Soja-maíz será el puntapié inicial del próximo Mundial

    Por Rubén Chorny

    “¿Quién alimentará a China?” fue la pregunta del millón que en las postrimerías de la década del 90 lanzara nada menos que el fundador del primer instituto en explorar las tendencias globales del medio ambiente, el Worldwatch Institute, y director del Earth Policy Institute, Lester Brown.
    Es la misma que se viene haciendo Jorge Castro desde que viajara como funcionario del gobierno de Carlos Menem a Beijing hace 27 años y la que acaba de recordar la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner en Roma, al proclamar al país gran productor de alimentos para más de 400 millones de personas (China más que las triplica) ante la Conferencia ONU para Alimentación y Agricultura (FAO).
    Y sería la que desarrollarían como hipótesis de trabajo, o deberían estar haciéndolo, los economistas de los candidatos presidenciales en vísperas de elecciones en la Argentina.
    Si bien siempre la naturaleza da la última palabra, la suerte de la siembra venidera comenzará a echarse después de las Paso y hasta la asunción del Gobierno entrante. ¿Repetirán las 20 millones de hectáreas de soja de la última campaña? ¿Se agregarán los que están a más de 1.000 km. de los puertos y, con lo que les quedaba, no podían afrontar el flete? ¿Arriesgarán los inversores financiamiento para que los campos que necesitan desmalezar antes de tirar semilla mejoren a la postre los rendimientos?
    La certeza es que los precios internacionales se desmoronaron de US$ 535 a los actuales US$ 380 por tonelada; que China importará en esta campaña 2015/16 el récord de 77,5 millones de toneladas de soja (un aumento de 4 millones con respecto al año anterior y de 18 millones considerando los últimos tres años) y que la Argentina cubre 10% de esa demanda.
    Pero los signos de pregunta de los agricultores se enfocan en el tipo de cambio y la carga tributaria que regirán al momento de la cosecha, del otoño de 2016 en adelante, un dato no menor hoy, cuando el dólar efectivo que reciben por comercializar granos está en $5, debido a la interacción de una paridad en torno de los $9 pesos y derechos de exportación de 35%.
    El productor agropecuario Néstor Roulet estimó para este año que, por la caída del precio internacional, dejarán de ingresar a las arcas del país US$ 4.339 millones, pese al aumento de producción de 55 a 58 millones de toneladas. En el caso del maíz, menor producción con menor precio determinarán que falten US$ 1.443 millones por exportaciones de este cereal. Los dos complejos suman una merma de US$ 5.782 millones en la caja exterior.
    Tampoco al fisco le espera mejor suerte: entre las retenciones de ambos cultivos, comparadas con las de 2014, arrojan una diferencia en contra de US$ 1.800 millones: entraron 6.000 millones en 2015 contra 7.700 en 2014. En soja fue 5.500 millones versus 7.000 millones, y en maíz, 400 millones contra 700 millones.
    Con los volúmenes actuales, la Argentina quedó como tercer exportador mundial de poroto (de soja) detrás de Brasil y Estados Unidos. Pero se mantuvo al tope de la venta de harina de soja y de aceite.
    Para el campo, estas cuentas se asignan al balance de gestión del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
    El titular de la Sociedad Rural Argentina, Luis Etchevehere, mira para adelante y cree que el potencial del agro quedó reflejado en el comportamiento de 2013. Y que, si se sigue el aumento de la demanda global hacia 2025, se crearán 700.000 puestos de trabajo.
    Pero enumera el tendal que dejó la política en curso: 16.000 productores ganaderos desaparecidos, cese de exportaciones de carne, más de 8.000 tambos cerrados, 138 frigoríficos fundidos con 18 mil desempleados, refugio en la soja, 83% del resultado económico en impuestos.


