La industria genera innovación y también economías de escala

    Desde sus inicios en los 80 como asesor del secretario de Comercio en la administración Reagan hasta su actual posición como presidente-fundador del Economic Strategy Institute en Washington D.C., Clyde Prestowitz fue siempre un pregonero de la importancia de la manufactura para la competitividad económica.
    En el marco del último Manufacturing Executives Forum organizado por Booz & Company, mantuvo una conversación con Strategy + business en la que se explayó sobre las ideas de su último libro: The Betrayal of American Prosperity: Free Market Delusions, America´s Decline, and How We Must Compete in the Post-Dollar Era”.
    Para él, la manufactura es, más que cualquier otra actividad, fundamental para la prosperidad porque genera economías de escala. También genera innovación, productos y negocios totalmente nuevos. En la conversación insistió en sus grandes efectos multiplicadores: “cada fábrica necesita contadores, cantinas, proveedores de componentes y otros servicios. Un dólar invertido en manufactura crea dos dólares o más en industrias auxiliares. Por el contrario, un dólar invertido en retail crea unos 45 centavos en ingreso adicional”.
    Por lo demás, el comercio internacional implica, por encima de todo, productos. Cuando países como Estados Unidos tienen déficits comerciales, son primeramente en bienes manufacturados. Esos déficits comerciales restan empleos. Quien quiera recuperar esos empleos, sostiene enfáticamente, tiene solo un camino: apoyar la manufactura.
    “Recuerdo, allá por los 80, un debate sobre si había que subsidiar la industria aérea estadounidense para hacer frente a la europea Airbus. El entonces secretario de Estado, George Shultz, decía que los europeos, al subsidiar a Airbus, solo se estaban haciendo daño a sí mismos: aplicaban impuestos a la gente para enterrar el dinero en una ratonera. Aunque tuviera razón, no pensaba en el daño ocasionado a nuestra industria aérea en Estados Unidos, o en la gente que empleaba directa o indirectamente. Todo país que quiera sobrevivir debe concentrarse en las industrias que quiere mantener y apoyarlas con toda la fuerza”.
    “Durante los últimos 25 años la política económica estadounidense estuvo inspirada en el bienestar del consumidor, y en tratar de lograr la mayor variedad posible de bienes al menor precio posible sin poner el foco en los productores. Esto se combina con la idea de que no importa lo que hagamos ni cómo lo hacemos porque la globalización va a nivelar todo al final. No es así. El país ahora necesita empleos y para eso necesita manufactura”.

    Premisas simplistas
    –¿Cuál debería ser el primer objetivo de una multinacional? ¿La prosperidad de su país de origen o el crecimiento económico global?

    –La postura económica convencional es que el libre comercio global sin restricciones va a producir automáticamente óptimos resultados; sostiene que, por ejemplo, si China gana también gana Estados Unidos y viceversa. Pero esa visión está basada en premisas simplistas: no toma en cuenta las economías de escala, la transferencia de tecnología o el tránsito de capitales.
    Hay dos tipos de empresas globales. En Estados Unidos, el propósito primero de la corporación es brindar óptimos retornos a los accionistas. Esto conduce a una intención de optimizar los resultados de corto plazo. En Europa continental y en la mayoría de Asia, el Estado funda la corporación, le da beneficios específicos y, a cambio, la corporación brinda beneficios a la sociedad. Esto lleva naturalmente a adoptar una política industrial coherente.
    ¿Qué quiero decir con esto? Si miramos países como Singapur, Suecia, Taiwán, Alemania, Corea, Suiza, Finlandia y China, todos son muy diferentes. Algunos son democráticos, otros son autoritarios. Los finlandeses y los suecos tienen sindicatos fuertes, mientras que en Taiwán y Singapur los sindicatos son débiles. Pero todos estos países son económicamente exitosos por las mismas razones. Primero, sus Gobiernos buscan la competitividad promocionando ciertas industrias de alto valor agregado, con un horizonte planificado para el largo plazo. Segundo, tienen un alto nivel de coordinación entre el Gobierno, los sindicatos y la dirigencia empresarial para decisiones sobre inversión, salarios y tasa inflacionaria. No eligen a las empresas ganadoras sino que crean consenso sobre qué tiene que hacer cada una para aportar en la creación de una industria vibrante.
    Esto significa que hay que pensar en cómo invertir. El presidente Obama está invirtiendo en desarrollar energía verde. Pero la cantidad es pequeña si se la compara con los masivos programas de China, Japón, Corea, Alemania y Dinamarca. Y los productores de bienes de energía verde en esos países tienen acceso libre al mercado estadounidense, con una escala mucho más grande que la de los productores basados en Estados Unidos, porque sus Gobiernos han creado proyectos más grandes.
    Si Estados Unidos realmente quiere crear una industria verde viable, tendrá que destinar más dinero. Pero además de dinero, hacen falta políticas para comercio, inversión e investigación y desarrollo, todo tiene que encajar, tomando en cuenta lo que están haciendo otros países y encontrando nuevos nichos donde desarrollar dominio.

    Un sector modelo
    –¿Hay un buen modelo de algún sector que haya hecho este tipo de trabajo de inversión?

    –La industria de semiconductores de Estados Unidos se ha manejado muy bien siempre. En los 80 se vio debilitada por competidores japoneses, coreanos y taiwaneses, todos sostenidos por las políticas industriales de sus países. Los líderes de la industria estadounidesnse convencieron al Departamento de Comercio de que debía actuar. El resultado fue que el Acuerdo de 1986 sobre Semiconductores entre Japón y Estados Unidos, que garantizaba a los productores estadounidenses 20% del mercado japonés e impedía a los japoneses hacer dumping, o sea a vender sus productos a un precio inferior al del mercado para eliminar a la competencia. Esa fue una política sensata. La siguieron acuerdos similares con Corea y otros actores.
    Además, en 1987, el Gobierno y 14 empresas lanzaron Sematech (el nombre se deriva de Semiconductor Manufacturing Technology), que es un consorcio privado y estatal a 50% cada parte, con la misión de mantener la competitividad de los fabricantes estado­unidenses de equipos de semiconductores.

    –¿Qué les diría a líderes del Gobierno y de la empresa que, con razón o sin ella, no confían lo suficiente uno en el otro para actuar de esta forma?
    –No debería ser un problema tan difícil. La industria necesita al Gobierno todo el tiempo, aunque a veces no se dé cuenta. Escucho a los CEO quejarse de que los impuestos son altos. Simultáneamente, quieren que Washington haga más para proteger su propiedad intelectual ante la apropiación por parte de empresas chinas. Se quejan de la política que obliga a las empresas que quieren vender en China a producir allí. Y lo hacen ante el Gobierno de EE.UU. Un político astuto aprovecharía esta situación y respondería con más fuerza a las políticas chinas.

    –¿Cómo se logra cambiar la forma en que piensan los legisladores, especialmente en un clima político caldeado por las diferencias?
    –Probablemente haga falta una crisis. Creo que la última crisis económica no fue lo suficientemente grave como para forzar los cambios que necesitamos. Debimos haber nacionalizado los bancos o cambiar sus dirigencias. Deberíamos tener mucha más disciplina en Wall Street.
    Creo que Estados Unidos puede mantener un alto nivel de vida. Tenemos mejores cartas que cualquier otro jugador, sea la Unión Europea, Japón, China o India. Pero como en todo partido de cartas, es muy posible tener buenas cartas y no jugarlas bien. Estados Unidos no jugó bien las suyas durante algún tiempo. Si cambiamos la calidad de nuestro juego, no tendremos que envidiar el éxito de China, o de Brasil, o de India o de cualquier otro país.