Donald Trump
Al principio de la jornada electoral, se barajaban diez encuestas nacionales de último momento. Ocho daban victoriosa a Hillary Clinton. Una anunciaba empate. La última, apostaba por Trump. Desde ahora, las acciones de ésta están en alza.
Al final de la larga vigilia, los azorados comentaristas se preguntaban: ¿quiénes serán ministros de Trump? ¿Cuáles serán los lineamientos centrales de su gestión? ¿Cómo serán las relaciones con ambas cámaras (les dio el triunfo en el Senado a la Republicanos) y dentro del mismo partido de Gobierno con la actual dirigencia que le dio la espalda?
Es que con Trump son todos interrogantes. Incluso en temas donde se supone que se conoce su pensamiento, como es el caso de los inmigrantes, las alianzas comerciales y militares.
Lo cierto es que si con una campaña de pocos meses transformó el escenario político y de los partidos del país, mucho más podrá incidir sobre las corrientes principales de pensamiento de la sociedad estadounidense durante los próximo cuatro años (si no son ocho).
A partir de ahora hay una nueva forma de hacer política, otro modo de entender el funcionamiento de la democracia estadounidense y del rol del país en el escenario global.
Muchos políticos tendrán la tentación de seguir su ejemplo y su modelo. La campaña de Trump –ausente de los medios tradicionales y con mucho menor presupuesto que los Demócratas– se centró en las redes sociales. Tal vez eso explica, de un lado, el impacto que logró; y de otra parte, por qué los medios tradicionales no vieron venir el fenómeno Trump y tendieron a subestimarlo. Queda por ver si la nueva etapa implica decir adiós a toda pretensión de inyectar seriedad y trascendencia en el debate político estadounidense. Con el consiguiente efecto que tendría sobre las instituciones y sobre la esencia misma del concepto actual de democracia.
En cuanto al Partido Republicano, puede quedar bajo control total del nuevo mandatario, fragmentarse, caer en manos de un émulo de Trump, o rejuvenecer con aportes de nuevos dirigentes.
En otras latitudes, las consecuencias del fenómeno son perceptibles. Muchos países europeos están viendo el auge de partidos de extrema derecha, que militan contra los inmigrantes. Sin hablar de todos los matices del Brexit británico y de la militancia a favor del proteccionismo comercial y en contra de tratados globales. Esta es tal vez la verdadera tragedia: el modo de entender la política de Trump comienza a verse como parte normal de la escena cotidiana.
Si las promesas se cumplen
Había dos grandes acuerdos bipartidarios en Estados Unidos, que corren serio riesgo de terminar durante la gestión del nuevo mandatario. Al menos, si cumple las promesas hechas durante la campaña electoral.
Uno es la adhesión a acuerdos de libre comercio globales. El otro es la vigencia de alianzas militares a gran escala, lideradas por Washington, para preservar –al menos así reza la declaratoria usual– la paz mundial.
Socios importantes de la superpotencia no esconden su inquietud y sus temores. Las suposiciones alcanzan a todos los Gobiernos europeos, a Gran Bretaña (el socio privilegiado), a Canadá y México (el NAFTA peligra), Japón, y también los países nórdicos y bálticos.
Son las políticas enunciadas durante la contienda electoral, pero también los gestos y la personalidad de Trump los que alientan incertidumbres y ansiedades.
Se espera una oleada proteccionista en lo comercial y aislacionista en los actuales vínculos con el resto del mundo. El principal arsenal nuclear del planeta bajo el mando de Trump hace temblar a amigos y enemigos.
Toda la estrategia de contención de China en Asia puede ser abandonada (dijo que impondría aranceles de 45% a los productos chinos), dejando en situación muy desventajosa a los hasta hoy aliados de Estados Unidos.
Si se ingresa en una guerra comercial en gran escala –como muchos suponen– habría una larga etapa recesiva (mucho peor que lo ocurrido en 2008).
Los aliados militares recuerdan bien lo que afirmó en la campaña: los que quieran protección militar de Estados Unidos, deberán pagarla. No la parte proporcional, sino toda la que reciban.
Es decir, los tratados defensivos serán una fuente de ingresos para el país. Japón y Corea ya hacen las cuentas y temen que Trump esté listo a tolerar una zona exclusiva de seguridad de China. Estados Unidos absorbe hoy 75% del costo total de la OTAN.
Pero estos tradicionales amigos y aliados de Washington no tienen alternativas. Centros de poder son Rusia, China y Estados Unidos. Y en muchísima menor medida, la Unión Europea.
Todos se preguntan qué ocurrirá en el futuro cercano con organizaciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la OCDE. Entre tanto, la nueva derecha populista europea celebra –por ahora– la llegada del millonario a la Casa Blanca.
Infraestructura
La victoria de Donald Trump ha puesto a muchos economistas en una posición incómoda. Si bien discrepan con él en muchas cosas, ven la posibilidad de que su gobierno inyecte US$ 1 billón en obras de infraestructura. Justo lo que hace falta para reactivar la economía.
El enorme programa de infraestructura que prometió podría ser justo lo que vienen reclamando desde hace años. Desde la crisis financiera que duró desde 2007 a 2009 el crecimiento se hace desear. No se volvieron a lograr las tasas de crecimiento que se conseguían antes de la crisis. Luego de unos cuanto años de tasas de interés a prácticamente nivel cero y recurriendo a la flexibilización cuantitativa la economía creció algo pero no volvió a los niveles que antes eran la norma.
