Apenas 25 años atrás el mundo era totalmente diferente. La Unión Soviética, que Ronald Reagan llamaba el “Imperio del Mal”, de pronto se caía a pedazos mientras desaparecía el Muro de Berlín. Parecía que era solo cuestión de tiempo para que también cayera China Comunista a los pies del Consenso de Washington que promovía valores “universales”, como la democracia liberal y la economía capitalista de mercado libre. Por cierto, la gran mayoría de los países desarrollados de hoy abrazan el libre mercado con Gobiernos elegidos democráticamente. A causa de eso, según opina John Jullens en Strategy&, la gran mayoría de los economistas y políticos de la actualidad, incluyendo a los del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, coinciden en que la democracia y los mercados libres son requisitos esenciales para el crecimiento económico y el desarrollo.
Pero un sentimiento totalmente diferente está ganando terreno en los mercados emergentes del Sudeste asiático, Medio Oriente y África. En esas regiones, muchos han comenzado a cuestionar la ortodoxia del mercado libre occidental después de la crisis financiera de 2008. Hasta el mismo concepto de democracia se ve atacado, al ver a su campeón, Estados Unidos, atrapado en una trampa política y a India, su abanderado en el mundo en desarrollo, rezagándose detrás de China. Mientras tanto, experimentos democráticos recientes en Irak y Egipto no lograron despegar. En realidad el último informe realizado por la ONG Freedom House sugiere que la democracia tuvo su apogeo en 2005 y declina desde entonces.
Ahora en cambio, los líderes de muchos mercados emergentes hablan de un alternativo “Consenso de Beijing” como punto de referencia para el desarrollo económico.
Aunque no parece haber mucho consenso ni siquiera en Beijing sobre en qué consiste en realidad ese consenso, algunos observadores dicen que sus rasgos más salientes son una combinación de capitalismo de estado con sistema político decididamente no democrático. En cualquier caso, el notable éxito económico de China de los últimos 30 años es indiscutible y también es evidente el atractivo de su sistema político autocrático para las élites de los países emergentes, incluidos dictadores de diverso grado.
Intervención estatal
Pero lo que describe un modelo económico diferente con otros requisitos institucionales en cada etapa no es solo China sino toda la experiencia del sudeste asiático, como lo demuestran Japón, Surcorea y Taiwán. Contrariamente a las prescripciones de los economistas del libre mercado, el modelo sudasiático sugiere que, especialmente en las primeras etapas del desarrollo, a veces los Gobiernos deben intervenir en lugar de liberalizar sus economías de entrada.
Según Jullens, el atractivo que ejerce el sistema político autocrático de China entre las élites de los países emergentes es evidente.
Por ejemplo, dice, el gran desafío para un país agrario de pocos recursos es cómo salir de la pobreza estructural. Usando el modelo asiático como una posible estrategia de desarrollo, el primer paso es implementar programas de redistribución de la tierra basados en la tenencia familiar y otras iniciativas de mejora de productividad, como fertilizar e irrigar. El resultante excedente rural puede luego usarse para subsidiar la manufactura de bienes de trabajo intensivo para exportación y facilitar la urbanización invirtiendo en infraestructura.
Cuando llega el momento en que se agota el excedente del trabajo agrario y suben los costos el rol del Gobierno debe cambiar para ayudar a las firmas locales a ascender en la cadena de valor facilitando la transferencia de tecnología y know-how de los mercados desarrollados. Es vital en esta etapa proteger a las empresas domésticas nacientes de las poderosas multinacionales, con mejores recursos, con más activos y con más escala mientras simultáneamente se fomenta la competencia doméstica y las exportaciones.
Es arriesgado abrir y desregular demasiado pronto el sector financiero pues podría favorecerse la fuga de capitales, las inversiones de corto plazo o una crisis bancaria. En realidad, es solo en las últimas etapas de la transición, cuando el país pasa de tener ingresos medios a altos, que los Gobiernos deberían comenzar a retirarse y cambiar su rol, de la intervención activa en la economía a la habilitación pasiva de firmas individuales para fomentar nuevas fuentes de productividad, como la innovación de productos.
Se entiende entonces por qué –en toda esta larga trayectoria de desarrollo– las democracias no están necesariamente en situación de ventaja, dada la complejidad de la intervención necesaria para superar intereses poderosos.
Las democracias son notablemente desprolijas e indecisas, aun en países desarrollados y son fácilmente apropiadas por el populismo de corto plazo. Este es un fenómeno frecuente en países emergentes, donde la población suele tener menos educación y es, por lo tanto, más vulnerable a la manipulación.
Es en este punto donde es útil la comparación entre la India democrática y la China autocrática. La decisión de líderes como Deng Xiaoping de ignorar los consejos de, por ejemplo, el FMI, parece haberle salido bien. En realidad, el mayor aporte de Deng bien pudo haber sido su convicción de que la liberalización política solo puede ser posible después de lograr cierto progreso económico. En cambio India tuvo un sistema político más díscolo que hizo más difícil la inversión económica para el desarrollo de largo plazo. En consecuencia el Gobierno no pudo siquiera brindar las necesidades básicas, como rutas pavimentadas, electricidad confiable y agua potable a muchos de sus habitantes.
Con el tiempo, sin embargo, el desarrollo económico puede generar una población más informada que exija a cambio más inclusión política. Esto es lo que ocurrió en Surcorea, que ahora tiene un Gobierno elegido democráticamente. China reconoce esto y está tratando de reformar el modelo económico para hacerlo más democrático, aunque solo sea selectivamente a escala local y solo dentro del mismo Partido Comunista.
