<p>Los automotores representan, por cierto, una gran fuente antropogénica de dióxido de carbono y esas emisiones son difíciles de captar por las tecnologías reductoras de contaminación en fuente. Los vehículos eléctricos son medios de transporte más limpios y sus descargas en la atmósfera resultan más controlables.<br />
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Sin renunciar a comodidad y desempeño, esos coches parecen atractivos. No obstante, instrumentar la nueva modalidad involucra significativos avances políticos y tecnológicos. Su objeto consiste en mejorar la practicidad y reducir costos relativos.<br />
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Por supuesto, existe en desarrollo una amplia gama de biocombustibles. Pero afectan otros mercados, por ejemplo el maíz, o todavía requieren avances tecnológicos para ser viables. Tal es el caso de la segunda generación de carburantes celulósicos. Frente a esas disyuntivas, muchas empresas invierten en coches eléctricos.<br />
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Paradójicamente, motores de ese tipo existieron antes que los de explosión. Entre los vehículos a vapor y los a nafta, los coches eléctricos estuvieron en boga a principios del siglo XX. Hacia 1912, el fluido era barato, se los manejaba fácilmente y no eran costosos de mantener.<br />
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Pocos años después, el desarrollo técnico de los autos nafteros y el taylorismo en las plantas eliminaron los eléctricos, ya no viables en lo económico. No obstante intentos aislados en el anterior, el siglo XXI reavivaron el interés en el coche eléctrico. En primer lugar, como forma de eludir futuros gravámenes por contaminación.<br />
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Por el momento, los vehículos limpios son relativamente caros y, en el corto plazo, no rivalizan con los convencionales. Tampoco hay en el mercado tipo alguno de batería capaz de superar los problemas de recarga. Se trata de una traba por ahora imposible de superar. En otro plano, ningún país puede al presente poner en mercado una alternativa limpia masiva sin ayuda del gobierno respectivo.<br />
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Entre las ventajas típicas de la innovación, la más atractiva es la ausencia en origen de emisiones contaminantes, algo clave para sanear las ciudades. Subsistirá, sí, la contaminación ligada a las usinas eléctricas. En este caso, deberán arbitrarse técnicas para captar mejor monóxido o dióxido. También juegan la eficiencia y la flexibilidad de las unidades eléctricas, libres de una lacra: el ruido de los motores a explosión. Los autos eléctricos son esencialmente silenciosos.<br />
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Los inconvenientes de los vehículos se centran en el precio y la practicidad. Por hoy y en el futuro inmediato, seguirán imponiéndose los autos y utilitarios a nafta, gasoil o gas licuado. Sobre todo en alcance: los eléctricos tienen un rango próximo a 90 kilómetros por carga contra 600 km. de los convencionales. Además, cada recarga insume horas, en tanto cualquier surtidor exige apenas minutos.<br />
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Sin duda, las baterías son la clave del problema, como señala un estudio de la escuela de negocios Wharton y otro de Toyota. Para superarlo en un lapso razonable, se precisan unidades con alta relación peso-potencia y vidas largas. En esta materia hay dos opciones: litio ionizado, hidrido de níquel. El primero tiene gran poder por peso, pero dura poco y no soporta altas temperaturas. El segundo tiene menor densidad energética, pero dura mucho más. En último término, la decisión será cosa de quien fabrique el vehículo y del encuadre legal donde actúe; por ejemplo, no será igual producir en España, Brasil, China o Estados Unidos.<br />
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En verdad, el auto eléctrico es una solución ecológica
Así lo ve el gobierno español, al menos. Días atrás, anunció un programa de subsidios por 590 millones para vendedores y usuarios de coches eléctricos. Sus lineamientos se aproximan al sistema pro híbridos (etanol) actualmente aplicado en Brasil.