Con proteccionismo en auge, ni hablar de política industrial

    “Cuando las tasas de interés estaban casi en cero y todos tomaban préstamos externos, nosotros decidimos no hacerlo y aumentar el endeudamiento interno.
    Cuando los tratados de comercio mundiales avanzaban a buen ritmo, la alternativa fue poner palos en la rueda. Cuando la democracia republicana gozaba de buena salud en anchas partes del planeta, elegimos el populismo declamatorio”.
    “Ahora, que se ha iniciado una nueva etapa, donde un nuevo Gobierno quiere hacer precisamente lo contrario a lo que hacía el anterior, nos encontramos con que es el mundo el que ha cambiado”.
    Y todavía no había ocurrido la consagración presidencial de Donald Trump que amenaza poner a esa superpotencia –y por ende a todo el mundo– patas arriba.
    La sombra del proteccionismo nubla el firmamento de la mayor parte del mundo industrializado. Tratados comerciales importantes que tenían vistas de convertirse en realidad cercana han sido abandonados y postergados, tal vez para siempre.
    En ese contexto debe analizarse el atisbo de renacimiento –poco oportuno– de un recurrente debate de casi dos siglos: proteccionismo o libre mercado. El nuevo Gobierno, a casi un año de mandato, había insinuado esta posibilidad. Hace pocos días dio a conocer el decreto por el cual se baja a 0% el arancel actual de 35% para computadoras, netbooks y tablets importadas, con vigencia a fines de marzo de 2017. Según estima el Gobierno, la medida se traducirá en menos costo de hasta 50% en el precio final de esos productos.
    Los fabricantes locales más afectados son plantas que operan en Tierra del Fuego.

    Una antigua discusión


    Con una perspectiva histórica, hay que recordar que en esencia, el modelo de producción que impera en el mundo más o menos desde la revolución industrial, es lineal: los países ricos en energía y recursos naturales los envían a los grandes centros de manufactura, desde donde salen los productos hacia países donde se van a consumir o reemplazar.
    Durante el siglo 19 y hasta poco antes de terminar el 20, se repitió la eterna discusión entre proteccionistas y partidarios del libre mercado a ultranza. Los últimos prefieren el estado de cosas que antaño favorecía a los países que se industrializaron antes. Los primeros quieren el apoyo enérgico del Estado para lograr desarrollo industrial propio y avanzar en el camino de exportaciones fabriles.
    Sin embargo, la globalización que comenzó a avanzar en forma decidida en los años 80, impuso algunas modificaciones. La conveniencia por la cercanía con los insumos y los salarios bajos de los países en vías de desarrollo –como se los denomina eufemísticamente– hicieron que muchas corporaciones trasladaran sus operaciones, desde las grandes economías hasta estos países postergados.
    Los resultados no fueron lineales. Algunos de esos países –China es el caso más notable– con un mercado interno inmenso, después de generar exportaciones (y divisas) hizo crecer el consumo local, y naturalmente se produjo un aumento de salarios importante.
    Estos países de sudeste asiático dejaron de tener mano de obra barata, y las multinacionales se adaptaron, buscaron otros rumbos, y en muchos casos volvieron a sus lugares de origen. Es notable el caso de la petroquímica que retornó a Estados Unidos luego del auge de la explotación de gas y petróleo shale, materia prima básica para esta actividad.
    Recién ahora hay, en el mundo, un recién llegado a la discusión: la llamada economía circular que reemplaza la idea de desechar cosas por la de restaurarlas, de reciclarlas. En condiciones adecuadas, ese modelo económico regenerativo se propone erradicar el desperdicio, no solo de los procesos de manufactura sino sistemáticamente de todas las etapas de los ciclos de vida y usos de los productos y sus componentes. 

    La discusión reciente


    La globalización parece imponer un modelo ensamblador: donde cada país se especializa en diferentes partes y son ensambladas en el lugar con mejores ventanas impositivas. Es el modelo que hizo crecer a China. Pero en la Argentina este modelo tiene limitaciones, ligadas a la escasez de reservas y a la dimensión del mercado local. Mientras más se vende, y más se exporta, existen más problemas de liquidez. Esquema que plantea varios interrogantes: ¿Cuál es la visión acertada, somos solo ensambladores o puede existir también una industria de partes en tecnología también? ¿Es viable eso en este contexto global?
    ¿Hay necesitad de tener una escala mayor, para tener mayores plantas locales que fabriquen piezas? De alguna manera, eso aumentaría la participación local dentro de la pieza final que a veces supera 70% de piezas importadas.
    Los productos electrónicos en la Argentina son más caros respecto a los que se venden en otros países. Son conocidas las historias de viajes a Chile para hacer compras o, incluso pagando los impuestos correspondientes, haciendo diferencias con viajes a Miami. ¿Por qué no se logran mejores precios para los electrodomésticos en la Argentina? ¿Qué tanto es falta de competitividad y qué tanto se debe a otros factores, como los salarios, que generalmente es marcado como uno de los factores que más afectan el precio final?
    En el caso argentino, este tipo de producción localizada particualrmente en Tierra del Fuego, planta todo un tema de logística. Cada 1.000 kilómetros de distancia a los mercados de consumo, el producto se encarece y comienza a avanzar sobre el precio al público.
    Definitivamente, el negocio de quienes están establecidos allí es fabricar para otras marcas, aunque últimamente les han estado dando más fuerza a las marcas propias. BGH, por ejemplo, lanzó una marca de celulares propias cuando por mucho tiempo produjo para las demás.

