Hay coincidencia en que los ganadores estarán en las filas de la industria farmacéutica, de la biotecnología, energía, y todo lo relacionado con la defensa. En cambio, todas las firmas que operan en México – en especial las automotrices- han puesto las barbas en remojo. Temen que la relación retroceda o se estanque con el NAFTA, el acuerdo de libre comercio de la América del Norte que podría ser denunciado por la Casa Blanca.
Todo el sector vinculado al desarrollo de energías alternativas y de preservación del clima y del medio ambiente, temen también que la nueva política les ocasiones importantes daños.
Un claro ganador es la industria farmacéutica. Si vencía Clinton, se esperaba una política severa para reducir los costos de los medicamentos. Con Trump ese temor ha desaparecido.
Otro claro beneficiado es el sector de petróleo y gas. Trump jura que hará que Estados Unidos tenga independencia energética, impulsando la actividad en shale oil and gas, pero también la exploración y explotación convencional en nuevas áreas donde la regulación impide hacerlo, hasta ahora.
Además en su momento dijo que cancelaría el acuerdo climático de París, que acaba de entrar en vigencia tras ser ratificado por una mayoría de países. Lo que llevaría incluso a proteger la explotación de carbón para generar electricidad.
Entre los que pueden tener problemas, aparece con nitidez la industria automotriz. Después de varios años de crecimiento en las ventas, ahora están en descenso. Si el nuevo gobierno aplica políticas que tengan consecuencias recesivas –como se teme-, será peor. Coincide con el anuncio de GM que está despidiendo a 2.000 trabajadores en dos de sus plantas invocando la situación actual, aunque tal vez incida lo que puede venir en pocos meses.
A ello se suman las aprensiones de las plantas de marcas estadounidenses radicadas en México. El Presidente electo no ahorró críticas al anuncio de Ford de que movería a México, durante los próximos tres años, la producción de autos pequeños.
Infraestructura, claro ganador
Un nítido beneficiado de los nuevos tiempos, parece ser con claridad todo el sector vinculado al desarrollo de infraestructura. En especial, los proveedores de la industria de la construcción, y también las firmas constructoras. La gran promesa de Trump es keynesiana: reconstruir y construir autopistas, túneles, puentes, aeropuertos, hospitales, escuelas, e incluso ciudades, como lo dijo expresamente.
En teoría el plan es otorgar US$ 137 mil millones de beneficios impositivos para la construcción, para que toda la inversión prevista alcance a US$ 1 billón (millón de millones en castellano).
La ola de entusiasmo incluye a empresas mineras y proveedoras de insumos básicos para el sector.
En cambio, los sentimientos son encontrados en la actividad aerocomercial y naviera de transporte. Un riesgo percibido es la desregulación total del sector aéreo, lo que llevaría a una guerra de precios de pasajes, donde habría muchas bajas. En cambio, el instinto proteccionista puede mejorar la posición de las aéreas locales que dicen afrontar competencia desleal de otras líneas aéreas, como las de los países del Golfo Pérsico.
En cuanto a las navieras, ya en una difícil situación, todo se podría complicar si se imponen altos aranceles de ingreso a mercaderías procedentes del exterior. Habría menos actividad.
Los bancos, en general, esperan buenas noticias. Creen que avanzará la desregulación. El único problema proviene de bancos que operan con mucho éxito en algunos países –otra vez México es un buen ejemplo- que pueden ser dañados por la nueva política industrial y comercial de Washington. Más homogénea es la percepción de la actividad pariente: las empresas de seguro. Todas creen que obtendrán beneficios con la nueva política.
El sector telecomunicaciones – y el de medios en general- tienen aprensiones justificadas. Trump adelantó que está en contra de la fusión entre AT&T y Time Warner por US$ 85 mil millones. Las empresas europeas del sector pueden correr claros riesgos por los cambios previstos en la tasa de cambio del dólar.