<p>Por Jorge Beinstein</p>
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<p>Estamos atravesando un período extraño, todavía resuenan a lo lejos las últimas melodías de la euforia neoliberal cuando ya nos encontramos sumergidos en una era que se autoproclama postneoliberal. Los cambios se suceden a gran velocidad; Philippe Grasset por ejemplo sostiene que estamos sufriendo los embates de una <em>“turbo-crisis” </em>(1) que deja siempre a los Gobiernos de las grandes potencias detrás de los acontecimientos. <br />
Es posible que así sea y que esta sensación de retraso operativo se combine con otra aún más perturbadora: la del ingreso a una suerte de <em>“terra incognita”</em>, de océano desconocido sacudido por una tempestad cuya magnitud aún somos incapaces de medir (Alan Greenspan ha empleado reiteradamente el término <em>“tsunami”</em> para referirse al derrumbe financiero en curso).<br />
Fue precisamente Alan Greenspan, ya retirado de la titularidad de la Reserva Federal, quien en febrero de 2007 lanzó la voz de alarma anunciando el próximo fin de la prosperidad y la posibilidad de que Estados Unidos entrara en recesión hacia fines de ese año. <br />
En ese momento fue desmentido por el nuevo titular de la Reserva Federal, Ben Bernanke, acompañado por un masivo coro global de expertos, altos funcionarios europeos y estadounidenses. Luego, cuando ya la recesión se puso en marcha cumpliendo la profecía de Greenspan, Bernanke reiteró mensajes subestimadores de la crisis, presentándola como una perturbación fácilmente controlable, siempre secundado por el coro optimista. Hace pocas semanas sentenció el fin de la recesión para fin de este año o el comienzo del próximo aunque sus seguidores se van dispersando, y muchos de ellos han preferido ser más discretos.<br />
Septiembre de 2008 marcó un punto de inflexión en el proceso recesivo: estalló el sistema financiero y la recesión comenzó a extenderse rápidamente a escala planetaria al tiempo que se evidenciaban síntomas muy claros de tránsito global hacia la depresión cuya llegada comenzó a ser admitida desde comienzos de 2009. <br />
Ahora asistimos a un encadenamiento internacional de derrumbes productivos y financieros acompañado por una mezcla de pesimismo e impotencia en el más alto nivel de las elites dirigentes. Las declaraciones de George Soros y Paul Volcker en la Universidad de Columbia el 21 de febrero de 2009 marcaron una ruptura radical (2) mucho más fuerte que la que estableció hace dos años Alan Greenspan. Volcker admitió que esta crisis es muy superior a la de 1929: eso significa que la misma carece de referencias en la historia del capitalismo, la desaparición de paralelismos respecto de crisis anteriores es también (principalmente) la de los remedios conocidos. Porque 1929 y la depresión que le siguió están asociados a la utilización exitosa de los instrumentos keynesianos, a la intervención masiva del Estado como salvador supremo del sistema y lo que estamos presenciando es la ineficacia de los Estados de las economías centrales para superar la crisis. La avalancha de dinero que arrojan sobre los mercados no frena la caída, además está creando las condiciones para futuras olas inflacionarias y burbujas especulativas.</p>
<p><strong>¿Implosión?</strong><br />
Por su parte Soros confirmó lo que era evidente: el sistema financiero mundial se ha desintegrado, a lo que agregó el descubrimiento de similitudes entre la situación actual y la vivida durante el desplome de la Unión Soviética. ¿Cuáles son esos paralelismos?<br />
Como sabemos, el sistema soviético comenzó a desmoronarse hacia fines de los años 1980 para finalmente “implosionar” en 1991. El fenómeno ha sido por lo general atribuido a la degradación de su estructura burocrática haciéndolo en principio intransferible al capitalismo que alberga una vasta burocracia aunque no hegemónica como lo fue en el caso soviético. <br />
Sin embargo, existe una enfermedad que no es el patrimonio exclusivo de los regímenes burocráticos, y que se ha desarrollado en el capitalismo al igual que en civilizaciones anteriores a la modernidad: se trata de la hipertrofia parasitaria, del predominio aplastante de elites que depredan el sistema productivo generando al mismo tiempo una dinámica de degradación de su entorno ambiental hasta un punto tal en que el conjunto del sistema va perdiendo capacidad de reproducción apuntando hacia el colapso general. Las decadencias de civilizaciones como la greco-romana, egipcia o babilónica ilustran ese esquema. <br />
