El 30 de junio, Klaus Volkert –jefe de la comisión paritaria- renunció por prácticas venales. Igual había hecho antes un socio, Helmut Schuster, ex director de Škoda, subsidiaria checa del grupo. A esa altura, era un escándalo con sexo y todo (según explicaba este sitio, el 6/7). El caso está siendo investigado por la fiscalía de Baja Sajonia, formalmente por irregularidades contables y un sistema de sobornos en dinero y especie, inclusive hetairas de lujo. Una de ellas, ex modelo brasileña de origen checo (Katerina Brozova) y tapa de “Playboy” en 1999, se convirtió en amante de Volkert, quien le pasaba un estipendio mensual por € 23.000 vía una cuenta en Alemania.
Sus citas y las de gremialistas selectos se hacían en Lapa Palace, Lisboa, uno de los hoteles más rumbosos de la Unión Europea. La ex conejita hacía constantemente la ruta Lisboa-Río de Janeiro en primera. A veces, el vuelo hacía conexión a Brauschweig (capital de Baja Sajonia), donde Volkert le había puesto departamento a su dama.
Abriendo el paraguas, Berndt Pischetsrieder –presidente y director ejecutivo de la empresa- abrió la semana pasada un sumario interno que probablemente involucre la sede central (Volksburg) y filiales en Chequia, Portugal y Brasil. También le encomendó a KPMG una “exhaustiva auditoría, sin restricciones”.
Todo eso sin contar el lado político: Volkert es amigo de Peter Hartz, jefe de personal (autor de un plan de reformas pro mercado que recortará empleos y prestaciones sociales en toda Alemania), y ambos eran asesores del canciller saliente, Gerhard Schröder. Obviamente, la poderosa unión metalúrgica germana (IG Metall) es el mayor obstáculo para los planes de Pischetsrieder en la empresa y de Hartz en el país.
Según revelaciones del semanario checo “Focus”, luego ampliadas por el “Süddeutscher Zeitung”, el sexo era lo de menos. En realidad, formaba parte de un complejo sistema de trucos contables, sobornos, contratos ficticios, corrupción sindical y política. De hecho, varios jerárquicos y ex del quinto grupo automotor del mundo, primero de la UE, aparecen comprometidos en grado diverso. Las dimisiones conocidas hasta ahora fueron impuestas por la propia cúpula de VW.
El cerebro de la “tangentopoli” germana era Schuster, ex director de Škoda (Praga). Por sus manos pasaron miles de millones en contratos de exportación e, inclusive, un proyecto de planta en India (acaban de suspenderlo). Pero el lío político puede eclipsar al interno. Ocurre que el estado de Baja Sajonia tiene 20% del voto en la asamblea de accionistas y, por tanto, un puesto en el comité supervisor del grupo. Hasta ser elegido jefe del gobierno federal, ese sillón lo ocupaba Schröder pero, en 2003, pasó a la Unión Democristiana y lo tiene Christian Wulff, eminencia gris de Angela Merkel, que aspira a ganar los comisios de septiembre.
Curiosamente, dos ex funcionarios de segunda línea, únicos acusados de delitos concretos por el fiscal Klaus Ziehe (Braunschweig), siguen en el anónimo, debido al secreto de sumario. Ambos trabajaban para Hartz, el más politizado de los directivos, que insiste en no saber nada de esos enjuagues. Sea como fuere, medios de Berlín y Francfort apuestan a su renuncia.
Más allá de las bajas que cause la crisis, varios analistas sostienen que el escándalo ha puesto en evidencia serias fallas en materia de estructura y manejo del grupo. La automotriz, una de las mayores empleadoras europeas, otorga a representantes laborales papel activo en sus asuntos, una tradición del modelo socieconómico originado en 1866-71. Ahora, quienes buscan diluir esas prácticas, en nombre de la economía de mercado, sacan partido de la crisis. Pero tienen razón en un punto: el estilo Vokswagen da lugar a abusos políticos, empresarios y sindicales.
