Hay que animarse a animar

    Por Florencia Pulla

    En el mercado de animación no se dibujan los números. Según un estudio elaborado por el Observatorio de Industrias Creativas (OIC), en 2011 ya se contaban 50 empresas de producción de animación en la Ciudad de Buenos Aires solamente. Pero vale un dato: de todas, 80% tienen menos de ocho años de antigüedad y 40%, menos de tres. Podemos decirlo: aunque el sector vive su mejor momento, todavía está en pañales.
    Pero definitivamente las cifras reflejan el presente promisorio de una industria que lleva décadas gestándose. Desde García Ferré y su genial Hijitus hasta el más reciente Metegol de Campanella, el país tiene una larga tradición de productos culturales autóctonos de exportación.
    El aporte estatal, de la mano del Incaa para la financiación de proyectos de largometraje, o a través de los ministerios de Educación o de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva para contenido educativo, que hoy encuentran pantallas en el modelo de Televisión Digital Abierta (TDA) prometen dar un impulso inusitado en nuestra historia que sirva como paso inicial para un modelo de negocios mixto, en el que los privados también vean su retorno.
    “La industria argentina ha tenido un crecimiento muy importante en estos años –asegura Rosanna Manfredi, directora de Expotoons, el festival de animación local que ya va por su séptima edición y que busca difundir y colaborar en el crecimiento del sector. “Cuando empezamos era todo muy incipiente, no era una actividad sustentable. Si bien nuestra trayectoria arranca muy atrás porque la Argentina es un país pionero en animación, en esta última década ha habido un desarrollo muy grande: por un lado la tecnología está más al alcance de la mano de los productores, se hizo más accesible; por el otro, el abaratamiento de los costos y la posibilidad de capacitarse”.


    Juan Pablo Zaramella

    Otros aires a Buenos Aires
    La otra buena noticia es que el contexto internacional ayuda, en este caso. Los grandes estudios internacionales –pero mayoritariamente el que más volumen mueve, el estadounidense– buscan acotar los riesgos y reducir sus costos y ven en países como el nuestro la oportunidad de tener lo mejor de los dos mundos: calidad, porque el talento local lo permite, a un costo no tan prohibitivo. El Oscar que en su momento obtuvo Campanella nos ayuda mucho en ese sentido: le da legitimidad a todo un mercado que ya existía antes pero al que se le dificultaba entrar por la puerta grande; otorga, en otras palabras, visibilidad.
    Pero, ¿cómo perciben los grandes estudios al mercado latinoamericano de animación? ¿Es el patio trasero, lugar de descarte y trabajo manual, o es reconocido por su talento y valor de producto? Tal vez la verdad se encuentre en el medio.
    Metegol costó US$ 22 millones y contó con el apoyo de varios privados que se encargaron de esponsorear la tecnología necesaria para viabilizar un proyecto de animación de gran escala, entre ellos Intel y HP, y de otorgarle visibilidad de la mano de Telefónica y Telefé. Aunque es una fortuna para las producciones low-cost del país, es poco comparado con las grandes producciones internacionales de estudios como Pixar o Universal.
    De hecho, los presupuestos son tan altos –Toy Story 3 costó más de US$ 200 millones y se estima que una producción de animación cuesta, en promedio, US$ 101 millones– que los riesgos que los inversores están dispuestos a tomar son cada día menores. Es decir: si fracasa, se puede perder mucho dinero. Y los que lo tienen no están en el negocio de perderlo.
    Tercerizar se vuelve clave para acotar ese riesgo. Y aunque mercados como el asiático tienen grandes exponentes –Corea, en calidad; India, en cantidad– pocos pueden combinar estos dos factores. Metegol les llegó, entonces, como una bendición: una película con la calidad de cualquier estudio a un cuarto de su presupuesto. Win-win.
    Juan Pablo Zaramella puede no ser conocido en el cine comercial pero sus cortos han dado la vuelta al mundo, ganando más de 300 premios y procurándole un prestigio que ha traspasado varias fronteras. Conoce, entonces, una cosa o dos sobre los desafíos que enfrenta la industria nacional si quiere encontrar su espacio en el mercado internacional. “Es verdad que se terceriza. A los estudios les baja los costos tener a los trabajadores en sus casas, aunque no estoy seguro de que eso sea lo mejor para una Pyme o para un independiente. Creo que la Argentina está muy bien técnicamente y eso lo demuestran todas las producciones que se hacen desde aquí para publicidad para todo el mundo”.
    Tanto Zaramella como Manfredi, sin embargo, son cautos. Aunque puede ser que Metegol abra puertas quizás su experiencia no sea fácilmente replicable. Además, el tema de la escala en un país como el nuestro incide en la decisión de los grandes estudios de apostar dinero a localmente. Lo que hay está bien, dicen, pero falta.
    “Metegol es inusual, creo que el hecho de que se haya producido aquí con un presupuesto de US$ 20 millones es un hecho aislado, y no una tendencia que se va a empezar a dar con mucha frecuencia. La película arrancó con el envión que trajo el nombre de Campanella, reconocido en todo el mundo y con un Oscar encima. Ojalá me equivoque pero dudo de que esto se vuelva a repetir muy fácilmente; va a depender mucho del éxito de la película a escala internacional. Creo que todos estamos cruzando los dedos para que funcione”, confiesa Zaramella.

