Repensar la relación con China

    Eduardo Daniel Oviedo

    Por Eduardo Daniel Oviedo (*)

    De ser estructuras económicas competitivas, la Argentina y China pasaron a la complementación comercial a partir del crecimiento económico de la potencia asiática. Los intereses generados por el efecto de arrastre de la economía china insertaron al país sudamericano en su modelo productivo como proveedor de soja y otras materias primas, reeditando el patrón centro-periferia de fines del siglo 19. 
    Delegaciones comerciales y políticas viajan a Beijing y Shanghai, entronizada como la nueva meca de las relaciones económicas, en búsqueda de aprovechar la expansión china. No obstante, los datos del intercambio comercial de la pasada década y la ampliación de la brecha asimétrica con la potencia asiática demuestran que el modelo extractivo-dependiente no ha satisfecho las expectativas originarias, y requieren al menos ser ajustados o cambiar hacia una visión industrial orientada a la exportación con valor agregado. 
    Cada uno podrá colocar el calificativo que más aprecie a la década pasada, pero es cierto que la nueva década requiere transformar la relación con China, en vista a que la Argentina tenga un rol activo y beneficios más concretos si desea expandir su crecimiento económico y fortalecer su democracia.

    Una década del modelo extractivo dependiente
    El comercio argentino-chino se decuplicó en una década, pasando de US$ 1.519 millones en 2002 a US$ 15.476 millones en 2012. Al discriminar el intercambio se observan dos grandes tendencias. La devaluación realizada durante el interinato de Duhalde, el ingreso de China a la OMC y la infraestructura exportadora creada durante la década del 90 generaron superávits anuales entre 2002 y 2007, ascendiendo a un total de US$ 5.624 millones. Sin embargo, esos saldos favorables fueron decrecientes desde 2004, hasta alcanzar déficit en 2008. Entre este año y 2012, los superávits chinos fueron anualmente constantes y crecientes, alcanzando un total de US$ 12.517 millones.
    Las exportaciones crecieron aceleradamente entre 2002 y 2007, se estancaron a partir de ese año y mantuvieron constante el mismo valor en el quinquenio 2008-2012, con retroceso abrupto en 2009. Aproximadamente, 80% estuvo concentrado en tres productos: porotos de soja, aceite de soja y aceite crudo de petróleo. En cuanto a las importaciones, netamente industriales, estas crecieron constantes desde 2002 y duplicaron las ventas argentinas en 2012.
    La Argentina tuvo una performance negativa en la década, con un déficit de US$ 6.893 millones. En el mismo periodo, Brasil logró superávit por US$ 30.253 millones; mientras que el de Chile fue de US$ 39.000 millones. Otra economía abierta como Perú generó superávit por US$ 4.767 millones; mientras que Venezuela obtuvo US$ 10.568 millones. Solo Uruguay ha sido otro ejemplo de déficit con China en el mismo período. 
    Aun con la exportación de bienes que son imprescindibles para China y altos precios de las commodities, la Argentina no pudo incrementar las exportaciones y generar amplios superávit en el comercio bilateral, como ocurrió con otras naciones latinoamericanas. Como efecto de la crisis mundial, el porcentaje de las exportaciones argentinas en relación al PIB cayó del estable 25% entre 2003 y 2008 a 19% en 2012; mientras que las exportaciones hacia China pasaron de 1,9 % a 1 %. Esta década deficitaria se suma a la anterior, donde el saldo desfavorable alcanzó US$ 2.378 millones entre 1992 y 2002.
    En 2012, China se posicionó en el segundo puesto de la economía mundial y la Argentina en el vigesimocuarto, según PIB a precios actuales publicados por el Banco Mundial. Diferente del quinto puesto y decimoséptimo que ambas naciones tenían en 2001, respectivamente. 
    En 1991, la Argentina era la mitad de la economía china, pasando a ser un quinto en 2001 y 6,1% en 2011, cayendo a 5,7% en 2012. Brasil era 7,3% más grande que la economía china en 1991, pasando a ser 41,8% una década después. En 2011 representó un tercio de la economía china en términos de PBI y un quinto en términos de PPA. Similar tendencia ha sucedido en Paraguay, Uruguay y Venezuela. Por eso, es clara la pérdida de poder económico relativo e incremento de la asimetría de las potencias del Mercosur respecto de China a medida que crece la economía del país asiático.
    En materia de inversiones extranjeras directas (IED) hay dos momentos de inflexión. El primero tuvo lugar en 2007, cuando el total de las inversiones chinas en la Argentina superó el total de las inversiones argentinas en China. El segundo y más importante ocurrió en 2010, cuando varias empresas chinas (CNOOC, PetroChina o ICBC) realizaron grandes inversiones a través de “paraísos fiscales”, como las Islas Vírgenes o Caimán, donde China destinó 91,2 % del total de las IED hacia América latina y el Caribe en ese año. Estas operaciones cambiaron la fisonomía de las inversiones chinas en la Argentina, siendo orientadas a los sectores extractivo (petróleo, urea, minerales) y bancario.

