El desafío no es solo educar; hay que resolver el empleo

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Construir futuro con las tecnologías de punta obliga a la educación especializada a acentuar desde mucho más temprano las competencias digitales en los jóvenes. La robotización, las realidades virtuales, las aumentadas, los modelos de sensorización, no están a tiro de cualquier presupuesto.

El inconfundible perfil del ex presidente Arturo Frondizi, desgarbado, con anteojos de grueso aumento montados en la saliente nariz aguileña, que le conferían una proverbial imagen de intelectual, sobresale en una enmarcada foto blanco y negro que decora con contenido histórico el despacho principal del Instituto Tecnológico de Buenos Aires.

Es un viernes 20 de noviembre de 1959 cuando la cámara lo sorprende en plena rúbrica del acta de fundación de una de las primeras universidades privadas que tuvo el país.
“El señor que firmó sí tenía una visión de desarrollo”, musita el rector del ITBA a modo de colofón de la entrevista concedida a Mercado.
El counter del grabador quedó detenido en 00:56:45 después que se hubo pasado revista, con la educación como foco, desde aquella visión de los años 60 del desarrollo nacional, apoyada en la infraestructura e industrias básicas, como la del petróleo, siderurgia, maquinarias, o sea, la segunda fase de la llamada revolución industrial, hasta que empalmó con la tercera era, la del conocimiento.

“El mundo vive desde hace más de 30 años una era del conocimiento, que es lo único que permite generar competencia y diferenciación. Funciona como un proceso que empezó con una etapa de automatización y hoy es absolutamente tecnología digital”, dice el ingeniero industrial que está por cumplir seis años al frente de la casa de estudios de élite de la que egresaron más de 7.000 graduados en las carreras de grado de Administración y Sistemas, de Bioingeniería y de Ingeniería Eléctrica, Electrónica, Industrial, Informática, Mecánica, Naval, en Petróleo y Química.

Actualmente, con el foco fue puesto en la formación especializada para aprovechar la extracción de petróleo de reservorios no convencionales, como Vaca Muerta, “que hoy no puede tener sustento por falta de técnicos y profesionales. Para hacer un ingeniero, ITBA necesita 5,8 años”, sostiene.

Inventario del conocimiento

–¿La industria del conocimiento está en condiciones de adquirir gran peso específico en Argentina y convertirse en fuente generadora de dólares, como lo es el agro? 

–Argentina puede encontrar en las empresas del conocimiento, no solo software y servicios de informática, sino una diferenciación respecto a los países que son referencia para nosotros. No Estados Unidos sino los grandes ganadores de esta carrera, que son Corea del Sur, Israel y los escandinavos. Ellos nos aventajan en la matriz universitaria, que la tienen arriba del 35/40% de toda la población cuando acá apenas estamos en 20/22%. Pero a priori, la industria del conocimiento nos puede aportar las divisas para salir del actual atolladero.

Por un lado, hemos logrado que la balanza comercial sea positiva, pero nos sigue faltando empleo. La industria del conocimiento de la que hablamos hoy genera US$ 6.000 millones por exportaciones, es la tercera fuente de divisas después del agro y la automotriz, que viene en retroceso. Pero, además, tiene un potencial de US$ 15.000 millones.

En no mucho: 10 años. Su actual superávit externo es de US$ 2.700 millones, que cuando se llegue a esos US$15.000 millones podría dejar US$ 10 a 12.000 millones de superávit.

 

–Aparte de software y servicios de informática, ¿en qué otros rubros se ha estado desarrollandao la tecnología nacional?

–Este año le entregamos a Conrado Varotto la distinción al investigador. Y cuando miraba el historial de la premiación, vi que la Argentina tiene todo un antecedente de importancia a escala mundial en lo que es biotecnología, ingeniería genética y que ahora se aplica en neurociencias.
Eso es conocimiento. Gracias a Varotto y unos cuantos más, contamos con las destacadas áreas aeroespacial y satelital, y crecemos en una serie de servicios de producción audiovisual y de entretenimiento de nivel internacional: somos exportadores de videojuegos, de servicios de ingeniería, tenemos los unicornios.