    Pendientes de respuesta


    Las sucesivas políticas industriales de las últimas décadas no lograron el objetivo de lograr una industria pujante. En cambio han dejado muchos interrogantes que deben ser respondidos antes de fijar un rumbo. Esas políticas, ¿fueron mal diseñadas o estuvieron mal implementadas? ¿El sector público aprende de sus errores? Porque así lo hicieron los coreanos y los japoneses y hoy fabrican celulares y televisores para el mundo. ¿Es mala la burocracia, falta colaboración entre el sector público y el privado?
    El Chile, por ejemplo, hay planes específicos de estímulo a emprendedores. Para no irnos al ejemplo extremo de Estados Unidos que ayudó a crear polos de muchísimo valor agregado para la tecnología, en nuestro país: ¿Faltan emprendedores industriales? ¿Faltan recursos? ¿Faltan estímulos?
    Quizás un tema del que nadie habla en lo relativo a la industrialización sea la corrupción. ¿El problema para “despegar” industrialmente no es que falten políticas sino instituciones? ¿Es más fácil cooptar a un funcionario que competir; se gana más dinero corrompiendo que haciendo industria? ¿Qué aportes puede hacer el empresariado para solucionar esto?
    ¿Cuáles son los roles que le caben al Estado y cuál a los privados? Evidentemente, cada uno tiene una tarea para cumplir. Hoy las políticas que antes se llamaban industriales se llaman de desarrollo productivo y se orientan a construir capacidad en el Estado para trabajar en lo que el sector privado no puede resolver: provisión de bienes públicos críticos para el desarrollo, como infraestructura, emprendedurismo, clusters productivos.
    No sorprende, entonces, que lo que hoy sí se discute es cómo construir la capacidad del Estado para implementar y cómo mejorar la calidad del marco institucional para evitar la corrupción. ¿Cómo debería ser un marco institucional a prueba de corrupción y de colusión entre el sector público y el privado para apropiarse de rentas?
    En este sentido, ¿aparece Brasil como un competidor o como un complementario?

    El caso de China y la Argentina

    De ser estructuras económicas competitivas, la Argentina y China pasaron a la complementación comercial a partir del crecimiento económico de la potencia asiática. Los intereses generados por el efecto de arrastre de la economía china insertaron al país sudamericano en su modelo productivo como proveedor de soja y otras materias primas, reeditando el patrón centro-periferia de fines del siglo 19.
    Delegaciones comerciales y políticas viajan a Beijing y Shanghai, entronizada como la nueva meca de las relaciones económicas, en búsqueda de aprovechar la expansión china. No obstante, los datos del intercambio comercial de la pasada década y la ampliación de la brecha asimétrica con la potencia asiática demuestran que el modelo extractivo-dependiente no ha satisfecho las expectativas originarias, y requieren al menos ser ajustados o cambiar hacia una visión industrial orientada a la exportación con valor agregado.
    Cada uno podrá colocar el calificativo que más aprecie a los últimos lustros, pero es cierto que esta nueva década requiere transformar la relación con China, en vista a que la Argentina tenga un rol activo y beneficios más concretos si desea expandir su crecimiento económico y fortalecer su democracia.

    También la UE se inclina hacia el proteccionismo

    Los Gobiernos europeos temen el efecto no previsto de la amplia globalización y de los grandes acuerdos comerciales. Es que, en los electorados de la Unión Europea, predomina el mismo sentimiento que encumbró a Donald Trump en Estados Unidos.
    Por eso, casi insensiblemente se venían deslizando hacia posiciones proteccionistas en un amplio abanico de acciones y decisiones políticas. Ahora, con lo ocurrido en los comicios estadounidenses, la presión es más grande para avanzar por ese camino. Aunque la mayoría de los Gobiernos están en contra de esta política, pero la nueva realidad y la animosidad de los votantes, los empuja en esa dirección.
    El caso concreto es el acero proveniente de China, muy subsidiado según los europeos. Se estudian medidas inmediatas para bloquear compras subsidiadas o reducir importaciones elevando aranceles de importación de emergencia.
    Medida que se corresponde con el clima social y político en que viven hoy estas naciones, pero que borra un historial de abogar por el libre comercio y a la postre no parece la medida más inteligente.
    Es cierto que el exceso de producción de acero chino muy subsidiado (por las acerías estatales) está reduciendo el precio internacional del producto, pero al colocar barreras en este caso, pone en desventaja en muchos otros a las industrias europeas.
    Este cambio europeo en la política comercial para no conceder y bloquear el estatus de economía de mercado a China, apunta a que cuando ello ocurra (probablemente, el mes próximo) será más difícil aplicarle medidas antidumping, que por ahora es un trámite más sencillo.
    La UE podría imitar a Estados Unidos e imponer aranceles antidumping del orden de 100%, y naturalmente lograr un aumento en el precio de la producción local de acero. Claro que en estas condiciones sería más difícil abordar un plan de expansión de infraestructura. Para ello haría falta el acero más barato posible. Todo tiene su pro y su contra.