    El desafío de transitar hacia un nuevo esquema
    El modelo extractivo dependiente tiene dos versiones en Sudamérica. Por un lado, Chile y Perú se integran al esquema productivo chino explotando las ventajas comparativas, incentivadas por tratados de libre comercio. En cambio, los países del Mercosur también se integran al modelo chino, pero interrumpen selectivamente la corriente de libre comercio en productos que pueden perturbar la industrialización de sus miembros. 
    No obstante, como la dinámica económica de China es tan abrumadora e imponente y el Mercosur no ha constituido una unión aduanera plena, la fuerza de tracción de la economía china integra a sus miembros en su división internacional del trabajo. Con ritmos diferentes, la secuencia en ambos modelos es la misma: arrastre de las economías sudamericanas, especialización primaria (tanto de recursos naturales renovables como no renovables), desindustrialización y mayor dependencia. Similar situación aparece en el ámbito de las inversiones, donde el Gobierno chino las orienta a sectores extractivos latinoamericanos, en beneficio de la continuidad del modelo productivo-exportador chino.
    Una visión reformista ha sido planteada por el Gobierno de Uruguay, a través de su Presidente, quien propone “discutir un arancel especial para los productos chinos”, pues estos países “no tienen condiciones para resistir los precios con los que sale China al mundo”. Es decir, la idea central es generar obstáculos a la interacción comercial para cambiar la corriente comercial y contener el impacto de los productos chinos en las industrias locales. 
    Distinta a la propuesta de 2010, cuando en respuesta al “Documento de Política China para América Latina y el Caribe” publicado por el Gobierno chino en 2008, el Mercosur ampliado retomó el diálogo Mercosur-China, interrumpido desde 2004, con miras a firmar un acuerdo comercial.
    A esta propuesta, conducente al establecimiento pleno de la unión aduanera, podría contraponerse una alternativa radical, que implique revertir la dependencia e integrar a China en el modelo productivo local, transitando hacia una asociación estratégica inter-industrial. La apuesta debe están focalizada a productos industrializados, que China no desea comprar pues lo fabrica en su propio territorio con materias primas locales o importadas desde la Argentina y otros países.
    Esta decisión implica el cambio hacia el modelo industrial-productivo, hoy limitado al mercado interno, para la exportación de bienes finales de la industria alimenticia que propenda a exportar a China productos con valor agregado. Si los chinos quieren comer queso de soja, se debería producir en Argentina y exportar a China, cambiando la actual situación de compra de soja en granos por la elaboración de productos finales para el consumidor chino. Sin embargo, la actual diversificación económica es horizontal y no vertical, pues a las exportaciones de soja se suma la apertura del mercado chino para la cebada, maíz y otros commodities, y la nación asiática obstaculiza las ventas de productos con valor agregado. 
    Este aspecto requiere una nueva visión de la relación comercial y, a su vez, una nueva visión del modelo productivo argentino, prohibiendo la exportación de commodities e invitando a las nacientes trasnacionales chinas a invertir en la Argentina para elaborar alimentos destinados al mercado chino. 
    Los commodities pueden ser parte de la estrategia a corto plazo para financiar el modelo productivo, pero no pueden constituirse en el eje central a mediano y largo plazo, como se ha llevado a cabo hasta el presente, pues seguiría vigente el modelo extractivo dependiente, de características centro-periféricas, en cambio de avanzar hacia un modelo inter-industrial. Sin embargo, el alto valor del precio de la soja y otros commodities conspira contra esta alternativa de cambio, especialmente cuando la percepción de impuestos a las exportaciones resulta tan sencilla para el Gobierno nacional y es base de su financiamiento.

    Anclar la modernización
    El balance de la relación con China en la última década muestra el incremento absoluto de los vínculos comerciales y financieros, aunque resulta insuficiente en términos relativos. El patrón de vinculación retrotrae a la relación con Gran Bretaña entre 1880 y 1930, el cual prevé cierto límite al crecimiento económico, a partir de reiterar el modelo extractivo dependiente. La inserción pasiva de la Argentina en el modelo de crecimiento chino estimulada a partir de la exportación de materias primas e inversiones chinas en sectores mineros y energéticos argentinos muestra un patrón que conjuga liberalización y proteccionismo selectivo. Esta política extractiva de China se ha visto exacerbada en la reciente pesca ilegal de barcos mercantes chinos dentro de la zona económica exclusiva argentina.
    En la década del 60 del siglo pasado, la Argentina perdió el “tren japonés” y desde el inicio del siglo 21 viene perdiendo el “tren chino”. En tal sentido, las políticas eclécticas llevan a dilapidar tiempo en la relación, debiendo establecer uno de los dos extremos: o liberalizar plenamente la relación con China como paso previo a la industrialización; o bien establecer la industrialización prohibiendo la exportación de commodities, como política de atracción de inversiones para generar exportaciones con valor agregado hacia China. 
    Pero el problema va más allá, pues no se resuelve con ser vagón de la locomotora china, sino que requiere verse a sí mismo como locomotora. En última instancia, la relación con China es dependiente de la definición de un proyecto de nación, cuyo eje debería ser “modernizar en democracia”. Es decir, anclar la modernización en la Argentina, para generar el crecimiento económico que mejore el bienestar económico-social de sus ciudadanos y, así, consolidar la democracia.

    (*) Investigador independiente del Conicet y profesor titular en la Universidad Nacional de Rosario. Autor del libro Historia de las Relaciones Internacionales entre Argentina y China, 1945-2010 (Dunken, Buenos Aires, 2010).