Todo esto implica emplear hoy en Argentina a 450.000 personas. Si se incluyen actividades colaterales y las que se pueden ampliar por la ley de economía del conocimiento, el potencial apunta a generar 400.000 nuevos puestos más. Sin embargo, esto depende aguas abajo de que el sistema educativo resuelva los cinco problemas de enseñanza a los que está ligado: ciencia, tecnología, ingeniería, artes y matemática (Science, Technology, Engineering, Mathematics, STEM).

 

–¿Cómo imagina la universidad del futuro? 

–Estamos en proceso de diseñarla pensando en la realidad argentina. No nos serviría copiar los ejemplos de países como Estados Unidos, Australia o Finlandia. Partimos del ingreso: en la pública se hace un año como requisito para ingresar que le permite hacerlo y después se verá cómo sigue. En el ITBA tenemos la convicción de que para estudiar ingeniería y tecnología primero hay que saber las bases de ciencia.

En todo el programa de estudios de la escuela secundaria tiene que venir planteado, pero lo que sucede es que no se cumple con esto, de modo que no estamos dispuestos a hacer modelos inclusivos para después tener una deserción de 70/80%.

Esta universidad gradúa al 70% de los que ingresan, en el mismo nivel de las de Estados Unidos. Pero en el ingreso perdemos al 45% de los que se presentan. No todos llegan. Entra el 55%, pero de ese porcentaje se gradúa el 70%. En la universidad pública, para carreras similares, la proporción baja al 25%.

–¿Persiste en el tiempo entre docente y alumnos el dilema entre seguir ciencias sociales y duras? 

–La universidad del futuro debería ser mucho más interdisciplinaria. Hemos dividido el conocimiento en parcelas, los que hacen sociales no saben de tecnología, son tecnófogos, y, al revés, los científicos son antisociales. Si llegué a ser premio nacional de las academias fue por unir el comportamiento humano con la ingeniería, porque ésta nació para resolver el comportamiento humano.

 

–¿Cuánto dura una diferenciación por el manejo de tecnología? 

–Como mucho, si no se avivan, un año. La gente, como su información y la aplicación al trabajo, es lo más difícil de copiar. Las estructuras de las empresas no se copian, se desarrollan. La impresión es que esta universidad necesita más sociólogos, antropólogos, gente con capacidad en ciencias políticas, obviamente economistas y esperamos (porque esto no ocurre) que en sociales den la posibilidad a algunos tecnólogos para que vayamos a poder explicarles qué es la tecnología para que no le tengan tanto miedo ni tanta fobia.

Del lab al server

–¿Cómo imagina una simbiosis en medio de tanto antagonismo y prejuicios?

–Incorporamos gestión a la tecnología y es lo que se estudiaba tradicionalmente en la administración, hay mucha más interdisciplina. Necesitamos muchas más opciones intermedias. Las carreras informáticas no alcanzan a cubrir la demanda laboral, que desde hace una década repite el mismo número de faltante de oferta terminada: son siempre 5.000. Cuando dicen necesitamos un ingeniero, preguntamos qué va a hacer y responden programar.

Cuando fui a estudiar a Ohio State en Estados Unidos, en el frontispicio de la universidad decía que una sociedad que no dignifica a sus plomeros y fundamentalmente se basa en sus filósofos, termina no teniendo ni filósofos ni plomeros. El país sufre un síndrome de este tipo. Todos en nuestras profesiones trabajamos en una cantidad de especialidades complementarias, la medicina es un ejemplo de eso: instrumentista, terapista, técnico de imágenes, enfermeros.

 

–¿En qué especialidades las carreras científicas tienen demanda laboral asegurada? 

–Las demandas superan las ofertas en salud e informática. En ambas, la formación de profesionales es buena, pero salen pocos, por lo cual lo primero que habría que explicarle a la sociedad son los potenciales que tienen algunas disciplinas por las necesidades que hay de ellas. También agregamos algo que ya se ve en la escuela secundaria pero no se enseña bien, que es la biología, la ciencia que hoy mueve el mundo. Hay que traerla entendida a la universidad, como las matemáticas y la fisicoquímica.

 

–¿Son estos los filtros que disuaden al estudiantado a volcarse a las ciencias duras?