Las tres últimas décadas presenciaron la aceleración del proceso de “financierización”; su momento de gloria fue alcanzado durante el último lustro del siglo 20, en plena expansión de las burbujas bursátiles seguidas al comenzar el nuevo siglo por la proliferación de burbujas financieras de todo tipo (principalmente inmobiliarias pero también comerciales, de endeudamiento, etc.).<br />
En 2008 los países del G7 disponían de recursos fiscales por unos US$ 10 billones (millones de millones) contra US$ 680 billones en productos financieros derivados registrados por el Banco de Basilea a mediados de ese año. A lo que es necesario agregar otros negocios especulativos para llegar a una masa financiera que estaría superando actualmente los US$ 1.000 billones (cerca de 20 veces el Producto Bruto Mundial). Esta cifra impresionante no constituye una realidad separada de la llamada economía real o productiva. Fue engendrada por la dinámica del conjunto del sistema: por las necesidades de rentabilidad de las grandes empresas, por las necesidades de financiamiento de los Estados y del consumo en los países de alto desarrollo. <br />
Se ha puesto de moda achacarle la crisis a los especuladores financieros y según explican altos dirigentes políticos y expertos mediáticos las turbulencias llegarán a su fin cuando la <em>“economía real”</em> imponga su cultura productiva sometiendo a las <em>redes financieras</em> hoy fuera de control. Sin embargo, a mediados de la década actual en Estados Unidos más de 40% de los beneficios de las grandes corporaciones provenía de los negocios financieros (3), en Europa la situación era similar. En China en el momento de mayor auge especulativo (fines de 2007) solo la burbuja bursátil movía fondos casi equivalentes al Producto Bruto Interno de ese país, alimentada por empresarios privados y públicos, burócratas encumbrados, profesionales, etc.(4) No se trata por consiguiente de dos actividades, una <em>real</em> y otra <em>financiera</em>, claramente diferenciadas sino de un solo conjunto heterogéneo interrelacionado, real de negocios que ahora se está desinflando. <br />
Las declaraciones de Soros y Volcker fueron realizadas unos pocos días antes de que el Gobierno estadounidense diera a conocer las cifras oficiales definitivas de la caída del Producto Bruto Interno en el último trimestre de 2008 con respecto a igual período de 2007. La primera estimación oficial había fijado dicha caída en 3,8 % pero en verdad la contracción había llegado a 6,2%. Japón por su parte tuvo para el mismo período un descenso en su PBI del orden de 12%, y tanto la cifras de enero como de febrero de 2009 señalan una reducción anualizada de sus exportaciones del orden de 50%. La amenaza de bancarrota financiera en varios países de Europa del Este como Polonia, Hungría, Ucrania, Letonia, Lituania, etc., apunta de manera directa a las bancas acreedoras suiza y austríaca que podrían hundirse como la de Islandia. Los primeros pronósticos sobre China anuncian para 2009 una reducción de su tasa de crecimiento a la mitad respecto de 2008 impulsada por la brusca contracción de sus exportaciones. <br />
Que Soros y Volcker abran la expectativa de un colapso del sistema económico mundial no significa que el mismo se produzca de manera inevitable; después de todo una de las principales características de una crisis profunda como la actual es la existencia de una profunda crisis de percepción en las elites dirigentes. Sin embargo, la acumulación de datos económicos negativos y su proyección realista para los próximos meses nos sugieren tomar en serio esas declaraciones.</p>
<p><strong>El arsenal vacío</strong><br />
Hasta hace muy poco predominaba una cierta confianza en la capacidad de los principales decididores globales para domar la crisis, sobre todo la de las grandes potencias económicas. La primera reunión del G20 generó muchas expectativas positivas, pero la segunda realizada en abril fue una muestra muy clara de impotencia y hasta en un cierto sentido de sinceramiento de los dirigentes cuya decisión más importante ha sido anunciar la próxima realización de una nueva reunión cumbre mientras arrojaban al mercado un modesto billón de dólares (equivalente a menos de 0,5% del Producto Bruto Mundial o a uno por mil de la masa especulativa global). <br />
