Hay tres grandes grupos de negociaciones en curso. Ellos prometen dibujar los contornos del mundo post occidental, fijar el punto de equilibrio entre los estados avanzados y los en surgimiento y describir el lugar de China en el mundo. Ellos decidirán qué se puede salvar del actual sistema multilateral. La alternativa está entre los arreglos globales abiertos y un orden económico creado alrededor de bloques competidores.
El foco inmediato está en el comercio. La conclusión exitosa de las conversaciones por la Asociación Trans Pacífico reforzaría la integración económica de Estados Unidos con gran parte del sudeste asiático. Un acuerdo paralelo Transatlántico sobre Comercio e Inversión reinyectaría cohesión a las relaciones de Washington con Europa. Junto con esos pactos regionales, la Unión Europea, está negociando acuerdos bilaterales con India y Japón. Para completar este rompecabezas, Estados Unidos y la Unión Europea están en conversaciones con más de 20 economías para liberalizar comercio y servicios.
Si juntamos todos estos hilos captamos el mensaje de que Occidente abandonó la idea del gran multilateralismo que definió la postguerra. Lo que más sorprende es que cada uno de estos nuevos acuerdos propuestos dejaría a China al margen. La exclusión de la segunda economía del mundo no es una coincidencia.
China fue la gran ganadora de la economía global abierta. Estados Unidos se pregunta ahora por qué habría de expandir acuerdos que dan poder a su rival. La respuesta norteamericana a China siempre fue la de acercar a China a un sistema basado en reglas mientras reforzaba viejas alianzas como una póliza de seguros. El énfasis ahora es en en la prevención.
La atracción del nuevo “midi-lateralismo” es que fortalecería el control occidental sobre los estándares globales y la fijación de normas. Los europeos son más inclusivos que los estadounidenses, y muchos sugieren que los acuerdos regionales ofrecen un camino hacia acuerdos más inclusivos. Pero Estados Unidos no está solo en su ansiedad por mantener el control del poder económico. París también firmó el TTIP porque teme más a China que a Estados Unidos.
Es cierto que no hay garantía de que los pactos lleguen a firmarse. El alcance y la profundidad del espionaje que realizan las agencias de inteligencia norteamericanas agrió las relaciones transatlánticas. Japón deberá hacer esfuerzos para cumplir con las exigencias que impone el TPP.
Un problema es que esta generación de acuerdos abarcaría mucho más que aranceles: abarcaría regulación, compras públicas y estándares. Esto le mueve el tablero a poderosos intereses y despierta neuralgia política sobre soberanía nacional. Otro es que los gobiernos no están organizados para entender el significado estratégico de los acuerdos económicos. Presidentes y primeros ministros hablan de guerra y de paz. El comercio es para los técnicos. No hay nadie mirando el gran cuadro geoeconómico.
Existen grandes posibilidades de que los gobiernos occidentales van a tener que hacer grandes esfuerzos para evitar la rubtura de las diversas conversaciones. Necesitan el crecimiento prometido por la mayor apertura de mercados. Si fracasan el precio será alto. Mejor sería diluir calladamente algunas de las ambiciones originales. Esta es la última oportunidad de Occidente para retener el poder económico.
China está comenzando a advertir que la dejan atrás. Beijing solicitó participar en las negociaciones por el comercio de servicios y sugirió que las conversaciones con la UE sobre reglas de inversión podrían preceder a un pacto comercial. Las respuestas de Washington y Bruselas fueron tibias. Ven a China como un jugador solitario en el sistema multilateral. Estados Unidos y Europa quieren muestras de que Beijing está dispuesto a abrir su economía.
Los riesgos de fragmentación de las reglas del comercio internacional son evidentes. Esto podría convertirse en una competencia entre occidente y el resto. Dejar a China al margen pondría en peligro el actual tejido del sistema global. Además, la historia está llena de ejemplos de cómo conflictos comerciales terminan convirtiéndose en conflictos más serios.
Mucho puede depender del resultado de los otros dos conjuntos de negociaciones que prometen poner a prueba la adhesión al multilateralismo. Uno decidirá si es posible asegurar un acuerdo global en un clima de cambio; el otro si las naciones ricas están listas para extender la ayuda a las pobres.
En ambos casos el debate se centra en derechos y responsablidades. ¿Cómo repartir la carga de recortar las emisiones de carbono?¿cuánto debería pagar occidente por el desarrollo?¿la largueza de occidente debería equipararse con mayor responsabilidad por parte de los receptores?
¿Los gobiernos del norte y del sur tienen la voluntad y la energía para reconocer su interés mutuo en nuevos acuerdos multinalerales? Las señales no son muy alentadoras. Estados Unidos está más cómodo con coaliciones entre posiciones similares que con el multilateralismo. Los gobiernos en otras latitudes dicen adherir a la interdependencia mientras celosamente mantienen viejas ideas de soberanía nacional. El propio interés inteligente es un método perdido entre los líderes de hoy. La globalización sin reglas globales puede funcionar por un tiempo, pero no va a durar.