Por Florencia Pulla
Raramente un periodista es protagonista de su propia nota pero en el caso de Buena Morfa Social Club vale una excepción: soy miembro del grupo de sibaritas más grande del país desde hace más de un año. Mi pasión por la gastronomía no es un secreto. De herencia italiana, la comida ha significado –como lo es para tantos otros– siempre una extensión del amor.
Pero nunca lo fue tanto como cuando a principios de agosto hice un pedido muy concreto en el grupo. Quería comer un postre francés típico, un Mont Blanc, como el que comía con mi padre, que murió el año pasado, cada vez que visitábamos la capital francesa. Figurita difícil en una Buenos Aires donde sobra la crema pastelera y faltan las castañas. “¿Dónde se puede comprar?” fue mi pregunta al grupo, que en ese momento rozaba los 15.000 miembros. Las respuestas no se hicieron esperar. Desde pasteleros profesionales que me recomendaron con entusiasmo recetas para elaborarlo por mi cuenta hasta chefs reconocidos en la escena gastronómica local comentando sobre los orígenes de ese gran postre. Cristian Mosquera, dueño de Magla Castañas, se acercó hasta mi casa a regalarme la materia prima necesaria para elaborarlas, congeladas, y una pasta en versión caramelizada bastante increíble. El 8 de agosto, mi cumpleaños, comí finalmente un Mont Blanc; sin mi padre pero hecho con mis propias manos.
Quienes pregunten qué es Buena Morfa Social Club y por qué es interesante formar parte de sus filas –exclusivas todavía, porque el grupo es cerrado y se accede por solicitud– deberían conocer esa anécdota: en una tribuna donde se debate apasionadamente qué y cómo comer mejor en Buenos Aires (y en París, Nueva York o Singapur), también hay espacio para encontrar a las personas correctas y recordar en las papilas gustativas a lo que más amamos. Para un grupo de Facebook, no es poca cosa.
Marcelo Crivelli
Producto del aburrimiento
Pero esta clase de historias no ocurren todos los días en el grupo. Quienes entren por primera vez podrán acceder rápidamente a recomendaciones de otros integrantes, a promociones especiales con restaurantes que ofrecen a los miembros opciones a precios económicos y, también, debates acalorados sobre qué es la gastronomía, su negocio en la Argentina y la pasión desbordante de chefs que trabajan, anónimamente y a pulmón, en las cocinas del país. Es, sin temor a equivocaciones, una tribuna en el mejor sentido del término: como en el fútbol hay equipos, hay pasiones, hay lugares que se defienden a ultranza y hay posiciones irracionales.
Hace a una mezcla interesante. Quien está detrás de todo esto es Marcelo Crivelli, abogado de profesión y sibarita por elección. “Buena Morfa empezó como un hobbie. Estaba un poco enojado con mi profesión y el grupo, que tenía muy pocos miembros, era un espacio que me hacía feliz. La gastronomía me hace feliz; comer bien me hace feliz. Y quería compartirlo con amigos míos. Pero se fueron sumando chefs importantes y eso ayudó a que el grupo se popularizase un poco”, comenta en su estudio del microcentro.
El padre el grupo al que algunos se animan a llamar “Boss” (jefe en inglés) por su rol decisor máximo en el grupo le dedica muchas horas durante el día a conciliar posiciones, gestionar la venta de productos al grupo y confeccionar menúes especiales con chefs famosos para placer de los buenamorfenses. “Hubo un tiempo en el que leía comentario por comentario –reconoce– pero ahora es imposible. Hay un back office de BMSC que no se ve pero consume mucho tiempo y recursos”.