“Es una situación inédita en otras grandes empresas del país”, señala Ferdinand Dudenhöffer, director del centro para investigaciones automotrices de Gelsenkirchen. “Esto revela que VW necesita cambios drásticos”. El experto olvida la crisis iniciada, no hace mucho, por la rebelión de accionistas en Daimler, que exigían desprenderse de Chrysler, pésimo negocio que pone en riesgo la marca Mercedes.
Inveitablemente, el asunto VW ha provocado en un encendido debate político. Los conservadores (la unión democristiana, CDU), que esperan sacar del poder a Schröder y los socialdemócratas, aprovechan para exhibir a VW como ejemplo de políticas industriales anacrónicas. Pero, como ello implica apoyar las reformas pro mercado de Hartz, no parece un argumento sensato ante votantes que padecen desempleo y recesión.
Para mayor confusión, el cargo que había ocupado Schröder en el comité supervisor de la firma esta hoy en manos del democristriano Wulff. Pero a éste le cuesta criticar a Hartz, dado que ambos apoyan el modelo de mercado y se oponen al poder gremial.
Corrupción, sobornos y venalidad no son nuevas en la industria automotriz alemana ni, en general, la europea. Hace algunos meses, a la sazón, echaron al gerente de ventas de Mercedes (Stuttgart), acusado de desfalco. Hace más de 50 años, la marca estuvo relacionada con los negocios nada transparentes de Jorge Antonio, un pintoresco operador de Juan Domingo Perón. Lo inusual con VW es que los implicados provengan de personal, no de compras, ventas ni licitaciones.
Esto explica la relevancia de Hartz, quien sigue negando nexos con el asunto. Pero sus estrechos lazos con Volkert y otras personas en la mira despiertan suspicacias de todo tipo. Aparte, siendo fogonero de recortes laborales y en seguridad social para toda Alemania, es un perfecto chivo emisario electoral.
Fuerta del campo político, Hartz goza de amplii apoyo. Para sus amigos, el tema de fondo es el modelo VW, “una estructura única, donde los nexos entre empresa y trabajadores han llevado a esto”, proclama Peter Blomberg, vicepresidente de Transparency Internationalk Deutschland, un grupo pro empresa que se ocupa de corrupción ejecutiva.
El 30 de junio, Klaus Volkert –jefe de la comisión paritaria- renunció por prácticas venales. Igual había hecho antes un socio, Helmut Schuster, ex director de Škoda, subsidiaria checa del grupo. A esa altura, era un escándalo con sexo y todo (según explicaba este sitio, el 6/7). El caso está siendo investigado por la fiscalía de Baja Sajonia, formalmente por irregularidades contables y un sistema de sobornos en dinero y especie, inclusive hetairas de lujo. Una de ellas, ex modelo brasileña de origen checo (Katerina Brozova) y tapa de “Playboy” en 1999, se convirtió en amante de Volkert, quien le pasaba un estipendio mensual por € 23.000 vía una cuenta en Alemania.
Sus citas y las de gremialistas selectos se hacían en Lapa Palace, Lisboa, uno de los hoteles más rumbosos de la Unión Europea. La ex conejita hacía constantemente la ruta Lisboa-Río de Janeiro en primera. A veces, el vuelo hacía conexión a Brauschweig (capital de Baja Sajonia), donde Volkert le había puesto departamento a su dama.
Abriendo el paraguas, Berndt Pischetsrieder –presidente y director ejecutivo de la empresa- abrió la semana pasada un sumario interno que probablemente involucre la sede central (Volksburg) y filiales en Chequia, Portugal y Brasil. También le encomendó a KPMG una “exhaustiva auditoría, sin restricciones”.
Todo eso sin contar el lado político: Volkert es amigo de Peter Hartz, jefe de personal (autor de un plan de reformas pro mercado que recortará empleos y prestaciones sociales en toda Alemania), y ambos eran asesores del canciller saliente, Gerhard Schröder. Obviamente, la poderosa unión metalúrgica germana (IG Metall) es el mayor obstáculo para los planes de Pischetsrieder en la empresa y de Hartz en el país.