Gran Bretaña y la Eurozona la expansión monetaria tuvo que hacerle frente a las medidas en boga de austeridad y de contracción fiscal. Para los keynesianos enemigos de la austeridad dos cosas eran claras: los gobiernos estaban ignorando una ley fundamental de Keynes, y es que podía darse la situación en que hasta las tasas tasas de interés ultra bajas no fueran tampoco suficientemente bajas como para estimular el crecimiento y que en esas situaciones los gobiernos tienen que intervenir y hacerlo ellos directamente con programas de inversión.
La otra crítica de los keynesianos a la política retractiva: aunque los déficits de presupuestos crecieron como resultado de la crisis, los costos de los préstamos que tomaban los gobiernos se mantuvieron bajos.
Las ideas de Keynes de “estancamiento secular”, que en Estados Unidos revivieron de la mano de Larry Summers durante el gobierno de Bill Clinton, establecen que cuando el crecimiento es casi nulo en una economía de libre mercado la situación no se puede revertir sin ayuda adicional. Y esa ayuda debe provenir de una política fiscal expansionista.
Y aquí llega Trump, con su promesa de convertir a la infraestructura de Estados Unidos en la envidia del mundo entero y encuentra a los economistas ávidos de una agresiva expansión fiscal. Podría resultar que de la derecha se imponga una fórmula que viene siendo esperada por la izquierda. Después de casi diez años de lento y tibio crecimiento, política uniforme y volatilidad contenida, ahora parece que todo eso va a cambiar.
Todavía no se conocen los detalles del plan económico de Trump pero es difícil pensar que el tipo de transformación de infraestructura que promete pueda ser realizado solamente por el sector privado.
Clima: exhortación a Trump
Centenares de empresas con presencia global, enviaron un mensaje fuerte para el presidente Barack Obama y el presidente electo Donald Trump, reafirmando su apoyo al histórico Acuerdo de París sobre el clima.
También el mensaje dado a conocer por más de 360 empresas e inversores de más de una docena del listado de corporaciones de las Fortune 500, insiste en la necesidad de acelerar la transición hacia una economía baja en carbono dentro y fuera de las fronteras nacionales.
La declaración está dirigida a todos los líderes mundiales. “La aplicación del Acuerdo Climático de París va a permitir y alentar a las empresas e inversores para convertir los miles de millones de dólares ya invertidos en bajas emisiones de carbono, en los billones de dólares que el mundo necesita para crear prosperidad para todos a partir de la energía limpia”, escribió este potente grupo empresarial en una declaración de apoyo anunciada en COP22 en Marrakech, Marruecos, donde las negociaciones sobre el clima acaban de llevarse a cabo.
“La incapacidad para construir una economía baja en carbono amenaza la prosperidad estadounidense”. Entre las diversas e icónicas empresas estadounidenses que firmaron esta declaración están DuPont, Gap Inc., General Mills, Hewlett Packard Enterprises, Hilton, Kellogg Company, Levi Strauss & Co., L´Oreal EE.UU., NIKE, Mars Incorporated, Schneider Electric, Starbucks, VF Corporation y Unilever.
Los EE.UU., China, India, Brasil, la Unión Europea y más de 100 países que representan más de las tres cuartas partes de las emisiones globales han ratificado o se han adherido al Acuerdo de París, que entró en vigor el 4 de noviembre formalmente. Este es el primer acuerdo mundial jurídicamente vinculante para combatir el cambio climático.
Predicción acertada
Richard Rorty, en su libro Achieving Our Country publicado en 1998, describió las circunstancias que llevarían a la elección de una persona con las características de Donald Trump… y también predijo cuál sería su primer acto como presidente electo.
La suya no es una interpretación hecha con el diario del lunes sino una predicción hecha ocho años antes sobre la base de un análisis de las circunstancias sociológicas que podían conducir a la elección de un hombre como el que ganó las elecciones estadounidenses hace días. El análisis apareció en un libro escrito y publicado en 2008.
El párrafo donde lo dice:
“Los afiliados a los sindicatos y los trabajadores no calificados y no organizados, tarde o temprano advertirán que su gobierno ni siquiera está intentando impedir que los sueldos bajen o que los empleos se exporten. En ese momento verán también que los trabajadores de cuello blanco que viven en los suburbios –ellos mismos aterrados con los despidos masivos– no van a permitir que les pongan impuestos para brindar beneficios sociales a cualquiera.
51 juicios pendientes
Hace pocas semanas, Donald Trump pidió a sus seguidores que fueran a votar el 28 de noviembre cuando las elecciones eran el 8 de noviembre. El lapsus tiene una explicación: el 28 de noviembre Trump estaba citado en un juicio civil en San Diego, California, en el que se lo acusa de cometer fraude en su Trump University.
Toda una camada de estudiantes que pagaron US$ 34.995 por una “educación completa en bienes raíces” con expertos especialmente elegidos por Trump, dicen que lo único que tuvieron fue una serie de seminarios dictados por instructores sin experiencia en el tema que ni siquiera conocían a Trump. Él rechaza los cargos y dice que los estudiantes estaban felices en la facultad.
El juicio tuvo presencia a lo largo de la campaña presidencial porque Trump se refirió en varias oportunidades, en forma no muy feliz, al juez de la causa, Gonzalo Curiel, de origen mexicano.
Ahora, después de ganar la presidencia de Estados Unidos, ¿qué pasará con los juicios en los que está implicado? La Suprema Corte ha decidido que los presidentes no gozan de inmunidad en litigios civiles sobre cuestiones que ocurrieron antes de las elecciones. Pero lo más probable es que no declare personalmente, que presente escritos de respuesta y que los procesos sean casi eternos.