–El tema es cómo se enseñan. Muchas veces el modelo de enseñanza es estrictamente operativo: fórmulas o una suerte de rutinas, no entendemos los conceptos. La deserción que tenemos del 45% en los ingresos es porque no se entienden los conceptos y si, cuando se les pregunta a los alumnos qué es una fuerza, responden con la fórmula que memorizaron, estamos en un problema. En la escuela secundaria hay un exceso de baja conceptualización con mucha memorización de formuleo, que se olvida.

 

El nuevo rol de la empresa

–¿Cómo se interpreta desde los claustros el nuevo modelo de empresa que se perfila como pilar del capitalismo?

–Muchos fondos de inversión se han ido especializando en empresas responsables. Quiere decir que hay capitalistas, inversores, que eligen darle plata a ciertas organizaciones que se manejan dentro de ciertas pautas. Esto cambia el paradigma del capitalismo. Cuando voy al mercado de capitales y miro el ROI de una compañía para ver cuál es la ganancia esperada, es una cosa. Cuando se analiza en el largo plazo cuáles son las empresas que finalmente dieron más ganancia, es para ver la evolución y la integración en el tiempo: de qué sirve alguien que dio el 15% y al otro día desapareció.

 

–¿Quedamos atrapados en una transición?

–El mundo se encuentra en una especie de avance hacia una conceptualización. Hoy podríamos decir que hay algunos empresarios que han tomado conciencia y básicamente se han ido más para el lado de un Peter Drucker que de un Milton Friedman.

El mundo empresario que conocí cuando trabajaba con mi abuelo en la década del 50 estuvo siempre pivoteando en dos cosas: de aquel empresario que estaba orgulloso de lo que hacía con pasión y bien, y los resultados económicos le venían como consecuencia, hasta otra etapa en la que pasó a ser básicamente lucrativo, donde construyera lo que construyera lo  importante era la ganancia. Y a ese foco se pasaba toda la tensión. No comparto ese fenómeno, estoy mucho más cerca de la escuela de Drucker, ya que creo que esencialmente la empresa es una construcción social donde se generan valores que son importantes para la sociedad. Y por eso te lo premia con un ingreso y una utilidad.

–¿Cómo se les dice a los accionistas que piensan solo en términos de dividendos?

–Me gusta más hablar de un tema que desarrollé en un libro que escribí hace muchos años titulado valor perdurable, que trata sobre la diferencia en el grado de concientización de las empresas cuando se empieza a pensar en la importancia de generar valores sobre todo perdurables y no efímeros.

La utilidad refleja la diferencia entre ingreso y costo, pero el valor es una situación de tipo perceptiva entre los beneficios y los costos. Se nota cuando una empresa crece y existe mucho más por una percepción de valor que tiene un porcentaje altísimo, más del 66%, de intangibles. El cuidado del medio ambiente es hoy un valor perdurable, a punto tal que una de las mayores riquezas que tiene el país, como la petrolera, está muy cuestionada porque lo ensucia. Ya hay una percepción. Se empieza a hablar de la ecología, del respeto a la gente, hoy nuestros jóvenes pueden elegir y van donde los tratan mejor.

 

–¿Cómo se puede acompañar ese proceso desde el aula?

–No podemos pensar en el empleo del futuro sin encarar los desafíos de la tecnología digital y los problemas de base que tiene el país. La sociedad es muy amplia y requiere que todos tengamos oportunidades. Hay mecanismos donde claramente tanto el sistema educativo, como el empresario, el sindical y el propio estatal, tienen que pensar en forma conjunta.
Consistiría en conjugar cómo resolver el tema de la empleabilidad, no solo la educabilidad. Un chico termina la universidad educándose formalmente, pero está demostrado que el 70% de los egresados tienen dificultades laborales, porque no salen preparados para hacerlo.

 

–¿Qué sucede cuando la inversión no acompaña, como en las últimas décadas?

–Si queremos tener tecnología de punta, necesitamos cierta virtuosidad para atraer las inversiones. Capitales locales hay y los extranjeros esperarán hasta que los de acá manifiesten confianza en el largo plazo. Hace 80 años que lleva desaparecida nuestra confianza en el país.

Esta entrevista fue publicada por la Revista Mercado en su edición de enero 2020

 

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