El crecimiento económico es para siempre. ¿O no?

    Por Miguel Ãngel Diez

    Entonces, de una parte están los que creen que el crecimiento económico es permanente, para siempre. Que puede tener altibajos, pero que en el largo plazo, siempre existirá, como lo demuestra la historia de la humanidad, y ahora la fuerza disruptiva de la tecnología que transforma los modos de producir bienes y servicios, las fuerzas laborales y hasta los estilos de vida.
    De la otra, los que afirman que la segunda mitad del siglo pasado presenció un crecimiento económico formidable, pero que eso no implica que se repetirá indefinidamente. Algunos sostienen que habrá un crecimiento menor que el promedio histórico del siglo pasado, pero otros piensan que el chaleco de fuerza de la sustentabilidad transformará esta visión antigua del progreso indefinido.
    Para ejemplificar, los primeros se identifican con los postulados que se repiten cada año en Davos, donde ahora se anuncia “la cuarta revolución industrial” que preanuncia la transformación más notable que se haya visto hasta ahora.
    El bando opuesto, en tanto, ha recibido una sólida contribución por parte de Robert Gordon, economista, profesor de la Northwestern University, que publicó recientemente su libro The Rise and Fall of American Growth.
    Su tesis central es que durante el siglo que siguió a la Guerra de Secesión estadounidense, se desarrolló una gran revolución que mejoró los niveles de calidad de vida de los estadounidenses a límites inimaginables. En pocos años, los hogares tuvieron electricidad, servicios sanitarios y agua corriente. Luego vehículos automotores, transporte aéreo, aire acondicionado y televisión. Gracias a los avances de la medicina, la expectativa de vida entre 1870 y 1970 pasó de 45 a 72 años.
    Gordon cuestiona la visión generalizada de que el crecimiento seguirá creciendo a tasas altas (como las del periodo que él estudió). Asegura que el proceso del siglo pasado es irrepetible. Y que el proceso de aumento en la productividad, ya estancado o en retroceso en todo el mundo, sufrirá más aún las consecuencias de una desigualdad creciente, de una educación que se deteriora, y de una población que cada vez es más longeva. Advierte que la joven generación actual puede ser la primera que no alcance los estándares de vida de sus progenitores.
    Saca también otras conclusiones. Una, que la tan pregonada revolución de Internet ha sido demasiado exagerada. Otra, que la edad dorada del crecimiento estadounidense (y para el caso, de buena parte del planeta) parece haber terminado.
    De modo que el debate está ahora que arde, entre optimistas y pesimistas. De cualquier modo no será con argumentos livianos y sin fundamentos que logrará demostrarse si Gordon está equivocado en su tesis.

     

    Una opinión autorizada

    En una reseña reciente que hizo sobre este libro de Gordon, el prestigioso ensayista –y Premio Nobel de Economía– Paul Krugman opina que hay probabilidad de que su tesis sea correcta.
    Recuerda que este autor estuvo desde siempre en contra del tecno–optimismo que satura nuestra cultura y la idea de que vivimos, permanentemente, en medio de una revolución.
    Desde la óptica del autor del libro –recuerda Krugman– hay que tener otra perspectiva. Los avances en IT, en tecnología y comunicación son importantes, pero no alcanzan a tener la importancia de los logros de finales del siglo 19 y las primeras tres cuartas partes del siglo 20. Para dar un ejemplo concreto: Gordon sostiene que la “revolución en IT” es menos importante por su impacto global que el suministro domiciliario de electricidad.
    El rápido crecimiento económico que esperamos continúe para siempre fue en verdad un acontecimiento que ocurrió una sola vez, en la teoría de Gordon. En su argumentación, luego de las grandes invenciones, vino el mejoramiento y la explotación de esas invenciones, que incidieron en la tasa de crecimiento económico hasta 1970.
    La conclusión de Krugman: puede tener razón. Pero la tenga o no, es insoslayable leer este libro. Tiene la virtud de transformar definitivamente el modo en que vemos el pasado. Y desafía cualquier preconcepto sobre el futuro.
    Pero además deja otra conclusión: si una verdadera transformación es lo que ocurrió entre 1870 y 1940, por ejemplo; entonces cualquier mérito que se atribuya a lo que se considera progreso actual debe medirse contra esos parámetros.
    En definitiva, Gordon echa un balde de agua fría sobre los tecno-optimistas. Sostiene que las mayores innovaciones traen aparejados cambios en los modelos de negocios, prácticas empresarias, y en los ámbitos laborales. Desde su perspectiva eso es lo que ocurrió entre 1990 y 2000. Corolario: el mayor impacto de la IT ya ocurrió. Y la consecuencia sería que en el futuro, habrá estancamiento de los niveles de vida de la gente.


