<p>Para los habituales concurrentes a la cumbre de Davos, el cambio de escenario es radical. Una constelación de estrellas financieras (aunque muchas menos de la industria, la tecnología y los servicios) acaparaban la atención de todos los asistentes. Incluidas las figuras públicas, políticas, que acudían con la esperanza de cosechar inversiones, salir en la foto, y consolidar su red de relaciones. <br />
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El alza en el prestigio de Davos tuvo que ver con el auge neoliberal de los años 80, con el rutilante ascenso al poder de Ronald Reagan en Estados Unidos y de Margaret Thatcher en Gran Bretaña; con el credo privatizador, el advenimiento de la globalización como tendencia firme, y la extraordinaria expansión del sistema financiera y de multitud de sus nuevos productos.<br />
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Pero este año, el tradicional resort suizo, registró un cambio singular en su paisaje. Naturalmente no hubo ni un solo representante de los otrora omnipresentes bancos de inversión. Nadie los extrañó demasiado, mientras en los pasillos los comentarios obligados eran el duro epitafio del primer ministro ruso, Vladimir Putin, precisamente sobre los bancos de inversión, y en tono menor, las alternativas alrededor de John Thain, ex presidente de Merrill Lynch que reformuló sus oficinas a un costo de U$ 1,2 millones, mientras la entidad recibía un salvavidas para sobrevivir.<br />
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Humildad, austeridad, transparencia y prudencia fueron las claves que predominaron a lo largo de todo el encuentro.<br />
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Los verdaderos protagonistas fueron esta vez los políticos. De ellos y de sus acciones se espera que se logre revertir la aguda crisis global. Los centenares de funcionarios públicos especialmente invitados, fueron escuchados con atención, cortejados y mimados. Se los vio asertivos, concientes de su nuevo rol, y tal vez con cierto aire de revancha. Esta vez, nadie puede imputarles el desastre.<br />
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Mientras en el remoto Brasil se escuchaban los ecos del Foro Social (la contrapartida de Davos) en la villa alpina se repetían los discursos contra el proteccionismo en ciernes –harán falta más que palabras para detenerlo- , Bill Clinton admitía que esta vez la responsabilidad era de Estados Unidos, y nadie condenaba a las economías emergentes a las que se invitaba a cooperar con las naciones más poderosas del mundo, que más discretamente, exhibían también su cuota de responsabilidad.<br />
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Esta vez las condenas a los excesos y a la codicia financiera no vinieron solamente de la izquierda o de gobiernos perjudicados. Industriales del mundo desarrollado compitieron para hacer escuchar sus encendidos manifiestos.<br />
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La reputación de Wall Street está por los suelos, y en todo el mundo, como lo revelan las encuestas difundidas precisamente en Davos, los directivos de negocios han perdido legitimidad y credibilidad. La convicción de que el sector privado era más eficiente que el público –pilar de instituciones como Davos- ha quedado seriamente cuestionada.<br />
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El poder se ha desplazado de banqueros y financistas, a gobernantes y reguladores. Queda por ver si en este nuevo contexto, el versátil Klaus Schwab, fundador y alma mater del Foro anual de Davos, logrará que éste siga teniendo un rol central en la definición de la agenda global.</p>
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Drástico cambio de paisaje en la cumbre anual de Davos
Las estrellas del mundo financiero se eclipsaron. Gobernantes y reguladores tomaron su lugar. Una nueva atmósfera de humildad y austeridad ganó los salones y los pasillos. Si persistirá la influencia de este foro es lo que está en tela de juicio, tanto como su capacidad para definir los temas de la agenda global.