Hora de salir de un aislamiento nocivo

    Por Emilio J. Cárdenas (*)

    En los últimos ocho años, la Argentina se ha ido aislando –inexorable y paulatinamente– del resto del mundo. 
    En parte, como consecuencia de una conducta reprobable en el escenario internacional, sin precedentes en nuestra historia. Pero también por ausencia de respeto al pluralismo, exteriorizada en una notoria incapacidad de diálogo con aquellos que, de pronto, puedan pensar distinto de las definiciones –altivas y caprichosas– acerca de “cómo funciona el mundo” que integran el peculiar “discurso oficial”.
    Esta conducta reprobable suma algunos episodios históricamente inéditos. Como la manipulación de las estadísticas oficiales, con consecuencias en los derechos de terceros que no se han tenido en cuenta, y que en algún momento podríamos tener que enfrentar. El incumplimiento flagrante de laudos arbitrales que nos han condenado, como ocurre en el Mercosur (donde se nos ha acusado nada menos que de causar “daño institucional” a la organización, lo que no nos ha conmovido un ápice) o en otros conocidos mecanismos arbitrales internacionales. O mantener –vencida e impaga, por años– nuestra deuda con los países del llamado Club de París, mientras entonamos incesantes loas a nosotros mismos acerca de nuestro “vertiginoso” crecimiento económico. La consecuencia es nuestra ausencia total del mercado internacional de capitales.
    Cuando parecería acercarse el fin de un ciclo en el que todo esto ocurriera, en algún momento tendremos que implementar acciones correctivas, para poder regresar a la normalidad extraviada. Alguno deberá, entonces, asumir por lo menos las responsabilidades políticas del caso.
    A su vez, la notoria incapacidad de diálogo derivó en consecuencias que realmente son muy serias. 
    Primero, hemos mantenido una actitud agresiva con muchos de nuestros vecinos. Apenas dos ejemplos de esto son suficientes para mostrar el daño que esto ha generado a nuestra imagen.  
    La Argentina ha sido líder de la ilegal suspensión aplicada a Paraguay en el seno del Mercosur, así como en el de Unasur. Esa suspensión abusiva se dispuso para permitir el acceso de Venezuela, que Paraguay bloqueaba conforme a derecho (desde que para ello se requiere la unanimidad de los estados miembros), porque consideraba (con absoluta razón) que Hugo Chávez había deformado de tal manera la democracia venezolana, que ella es ya irreconocible. 
    A ello cabe agregar nuestra actitud arrogante (y dañina) respecto del propio Uruguay, el país más cercano de toda la región, a cuyos proyectos e intereses nos hemos opuesto sistemáticamente, sin medir las consecuencias. 
    Esa misma incapacidad de diálogo nos llevó a excluir de la conversación regional a México, Canadá y a Estados Unidos. Y a Centroamérica toda. De un plumazo. 
    En rigor, nos encerramos en Unasur para consolidar el liderazgo de un Brasil hoy en crisis. E impulsar desde allí el discurso “bolivariano”. Y transformamos al Mercosur en apenas una tribuna política más para promover ese discurso, mientras los países del Pacífico abrazan el libre comercio y se integran vertiginosamente al mundo, sin resquemores y con confianza en sí mismos y en sus propias potencialidades, mientras en el andar destruyen pobreza y modernizan aceleradamente sus propias sociedades.

    De intrascendentes a preocupantes
    Peor aún, así de pronto nos arrimamos a Irán, uno de los países de la “lista corta” de los “parias” del mundo. La de los que exportan el terror y la violencia. Para asombro de casi todos en el exterior, y horror de buena parte de nuestra propia sociedad, que ha sido víctima del fanatismo de quienes construyen las teocracias.
    Con el paso audaz de acercarnos inescrupulosamente a Irán pasamos, cabe acotar, de estar entre los intrascendentes, a pertenecer ahora al grupo de los preocupantes. Que no es lo mismo.
    Si nos preguntamos por la razón central de este proceso de franco deterioro frente a los ojos del mundo y de “desenganche” de casi todos, la respuesta parecería  estar en la cercanía de una frase de Kenneth W. Thompson, en su conocido libro: Tradiciones y valores en la política y en la diplomacia: “La indiferencia a las realidades y peculiaridades de otras culturas y políticas puede ser la más destacada deficiencia que la política nacional lleva al escenario internacional”. 
    Si a ello le sumamos una cuota importante de inocultable ignorancia, la mezcla deviene peligrosa. Porque conduce a la autoexclusión y al aislamiento. De allí, en nuestra opinión, la ya imperiosa necesidad de un cambio de rumbo. Lo antes posible.

    (*) Emilio J. Cárdenas fue embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.