¿Un cambio histórico?

    Por Miguel Ãngel Diez

    El entendimiento alcanzado por los 195 países participantes en la Cumbre del Clima que acaba de finalizar en Francia, es inédito. El compromiso logrado es más de lo que se esperaba. La apuesta es a detener el avance de las temperaturas promedios, y mantenerlas por debajo de 2 grados centígrados con relación a la temperatura reinante al comienzo de la industrialización global (y si es posible, situar ese objetivo en 1,5 grados).
    Esas son las metas a alcanzar para la segunda mitad de este siglo. Para esa fecha, tanto greenhouse gas debe ingresar a la atmósfera, como el que debe salir. Por eso la meta es difícil. Hoy el mundo es al menos 1° centígrado más cálido que en el siglo 18. El objetivo de los países firmantes limitaría el calentamiento global a 3 grados. Aunque las metas parezcan más políticas que lo que ocurrirá en realidad, lo cierto es que no hay precedentes de un reconocimiento internacional tan masivo sobre los riesgos implícitos en el cambio climático.
    Es comprensible el entusiasmo de líderes políticos, ambientalistas y los medios, por el acuerdo firmado. Hay certeza en que no se repetirá el fracaso de Copenhague, hace seis años, una reunión para el olvido, que terminó entre reproches y acusaciones.
    Pero tampoco hay que hacerse demasiadas ilusiones. El costo de lograr consenso fue importante. Si bien grandes contaminadores como Estados Unidos, China y la India, ayudaron a convenir el texto del documento final, lo cierto es también que no es un tratado diplomático internacional de cumplimiento obligatorio.
    La delegación estadounidense advirtió que un tratado de ese tipo exigía ratificación parlamentaria en el Congreso, algo que la administración Obama no tiene posibilidades de lograr. Posición similar sostuvo China quien advirtió que cada país debe abordar el problema climático en sus propios términos.
    Queda claro entonces: si un país no alcanza a cumplir las promesas colectivas firmadas en el acuerdo, no hay medio legal de obligarlo. Solo denunciarlo y condenarlo públicamente.
    Es un acuerdo voluntario, y como dicen los ingleses, una potluck dinner, una cena donde cada comensal lleva lo que puede o quiere. El menú ofrecido fue muy diverso, pero según los científicos que siguieron de cerca las deliberaciones, las ofertas consideradas en su conjunto resultarán insuficientes para lograr el objetivo de 2 grados menos que en la pre revolución industrial.
    Cuando los críticos insisten en este aspecto, los defensores del acuerdo admiten que es una debilidad evidente, pero también recuerdan que se ha convenido realizar reuniones cada cinco años, desde 2020, para ajustar y buscar metas más ambiciosas.
    Una ausencia notable es la falta de referencia a una de las principales fuentes de contaminación: el carbón. Es cierto que Estados Unidos el segundo país del globo en usar este gran contaminador, está haciendo un gran esfuerzo por usar menos; pero China y la India – primero y tercero, respectivamente, en ese ranking– siguen quemando carbón en centrales térmicas. Peor aún, se estima que más de un millar de este tipo de centrales generadoras de energía se construirán durante los próximos diez años.

     


    La lógica del acuerdo

    La idea central detrás del convenio firmado, es que a la postre las economías más ricas ayudarán a los países emergentes y en desarrollo, para que progresivamente recurran a fuentes de energía alternativas, como la solar o la eólica.
    Occidente piensa contribuir a este esfuerzo con un aporte anual de US$ 100 mil millones. Pero la entrega de estos fondos son absolutamente voluntarios, no obligatorios, lo cual crea otra incógnita sobre el ritmo de avance que se pueda registrar.
    Otra ausencia significativa del acuerdo es que no incluye previsiones sobre impuestos a la extracción y utilización de carbón, cuya implementación tiene efectos directos sobre las decisiones que toman los proveedores de energía y también los usuarios.
    Más que impuestos, los países que usan carbón prefieren fijar metas indicativas a las empresas. China es un buen ejemplo de ello. Es decir, se prefieren instrumentos propios de la planificación indicativa. La esperanza es que la incorporación de tecnología eficiente permita en poco tiempo satisfacer las necesidades energéticas de muchos países, de un modo más económico y sobre todo, más “verde”.
    Sin duda ésta es la visión optimista, pero hay margen para la esperanza a pesar de los fracasos de los últimos años. Tanto en Estados Unidos como en otras economías occidentales, el veloz tránsito hacia el uso de gas trata de reemplazar energía de origen fósil por otra –también fósil– pero mucho más limpia en términos relativos.
    Hay avances importantes con energías alternativas, a través de paneles solares y de molinos de viento. Pero la decisión del gobierno chino de librar combate sin cuartel contra la polución, es lo más sustancial y lo que implica a la larga, un cambio irrevocable en la política global sobre el cambio de clima.

