<p>Como en griego clásico, “en chino crisis, weiji, es riesgo y oportunidad”, apunta Stephen Roach, director ejecutivo de Morgan Stanley. El ascenso de China como potencia mundial refleja esa dicotomía, vista ya en 1997/8 y 2000/1”. Pero, a diferencia de esas dos ocasiones, “no parece que China aprecie la severidad de los actuales riesgos”. <br />
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En verdad, Occidente sufre “el peor descalabro financiero desde los años 30. Nombres otrora emblemáticos están por el suelo. Las economías centrales marchan a una contracción colectiva no vista desde la Segunda guerra mundial”. <br />
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En relación con 3,7% anual medio de avance en cuarenta años, un retroceso de 1,5% en el producto bruto mundial (PBM), como el previsto en 2009, “es asombroso. En un volumen total de US$ 64 billones (millones de millones), esa caída presupone 3,2 billones. Nunca antes la economía del planeta había afrontado una baja tan severa y abrupta”.<br />
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De ahí que, según Roach, “Beijing debiera tomar plena conciencia del cimbronazo en gestación. Sólo así entenderá la amenaza recesiva a su economía y su modelo de crecimiento basado en la exportación. Pero parece que el gigante no capta el mensaje y se aferra a políticas o estrategias anacrónicas, suponiendo que habrá una reacción de corte clásico en el perfil de la demanda exterior. Eso la coloca en mala posición ante un rasgo clave del escenario postcrisis: una prolongada caída de la demanda mundial, liderada por Estados Unidos. Por ende, el modelo chino queda expuesto a lo que podría ser otro punto ciego en la economía internacional”. <br />
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Mientras tanto, Beijing reprocha a Washington sus desbordes fiscales y una adicción al endeudamiento que podría reducir el valor de las inversiones chinas en letras de tesorería. De paso, impulsa una drástica reforma del sistema cambiario internacional. Pero, advierte el directivo de Morgan Stanley, “si presiona demasiado en esa dirección, arriesga desencadenar una crisis del dólar que ahondaría los problemas presentes”. Ahí reside la “paradoja manchuriana” de China potencia. En términos de weiji, eso convertiría toda oportunidad en riesgo. <br />
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<p>En opinión del analista, ese país “es único en apostar tanto al crecimiento cifrado en las exportaciones”. Según estadísticas del Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio, la porción china en el intercambio global se octuplicó en los poco más de treinta años desde el despegue de 1978. Eso dobla o triplica los avances de otras economías en el este y sur de Asia en comparables estadios de desarrollo.<br /><br />Por otra parte, China elevó de 20 a 36%, entre 2001 y 2007, el peso del intercambio en su producto bruto interno. “En calidad de máximo mercado emergente abierto –su comercio exterior llegó a 65% del PBI-, no está en condiciones de eludir algunos efectos de la crisis general”.<br /><br />Hasta cierto punto, no lo logró. Tras una severa baja de exportaciones, el ritmo de aumento del PBI cedió de 13% en 2007 a 6,8% anual en el cuarto trimestre de 2008. Luego repuntó parcialmente. El gobierno ya había reaccionado, en noviembre, con una amplia gama de estímulos por US$ 585.000 millones en el bienio 2009/10, dominado por proyectos de infraestructura. “Este paquete proactivo –sostiene Roach- toma aspectos de los lanzados para afrontar las crisis sistémicas internacionales de 1997/8 y 2000/1, en este caso signada por una suave recesión. En ambas instancias, la economía mundial emergió bastante rápido y China estaba en muy buena posición para sacar provecho del rebote”. <br /><br />Como entonces, hoy el gobierno “no hace mucho para generar medidas orientadas a promover el gasto y el consumo internos, aspectos demorados en una economía que sigue creciendo. Si bien no hay nada de malo en las iniciativas infraestructurales de corte keynesiano, no son suficientes para estimular la demanda interna. Ésta se ha desmoronado a apenas 36% del PBI en 2007”. <br /><br />En esencia, China no juega solamente a sus estímulos proactivos, sino también a acciones simétricas adoptadas en otras partes del mundo y ello subraya “uno de los mayores peligros de su estrategia. Si –sospecha Roach, el público norteamericano entra recién ahora en una contracción de gastos y consumo, China verá frustrados sus objetivos”. Obviamente, ni Beijing ni Washington comparten estas presunciones.<br /><br />Las fuerzas económicas no obran en el vacío. Esto vale especialmente para crisis financieras y recesiones, cuando intensas presiones suelen resultar en fuertes respuestas políticas y sociales. En esto China no difiere de otras naciones, por lo cual su maquinaria política no se centra sólo en problemas internos –como el desempleo-, sino además en factores externos. Por ejemplo, el intercambio con EE.UU.<br /><br /> </p>