    Paul Krugman

     

    Los datos recientes

    En el último medio siglo la economía mundial se multiplicó seis veces. El ingreso per cápita promedio casi se triplicó y cientos de millones de personas salieron de la pobreza. Pero, a menos que se pueda mejorar mucho la productividad, el próximo medio siglo puede ser muy diferente. La economía mundial retornará a su tasa de crecimiento relativamente lenta para el largo plazo.
    Tal el vaticinio de una investigación realizada para el McKinsey Global Institute (MGI) que lleva por título Global Growth, can productivity save the day in an aging world?, de hecho un nuevo aporte para esta discusión abierta.
    La rápida expansión de las últimas cinco décadas será considerada, por los investigadores futuros, una aberración de la historia y la economía mundial retornará a su tasa de crecimiento lenta para el largo plazo.
    Si esto resultara cierto, el problema es que con menor crecimiento de la población y mayor expectativa de vida se limita el crecimiento en la población en edad de trabajar. Durante el último siglo hubo dos grandes motores para la expansión del PBI: el crecimiento poblacional (que aumentaba el número de trabajadores) y el aumento de la productividad. El empleo y la productividad crecieron a tasas de 1,7 y 1,8%, respectivamente entre 1964 y 2014, empujando hacia arriba 2,4 veces la producción del empleado promedio. Sin embargo, este viento de cola demográfico se está debilitando y hasta convirtiendo en viento de frente en muchos países.
    El resultado es que el empleo crecerá apenas 0,3% al año durante los próximos 50 años según un pronóstico del MGI. Aun si el crecimiento de la productividad igualara el ritmo que tuvo durante el último medio siglo, la tasa de aumento en el crecimiento del PBI global igualmente caerá 40%, a 2,1% al año. La nueva normalidad será entonces un crecimiento económico más lento del que hubo en los últimos cinco años de recuperación de la Gran Recesión de 2008, y durante la crisis energética entre 1974 y 1984.
    La competencia global es cada vez más intensa a medida que las compañías se hacen globales y que la tecnología –y las firmas que facilitan la tecnología– avanzan con vertiginosa velocidad sobre nuevos sectores de la economía.
    La estimación es que el actual nivel total de ganancias empresariales que ahora está en 10% del producto bruto mundial, puede reducirse a menos de 8% para una fecha tan cercana como 2025. Es decir, se perdería en una década el nivel de todas las ganancias obtenidas durante los últimos 30 años.
    Hay una comparación fácil. Entre 1980 y 2013 crecieron enormemente los mercados mundiales, mientras que, simultáneamente, bajaban los costos impositivos, el costo de los préstamos financieros, los costos salariales, el de los equipos y el de la tecnología. Las ganancias totales de las empresas más grandes del mundo eran de US$ 2 billones (millones de millones) en 1980, y pasaron a US$ 7,2 billones en 2013, con lo que las utilidades pasaron de ser 7,6% del producto bruto mundial a 10%.
    Todavía hoy, las grandes firmas de las economías más avanzadas del planeta obtienen dos tercios del total de utilidades, lo que las convierte en las más rentables. Las multinacionales se beneficiaron de mayor consumo e inversión industrial, la disponibilidad de mano de obra barata (entonces en China) y de la globalización de las cadenas de aprovisionamiento.
    Pero las señales de cambio en el ambiente y en la propia naturaleza de la competición global son abundantes y elocuentes. Si bien los ingresos globales pueden aumentar 40%, alcanzando US$ 185.000 millones para 2025, el nivel de ganancias se está erosionando. Lo que puede implicar que el total de las ganancias corporativas mundiales caigan de 5 a 1%, exactamente igual a como era en 1980, antes del boom.