    El camino de la co-producción
    Una manera de sortear esta cuestión es la co-producción. Como dice Ayar Blasco, otro gran exponente de nuestro cine de animación, “la animación argentina existía antes de Metegol pero el cine de animación por computadora era el paso siguiente que tenía que darse. La idea de competir con grandes estudios hay que descartarla; pero hay que encontrarle la vuelta compitiendo con buenos guiones y creatividad”.
    En realidad la clave está en las co-producciones: se necesitan muchos David para competirle a un Goliat. “Desde la Argentina, donde no hay grandes estudios, la mejor opción es la co-producción entre varios países. Es una manera, además, de garantizar una audiencia más grande”, apunta Zaramella.
    Manfredi lo entiende bien porque una de las razones de ser de Expotoons es establecer lazos entre productoras, institutos de cine y realizadores. A pesar de que algunos mercados regionales, como el colombiano o el brasileño, vienen creciendo a la par del argentino, reconoce que todavía es difícil la sustentabilidad si se animan a producir solos.
    “Ningún mercado latinoamericano es sustentable por sí mismo si no exporta o co-produce. Son mercados muy chicos y la animación, no hay que olvidarse, es muy cara porque lleva mucha mano de obra, tecnología y tiempo, entonces les cuesta despegar a las industrias regionales”. Lo resume en una frase, como si fuese poco: “Para poder ser, hay que tener pantalla, vender el producto afuera y además co-producir”. Más fácil de decir que de hacer.

    Paka Paka y una pantalla propia
    Encontrar otros mercados donde colocar producciones locales es importante. Pero puertas adentro también deben existir pantallas que reproduzcan el contenido propio, que se produce con un lenguaje local y que habla de la realidad argentina.
    En ese sentido, la señal infantil Paka Paka –lanzada en 2010 pero que antes era la franja infantil dentro del prestigioso Encuentro– vino a abrir un camino para propios y extraños. Allí aparece, por ejemplo, Zamba, un niño mestizo y de guardapolvo blanco curioso por la historia argentina, y otras realizaciones con acento argentino y gusto local. Han potenciado la oferta pero también la demanda: hoy los chicos tienen un contenido diferente que compite con productos extranjeros como los de Cartoon Network o Nickelodeon.
    “No me gusta la idea de producir en la Argentina como si fuésemos Pixar o Disney. Nunca vamos a lograr una marca local si no entendemos quiénes somos artísticamente. Cada público es diferente y si bien los estadounidenses tocan temas universales, siempre es bueno hablar en el idioma propio, sobre cosas que son muy cercanas”, acota Zaramella.
    “Es muy importante encontrar nuestro lenguaje, nuestra técnica, destacarnos individualmente como país y región –dice Manfredi– porque va de la mano con la cultura que queremos reflejar. En ese sentido nuestros productos van a ser diferentes: Campanella no disimula el acento de sus personajes ni tampoco la temática que es nuestra: el fútbol”.
    Verónica Fiorito, directora de Paka Paka, piensa que la aparición de una pantalla pública amplió las posibilidades de un mercado con lenguaje propio. “El dibujo de Paka Paka no es tradicional sino que tiene un lenguaje muy de acá cuando en realidad los chicos están acostumbrados a los doblajes mexicanos. Hace siete años que venimos construyendo sobre el valor de la televisión pública y hemos ayudado a cambiar el hábito de mirar televisión y hay una responsabilidad en crear contenido desde acá. Que Paka Paka exista no es eliminar, es competir, es invertir en darle calidad a la infancia”.
    Tanto es así que hoy Paka Paka se abastece de producciones nacionales más allá de las 50 empresas de Capital Federal. Hay proyectos de animación en Córdoba, Santa Fe y Río Negro que sin escaparle a sus regionalismos le dan federalismo a una actividad crecientemente centralizada en Buenos Aires.
    “Este es un gran momento para la industria porque existe no solo la posibilidad de que se acerque un proyecto sino que, de existir contenido previo, encuentre una pantalla. Cuando vamos a mercados internacionales Paka Paka tiene reconocimiento porque es una pantalla posible para los productos que no encajan en Disney”. Así se pone de acuerdo con casas productoras para realizar proyectos y abre concursos para elegir entre varias alternativas posibles.