    Gustavo Grobocopatel

    Expectativas en la sucesión

    De ahí que la expectativa esté abierta hacia la sucesión de la Casa Rosada y los mensajes que proyectarán los que se postulan a gobernar a partir de diciembre: los preparativos de siembra no pueden esperar hasta el relevo.
    Gustavo Grobocopatel, desde el “taxi” de los 1.000 sueldos que debe pagar y los US$ 700 millones que factura su grupo, vislumbra cambios positivos en las distintas motivaciones que mueven a los actores en la transición, que inclusive se podrían adelantar a los comicios.
    “Nunca se sabe cuándo se abrirá la puerta, pero hay que estar preparado para transponerla. Ojo que este Gobierno, que no es muy procampo que digamos, niveló el trigo en la cadena del IVA, cuando alguien se enteró que el pan tiene IVA, y también impulsó el desarrollo de los biocombustibles”, se esperanza.
    Los productores, en general, asumieron que el lucro cesante de esta campaña está jugado y que sólo les cabe deslizar papelitos por debajo de las puertas de los políticos con promesas de extraerle 20 millones de toneladas más a la soja, llevando la cosecha a 80 millones, y otro tanto al maíz, que así de los 23 millones de toneladas actuales podría alcanzar los 40/50 millones.
    Juran que no son cantos de sirenas calcular que ambos refuerzos podrían representar en un año un ingreso extra superior a US$ 6.000 millones, que posibilitaría “salir hechos” con el retroceso de las pizarras de Chicago.
    Pero ponen como condición para dar el puntapié inicial de la oferta agrícola del nuevo ciclo institucional por venir: tipo de cambio competitivo y una readecuación impositiva a fin de fabricar los dólares tranqueras adentro para que en los despachos discutan más tranquilos sobre fondos buitres, cepo y alguna eventual tregua en la puja distributiva.
    La demanda mundial de agroalimentos es mucho más cierta y promisoria.
    Jorge Castro, titular del Instituto de Planeamiento Estratégico, enfatiza que “está siendo arrastrada por el consumidor final, que son las nuevas clases medias de los países emergentes, con los asiáticos como puntales. Ganan más per cápita y exigen más a la producción primaria y toda la cadena agroalimentaria. De 500 millones que son actualmente pasarán a 3.000 millones para 2050”, alerta.
    Y destaca que “la tendencia de la cadena agroalimenticia global es realizar un doble proceso, que en el fondo, en términos históricos, será uno solo para integrarla y diferenciar cada uno de sus segmentos productivos y de sus productos”.