Sin embargo, el diagnóstico oficial sigue siendo el de una crisis de liquidez y de confianza de los consumidores y empresarios en los países ricos, ante lo cual fueron lanzadas sucesivas andanadas de fondos, estímulos fiscales y crediticios que como sabemos han sido completamente ineficaces. Los principales mecanismos de reactivación han fracasado y las exigencias de las autoridades francesas y alemanas durante la última cumbre del G20 para instaurar duros controles al sistema financiero aparecen más bien como un castigo a los malvados que como instrumento para la superación de la ola depresiva. <br />
Los estímulos no han funcionado porque el problema de fondo, en una primera aproximación al tema, no es la falta de crédito o de confianza o las cargas fiscales sino la abrumadora masa de deudas públicas y privadas que en el caso de Estados Unidos supera US$ 54 billones (más de tres veces el Producto Bruto Interno estadounidense y casi equivalente al Producto Bruto Mundial). Por su parte las deudas públicas de países como Japón, España o Italia superan 100% los PBI respectivos. <br />
¿Qué sentido tiene ofrecer créditos y otros estímulos para consumir e invertir a gente sobrecargada de deudas?<br />
Algunos analistas insisten con que un rápido y masivo empleo de los conocimientos tecnológicos disponibles podría generar una avalancha de innovaciones capaz de reanimar de manera durable la economía global, bajando costos, abaratando productos, estimulando nuevos consumos aunque su efecto se produciría en el mediano plazo (ya no pisaríamos el terreno inmediatista de los “estímulos” monetarios practicados hasta ahora sino el de planes de mediano y largo plazo). <br />
Sin embargo, durante las tres últimas décadas la economía global se ha ido desacelerando, su tasa de expansión atravesó una tendencia decreciente pese a que nunca antes en la historia del capitalismo se innovó tanto como en ese período. Peor aún, al final del mismo nos encontramos con una crisis energética y alimenticia sin solución a la vista. Y además de esas crisis debemos agregar la crisis ambiental, las de las estructuras estatales de los países líderes, la del mega Complejo Militar Industrial de Estados Unidos y algunas otras más que conforman una variada constelación de crisis que nos están insinuando la existencia de una crisis de civilización que las incluiría a todas.<br />
La conclusión de todo esto podría ser muy simple y trágica: el arsenal de soluciones está vacío y lo mejor que podemos hacer es resignarnos a lo que el destino (cuyas intenciones desconocemos) ha decidido para nosotros. Pero si hiciéramos eso estaríamos ignorando algo esencial: dicho arsenal fue llenado por seres humanos y los instrumentos que allí guardaron funcionaron bien en otros tiempos. Podrían próximamente fabricar instrumentos eficaces ya no con los viejos planos sino a partir de nuevas ideas superadoras del actual bloqueo cultural. <br />
El historiador Le Roy Ladurie sostenía que <em>“la crisis propone pero es la cultura la que dispone” </em>(5) y la cultura como sabemos no es un <em>stock</em> inamovible sino un patrimonio variable, permanentemente renovado, sobre todo en la era moderna. Ensayos de integración regional están siendo practicados en Asia o en América latina aunque otros proyectos de integración se están fragilizando, por ejemplo el de la Unión Europea. <br />
Mega empresas que hasta hace poco aparecían como las dueñas del planeta están en bancarrota o muy cerca de la misma, pero ello no agota para nada la capacidad para generar nuevas formas productivas o nuevos estilos de consumo. Probablemente estemos transitando una crisis de larga duración, una mutación cuyo aspecto final ignoramos. No es la primera vez que eso ocurre. La receta no está escrita en ningún lugar o para decirlo de otra manera forma parte de un complejo proceso de innovación social que iremos produciendo en el futuro (probablemente ya lo estamos construyendo aunque el ruido de la crisis nos impide percibirlo).</p>
<p>1- Philippe Grasset,<em> “La turbo-crise accélère (comme c’est son rôle)”, Dedefensa.org, 9 janvier 2009.</em><br />
2- <em>“Soros sees no bottom for world financial ‘collapse’”, Reuters. Sat Feb 21, 2009. David Randall and Jane Merrick, “Brown flies to meet President Obama for economy crisis talks”, The Independent , Sunday, 22 February 2009.</em><br />
3- <em>US Economic Report for the President, 2008.</em><br />
