El caso es que, cada año, un promedio de 11.737 estadounidenses son asesinados por sus conciudadanos, 737 encuentran la muerte por caerse de la cama, y 9 son asesinados por terroristas que, su mayoría son ciudadanos de EE.UU, y no refugiados de otros países.
Con lo cual, la fundamentación de Trump para impedir el ingreso al país de inmigrantes de siete países de Medio Oriente, parece a todas luces errónea. Pero la psicología funciona de este modo: inspira más miedo el terrorista que la proliferación de armamentos, como el que, por ejemplo, utiliza un joven perturbado para hacer una matanza en una escuela secundaria.
Según una investigación de la Universidad Chapman, sobre los “temores estadounidenses”, se buscó determinar las distintas categorías de miedo: miedos personales; teorías conspirativas; terrorismo, catástrofes naturales; miedo a lo paranormal; y por último, miedo de los musulmanes.
El año pasado, el principal temor fue “corrupción de los empleados gubernamentales”. Terrorismo obtuvo el segundo lugar. No hay miedo a las armas, sino a las restricciones que el gobierno puede imponer a la tenencia de armas.
El contraste entre lo que se piensa y se siente, con lo que es en verdad la realidad, es producto de juicios apresurados, sin fundamento sólido, dominados por las emociones. La memoria juega su partida: nadie olvida un ataque terrorista; pero desaparecen los recuerdos de accidentes y catástrofes que ocurren de forma cotidiana (“son normales”).