    Jorge Castro

    Transición dietética

    El tándem agrícola soja-maíz ha sido de los más dinámicos en la economía mundial de los últimos 30 años. Se lo vincula a la importancia que predomina en la alimentación desde la transición dietética (soja-maíz-carnes) en marcha, cuya ley consiste en que la humanidad se vuelve más carnívora a medida que las clases bajas se van incorporando al consumo en el mundo, desgrana Héctor Huergo, conductor del programa La Industria Verde, que emite el canal Rural.
    “El dilema es que la población ha crecido en forma geométrica mientras que los alimentos lo hicieron en forma aritmética. Los ingresos aumentaron y los pobres que dejan de serlo aspiran a enriquecer su dieta vegetariana: transformar parte de arroz y trigo en proteína animal, con lo cual el maíz y la soja se erigen en el principal insumo forrajero, junto al sorgo. O sea, la proteína vegetal nutre a la animal. El maíz es la nafta y la proteína, el auto”, plantea.
    Reseña Huergo que “en 1996, China, de donde es oriunda la soja, producía 15 millones de toneladas y no importaba. En la Argentina se libera la semilla transgénica y Nidera, cuya mitad acaban de comprar los chinos, pasa a ser la gran productora. En dos años crece a 15 millones de toneladas, lo mismo que hacía China, que no compraba ni vendía, y en un par de años las estimaciones más optimistas nos hacían saltar de 18/19 millones a una hipótesis de 40 millones de toneladas”.
    De no abastecerse afuera ni de un grano al finalizar el siglo 20, el año pasado los chinos salieron a comprar 70 millones de toneladas.
    “En la Argentina pasamos en ese lapso de producir 15 a 60 millones de toneladas, como consecuencia de las mayores importaciones chinas, que también beneficiaron a los otros países de América latina y causaron la explosión de los precios en 2006/7”, señala.
    Castro recuerda, en ese contexto, que el comienzo en gran escala de las importaciones de soja, ahora de maíz y creciente de la carne, en especial de cerdo proveniente de EE.UU., data de 2001, que fue cuando China se incorporó a la Organización Mundial del Comercio y abrió la totalidad de su economía, empezando por el sector agrícola.
    El “padre de la soja” no solo consume en forma directa el poroto y subproductos sin haber modificado la cantidad que produce en 20 años, sino que ahora las clases medias con mayores ingresos, que viajan más al exterior y demandan productos con marcas internacionales, los absorben también como insumos para el ganado, la piscicultura, la cría de cerdos y algo de vacunos que nutren la mesa cotidiana.
    Con decir que el boom chino de los últimos años ha sido la acuicultura, que se nutre del poroto de soja para desembocar en el filete de pescado. “Es común ver en toda la costa china el llamado cinturón acuícola con las jaulas sumergidas en el mar. De ahí surge más de la mitad del pescado que consumen. La otra gran performance alimentaria es la producción de cerdos, que supera hasta duplicar a la tasa de natalidad china: actualmente el stock indica que ya hay un cerdo cada dos habitantes”, subraya. Y por las dudas se compraron Smithfields Market en EE.UU.
    La transición dietética en el coloso asiático implica que, de constituir el poroto, el trigo y el arroz la primera transformación de energía sola en alimentos, la carne roja aparezca como la segunda: eficiente, por ser seca, en comparación con la proteína animal que aportan el pescado y el pollo, cuyo 70% es agua.
    En cuanto a la extensión de tierra aplicada a los alimentos, si antes se necesitaban 10 hectáreas para saciar a un conjunto de personas, hoy con una ya alcanza, porque por ejemplo el arroz se acompaña en el plato de pollo, hamburguesas, salchichas, bife de chorizo.
    ¿Un vaticinio de Castro? La desaparición a futuro del mercado spot porque los productores primarios, ante todo los de EE.UU., tienden a colocar su producción a través de contratos directos de larga duración, como integrantes de la cadena global, con las compañías agroalimentarias propietarias de marcas de escala global, que son las más grandes del mundo, como McDonald’s, Starbucks, o Kentucky Fried Chicken, que abre un local cada 18 horas y nada más que en China posee 5.800 puestos de servicio.
    “Son franquicias en las que la producción de alimentos reúnen características extremadamente exigentes en materia de calidad y seguridad alimentaria”, alega.

    La “oligarquía vacuna” mutó al guaraní

    Una de las noticias económicas más sorprendentes de los últimos tiempos fue que Paraguay relegara a la Argentina al cuarto puesto como exportador de carne vacuna de la región, que lidera Brasil seguido de Uruguay.
    Sin salida al mar y atenazada su geografía por las dos potencias sudamericanas, Paraguay encaró la reconversión de sus haciendas destinando mayor espacio a los rodeos hasta ocupar la proporción que en el siglo pasado tenía la Argentina de dos vacas por habitante.
    Con una diferencia de población es de cinco a uno a favor nuestra, también la demanda interna per cápita más que duplica a la paraguaya, que con dos clientes fuertes como Brasil y ahora Chile, que la carne que antes compraba a la Argentina ahora la lleva de las tierras guaraníes, orienta la política de precios a generar los saldos exportables y por ende las divisas.
    Los mercaderes de la carne llaman la atención sobre los vasos comunicantes de blanqueo que se crearon entre la entrada de reses no registrada desde la frontera y la selección que se hace para poblar los corrales ajustados a la ley.
    La presencia de frigoríficos exportadores que aplican rigurosamente las normas sanitarias permitió a la carne paraguaya dar un salto de calidad, que inclusive se ha logrado hacer un lugar en la mesa chilena para liberarle al país trasandino crías de ganado más sofisticadas destinadas a proveer a los mercados europeos.