4- En agosto de 2007 la capitalización de las bolsas chinas superaba el valor del Producto Bruto Interno del año 2006. Dong Zhixin,<em> “China stock market capitalization tops GDP”, Chinadaily</em>, (http://www.chinadaily.com.cn/china/2007-08/09/content_6019614.htm)<br />
5- Emmanuel Le Roy Ladurie, <em>“La crise et l’ historien”, Communications, Année 1976, Volume 25, numéro 25, Paris.</em></p>
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Otras voces</p>
<p><strong>El replanteo del capitalismo</strong></p>
<p>La hondura y la simultaneidad de la crisis global ha provocado explicaciones parciales y algunas que pretenden ser totalizadoras. Lo cierto es que en todas las latitudes del planeta se comienza a percibir que esta vez no hay modo de comparar con la experiencia histórica. Que es una crisis inédita y que recién empieza. Aquí consignamos algunas de las voces, poderosas, influyentes, originales que se atreven a definir este tsunami que recién comienza y que nadie sabe cómo terminará.</p>
<p><strong>“Sistema internacional: una reliquia del pasado”</strong></p>
<p>Una crisis global de capitalismo ha desencadenado una crisis de política global. Los votantes quieren que los protejan de las tormentas globales y los discursos sobre la necesidad de una nueva arquitectura para el sistema internacional no acallan la furia de los pobres y desempleados. <br />
Durante los 20 años que la globalización generó prosperidad –si bien una prosperidad despareja– pareció que se avanzaba hacia el modelo internacional. Pero el crac financiero expuso los fracasos y fragilidades de la globalización. Lo que todavía no sabemos es si los Gobiernos podrán crear una estructura que restaure la legitimidad política.<br />
En opinión del columnista de<em> Financial Times</em> Philip Stephens, el sistema internacional actual es una reliquia de una era pasada, de un tiempo en que definíamos el mundo según ideologías rivales –democracia liberal y comunismo– y cuando las instituciones encargadas de vigilar lo que se suponía era gobierno global eran la reserva de las naciones ricas de Occidente. La caída del Muro de Berlín se erigió como el triunfo de este consenso de Washington. El colapso de Lehman Brothers marcó su fracaso.<br />
Muchos esperan que la respuesta la dé el G-20 en su reunión en Londres. Esperan que el grupo de líderes logre convertir a todos los países del mundo en una suerte de accionistas de un nuevo orden global. <br />
¿Se convertirá el G20 en una concertación global de potencias? Se pondrán de acuerdo americanos de las tres Américas, europeos, asiáticos y africanos para cuidar la prosperidad y solucionar sus conflictos?<br />
Pero algunos piensan que el grupo debería tener un alcance más amplio que el financiero y económico y convertirse en una institución política permanente. Los países ricos temen que si los líderes del G20 se reúnen regularmente debiliten al G8, de las naciones industrializadas. Otros piensan en un G13, que estaría formado por el G8 más los cinco países emergentes más grandes.</p>
<p><strong>Por un capitalismo que sea menos egoísta</strong></p>
<p>A comienzos de marzo un catedrático inglés, Sir Richard Layard, publicó en <em>Financial Times </em>una columna que no pasó desapercibida. En ella pide abandonar la adoración del dinero y crear una sociedad más humana.<br />
En ese artículo Lord Layard –profesor en la<em> London School of Economics–</em> dio una breve clase de historia mencionando el iluminismo, aquella corriente de pensamiento que dominó principalmente en Inglaterra y Francia durante el siglo 18 y que creía en el progreso perpetuo y en el poder de la razón para resolver todos los problemas humanos y lograr un estado de felicidad y perfección material y espiritual. <br />
Layard cree que se ha vuelto absolutamente necesario en la actualidad encontrar una respuesta a la pregunta “¿qué es progreso?”. Él la encuentra en el movimiento del iluminismo anglosajón, para el que progreso era reducción de la miseria y aumento de la felicidad. Creación de riqueza e innovación eran simples instrumentos para llegar a la meta final: la felicidad. <br />
De manera que debemos abandonar la adoración del dinero y crear una sociedad más humana donde el criterio sea la calidad de la experiencia humana. Siempre y cuando recibamos un salario acorde a nuestra productividad, podemos elegir el que consideremos el mejor estilo de vida. <br />
