Límite a la originalidad

    Cada septiembre, el campeón tecnológico celebra un gran acontecimiento para avivar el interés por sus últimos y más llamativos productos antes de la temporada navideña. Esta vez presentó el nuevo iPhone el 7 de septiembre ante una multitud eufórica en un repleto auditorio en San Francisco. Pero para los más observadores, el evento de este año fue decepcionante.

     

    En verdad, la compañía presentó el iPhone 7 y la última versión del Apple Watch, ambos productos muy parecidos a las versiones precedentes. Visualmente, no hay diferencias entre los productos de este año de los que presentó en 2014.
    El último gran evento de Apple, en marzo de este año, fue para muchos, aburrido. En esa ocasión la gran novedad fue que lanzó versiones más pequeñas de teléfonos y tabletas. El evento de septiembre no fue muy diferente. Ahora, sus dos productos más importantes recibieron solo retoques. Aunque sus entrañas sean más poderosas, es difícil que el consumidor común que entra a una tienda advierta grandes diferencias entre el producto viejo y el nuevo.
    En realidad, nadie esperaba que esta presentación de septiembre fuera un gran éxito pero tampoco hubo nada que mostrara que Apple tiene algo grande en la cocina, capaz de revertir la caída en las ventas del iPhone y los ingresos trimestrales.

     

    iPhone 7

    El nuevo iPhone es más poderoso, pero ni por dentro ni por fuera es muy diferente de los dos modelos anteriores. La única diferencia que se destaca es que desapareció el puerto para los auriculares. Esa novedad vino junto al anuncio de los primeros audífonos sin cable que llama Airpods, dos botones que cuestan US$ 159 y que cualquiera los puede perder en cuestión de días.
    Son muy parecidos a los clásicos EarPods de Apple, solo que sin cables y con un borde metálico. Vienen con una batería que dura cinco horas y se pueden usar juntos o en forma separada; automáticamente detectan cuando el usuario los coloca en la oreja. Son el minimalismo materializado. Cuando fueron presentados al público por el vicepresidente de Marketing, Phil Schiller, la gente se miraba con estupor porque, justamente, el cablecito existe para que no se pierdan a cada rato. En la calle, que es el lugar donde la gente más los usa, hay infinitas posibilidades para que se caigan y no se los pueda recuperar.
    La empresa presentó la novedad refiriéndose al puerto para enchufar auriculares como tecnología “antigua” y diciendo que hay que tener el “coraje” de saltar hacia algo nuevo que nos hará mejores”.
    De todas maneras, previendo escépticos y tradicionalistas, el paquete trae, también un adaptador que se enchufa al puerto de recarga por un extremo y por el otro permite conectar los auriculares con cable. Eso, claro, impide recargar el teléfono mientras escuchamos música. De todos modos, según el presentador dejó implícito, los auriculares con cable quedan para los usuarios cobardes, que no se animan a dar el salto hacia el futuro.
    El equipo de diseño parece que olvidó una función importante del cable de los auriculares: existe para no perder un objeto importante y rescatarlo de lugares difíciles donde pudo haber quedado atrapado.
    Sin duda el abandono del cable será materia de debate durante mucho tiempo, pero genera cambios reales en la forma de cargar el iPhone y escuchar música. Apple calificó la novedad como “valiente” pero no dio respuesta a quienes quieren escuchar música con los auriculares y cargar el teléfono al mismo tiempo.
    Pasando al plano de las ventas, durante los últimos años Apple se benefició de los errores de sus competidores. Pero las ventas de iPhone –que constituyen el grueso de los ingresos de la compañía– están cayendo por primera vez en diez años.

