<p>La economía argentina habrá ingresado ya, hacia 2010, en un sendero de crecimiento sostenido, con bajo desempleo y persistentes mejoras en la distribución del ingreso, archivando en el olvido las fuertes recesiones y las penurias de la segunda mitad de la década de los '90.</p>
<p>Qué bueno sería poder comenzar esta nota con una frase como ésa y sentirse sólidamente respaldado por hechos. Qué reconfortante anticipar una sociedad en desarrollo "a la Sen", que multiplique las oportunidades para la gente, que permita alcanzar mayores niveles de bienestar de la población y que deje vislumbrar una perspectiva alentadora hacia el futuro más lejano.</p>
<p>¿Pero podría ser posible? Por fortuna, no me siento capaz de negarlo de manera rotunda. El 2000 luce tan diferente de lo que podríamos haber anticipado <i>objetivamente</i> hace diez años, que en otros diez quizá nos sintamos también transportados a un mundo distinto, a una época radicalmente diferente.</p>
<p>Sin embargo, mi trabajo es el escepticismo sistemático (que, también por fortuna, no es igual al pesimismo) y me veo obligado a ejercerlo. Veamos. Si uno mira hacia atrás tratando de dejar de lado las interpretaciones pasionales, encuentra, así me parece, que la Argentina perdió el sendero del crecimiento más o menos estable hace unos 25 años (no 40 ni 60, según cierta interpretación en boga), y desde entonces, mientras el ingreso total generado en el país recorría una montaña rusa de cimas y depresiones, la tendencia de los indicadores distributivos ha sido francamente desalentadora.</p>
<p>Las profundas reformas económicas de los '90 y la recuperación del financiamiento externo, luego del racionamiento del crédito internacional sufrido en la década anterior, permitieron retomar el camino ascendente, pero de manera espasmódica y con nuevos retrocesos en materia de equidad. En promedio, el producto bruto interno creció cerca de 4% al año en la década que termina, mucho mejor que en los '80, pero todavía lejos de cifras de <i>milagro</i> (e incluso por debajo de las tasas alcanzadas entre 1960 y 1974). ¿Cómo seguirá?</p>
<p>Primero reconozcamos el punto de partida. Destacaremos seis rasgos sustantivos del esquema macroeconómico que se configuró en los '90 y que heredaremos de nosotros mismos en el milenio que está por comenzar.</p>
<p>Dos de esos rasgos son pilares fundamentales del nuevo régimen de funcionamiento macro: en primer lugar, una economía mucho menos regulada y más abierta, resultado de numerosas reformas <i>pro mercado</i> (apertura comercial y financiera, privatizaciones); y, en segundo término, el régimen de convertibilidad (más la posibilidad de realizar transacciones en cualquier moneda).</p>
<p>Otros rasgos importantes vienen de más atrás en el tiempo, o han tomado cuerpo como consecuencia de la forma concreta en que evolucionó la economía nacional en los últimos diez años. Ellos son: una perceptible debilidad en materia de capacidad competitiva, asociada en parte a la apreciación cambiaria (el retroceso del tipo de cambio real en líneas generales <i>se comió</i> las importantes ganancias de productividad logradas en este decenio); un creciente endeudamiento externo, consecuencia natural de la debilidad competitiva (la cuenta corriente del balance de pagos presenta un déficit estructural, que es necesario financiar al menos parcialmente con nuevas deudas); además, hay que registrar la existencia de significativas rigideces de precios nominales, en especial en lo que se refiere a los servicios públicos privatizados (cuyos precios siguen subiendo en una economía en deflación), y, finalmente, una tendencia al deterioro de los indicadores distributivos, que se vincula con las manifiestas dificultades que muestra esta economía para generar empleos (en especial, buenos empleos).</p>
<p><b><i>¿Y el crecimiento?</i></b></p>
<p>¿Es ésa una configuración apropiada para el crecimiento estable? La combinación de apreciación cambiaria con fuerte endeudamiento es ciertamente muy inadecuada. La apreciación desalienta la producción nacional y el empleo y el elevado nivel de la deuda externa tiende a limitar el financiamiento que es posible obtener y a la larga impone importantes transferencias al resto del mundo en concepto de servicios financieros. Además, ambos factores son de difícil remoción en las circunstancias iniciales de la década: la apreciación, debido a la rigidez cambiaria y de algunos precios cruciales, como los de los servicios privatizados, y el endeudamiento externo, por la probable persistencia de déficit en cuenta corriente relativamente elevados por al menos varios años. El régimen de convertibilidad, por su parte, hace a la economía particularmente vulnerable a la volatilidad de los movimientos de capitales.</p>
<p>En esa configuración macroeconómica, la disponibilidad de divisas seguirá siendo un factor crucial para poder crecer, o un limitante del crecimiento en tiempos de escasez. En otras palabras, la captación de muy importantes influjos de capitales externos seguirá siendo esencial para que la economía pueda expandirse sostenidamente. De todos modos, considerando las debilidades competitivas y el elevado endeudamiento que ya se han mencionado, parece difícil que pueda mantenerse, en los próximos años, el ritmo medio de expansión de los '90. La conjetura es ésta: en las presentes condiciones, la nuestra seguirá siendo probablemente una economía de crecimiento lento y volátil (como consecuencia de la volatilidad evidente de los flujos de capital), a menos que el entorno externo (tasas de interés internacionales, precios de exportación, demanda de nuestros productos) resulte acentuadamente favorable.</p>
<p><b><i>La última llave</i></b></p>
<p>La clave para poder empujar hacia arriba el ritmo de expansión y abrir más espacio para avanzar hacia una distribución del ingreso más equitativa parece residir en una mejora intensa y sostenida de la capacidad de la economía de generar ingresos de divisas a través del comercio. En otros términos, haría falta algo parecido a una revolución en materia de capacidad competitiva.</p>
<p>Luego de la fase de <i>emergencia fiscal</i> en que el país inicia los años 2000, será seguramente necesario concentrar energías y recursos en un esfuerzo pro competitivo de gran magnitud. Más allá de la compleja cuestión relativa a las cuentas públicas, ésta es la última llave para destrabar la economía y, también, la cuestión central en la que se jugará la sostenibilidad del actual régimen monetario y cambiario.</p>
<p>De aquí a diez años podremos estar frente a paisajes distributivos y de crecimiento muy distintos según la cantidad y la calidad del entusiasmo con que se aborde esa causa y el grado de éxito que se alcance en la empresa.</p>
<p><i>Mario Damill es Economista, especializado en temas de macroeconomía y política económica argentina y latinoamericana, investigador del Cedes y de la Universidad de Palermo.</i></p>
Lo importante es competir
La economía argentina habrá ingresado ya, hacia 2010, en un sendero de crecimiento sostenido, con bajo desempleo y persistentes mejoras en la distribución del ingreso, archivando en el olvido las fuertes recesiones y las penurias de la segunda mitad de la década de los ´90. Qué bueno sería poder comenzar esta nota con una frase como ésa y sentirse sólidamente respaldado por hechos.
Por Mario Damill.