Según revelaciones del semanario checo “Focus”, luego ampliadas por el “Süddeutscher Zeitung”, el sexo era lo de menos. En realidad, formaba parte de un complejo sistema de trucos contables, sobornos, contratos ficticios, corrupción sindical y política. De hecho, varios jerárquicos y ex del quinto grupo automotor del mundo, primero de la UE, aparecen comprometidos en grado diverso. Las dimisiones conocidas hasta ahora fueron impuestas por la propia cúpula de VW.
El cerebro de la “tangentopoli” germana era Schuster, ex director de Škoda (Praga). Por sus manos pasaron miles de millones en contratos de exportación e, inclusive, un proyecto de planta en India (acaban de suspenderlo). Pero el lío político puede eclipsar al interno. Ocurre que el estado de Baja Sajonia tiene 20% del voto en la asamblea de accionistas y, por tanto, un puesto en el comité supervisor del grupo. Hasta ser elegido jefe del gobierno federal, ese sillón lo ocupaba Schröder pero, en 2003, pasó a la Unión Democristiana y lo tiene Christian Wulff, eminencia gris de Angela Merkel, que aspira a ganar los comisios de septiembre.
Curiosamente, dos ex funcionarios de segunda línea, únicos acusados de delitos concretos por el fiscal Klaus Ziehe (Braunschweig), siguen en el anónimo, debido al secreto de sumario. Ambos trabajaban para Hartz, el más politizado de los directivos, que insiste en no saber nada de esos enjuagues. Sea como fuere, medios de Berlín y Francfort apuestan a su renuncia.
Más allá de las bajas que cause la crisis, varios analistas sostienen que el escándalo ha puesto en evidencia serias fallas en materia de estructura y manejo del grupo. La automotriz, una de las mayores empleadoras europeas, otorga a representantes laborales papel activo en sus asuntos, una tradición del modelo socieconómico originado en 1866-71. Ahora, quienes buscan diluir esas prácticas, en nombre de la economía de mercado, sacan partido de la crisis. Pero tienen razón en un punto: el estilo Vokswagen da lugar a abusos políticos, empresarios y sindicales.
“Es una situación inédita en otras grandes empresas del país”, señala Ferdinand Dudenhöffer, director del centro para investigaciones automotrices de Gelsenkirchen. “Esto revela que VW necesita cambios drásticos”. El experto olvida la crisis iniciada, no hace mucho, por la rebelión de accionistas en Daimler, que exigían desprenderse de Chrysler, pésimo negocio que pone en riesgo la marca Mercedes.
Inveitablemente, el asunto VW ha provocado en un encendido debate político. Los conservadores (la unión democristiana, CDU), que esperan sacar del poder a Schröder y los socialdemócratas, aprovechan para exhibir a VW como ejemplo de políticas industriales anacrónicas. Pero, como ello implica apoyar las reformas pro mercado de Hartz, no parece un argumento sensato ante votantes que padecen desempleo y recesión.
Para mayor confusión, el cargo que había ocupado Schröder en el comité supervisor de la firma esta hoy en manos del democristriano Wulff. Pero a éste le cuesta criticar a Hartz, dado que ambos apoyan el modelo de mercado y se oponen al poder gremial.
Corrupción, sobornos y venalidad no son nuevas en la industria automotriz alemana ni, en general, la europea. Hace algunos meses, a la sazón, echaron al gerente de ventas de Mercedes (Stuttgart), acusado de desfalco. Hace más de 50 años, la marca estuvo relacionada con los negocios nada transparentes de Jorge Antonio, un pintoresco operador de Juan Domingo Perón. Lo inusual con VW es que los implicados provengan de personal, no de compras, ventas ni licitaciones.
Esto explica la relevancia de Hartz, quien sigue negando nexos con el asunto. Pero sus estrechos lazos con Volkert y otras personas en la mira despiertan suspicacias de todo tipo. Aparte, siendo fogonero de recortes laborales y en seguridad social para toda Alemania, es un perfecto chivo emisario electoral.
Fuerta del campo político, Hartz goza de amplii apoyo. Para sus amigos, el tema de fondo es el modelo VW, “una estructura única, donde los nexos entre empresa y trabajadores han llevado a esto”, proclama Peter Blomberg, vicepresidente de Transparency Internationalk Deutschland, un grupo pro empresa que se ocupa de corrupción ejecutiva.