<p>Kenneth Rogoff, el crédito de Harvard, calificó el estado de cosas como “la gran recesión”, para eludir dos palabras fatales: deflación, depresión. “Mejor olvidémonos de 2009”, señalaba ante una reunión anual del sector hidrocarburos norteamericanos. Pero aportó un flaco consuelo: “todas las crisis siempre tienen un final”.<br />
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Fue el más optimista, quizá por ser el más ortodoxo. Nouriel Roubini (universidad de Nueva York) quien predijo “un estancamiento con forma de L, similar al japonés de los años 90”, o sea una brusca caída y un posterior lapso neutro. Pero el Sol naciente tenía –tiene- “dos ventajas negadas a EE.UU.: sólido ahorro interno y alto superávit en cuenta corriente”.<br />
Roubini, apodado “doctor hado” por sus críticos de Wall Street, admitió que los megarrescates financieros y el paquete de estímulos eran necesarios, “pero cuestan caro. No nos engañemos, los bancos reciben US$ 2,7 billones, contando el rescate de octubre, y no existe ahorro interno para solventarlo”.<br />
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Hostil al nuevo gobierno, Rogoff sostuvo que “estímulos por casi tres billones acabarán siendo peores que no haber hecho nada”. Eso sucederá “si Washington no se organiza rápido y, también, si no ordena el sistema financiero”. En verdad, este analista se dirige a un auditorio que no cree en la capacidad de Barack Obama. <br />
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Menos tremendista, Narimán Behravesh (IHS Global Insight) insiste en que “vivimos una recesión, no una depresión. Tampoco es como la década perdida de Japón”. Ante caras poco convencidas, el economista de origen iraní pronosticó “un modesto repunte para 2010, apoyado en precios petroleros entre US$ 50 y 60 el barril a dólares constantes. Pero, antes, quizá caigan hasta 20”. </p>
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Tres analistas dibujan un sombrío escenario global
Rogoff, Roubini y Behravesh protagonizaron un foro bastante pesimista en Houston, en el encuentro anual de la industria petrolera estadounidense. Los colores más negros de su paleta quedan manifiestos en la escala de intensidad: alta, altísima, horrenda.