusivamente con el sometimiento de un grupo por parte de un líder “carismático”, sino con la estructuración de demandas sociales en pos de la construcción de una nueva identidad colectiva. Esta concepción contradice los enfoques más comunes sobre el populismo en tanto no acude al tópico de la “manipulación” del pueblo por parte del líder, sino a las demandas concretas que en cada momento histórico y circunstancia geográfica realiza este grupo llamado “pueblo”.
    El fenómeno sorprendente de 1973, la maravilla del carisma de Perón, fue su capacidad para sacar a la luz tantos anhelos insatisfechos, como expresa José Luis Romero. En la base de ese proceso de “popularización” del líder hay una construcción mítica auto-referencial, que deviene en una gramática y en un nuevo diccionario construido por el líder y sus seguidores. El léxico utilizado por Perón y sus adeptos o detractores conforma, indudablemente, un especial glosario de los argentinos que desafía los tiempos. Se trata paralelamente de responder al desafío de construir el diccionario de un vocabulario histórico, que, leído con ojos del siglo 21, releve las obvias transformaciones en el seno de los términos y frases que lo integran.

    * Dra. en Historia y Dra. en Letras (UNLP). Investigadora independiente Conicet–UBA. Autora de numerosos libros

    Pueblo y populismo

    ¿Todo es posible juntos?

    “El populismo es, simplemente, un modo de construir lo político”. Ernesto Laclau no “inventó” el populismo, pero para siempre nos habrá ayudado a entender qué esconde ese concepto tan “amorfo”, cómo se construyen las identidades políticas y cuáles son las lógicas que están detrás de la conformación de un “pueblo”.

    Por Nicolás Tereschuk*

    Si desechamos entonces la idea de que “populismo” implica una serie de políticas públicas concretas –con más o menos nivel de gasto público, un Estado más o menos grande, una determinada política exterior–, empezaremos a hacer pie en el terreno teórico que ayudó a forjar Laclau. De esta manera, la articulación de demandas individuales que, en principio, no tienen relación entre sí, la forma en que cada una de esas demandas insatisfechas comienzan a visualizarse como “equivalentes” y enfrentadas  un “orden” determinado que no alcanza a dar cuenta de ellas, la separación cada vez más nítida que empieza a conformarse entre lo que es un “pueblo” de aquello que no lo es aparecen como una serie de ideas interrelacionadas.
    Así, en el concepto de populismo hay un doble filo: por más que haya sectores que busquen una “denigración” de la idea –Laclau analiza esa situación en su obra La razón populista– hay algo en la lógica populista que es propia de todo discurso que busque intervenir en política. La siempre trabajosa construcción de un “nosotros” –necesariamente en contraposición a un “ellos”– forma parte de cualquier acción política duradera. Y en eso hay un parecido con el demonizado populismo.
    “En octubre vamos a discutir si seguimos con el cambio o si volvemos al populismo”, afirmó hace unos meses el presidente Mauricio Macri. El jefe de Estado que se presenta como “lo contrario” de lo que llama “populismo”, aunque seguramente se refiera a la gestión de la ex prersidenta Cristina Fernández de Kirchner o quizás a la contracara del peronismo. ¿Intenta el oficialismo forjar algún tipo de identidad colectiva en el marco de un proyecto político democrático de largo alcance? Por lo pronto, al igual que su antecesora, el primer mandatario está parado sobre una base social que tiene algunas características bastante definidas y nada novedosas en la política argentina. Se trata, en principio, de un sector social que no se identifica con el peronismo. Que en otra época, a la hora de votar tenía como primera –y casi única– opción política a la UCR.
    Pero en ese sentido, ¿cómo es el “nosotros” que plantea Macri? Repasemos sus discursos ¿No estrecha demasiado el jefe de Estado así su convocatoria? ¿No la vuelve demasiado “clasista y combativa”? Cuestionamiento a gremios y abogados laboralistas, rechazo al “ausentismo”, quejas por impuestos que “nos están matando”, reclamos para aumentar la “productividad”, defensa del “endeudamiento a 100 años”. ¿No es demasiado particularista el discurso presidencial? ¿No se parece en exceso al del empresario que supo ser?
    En ese panorama irrumpió en las últimas semanas una ex presidenta Fernández de Kirchner recargada de populismo en el sentido estricto. La campaña electoral que plantea la postulante al Senado se basa en poner en primer plano los problemas de los bonaerenses a los que las políticas de Macri le han –en sus palabras– desorganizado la vida. Así, las demandas de un taxista marplatense, una bibliotecaria de Avellaneda, una becaria universitaria de Florencio Varela o un tambero del interior provincial pueden verse como parte de un mismo “pueblo” afectado por el macrismo. Lejos de los discursos muy poco populistas, recargados de cifras y conceptos técnicos, que Cristina ofrecía en el último tramo de su Gobierno, la ex presidenta retoma el manual de Laclau para buscar recrear un “nosotros” que pueda significar una ampliación de la base social que la respalda, en general situada en algunas de las barriadas más postergadas del Conurbano Bonaerense. ¿Podrá lograrlo?
    Ambos “relatos” se enfrentarán en las próximas elecciones. El final no lo conocemos, pero sí podemos asegurar que seguir pensando en torno al populismo nos dará nuevas claves para analizar los escenarios futuros.