Hacia adelante es posible que la democracia siga sufriendo presiones, con las economías en desarrollo optando por el modelo asiático mientras los países desarrollados tratan de superar los problemas de sus propios Gobiernos.
El Este y sus oportunidades
The Rise of the New East es el último libro publicado por Ben Simpfendorfer, consultor, asesor de multinacionales y columnista de Financial Times, en el que toma a los casi 50 mercados emergentes que constituyen “el Este”, un atractivo mercado con infinidad de complejidades y oportunidades para las empresas occidentales. En su libro, Simpfendorfer da algunos consejos para todas las compañías interesadas en aprovechar las oportunidades pero inhibidas por las complejidades de una geografía que comprende desde China hasta Turquía pasando por India, Egipto, Dubai e Indonesia entre muchos otros.
El Este crece, dice el autor, y con ese crecimiento aumenta la complejidad y los efectos secundarios de hacer negocios en el exterior; gustos culturales, monedas y regulaciones diferentes, variación de ingresos. Con más de 20 años de experiencia en trabajar en la región y de haber asistido a la espectacular transformación del área, Simpfendorfer da algunas ideas para entender mejor a la región que comprende a la mitad de la población mundial y 80% de los musulmanes. El mercado que abarca es amplio y variado y requiere un conocimiento mucho más íntimo del que se logra gerenciando desde lejos. Los problemas son muchos: de agua, de polución, de eliminación de residuos, de conservación de energía además de los obstáculos culturales y económicos que hasta la fecha han trabado las soluciones. “En China”, dice el autor –que se ocupa principalmente de ese país– “el sector estatal se hizo más poderoso mientras asfixiaba a las firmas privadas y retrasaba reformas de mercado.”
Algunas de las estrategias que sugiere:
Pensar en grupos más que en naciones. Si concebimos al Este como un todo podremos ver lazos que no se verían de otra manera. Podremos así segmentar a los clientes de una forma que los países no permiten, como “turcos” o “musulmanes”. Por ejemplo, apuntar al mercado musulmán permitirá a las compañías acceder a un mercado que abarca desde Egipto hasta Indonesia. Podrían empezar con mercados más fáciles, como Qatar (que tiene altos ingresos) o Indonesia (la más grande población musulmana) para después expandirse a otros mercados. O podrían usar musulmanes “occidentalizados” y sus conocimientos como mercado de prueba para el desarrollo de productos y aplicaciones antes de aventurarse en los mercados musulmanes orientales.
Ahora que China y otros países se vuelcan al crecimiento impulsado por el consumo, cobra importancia la logística local. Lo mismo que ocurre con el transporte dentro de África o dentro de América latina, lleva más tiempo arribar a algunas partes de China que llegar a Los Ángeles o a Rotterdam desde los grandes aeropuertos chinos. Si el consumo interno va a liderar la próxima ola de crecimiento en China, eso debe cambiar. Cuando China era una economía basada en la manufactura, las buenas conexiones a los puertos del país eran fundamentales. Ahora importan las redes logísticas dentro del país, que lleguen a las regiones más remotas. Las empresas logísticas locales podrían estar en mejores condiciones para tender esas rutas que las transportadoras internacionales más acostumbradas al transporte a granel y marítimo.
No son mercados los que están emergiendo sino una generación de jóvenes. La edad promedio en el “Este” es 26, o sea 14 años menos que la edad promedio en Occidente. Si los países en el Este se saltean algunas tecnologías, la verdadera razón podría ser el conocimiento tecnológico de esta joven generación, no porque antes hayan sido subdesarrollados.
En China, por ejemplo, un veinteañero residente en ciudades puede tener hasta cinco dispositivos móviles. El surgimiento de Oriente implica la entrada de una generación con gustos y hábitos diferentes.
Ejemplo: esta generación está menos interesada en comprar en tiendas físicas y prefiere comprar online. Será entonces más importante instalar cadenas logísticas que tener atractivos locales en las ciudades. También los jóvenes desde Taiwán hasta Turquía cada vez prefieren más a sus héroes locales que a los estadounidenses. Sería crucial adaptar el entretenimiento a los gustos locales.
Más ciudades medianas y grandes significan más oportunidades y más desafíos. El Oriente tiene 325 ciudades con 750.000 habitantes o más. Solamente China tiene más de 140, más que Europa, Estados Unidos y Japón juntos. Algunas van a desaparecer después de construir infraestructura sin tener demanda. Otras harán honor a las expectativas, pero dentro de muchos años. Y otras pueden terminar siendo incapaces de brindar servicios públicos a su creciente población, viendo cómo su clase media sufre las consecuencias.
Saber elegir en cuáles ciudades expandirse tendrá mucha importancia para el éxito o el fracaso. En mercados con poca confianza en marcas locales, colocar productos occidentales puede ser una buena estrategia mientras que en otros las preferencias se inclinarán por los productos locales.
Crecer en Oriente significa aceptar hacer frente a la naturaleza y a desastres provocados por el hombre. Siete de 10 mega ciudades más expuestas a inundaciones están en Oriente. Unas 93 de las más afectadas por las PM10 (partículas de materia) contaminantes de la atmósfera están en Oriente. Y en promedio esa región tiene la mitad de agua renovable por persona comparado con Europa, y menos de un tercio si la comparación es con Estados Unidos. Hacer frente a las más adversas circunstancias es una tarea importante para las ciudades y regiones orientales, mucho más de lo que las regiones occidentales han tenido que soportar.