    ¿Y el Estado dónde está?
    Hablar de Paka Paka, que depende del Ministerio de Educación nacional, es hablar, también, del rol del Estado en todo este asunto. ¿Qué papel le corresponde en materia de fomento cultural pero también de impulso a un sector estratégico? El kirchnerismo ha decidido que aquí también extenderá el brazo todopoderoso del Estado. Pero no debe confundirse, dice Fiorito, a Estado con Gobierno: a pesar de que Paka Paka nació por un decreto de Cristina Fernández de Kirchner, el presupuesto lo tiene que aprobar el Congreso y eso, espera la directora de Paka Paka, los salve cuando haya un inevitable cambio de gobierno.
    Es una política de Estado. Y sin embargo, para Fiorito, el rol del Estado debe tender a sentar bases para que las inversiones privadas también lleguen. Una especie de esquema mixto en donde las pantallas públicas ofrezcan contenido de calidad pero en el que los privados también puedan invertir sin reservas.
    Pero lo cierto es que este modelo de producción estatal no es Made in Argentina sino que lo replican otros países, y no solamente en la región. “Toda industria audiovisual de cualquier país tiene una participación activa del Estado. Brasil ha apoyado mucho con leyes concretas que generan una demanda muy fuerte y a las que los privados han respondido con entusiasmo, como es el caso de los bancos a través de mecenazgo –dice la directora de Expotoons, pero agrega que– el rol del Estado debe ir a garantizar producciones piloto para que después puedan llegar a los mercados internacionales con algo concreto”.
    Desde el lado de los realizadores, la voz cantante la ponen Zaramella y Blascó, ambos conscientes del papel estatal en producciones que no cuentan con el aval de un Campanella.
    “El Estado debería apoyar a las artes permanentemente. Es la única forma de darle la oportunidad a gente que tal vez de otra manera no podría financiar sus proyectos. Las financiaciones privadas son mucho más cuidadosas en brindar su apoyo y lo hacen solo cuando tienen o sienten la garantía de que van a recuperar la inversión. Entonces no se van a jugar por un proyecto novedoso o arriesgado”, apunta Blascó, sobre el tema nada pequeño de la innovación creativa.
    Optimista como los personajes de sus cortos, Zaramella finaliza con una expresión de deseo. “El lugar del Estado apoyando la producción es fundamental y la prueba de eso son Francia y Canadá. La animación tiene una fuerza y un mercado inusual en esos países y los animadores, un lugar privilegiado, incluyendo a los independientes. Estos países entendieron la importancia de fomentar el desarrollo de los autores, no solo de la industria. Y gracias a esto crecieron, porque tienen un abanico de productos más grandes que ofrecer”.
    “Lo de Paka Paka es muy bueno, igual que los apoyos del Incaa y la presencia de Mipcom. Todavía falta pulir muchos aspectos pero apuntar a mayores presupuestos y parámetros de calidad es algo novedoso y que celebro. La producción del país está despertándose y eso me parece buenísimo. Tengo esperanzas de que esto sea un peldaño de muchos otros que seguirán, alzando a la producción local hacia el resto del mundo”.