<p>En ese marco, “la proyección geopolítica de su macroestrategia orientada a exportaciones es particularmente paradójica. La cúpula china destaca dos temas claves: la incipiente falta de confianza en las letras de tesorería y en el dólar como divisa de reserva hegemónica”. El primer ministro Wen Jiabao manifiesta inquietud por la seguridad financiera de China, que acumula unos US$ 700.000 millones sólo en títulos norteamericanos. Al mismo tiempo, Zhou Xiaochüan –presidente del banco central- se ha sumado al debate sobre reforma al sistema monetario mundial.<br />
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Por supuesto, “con el gobierno estadounidense anunciando déficit en billones, el veloz aumento de la deuda pública no puede ser tomado a la ligera por su máximo acreedor. Ergo, la posibilidad de ulteriores depreciaciones del dólar no debe descartarse”. <br />
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Pero Beijing enfatiza esos problemas “como si estuviese desconectada de sus propios desequilibrios, que definen un lado crítico de su paradoja manchuriana”. Beijing sigue dependiendo bastante del crecimiento vía exportaciones y descuida el consumo interno. Por tanto, “repite lo de 1997/8 o 2000/1 y espera subirse a una próxima reactivación de las economías occidentales. Su política cambiaria (flotación administrada del yüan contra una canasta dólar-euro-yen) es un componente clave. En efecto, ata el país a políticas que exigen reciclar sus enormes reservas internacionales en bonos y otros activos en dólares. Esto cierra la paradoja y obliga a China a defender la estabilidad del dólar”.<br />
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Por tanto, sería difícil para los propios Wen y Zhou actuar en función de sus aparentes inquietudes. Transferir reservas fuera de activos en dólares deterioraría, precisamente, la competitividad de las exportaciones chinas justo cuando la economía padece de insuficiente demanda interna. Por consiguiente y sin perjuicio de las legítimas preocupaciones del gobierno chino sobre su estrategia cambiaria, existen escasas opciones que contemplen el interés del país. De ahí que Roach no tome muy serio las quejas sobre los títulos del Tesoro o el papel omnipresente del dólar en el mundo.<br />
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Sin duda, las condiciones y políticas de otros países pesan en Beijing. De esa manera, “la tendencia estadounidense a presionar sobre China no debe menospreciarse. En el trienio 2005-7, más de 45 anteproyectos proteccionistas fueron presentador en el Congreso, en un lapso de prosperidad y alta ocupación. Ambas cosas han mutado en honda recesión y desempleo en alza. Por ende, el clima parlamentario se ha dado vuelta”. Los ataques a China están a la orden del día, pese a un dólar en baja que promueve exportaciones. <br />
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En tiempos adversos, se sabe, los políticos norteamericanos salen en pos de chivos emisarios. En el caso chino, los “razonamientos” en Washington pivotean en tres ideas: “un alto déficit comercial destruye puestos laborales y deteriora el salario real, China es clave en los rojos norteamericanos y ese país manipula su moneda como forma de estrategia hacia el exterior.<br />
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Como señala el propio Roach, “son argumentos muy flojos. Primero, un país que no ahorra lo suficiente –como EE.UU.- no tiene un problema bilateral con China, sino uno multilateral con docenas de países. Segundo, el yüan ha aumentado más de 20% ante el dólar (en términos reales) desde que China abandonó el cambio fijo hace más de tres años. Tercero, la inestabilidad laboral también refleja una crónica subinversión en capital humano y educación (Barack Obama también lo cree). Por eso, en días de angustia, es más fácil para los políticos estadounidenses apuntar a China en vez de mirarse al espejo”.</p>
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