¿Y qué involucraría lo anterior? El punto de partida es que, a pesar de la creación masiva de riqueza, la felicidad no ha aumentado desde los años 1950 en Estados Unidos o Gran Bretaña o en Alemania Occidental. Ningún investigador cuestiona estos hechos. Por consiguiente, el crecimiento no es la meta por la que debamos realizar grandes sacrificios. En particular, no deberíamos sacrificar la fuente más importante de felicidad que es la calidad de las relaciones humanas: en la casa, en el trabajo y en la comunidad. Hemos sacrificado gran parte de ellas en el nombre del crecimiento de la eficiencia y la productividad.<br />
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<strong>Muchos librecambistas no leyeron a Adam Smith</strong></p>
<p>Los mercados libres sin regulación estatal no figuran en las páginas de <em>La Riqueza de las Naciones,</em> de Adam Smith, dice Amartya Kumar Sen, un economista bengalí que en 1998 recibió el Premio Nobel de Economía por sus investigaciones sobre el bienestar económico. <br />
La crisis económica global comenzó de pronto en el otoño estadounidense y se acelera a un ritmo escalofriante. Los intentos de los Gobiernos por detenerla han tenido poco éxito a pesar de haber comprometido cantidades increíbles de fondos públicos. <br />
La cuestión que se plantea ahora con mayor fuerza se refiere a la naturaleza del capitalismo y si necesita ser cambiado. Algunos defensores del capitalismo desenfrenado, que se resisten al cambio, están convencidos de que se acusa exageradamente al capitalismo por problemas de corto plazo –problemas que se atribuyen a mal gobierno o al mal comportamiento de algunas personas–. Otros, no obstante, ven realmente graves defectos en los actuales acuerdos económicos y quieren la reforma, en busca de un enfoque alternativo que muchos llaman “nuevo capitalismo”. <br />
Sobre la futura organización de la sociedad en el largo plazo se plantea una primera gran pregunta. ¿Deberíamos buscar un nuevo capitalismo o un “nuevo mundo” que tenga una forma diferente? Esta no es una cuestión nueva porque ya en el siglo 18 se la planteó el fundador de la economía moderna, Adam Smith, cuando presentó su análisis del funcionamiento de la economía de mercado. <br />
Smith nunca usó la palabra capitalismo, dice Sen, y sería difícil para nosotros extraer de sus trabajos alguna teoría sobre la suficiencia de la economía de mercado, o de la necesidad de aceptar el dominio del capital. En<em> La riqueza de las naciones</em> él habló del importante papel de los valores para elegir la conducta y de la importancia de las instituciones. Pero fue en su primer libro,<em> The Theory of Moral Sentiments, </em>(publicado hace exactamente 250 años) que investigó a fondo el poderoso rol de los valores sin fines de lucro. Allí decía que la “prudencia” era la virtud más útil para el individuo. Y luego enumeraba la “humanidad, justicia, generosidad y espíritu público” como las cualidades más útiles para los demás.<br />
¿Qué es capitalismo exactamente? ¿Cuáles son las características especiales que hacen un sistema indudablemente capitalista-antiguo o nuevo? Parecería que descansar sobre los mercados para las transacciones económicas es una condición necesaria para que una economía se identifique como capitalista. De manera similar, la dependencia del beneficio y de las recompensas individuales basadas en la propiedad privada se consideran como arquetipos característicos del capitalismo. Sin embargo, si estos son requisitos necesarios, los sistemas económicos que tenemos actualmente, por ejemplo, en Europa y América no serían genuinamente capitalistas. Todos los países ricos en el mundo tienen, desde hace bastante tiempo, una parcial dependencia de las transacciones y de otros pagos que se producen en gran medida fuera de los mercados, como las prestaciones por desempleo, jubilaciones y la provisión de educación pública y salud.</p>
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Adam Smith</p>
El arsenal inútil del capitalismo
Paul Volcker admitió que esta crisis es muy superior a la de 1929. Única en la historia del capitalismo, sin paralelismos con crisis anteriores ni con los remedios conocidos. Porque 1929 se asocia a la utilización exitosa de instrumentos keynesianos, a la intervención masiva del Estado. Estamos presenciando la ineficacia de las economías centrales para superar la crisis.