¿Habrá sonado al fin la hora para un consenso de Berlín?

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Varios años después de licuarse el ambicioso e imposible “consenso de Washington” (1989), Angela Merkel tiene un proyecto geopolítico propio. Su meta es desplazar a Estados Unidos, el Fondo Monetario internacional y el Banco Mundial. Nada menos.

<p>Los s&iacute;ntomas son claros y, en parte, los comparten los principales pa&iacute;ses emergentes: abierta hostilidad al sistema financiero anglosaj&oacute;n (&ldquo;capitalismo de langostas&rdquo;) y severas limitaciones unilaterales a la especulaci&oacute;n de corto plazo. Vale decir, ventas al descubierto, transferencias a alta velocidad y abuso de derivativos.<br />
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Pero hay una incoherencia: al mismo tiempo, la canciller germana lanza un programa de austeridad casi monetarista, cuando sus aspiraciones geopol&iacute;tcas le exigen fomentar el gasto de las personas sin abandonar la clave exportadora de la econom&iacute;a teutona, que proviene de Otto von Bismarck y la uni&oacute;n aduanera de 1864. Por otra parte, es claro que muchas grandes empresas alemanas -no los anquilosados bancos- no acompa&ntilde;an las sanciones a Ir&aacute;n ni otras obsesiones atlantistas subsistentes en el eje Washington-Londres.<br />
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Entretanto, los norteamericanos descubren, desconcertados, que la crisis sist&eacute;mica de 2006/09 y la oposici&oacute;n salvaje de los legisladores republicanos han debilitado pol&iacute;ticamente al gobierno. Poco puede hoy hacer para aliviar otra crisis, la del endeudamiento europeo, capaz de arrinconar al euro como divisa.<br />
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La posici&oacute;n alemana se suma, naturalmente, a las de China, Brasil, Rusia, Turqu&iacute;a y sus estados clientes, desde Sudam&eacute;rica hasta &Aacute;frica o Asia central. El acuerdo nuclear Ir&aacute;n-Turqu&iacute;a-Brasil no es mal visto en Alemania, mas all&aacute; del apoyo apenas formal a las interminables sanciones dispuestas por el consejo de seguridad (tan inoperantes como la ONU) o las quejas de la Organizaci&oacute;n del Tratado Noratl&aacute;ntico.<br />
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En ese contexto, la &ldquo;rebeld&iacute;a&rdquo; del eventual consenso berlin&eacute;s es un dato clave. M&aacute;xime recordando que Alemania no aprob&oacute; la invasi&oacute;n anglosajona de Irak en 2003 ni la otra guerra imposible, Afganist&aacute;n, a&uacute;n en curso. Si el perimido consenso de Washington (o de Chicago, seg&uacute;n ironizan Joseph Stiglitz, Paul Krugman y Jeffrey Sachs) fomentaba la privatizaci&oacute;n, la desregulaci&oacute;n y el achique de estados perif&eacute;ricos, Berl&iacute;n apunta en otra direcci&oacute;n.<br />
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De hecho, en manos del socialdem&oacute;crata Dominique Strauss-Kahn, el FMI va abandonando los restos de aquel consenso, subsistentes en sus tecn&oacute;cratas latinoamericanos e indios. Por el contrario, bajo Robert Zoellick, el BM sigue aferrado a la antigua ortodoxia fondista. Por supuesto, el proceso que retoma Berl&iacute;n tiene un punto cr&iacute;tico: el colapso de Bear Stearns y Lehman Brothers (2008), junto con tres billones en rescates de banqueros anglosajones con dinero de EE.UU. y Gran Breta&ntilde;a.<br />
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Empe&ntilde;ado en reconstruir y corregir su red financiera, Barack Obama observa con escepticismo e irritaci&oacute;n las movidas de Merkel y las actitudes del franc&eacute;s Nicolas Sarkozy. Surge a este respecto una contradicci&oacute;n: Par&iacute;s teme los programas de ajustes impuestos por el Banco Central Europeo &ndash;manejado por la burocracia del Bundesbank- a Grecia, Espa&ntilde;a, Portugal, eventualmente tambi&eacute;n a Irlanda e Italia. Ser&aacute; muy dif&iacute;cil que congenien con el &ldquo;consenso de Berl&iacute;n&rdquo;.<br />
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Las se&ntilde;ales del mundillo intelectual tampoco hacen feliz a Washington, Londres o Tokio. Basta revisar un libro reciente, The end of the free market, escrito por Ian Bremmer, presidente de la consultor&iacute;a Eurasia y experto en riesgos geopol&iacute;ticos. &ldquo;Los pa&iacute;ses con capitalismo de estado tienden a adoptar pol&iacute;ticas monetarias moderadas y estrategias de largo plazo. Entretanto, dominan los mercados de hidrocarburos u otros productos primarios y, en conjunto, asedian al neoconservatismo desenfrenado y rampante que aun sobrevive en EE.UU., Canad&aacute;, Gran Breta&ntilde;a y Australia&rdquo;.<br />
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Otro autor, John Kampfner, en Freedom for sale, analiza un segundo peligro para la democracia estilo anglosaj&oacute;n. &ldquo;Se trata de una tendencia muy difundida en pa&iacute;ses emergentes: renunciar a ciertas libertades civiles en aras de la prosperidad o la seguridad social y econ&oacute;mica. Esto es claro en China o el mundo musulm&aacute;n&rdquo;. Exactamente, la doctrina enunciada por Bismarck en 1871.</p>

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