    * Politólogo y docente en la UBA y Flacso. Editor del blog Artepolitica.com

    El populismo radicalizado

    Retrocede, pero sobrevive

    La sobrevivencia política de Cristina Fernández de Kirchner en la oposición ha sorprendido a muchos analistas. Lo mismo que la capacidad que ha mostrado Nicolás Maduro para soportar al asedio que la sociedad civil venezolana viene sosteniendo en torno a su régimen. ¿Qué enseñanzas cabe extraer de esta resiliencia?

    Por Marcos Novaro*

    Primero, que la ideología de estos grupos es muy eficaz para tender un manto protector sobre sus fracasos políticos y económicos, por más evidentes que ellos sean. El maniqueísmo y las teorías conspirativas se hermanan en una fe ciega para sostener la idea de que si los “Gobiernos populares” no han logrado los objetivos que se propusieron, por ejemplo bajar la pobreza y mejorar los bienes públicos, debió ser porque una confabulación mediático-empresaria-judicial-derechista se los impidió. No hace falta evidencia alguna para creer semejante cosa. Y esa creencia, cuanto más fanática, más entusiasmada va a apostar a una “nueva oportunidad”. En un escenario donde nadie más moviliza entusiasmos ni garantiza certidumbres (no lo hacen ni otras versiones de la izquierda ni tampoco los Gobiernos de centro o de derecha), se entiende que abrazar este credo resulte atractivo para mucha gente.
    Segundo, que hay y seguirá habiendo sectores tal vez minoritarios pero no irrelevantes de nuestras sociedades y actores institucionales bien organizados para los que abroquelarse en defensa de estos líderes es cuestión de vida o muerte, porque les permite defender intereses bien concretos de otro modo en riesgo. Y ellos están dispuestos a emprender las acciones más extremas (en Venezuela más que en Argentina, para desgracia de los venezolanos) para preservarlos y preservar sus condiciones de vida. Los “beneficiarios del modelo” (empleados del Estado, líderes y militantes de grupos movilizados adictos, empresarios colusivos, bandas delictivas y funcionarios corruptos que se benefician en mucha mayor medida del presupuesto público y la debilidad de la Justicia, etc.) cuentan con organizaciones consolidadas, repertorios de acción ya probados y por su propia naturaleza no tienen problema en afectar derechos ajenos ni imponer daños a otros hasta el extremo de disuadirlos de actuar en su contra. No pasa lo mismo con los actores del cambio, en general mucho más heterogéneos, dispersos, con una relación más frágil con el estado y la lucha política, y poco propensos a justificar atropellos sobre los demás.
    Tercero y último, quienes expresan el deseo de cambio hasta aquí no han podido convencer a toda la sociedad de que existe un modo distinto de gobernar y resolver los problemas de la economía que le permitirá vivir mejor a todos sus integrantes: muchos temen perder lo poco que tienen. Podemos entender entonces que aun en una situación de penuria, mantener el statu quo por aversión al riesgo aparezca como una opción razonable para ellos. Incluso que algo de esto suceda en un caso extremo como el venezolano: buena parte de esa sociedad está indecisa, ya no es chavista, pero tampoco está segura de que le convenga el derrumbe del régimen, por tanto no participa de las protestas ni fue a votar al plebiscito opositor. Porque se pregunta ¿qué va a venir a continuación, el desorden no será aún más perjudicial que este orden penoso?, ¿no sigue proveyéndonos él acaso lo poco que tenemos para subsistir, vía alimentos subsidiados, planes sociales, etc.)?
    Algo muy similar sucede en los espacios sociales más postergados de la Argentina. Difícilmente vayan a movilizarse con entusiasmo detrás de Cristina, y es probable que no crean en su capacidad de sacarlos de la situación que viven. Pero ¿por qué van a tomar el riesgo de cambiar, si cualquier riesgo supone para ellos que el agua que tienen al cuello tal vez les tape las narices? Ser firmemente conservadores es lo más razonable, y lo seguirán siendo hasta que las evidencias de su vida cotidiana les demuestren que otra opción es segura y más conveniente.
    Pese a todo, el cambio puede avanzar. Claro que con muchas menos posibilidades de éxito en Venezuela que en Argentina. En nuestro caso la capacidad de bloqueo de los actores enumerados en el segundo punto y la indecisión de los del tercer punto pueden ser vencidas si se administran los alicientes y compensaciones adecuadas. Las resistencias al cambio serán importantes en todos los terrenos, hablemos de reforma tributaria, laboral, previsional o educativa. Y no hay que subestimarlas. Pero nunca ha sido de otra manera. De hecho, así sucedió en los años 90, y por eso esas reformas no se hicieron o fueron muy parciales. El proceso del cambio esta vez es mucho más gradual, desesperantemente gradual, pero tal vez eso permita que sea menos improvisado y finalmente menos efímero.

    * Sociólogo y filósofo (UBA). Profesor. Investigador principal de Conicet. Escribe en TN.com.ar y colabora en Clarín y La Nación.