He aquí tres ángulos, tres enfoques imaginativos que vale la pena incorporar al arsenal de ideas y conceptos de esta creciente actividad de las empresas.
En primer lugar, la pasión verde: el tema del ambiente y del calentamiento global. Muchas empresas declaran actuar en esta dirección porque parece lo correcto. Pero no todas tienen idea clara de las dimensiones del problema.
Un muy reciente informe del panel intergubernamental de cambio climático de Naciones Unidas (reunido en Yokohama, Japón) revela que atender los impactos del cambio climático y del calentamiento global, tiene un costo anual equivalente a US$ 100.000 millones, solamente para los países en desarrollo.
La estimación es que un aumento global de la temperatura en 2,5 grados implicará una reducción de 2% en el producto bruto mundial. Hay voces en disidencia que acusan al informe de alarmista, a pesar de que los 30 capítulos del trabajo condensan las opiniones de 300 especialistas de 70 países que han estudiado el tema durante cuatro años.
Más allá del impacto que tendrá el informe a escala global, lo que está claro es que reforzará la inquietud de las empresas en este campo, especialmente porque muchas de ellas han descubierto en simultáneo, que ser verdes es buen negocio. Especialmente las que se dedican a producir bienes y servicios orientados a que otras empresas, a su vez, se transformen en verdes.
Teatro y literatura
No es extraño que mucho del accionar empresario en este campo se oriente a la educación y a la cultura. Lo que sí es novedoso es un programa que se está desarrollando en Gran Bretaña, cuyos resultados tienen efectos medibles y comprobables en el corto plazo.
Empresas de primera línea como el Deustche Bank y PriceWaterhouseCoopers están detrás de esta iniciativa que da que hablar.
En Londres, en la orilla este del Támesis, el Bankside, se alza desde hace unos años la reconstrucción de un edificio del siglo 16, The Globe, igual al teatro donde William Shakespear montaba sus obras. Ahora durante todo el año hay obras del bardo de Stratford upon Avon y estas dos empresas –y algunas más– auspician y respaldan esta actividad cultural tan relevante, ofreciendo millares de entradas gratis a cursos enteros de alumnos secundarios (y ahora de los últimos años de la escuela primaria) tal vez para que entren en contacto, por primera vez, con teatro de primera calidad y obras que despiertan la sensibilidad artística y humana de los jóvenes (desde 1997).
Además de los resultados visibles –los actores reconocen que los jóvenes tienen una sensibilidad distinta y más evidente que los adultos en determinadas escenas–, este tipo de acciones marca etapas de desarrollo y crecimiento en el mismo concepto de RSE, a lo largo de las últimas décadas. Al principio, era caridad con buenos propósitos, cuyos resultados no interesaban demasiado a nadie.
La segunda etapa fue de presencia más notoria donde el visible logotipo de las empresas patrocinantes evidenciaba en que se involucraban.
La tercera, en el último quinquenio, muestra otra evolución significativa. Cómo la comunidad y la empresa que da su respaldo obtienen algún beneficio concreto. Así lo puso de manifiesto PwC en insistir en que el peso de su acción beneficiara a estudiantes secundarios de donde, en su momento, aparecerán pasantes, becarios y empleados de la gran firma auditora. En síntesis, un buen ejemplo de cómo crear valor compartido, según reza la teoría.
Los empleados de estas empresas, de algún modo se involucran, como es el caso del Deutsche Bank. Antes entregaba entradas libres entre el personal para que asistieran al teatro. Ahora le han ofrecido que paguen la entrada, y por cada una que paguen, el banco amplía, gratis, la audiencia de escolares (8.000 adolescentes extras se verán beneficiados por este giro del programa).
La empresa social
Ha aparecido un nuevo tipo de empresas. Buscan ser eficientes, disciplinadas, efectivas. Pero las utilidades que obtienen se dedican en su totalidad a programas de responsabilidad social, a combatir la pobreza y la exclusión social, defender el ambiente y evitar el calentamiento global. En suma, atacar todo problema social o ambiental.