     

     

    La batalla con Samsung

    Algunos dicen que Apple se volvió aburrida, aunque la gente, por lo general, sigue satisfecha con los iPhone.
    La encuesta anual de telecomunicaciones que la ACSI (American Customer Satisfaction Index) dio a conocer en junio revela que Apple superó por muy poco a Samsung en términos de satisfacción del usuario. Aunque el territorio de la telefonía celular se ha poblado con muchos competidores, en realidad la batalla seria se libra entre los dos primeros, Apple y Samsung. Todos los demás fabricantes produjeron dispositivos menos satisfactorios en 2015, según la ACSI.
    Pero en lo que se refiere a modelos de teléfono, Samsung es bastante más dominante. La compañía produjo seis de los 10 modelos más satisfactorios en 2016, con su “phablet” Galaxy Note 5 (cruza entre teléfono y tableta) acaparando el primer puesto. Le sigue de cerca el iPhone 6S Plus.
    Las ventas de Apple, en todas sus líneas de negocios, están o estancadas o cayendo. En el último trimestre de este año sus ingresos fueron de US$ 42.400 millones, 15% menos que en el mismo trimestre el año pasado.
    Todo esto obedece, fundamentalmente, a que las ventas del iPhone no crecen. Por primera vez desde el lanzamiento del primer iPhone, Apple vendió menos teléfonos que en el mismo período del año anterior.

     

    Apple Watch

    El Apple Watch, primer producto totalmente novedoso que sacó la compañía bajo el mando de Tim Cook, no generó ni ventas ni ganancias comparables a las del iPhone. Y la nueva versión –con el mismo tamaño, la misma duración de batería y resolución de pantalla que su antecesor– no parece capaz de superar a su competidor FitBit en su condición de productor líder de wearables.
    El Apple Watch salió el 24 de octubre de 2015. Un año después, parece evidente que no es muy necesario para nadie.
    Algunos creían que sería el producto que volvería a dar profundidad a Apple. Hoy, esa esperanza ya no existe. El panorama del futuro cercano parece consistir en reiteraciones de productos existentes y en la venta de accesorios para esos productos. Pero el Apple Watch mismo es un accesorio y no ha demostrado que pueda tener suficientes funciones útiles como para que la persona común vea que conviene invertir en su compra.
    Todos los productos que sacó Apple en los últimos 15 años reunieron dos condiciones: elegancia y utilidad. Siempre sirvieron para que a la gente le resultara más fácil ser creativa, o pudiera escuchar música en movimiento o se comunique con personas en cualquier lugar del mundo y consiga la información que necesite desde cualquier lugar del planeta.
    La diminuta pantalla del Watch no se presta para interacciones complicadas y las aplicaciones, propias y de terceros, hacen esfuerzos para demostrar que son más útiles allí que en la pantalla de un teléfono.
    Apple ha sido siempre la empresa que “piensa diferente”, siempre se destacó por crear productos diferentes. Pero en el caso del Apple Watch, diferente significa extraño.
    Es cierto que es muy práctico llevar en la muñeca aplicaciones que de otra forma hay que ir a buscar al teléfono que está en el fondo del bolsillo o de la cartera y que habría que andar por la calle con el teléfono en la mano exponiéndolo a un robo relámpago.
    Pero para ese lujo tenemos que tener un dispositivo que necesita recargar sus pilas cada 18 horas y pagar por él más de 10 veces lo que cuesta un reloj común, que realiza mejor y más rápido la función de darnos la hora.

     

