Juegan en el bosque mientras el lobo no está

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¿Todas lo hacen? El tema que surgió a partir de la confesión de Volkswagen de que había burlado los controles con un software que deliberadamente reducía las mediciones, planteó la pregunta de si es una práctica generalizada.

La instalación de un software para que los motores diesel marcaran menos emisiones en las calles de lo que dicen los medidores significó un desastre que provocó la renuncia del CEO Martin Winterkorn. Pero si se descubriera que no es la única en hacer trampa toda la industria automotriz europea, que ha invertido mucho en tecnología de gasoil, quedaría manchada.

 

No solamente en Europa sino también en Estados Unidos en repetidas oportunidades las automotrices han sido descubiertas instalando dispositivos ilegales para eludir determinados controles. En Europa son comunes los pequeños trucos para hacer los autos más ambientales de lo que son. En Estados Unidos se descubrió en 1997 que Ford había hecho algo parecido a lo que Volkswagen acaba de hacer y Hyundai y Kia tuvieron que pagar US$ 100 millones en multas por “arreglar” las pruebas.

 

La industria automotriz no es la única en este tipo de pecados. Lo mismo pasa con muchas industrias, desde la banca hasta los fármacos. Algunas compañías deciden elegantemente torcer las leyes y estirar las regulaciones y las demás no tardan en imitarlas. Saben que no es correcto y los reguladores muchas veces hacen la vista gorda. Pero un día alguien va un poco más allá y se produce el escándalo.

 

Pero cuando viene la reacción, llega con todo. De pronto, una práctica que era común, que pasaba con un guiño y una tácita aprobación, es juzgada como impropia y hasta ilegal. Decir que todos lo hacían no es una defensa. Una vez que ha sido expuesta al público y que los reguladores han sido acusados por no detenerla, ya no hay perdón posible.

 

La clave para no ser descubierto, dice John Gapper analizando este problema en el Financial Times, está en hacerlo con discreción y sutileza. La transgresión no debe ser demasiado obvia o hará sonar la alerta a los reguladores que toleran algunas zonas grises.

La industria automotriz es un clásico ejemplo: era de conocimiento público que la diferencia entre los datos oficiales de economía de combustible y el desempeño real era grande pero VW tontamente llevó el engaño a un nivel más alto. Los fraudes generalmente comienzan en los laboratorios, donde casi siempre los resultados son artificiales. Un certificado que atestigua que un producto funciona de determinada manera en un laboratorio de nuestros días no garantiza lo mismo en su desempeño en del mundo real. Inevitablemente, dice Gapper, las empresas tienden a enfocarse en lograr los objetivos de laboratorio de la misma manera que los estudiantes estudian para pasar los exámenes.

La diferencia entre un test bien diseñado y la realidad no necesita ser enorme. Pero una mente brillante pronto va a descubrir cómo negociar entre las dos.

Después viene la difusión. La compañía A sabe lo que está haciendo la compañía B para maquillar sus resultados sin ser castigada por los reguladores y advierte que no puede competir si no hace lo mismo. Los tests son aprobados oficialmente y los clientes no los van a cuestionar. Cualquier ejecutivo que se resiste es naive o difícil.

 

Las rivalidades crean el deseo de lograr una ventaja y así arriesgan un poco más y en algún momento alguna se pasa de la raya.Entonces estalla la bomba y todos se mesan los cabellos.

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