<p>A fines de la década de los '90, la Argentina enfrentaba una encrucijada: ¿cómo ingresar al conjunto de las sociedades y economías del conocimiento, única manera de preservar su independencia en un mundo globalizado? Era fácil comprobar que, ya entonces, la producción de conocimientos diferenciaba a los países, a sus modos de producción de bienes y servicios y a la calidad de vida de su gente. Quienes los producían accedían al bienestar de sus comunidades y al ejercicio pleno de sus derechos. Los países que no podían producir e incorporar conocimientos se exponían al estancamiento económico, a la pobreza crónica y a un futuro sin esperanzas. Algunos países ingresaban al mundo con mejor desarrollo si se planteaban desafíos decisivos con un objetivo posible. Era el caso de la Argentina.</p>
<p>El gobierno elegido a fines de 1999 le asignó importancia crítica a este tema en el marco de un proyecto de Nación. Esa visión prospectiva y las angustias colectivas de esos momentos compartieron, sin embargo, un sustento común: la participación de un sistema científico-tecnológico eficiente, proveedor de los conocimientos y las habilidades demandadas por un país que necesitaba trazar su propio perfil competitivo en un mundo sin fronteras, caracterizado por el avance acelerado y la complejidad creciente de las tecnologías.</p>
<p>Era decisivo, por lo tanto, que la comunidad comprendiera el valor del conocimiento y la participación que tienen la ciencia y la tecnología en la mayor parte de los problemas que afectan a la gente, como individuos y como miembros de su sociedad. Era necesario también entender que la calidad de los sistemas científico-tecnológicos de un país determina su desarrollo sustentable y sus posibilidades de una lucha eficaz contra la inequidad y la exclusión social.</p>
<p>La situación que se daba a fines de la década de los '90 se revirtió totalmente: a partir de la dimensión de los desafíos y de la convicción colectiva con que se los debe enfrentar para superarlos, los científicos se volcaron a dedicar más esfuerzos ­a pesar de sus escasos recursos­ a difundir, divulgar y explicar qué hacen, cómo trabajan y para qué sirve lo que hacen. La gente les prestó atención, y les preguntó, y opinó.</p>
<p>Algunos episodios sucedidos a comienzos del 2000 favorecieron esas acciones; por un lado, la difusión de los resultados del Proyecto del Genoma Humano esperanzó a algunos y alarmó a otros, pero para todos fue una clara demostración del enorme poder de la investigación científica para mejorar la calidad de vida y para provocar reflexiones y debates sobre sus consecuencias económicas, éticas y políticas. Por otra parte, la incorporación de un investigador argentino a la Academia de Ciencias de Estados Unidos ­muchas veces, la antesala al Nobel­ y el triunfo en la competencia internacional por venderle un reactor nuclear a Australia demostraron que, con continuidad y recursos, podemos.</p>
<p><b><i>Acuerdos fundamentales</i></b></p>
<p>Esta nueva relación entre la sociedad y los constructores de conocimientos permitió acuerdos sobre la función del Estado en una sociedad a la que le importan los conocimientos y le otorgó legitimidad a importantes aumentos en los presupuestos para estas actividades.</p>
<p>También la dirigencia argentina cumplió con su parte. Asumió que la globalización es un fenómeno mucho más complejo, rico y peligroso que la simple caída de las barreras comerciales; que la aceleración del desarrollo y de la diseminación tecnológica ofrece grandes oportunidades y enormes amenazas; que este mundo exige decisiones rápidas y que, se sepa o no, se quiera o no, siempre se toman decisiones, ya sea por acción o por omisión ­como los pecados­ con la diferencia, no menor, de que cuando las decisiones se toman por omisión no se puede aprender de la experiencia.</p>
<p>La elite dirigencial verificó que las economías de los países más industrializados se fundamentan, cada vez más, en conocimientos e información y que se reconoce que son estos elementos los que impulsan a la productividad y al crecimiento económico. Por eso en el 2010 prestan particular atención a la función de la información, la tecnología y el aprendizaje en los resultados económicos y saben que en esta nueva economía la educación es la línea de corte que divide a los ricos de los pobres.</p>
<p>Políticos y empresarios aprendieron, también, que una mala gestión puede desfigurar o destruir una buena intención y hasta una buena política.</p>
<p>Es fácil verificar las ventajas de la nueva relación entre la sociedad y el conocimiento en la Argentina del 2010, porque la simple extrapolación de la situación del 2000 ­cuando, para algunos, ni la ciencia ni la tecnología eran consideradas herramientas importantes para la transformación y cuando otros concebían que una política que descansara en el mercado era la garantía de la excelencia educativa, mientras permitían que lo público se asociara con un espacio en continua degradación­ nos hubiera llevado a una Argentina invivible.</p>
<p><i>Ricardo A. Ferraro es Profesor titular de Política Tecnológica en la UBA y autor de varios libros. Coordina el Programa Conocimiento y Sociedad de la Vicepresidencia de la Nación. </i></p>
Las relaciones del conocimiento con la sociedad
A fines de la década de los ´90, los países que producían conocimiento accedían al bienestar de sus comunidades y al ejercicio pleno de sus derechos. Los países que no podían producir e incorporar conocimientos se exponían al estancamiento económico, a la pobreza crónica y a un futuro sin esperanzas.
Por Ricardo A. Ferraro.