Hay algunos ejemplos que explican lo complicado del trabajo de Crivelli, que cada vez está más metido en el negocio gastronómico. Este año hubo más de cinco menúes especiales. En Le Sud, de Olivier Falchi, hicieron un repaso por la gastronomía francesa de alta gama; en Topinambur, la nueva propuesta de Sebastien Fouillade en el hotel Palo Verde, se extendieron con un menú que mezclaba elementos argentinos (como el tubérculo que lleva el nombre del local) con platos de la campiña francesa; en Azema, de Paul Azema, el menú era para compartir algunos de los platos más característicos de las colonias asiáticas. Con Patricia Courtois, la chef detrás del restó de la Alianza Francesa y del popular Rogelia, hicieron la segunda edición de un menú 100% centrado en la alcachofa. Y junto con Gastón Acurio, de La Mar, una fiesta con anticuchos en donde no faltaron la cerveza ni la chicha morada.
En Buena Morfa, en 2015, sus miembros comieron bien.
¿Cerca del negocio?
La compra colectiva de productos también es otra característica del grupo. Recientemente la venta de los vinagres saborizados de la Patagonia Muller and Wolf fue un gran éxito pero también se han vendido vinos y se han sorteado productos artesanales y autóctonos.
“Hay gente que merece apoyo porque son productos originales. Detrás de estas propuestas hay empresarios apasionados que trabajan con mucho respeto por el público. Hay toda una nueva movida dentro de la gastronomía que tiene que ver con alejarse de los productos de consumo masivo y darle más lugar a los originales. Hoy el chef está más cerca que nunca del productor. Esos emprendimientos necesitan público y no solo de élite, el que puede pagar una cena $600 sin esfuerzo: necesitan llegar a un público más masivo”.
Buena Morfa, en este sentido, tiene una serie de reglas. Algunas escritas y otras, no. Por ejemplo, no están permitidos los famosos “chivos” de emprendimientos o productos sin permiso. Crivelli selecciona los que sí y los que no, basándose en la originalidad y qué tan cerca está del leit motif del proyecto. “No me gustan los chivos. No es algo que hagamos ni pensamos hacer porque, de alguna manera, mi reputación y la del grupo están en juego. Con las compras colectivas pasa lo mismo; si se puede acercar un producto muy bueno a gente que no lo conoce y a un buen precio es una cosa. Pero no pueden invadir el timeline de los miembros”.
El negocio, en este sentido, es difícil. Expertos en Marketing le han jurado que los 15.000 miembros de Buena Morfa son una especie de mina de oro para la colocación de productos y la publicidad indirecta. Pero, por ahora, ni se cobran membresías ni se aceptan las propuestas de convertir al grupo en un negocio. “Personalmente tengo muchos planes que nacieron por el grupo pero que funcionarían en paralelo. No lo quiero contaminar. De alguna manera BMSC abrió el camino para conocer a mucha gente interesante y para desarrollar, también, algunas opciones de negocios. Está la idea de hacer ferias de gastronomía, por ejemplo, pero como actividad privada. También la de colocar a la Argentina como capital de turismo gastronómico, que la gente venga a visitar el país desde sus comidas y platos típicos”.
Por ahora, reconoce, la oferta en Buenos Aires, particularmente, es bastante pobre. “Se puede salir a comer a un lugar caro y comer mal. No está garantizada esa experiencia ni tampoco el buen servicio”.
Dar estas opiniones no deja de ser extraño para Crivelli, que no se dedica a la gastronomía como trabajo principal. “Es raro porque entiendo que no hay una correlación entre mi conocimiento y mi rol dentro del grupo. Mucha gente debe pensar que tengo elementos que me hacen idóneo. Y es curioso porque es evidente que las redes sociales, y BMSC debe entenderse dentro de ellas, cambiaron la relación que existe entre las personas. Gente que nunca se había conocido, se conoció, y este negocio, como todos, cambió para favorecer el intercambio entre las personas”.
Por ahora el grupo crece. Desde 2011 a esta parte amasó una cantidad enorme de usuarios, algunos de ellos expertos y otros amateur. Es interesante ver cómo Paul Azema se pelea con un ama de casa sobre la mejor manera de combinar sabores y texturas. En este cambalache que por momentos puede ser BMSC, se aprende –bastante– sobre cómo –y dónde, y con qué– comer mejor. Bon appétit.