     

    Remodelación del capitalismo

    Hay otro gran tema que se conecta con esta polémica. Tiene que ver con el actual estado del capitalismo y la necesidad de reinventarlo. El fin de la Guerra Fría disparó una de las etapas económicas más brutales de los últimos tiempos. Luego de un periodo de relativa redistribución keynesiana en las economías desarrolladas, una combinación de acciones de Gobierno e intereses económicos privados llevó a una radical remodelación del capitalismo. La lógica que organiza esa remodelación es sistémica y se entrelaza con las políticas económicas y desregulatorias de la mayoría de los países, como las privatizaciones y el levantamiento de los aranceles de importación.
    En los últimos años del siglo 20 la ortodoxia económica, tanto académica como política, era que las políticas de libre mercado son el mejor camino para el desarrollo económico. Durante ese período, con la notable excepción de China y e India, los países en desarrollo abrazaron esa ortodoxia, a veces voluntariamente, otras por presiones externas. Liberaron el comercio, se abrieron a la inversión extranjera, privatizaron las empresas estatales e implementaron políticas macroeconómicas conservadoras caracterizadas por altas tasas de interés y presupuestos equilibrados. 
    Fue un periodo notable en la historia de la historia económica mundial. Hubo avances tecnológicos extraordinarios y el crecimiento económico en muchos países fue grande. Hasta los países pobres de la periferia pudieron gozar de ese progreso. Luego vino la crisis financiera que delató los abusos del capitalismo y abrió una nueva era, que no es ni será tan amable con el crecimiento de los países pobres.
    Robert Gilpin, en su libro El desafío del capitalismo global. La economía mundial en el siglo 21 dice que a pesar de los enormes beneficios del sistema, una economía global abierta e integrada no es tan irreversible como algunos suponen. Aunque muchas de las naciones del mundo dicen adherir al capitalismo de libre mercado, sus sistemas políticos manifiestan un creciente proteccionismo.
    La crisis financiera de hace unos años inició una nueva era de poco crecimiento, especialmente para los países pobres de la periferia. Todo esto llevó a un replanteo global en todos los órdenes; político, económico y estratégico.

     

    ¿Qué hay que hacer?

    No hay motivo para suponer que los frutos del crecimiento serán compartidos ampliamente o que la clase media va a volver a mejorar su situación. Aunque a los trabajadores con educación y capacitación les va mejor en relación con los menos preparados, ni la educación ni la capacitación garantizan ya un mejor nivel de vida y la política pública no tiene más alternativa que confiar en los vientos económicos. Para controlar la situación se sugieren tres cursos de acción:
    Adoptar el pleno empleo como meta prioritaria de política económica y celebrar los aumentos de sueldos que eso generaría. Como a las empresas les resultaría difícil subir los precios, los mayores salarios saldrían de las ganancias. Eso las dejaría sin reservas para invertir, lo contrario de lo que ocurre hoy, que acumulan ganancias retenidas o las usan para fusiones o recompra de acciones.
    Bajar los impuestos a las firmas que reparten los beneficios de los aumentos de productividad con sus empleados. El equilibrio entre salarios y ganancias afecta el crecimiento además de la distribución. Solo los aumentos de salarios pueden generar un crecimiento más vigoroso. Y si los mecanismos del mercado no logran producir ese crecimiento, la política pública debería hacer su entrada. 
    No dar ventajas adicionales a los ricos, a quienes el mercado ya está tratando extremadamente bien.
    Recapitulando entonces, el acuerdo democrático liberal de la posguerra descansaba sobre la premisa de que los Gobiernos elegidos podrían manejar las economías de mercado para brindar prosperidad a todos los sectores de la sociedad. Eso se logró durante los primeros 30 años pero se fue debilitando en los 30 siguientes cuando aquella fórmula para el éxito –crecimiento inversión privada y pública, innovación y mano de obra calificada– perdió eficacia. Hoy, después de que la recesión terminara con el Consenso de Washington, el capitalismo de Estado chino se vuelve más atractivo a los países en desarrollo que buscan formas de progresar. Pero hay otro proceso que se suma a la globalización, cambio tecnológico y la posición aventajada de los ricos para destruir el acuerdo de la posguerra. Y es que cuando las economías de mercado interactúan con políticas democráticas, las demandas del público pueden demorar el crecimiento en nombre de otros bienes. Por ejemplo, la seguridad es un deseo humano básico, pero la innovación es casi siempre disruptiva, de modo que la gente pide protección contra la inseguridad que crea. Lo que comienza como una defensa contra los aspectos negativos de la innovación puede terminar impidiendo el proceso mismo de la innovación.