    Tres generaciones iPad

    Steve Jobs sacó la primera tableta como una ventana para ver apps y navegar la web, un dispositivo que tenía que luchar por su derecho a existir entre el iPhone y la computadora Mac. Luego la hizo más liviana y también más chiquita. Al mismo tiempo el iPhone se volvió más grande y la Mac más liviana. Ahora el iPad Pro tiene tres marcas, tres tamaños y tres generaciones.
    iPad Pro de12,9 pulgadas (A9).
    iPad Pro de 9,7 pulgadas (A9) y iPad Air 2 (A8).
    iPad mini 4 de 7,9 pulgadas (A8) y Pad mini 2 (A7).
    Tal vez Tim Cook debería hacer lo que hizo Steve Jobs en los años 90 y simplificar el iPad. La complejidad no está en el dispositivo sino en el difícil camino que hay que recorrer para decidir cuál comprar. Tres tamaños, con y sin apoyo de conector y lápiz.
    El mejor modelo de iPad cuesta alrededor de US$ 900 (incluyendo tablero y lápiz) y el mejor iPhone arranca desde US$ 650. Pero las ventas de ambos dispositivos están o bien estancándose o cayendo. Esto tal vez podría cambiar con la nueva iPad Pro, una buena candidata a matar la laptop para la persona común y también con el nuevo iPhone 7 que la compañía acaba de presentar.
    Pero Apple necesita un dispositivo más barato para crecer más allá del ciclo de los reemplazos del iPhone. Eso era lo que se suponía iba a ser el Apple Watch.
    La compañía no ha dicho cuántos relojes ha vendido, pero los cálculos sugieren que hasta ahora vendió arriba de 5 millones. Vendió casi 75 millones de iPhone en el último trimestre de 2015. Eso significa mucha gente que compró un iPhone pero no sintió la necesidad de aumentar ese gasto agregando un accesorio. Hay cálculos que muestran que más de 60% de los adultos en Estados Unidos usan reloj pulsera. Debería haber habido mucho margen de crecimiento.
    Una de las grandes cosas que trae el Watch es la capacidad de registrar la actividad física: las funciones de registrar latidos, contar pasos o monitorear ejercicios son más simples, útiles y confiables que las de ningún otro ecosistema. De todos modos, otras compañías hacen más o menos lo mismo pero a menor precio.
    Apple parece estar rumbeando hacia el terreno de la salud. Ya presentó su CareKit, una plataforma para que los desarrolladores presenten apps que ayuden a vigilar mejor los signos vitales. Caitlin McGarry de Macworld cree que la Carekit terminará revolucionando la salud y que servirá para salvar la brecha entre cuantificar la salud y hacer algo por cuidarla. Es posible que Apple termine incorporando el Watch a esa plataforma. El cuidado de la salud bien podría terminar siendo lo que dé al Watch su razón de ser.
    Por ahora, el modelo de segunda generación presentado en septiembre tiene procesador de dos núcleos, mejor gráfica, pantalla más brillante y GPS que mide pasos, distancia y velocidad cuando se camina o anda en bicicleta. Lo más novedoso es que es sumergible hasta los 50 metros y puede permanecer puesto mientras nos duchamos o nadamos. Incluye también una modalidad diseñada para registrar movimientos de la natación.
    Pero las expectativas de que en la presentación de septiembre Apple mostrara productos totalmente rediseñados, se diluyeron totalmente.

     

    Guerra contra la evasión impositiva

    La Comisión Europea decidió que el Gobierno de Irlanda debe exigir, aun contra de su voluntad, que Apple le pague impuestos atrasados por un total de €13.000 millones más intereses. Argumenta que Irlanda, en connivencia con Apple, diseñó un plan que perjudica a contribuyentes, a competidores y a otras naciones europeas.
    A la furia de Apple, que considera la medida injustamente retroactiva y basada en confusión sobre sus operaciones, se suma el pánico del Gobierno irlandés por el posible retiro en masa de numerosas empresas estadounidenses que hacen a la prosperidad de la isla.
    Apple, que llegó a Irlanda en 1980, tuvo un rol fundamental en la transformación de una isla agraria con la economía menos próspera de Europa occidental, en el Tigre Celta exportador de alta tecnología. Luego llegaron Dell, Intel, Microsoft y otras que hicieron crecer el ingreso nacional.
    Es comprensible, entonces, que el Gobierno tema que la medida sobre Apple signifique el éxodo de muchas empresas y el regreso del país a la pobreza.
    La relación de Apple con Irlanda tiene dos caras: una es física, con fábricas llenas de empleados que producen. Esa es la cara que ayudó a transformar a Irlanda y la que paga impuestos.
    La otra existe y no existe en Irlanda. Se trata de A.O.I., o Apple Operations International. Por un lado es una de las más grandes compañías del mundo con activos por más de US$ 200.000 millones; pero por el otro es mínima porque no tiene dirección física ni empleados. Está incorporada a Irlanda pero no tiene residencia impositiva porque no cumple con los requisitos de residencia que exige la ley irlandesa. O sea, que no existe legalmente en ninguna parte. Por lo tanto, no paga impuestos.
    Este tipo de travesuras impositivas es lo que enfurece a políticos en Estados Unidos y Europa