<strong>La receta propia</strong><br /><br />Por ejemplo, “<em>no derregular por demás el sector financiero, tomar prestado lo necesario, cuidar la economía real, invertir en productividad, educación y tecnología</em>”. Algo así como lo inverso al consenso de Washington (1989) que, antes de esfumarse, promovió el foro de Davos, predicó la convertibilidad y fomentó la figura de quiebra soberana. Si se hubiese aplicado, hoy sus víctimas incluirían economías centrales. <br /><br />Comparando el desempeño de lo que se llama incorrectamente “Asia” (olvidando sus partes: central, occidental y septentrional) con Occidente, “queda claro –subraya Mahbubani- que, en tanto Estados Unidos levantaba una casa de naipes, nuestra región se dedicaba a las economías reales”. No obstante, subsisten dos plazas “<em>offshore</em>” tan especulativas como Hong Kong y la propia Singapur, una ciudad sin estado alrededor.<br /><br />Por supuesto, muchos analistas anglosajones no se rinden fácilmente. Reconocen, sin duda, que los bancos del este en general no han incurrido en los excesos del oeste. También saben que los sectores público y privado de los países principales siguen aferrado al ahorro. Sus ejecutivos –salvo los de empresas familiares, como en Surcorea- no se han asignado escandalosas remuneraciones. <br /><br />Sin embargo, esos puntos fuertes a veces combinan ventajas con inconvenientes. El enorme ahorro interno japonés debe tanto a los deficientes sistemas de seguridad social cuanto a la sobriedad de la gente, por lo cual es difícil estimular la demanda del público. Ésas y otras trabas de mayor envergadura forman parte, sin duda, de un “<em>modelo capitalista oriental</em>”.<br />Por cierto, la zona entre el Pacífico al noreste y el Índico al oeste depende de una especie de “superdemanda” de bienes y servicios todavía vigente. Esos países suponen que, al concentrarse en la economía física (electrónicos de uso final, máquinas herramientas, barcos, vehículos), soslayarán la crisis sistémica occidental. Pero buena parte de sus compradores se debaten en esas turbulencias. <br /><br />Japón retorna como ejemplo. Este año, su desempeño en términos de producto bruto interno será superior sólo al de Rusia en el G-8, estima el FMI. A criterio de Dresdner Kleinwort (Tokio) el PBI podría ceder 6%; una exageración. Pero, al ampliar la mirada a todo el país, se descubre que sus bancos tienen escasos activos tóxicos ajenos y Tokio exhibe altos superávit de intercambio y cuenta corriente en balanza de pagos.<br /><br />Finalmente, algunas economías del área (India es una) eludirán lo peor porque no se han integrado a la misma globalización que hoy se repliega a lo financiero y lo comercial, pese al proteccionismo en nuevo auge. Delhi mantiene restricciones al capital externo en varios sectores económicos, con resultados algo contradictorios. Especialmente donde se aplican subsidios. <br /><br />Ajena a los mitos capitalistas, China empero no desiste de mejorar la eficiencia del sector financiero, sin sacar de la órbita estatal. De paso, fomenta una curiosa competencia bursátil en la ciudad-estado Hong Kong y las grandes bolsas del país (Shangai, Guangzhou, etc.).<br /><br />Todo este variopinto escenario enciende la imaginación a ambas orillas del Pacífico. Algunos ven la estatización parcial de entidades financieras fallidas en EE.UU., Gran Bretaña o Alemania como síntoma de que Occidente marcha al dirigismo, al menos en materia financiera. Ni hablar de Detroit, que se debate entre quiebras, extranjerización o intervenciones del gobierno.
Ignorando diferencias abismales, que los economistas serios conocían perfectamente, muchos analistas financieros elaboraron interpretaciones demasiados genéricas. Sus defectos quedaron patentes cuando Rusia, Turquía, Ucrania, Brasil y Argentina se sumaron a las turbulencias.<br />
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Como parte de la sapiencia convencional, en varias universidades y escuelas de negocios anglosajonas sindicaban a Asia Pacífico como en extremo dependientes de fondos exógenos vía bancos sujetos a los gobiernos. Ello en vez de apoyarse en mercados libres, creativos y eficaces. En verdad, se abusaba del “capitalismo entre compinches o familiares”, donde el interés estatal estaba ligado a clanes o grupos cerrados por demás entrelazados. <br />
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Aun en forma tan evolucionadas como la japonesa –<em>zaibatsu, keiretsu</em>-, los ejecutivos quedaban a cubierto de presiones originadas en los accionistas y, por ende, no eran lo bastante eficientes ni tenían en cuenta los intereses del inversor. Entretanto, los gobiernos interferían demasiado en las tomas de decisiones y desdeñaban las supuestas “fuerzas creativas del mercado”. <br />
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Dejando a un lado el virtual colapso del modelo anglosajón, tal como lo muestra la presente crisis sistémica en las economías –que los gurúes no supieron prever-, las cosas se ha dado vuelta. El modelo Asia Pacífico (abarcando Asia meridional), sus reguladores, políticos, funcionarios y empresarios pasan a la ofensiva, junto con Rusia y otras economías emergentes. Hoy, catedráticos y banqueros centrales del este censuran el “capitalismo de casino” anglosajón y sus sucesivas burbujas de aire caliente, China se da el lujo de dudar sobre la calidad de las letras de tesorería norteamericanas, otrora sagradas.<br />
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Este giro copernicano refleja un justificable alto grado de autoestima. Gobiernos heterodoxos como Beijing, Tokio, Seúl o Taipei son los mayores tenedores de deuda estadounidense titulizada. A fin de marzo, dos tercios de las reservas internacionales chinas (US$ 1,95 billones) se componían de esos bonos. Mientras, las bolsas de varios países emergentes eludían los cimbronazos más graves de la crisis, en tanto otra cumbre del Grupo de los 20 no conseguía armonizar criterios entre supérstites del capitalismo anglosajón y el renano. <br />
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Meses atrás, Wen Jiabao –primer ministro chino- denunciaba en Davos, tambaleante Meca del capitalismo financiero, “un modelo occidental insostenible, cuyo desarrollo se basaba en escaso ahorro y alto consumo, ahora en colapso”. Beijing ponía en evidencia “bancos y otras entidades cuyas acciones están en el piso y su propiedad parcial del estado chino”. <br />
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Tocando la misma canción, Prakash Dyavadekar (del Bharatiya dyanata, partido nacionalista indio) define el capitalismo anglosajón como “autocomplaciente en extremo”. Eso mientras tantos “<em>pukka sahib</em>” hindúes o <em>sij </em>sirven incondicionalmente a ese capitalismo. Menos lírico, Eisuke Sakakibara –ex ministro japonés de hacienda- es tajante: “Después de esta crisis, las economías centrales no volverán a los patrones de gasto previos. Todo será muy distinto. Se acabó la era norteamericana”. En el plano académico, ironizaba un diario de Estocolmo, “muchos Nobel económicos debieran devolver las medallas, si no la plata”. <br />
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El singapurés Kishur Mahbubani fue un profeta de esa decadencia. Admite que Asia sudoriental copió aspectos del capitalismo anglosajón, en particular la fe en los mercados libres. Pero, “luego de sufrir durante la crisis de 1997/8 las recetas del Fondo Monetario Internacional –más tarde ignoradas por los países centrales, es momento de aplicar lecciones propias”.