Son una categoría aparte de las empresas convencionales, pero a la vez resultan una fuente de inspiración por ser innovadoras y llevar sus metas hasta las últimas consecuencias. En este tipo de empresas, no tiene vigencia el concepto de que “la primera responsabilidad es con los accionistas a quienes se debe garantizar utilidades”.
Aquí el management busca ganancias para reinvertirlas en este tipo de programas. En Gran Bretaña, por ejemplo, hay una empresa (Pants to Poverty) que fabrica ropa interior con algodón con certificación de comercio justo y trabajadores con sueldos adecuados (en verdad, hay 62.000 empresas de este tipo con 800.000 empleados y una facturación de 24.000 millones de libras esterlinas).
El modelo no es solamente un lujo de los países ricos. En muchos países de África y América latina han comenzado a multiplicarse este tipo de iniciativas.
La empresa social se ha ganado el respeto de las empresas convencionales. Primero, porque invariablemente obtienen ganancias. Segundo, porque las invierten de modo imaginativo. Son buenos modelos en materia de nuevas formas de inversión, de relacionamiento con los poderes públicos locales o nacionales, y por su inserción comunitaria.
Charter schools, la nueva modalidad
Las charter schools estadounidenses son escuelas primarias y secundarias financiadas por el Estado pero que son manejadas independientemente por un grupo de padres, una asociación sin fines de lucro, un Gobierno local o incluso una universidad. Forman parte del sistema público en tanto que su financiamiento es público y sus exámenes son los del sistema público, pero las decisiones pedagógicas y administrativas son tomadas en cada escuela. La ultima vara de medición son los resultados educativos (o sea, los alumnos) y no la política del school district. Cada escuela tiene su “charter” o contrato en el que define su misión, visión, programas, etc.
Desde un punto de vista extremo, las charter o independent schools pueden verse como una respuesta del sector público a un estado de cosas en el que las clases medias huyeron al sistema privado y los pobres, cautivos del sector público, reclamaron una alternativa. Otra herramienta para brindar opciones fueron los vouchers, que son la base en el sistema sueco (el voucher puede ser usado tanto en escuelas privadas tradicionales como en el equivalente a charter schools).
La primera charter school comenzó en Estados Unidos en 1991, pero no fue hasta la última década que el sistema despegó. Un hito importante fue el acta “No child left behind”, sancionada por George Bush en 2001. El crecimiento se aceleró en los últimos cinco años, sobre todo en los suburbios y las inner cities de las ciudades estadounidenses, con una población mayoritariamente negra. Hoy existen 6.000 escuelas que agrupan a 5% de la masa estudiantil primaria y secundaria de los EE.UU. En el año 2000 existían 1.500 escuelas, con 1,7% de los alumnos totales.
Un caso único es el de New Orleans, donde de acuerdo a un estudio reciente de la National Alliance for Public Charter Schools, 79% de los estudiantes primarios y secundarios del sistema público concurre a charter schools. O dicho de otro modo, el sistema tradicional de district schools se quedó con solo 21% de los estudiantes que no van a instituciones privadas. Este es un caso único apuntalado por el huracán Katrina, pero el market share de charter schools es también importante en Detroit y Washington DC.
Uno de los aspectos más controvertidos es si las charter schools pueden contratar, despedir y remunerar a los docentes basados en su desempeño. Los gremios docentes por lo general se opusieron a estas prerrogativas.
En el Reino Unido, el Gobierno de coalición surgido en 2010 tomó a las escuelas independientes (Academies) como su principal programa educativo. En este país el subsistema solo alcanza a las escuelas secundarias. Su gestión es también autónoma aunque debe adecuarse al National Curriculum y a la inspección gubernamental. Al igual que en EE.UU., crecen en los lugares de peores indicadores sociales, pero su desarrollo es mucho más incipiente.