    El incierto porvenir

    Según las cifras del Banco Mundial, las emisiones de Estados Unidos representan 17 toneladas de dióxido de carbón per capita. Y la India, apenas 1,7 de toneladas métricas por habitante. Pero en cuanto la India, como otros países en vías de industrialización utilicen más energía, esta enorme brecha comenzará a ser más estrecha.
    Pero la cantidad de carbón que puede ser utilizada sin provocar un dramático ascenso en las temperaturas, se está reduciendo todo el tiempo.
    Durante las deliberaciones en París, un reconocido científico (de larga actuación en la NASA) que hizo mucho por difundir los peligros del cambio climático, calificó las conversaciones como “un fraude” y de simplemente palabras. En su visión, mientras los combustibles fósiles sean la energía más barata, se seguirán quemando.
    Cuando se repara en que el acuerdo demora las difíciles decisiones por lo menos hasta 2020 como mínimo, cabe ser un poco escéptico. El Secretario de Estado estadounidense, John Kerry, comparó el éxito de París con los esfuerzos durante la segunda mitad del siglo 20 para detener la expansión de las armas nucleares, que culminó con el tratado logrado en 1960, todavía en vigencia.
    Sin embargo hay otra comparación menos optimista. También en París, durante 1928, 15 países incluyendo a EE.UU. y a los principales estados europeos firmaron un tratado general de renuncia a la guerra (el pacto Kellog-Briand, como usualmente se lo conoce), que perseguía resolver las disputas territoriales sin recurrir a la fuerza. Para 1933, 65 países estaban de acuerdo con este acuerdo. Menos de una década después, el mundo entero estaba en Guerra.
    Ojalá que esta vez el acuerdo de París no siga el mismo camino, pero en la actual instancia, no hay garantías.
    El acuerdo global
    Después de meses de intensa preparación y de largas semanas de negociaciones, los líderes mundiales llegaron al acuerdo de París (el COP 21, o Conference of Parties).
    Las principales conclusiones de este entendimiento, fueron:

    • El objetivo es mantener la temperatura global debajo de 2 grados centígrados a la temperatura existente antes de la revolución industrial. Incluso perseguir como meta mantenerlo debajo de 1,5 grados, un ambicioso proyecto jamás antes mencionado en acuerdos y reuniones de este tipo.
    • Una revisión cada cinco años para medir cómo lo está haciendo cada país con sus planes individuales sobre clima, a partir de 2020. El primer chequeo tendrá lugar en 2023.
    • Se estableció una cláusula de “pérdida y daños”, que permitiría a los países más vulnerables reclamar compensación económica por las pérdidas financieras debidas al cambio climático.
      El acuerdo también demanda balancear las emisiones causadas por el hombre con aquellas que pueden ser absorbidas por los océanos y los bosques. No hay una fecha específica para este objetivo, pero es un objetivo de largo plazo relevante.

    El documento final fue suscripto por los 195 países envueltos en las negociaciones. El significado, en principio, es que cada uno de esos países acuerda reducir sus emisiones.
    Para el vocero del World Resources Institute, el acuerdo es un punto de inflexión en el esfuerzo global por enfrentar de modo eficiente el cambio de clima. Refleja tanto objetivos ambiciosos, como las opiniones de los más vulnerables a esta cuestión. Acelera la transformación y apunta a lograr un futuro más seguro.
    Hay otras voces más escépticas que hubieran preferido compromisos más firmes y claros.
    Un punto especialmente importante es la cláusula de “pérdida y daño”. Por primera vez se reconoce que los países ricos que alcanzaron su desarrollo actual gracias a quemar combustibles fósiles, deben ayudar de modo concreto a los países más vulnerables, a los que habilita a recibir compensaciones monetarias.

    El efecto greenhouse

    Greenhouse gas es el gas presente en la atmósfera que absorbe y emite radiaciones dentro del rango termal infrarrojo. Este proceso es la causa fundamental del efecto greenhouse. Esos gases son vapor de agua, dióxido de de carbón, metano, óxido nitrógeno y ozono.
    Si no existieran estos gases en la atmósfera terrestre la temperatura promedio en la superficie sería de alrededor de 15 grados más fría que el actual promedio de 14 grados.
    La actividad industrial a partir del año 1750 produjo un aumento de 40% en la concentración atmosférica de dióxido de carbono, fundamentalmente por la combustión de carbón, petróleo, gas natural, y además la creciente deforestación.
    Si todo siguiera al mismo ritmo, para el año 2047 la temperatura excederá los valores históricos, con daños inevitables sobre ecosistemas, biodiversidad, y la calidad de vida de toda la población del planeta.

    Historia de fracasos y avances

    Durante la reunion en Bali, Indonesia en 2007, se percibía el temor de los funcionarios de Naciones Unidas de que el sistema global era incapaz de conducir a la humanidad para enfrentar el problema crucial del clima.
    A pesar de las dificultades con que se tropezó, se trazó el mapa necesario para reemplazar el Protocolo de Kyoto (Japón) de 1997.
    Pero las expectativas puestas en la reunion de Copenhage en 2009, resultaron frustrantes. El proceso naufragó en medio de desacuerdos básicos. El fracaso de las naciones, produjo un efecto novedoso: individuos, organizaciones, empresas y movimientos sociales ocuparon el centro de la escena, a la búsqueda de encontrar respuestas en otros actores como las ciudades y el mundo de los negocios.
    Ahora, con un papel central por parte de Naciones Unidas, se abre la perspectiva de que un proceso multilateral, tan complejo, tenga posibilidades de tener éxito.
    Resucitar el sistema multilateral no ha sido tarea sencilla. Hubo que pasar por los acuerdos de Cancún, (México en 2010), la estructura planeada en Durban (Sudáfrica en 2011), modestos progresos en Doha y Varsovia en 2012. Recién en Perú, 2014, comenzó a vislumbrarse la agenda que concluiría exitosamente en diciembre pasado en París. Un largo esfuerzo, que recién comienza.
    Como dijo el Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, “es tiempo de reconocer que los intereses nacionales están major atendidos si se actúa en pos del interés global y la solidaridad”.
    Ahora los grandes actores internacionales, como las naciones, pero también toda sociedad civil, ciudades, empresas, universidades, Iglesias, y gobiernos locales deben actuar con celeridad y sin tregua para impulsar todo el proceso.