Una de las actividades económicas que ha tenido un buen respiro –de varios años- es la aeronavegación comercial. Especialmente con la caída de los precios del petróleo, los costos se redujeron sustancialmente. Es cierto que hubo una mejoría en la gestión, pero no fue esa la principal razón.
Según los datos del sector, el precio promedio de un pasaje dentro de Estados Unidos, aumentaron 34% entre 2009 y 2014. Un índice muy superior al de la inflación de ese periodo.
No solamente los precios no se redujeron, sino que el servicio a bordo prácticamente desapareció. Recién ahora algunas aerolíneas ofrecen a los viajeros papas fritas y algo de beber.
La reducción en el precio del petróleo implica una reducción de 20 a 30% en los costos totales de las líneas aéreas. Pero las empresas no comparten estas ventajas con los pasajeros que siguen viajando apretados como sardinas en lata, cambian horarios y frecuencias sin pedir disculpas, y cobran por todo, comida a bordo, chequear equipaje, etc., etc.
¿Cuál es la causa? El negocio de la aviación es muy complicado y con frecuentes ciclos desventajosos. A pesar de lo poco simpático que resulta, las aerolíneas adoptan una estrategia de largo plazo: acumulan ganancias para cuando llegue la inevitable mala etapa, como tantas veces sucedió en el pasado.
De modo que, en buenas condiciones generales económicas – y en especial con los precios más bajos del combustible en décadas- las empresas siguen reduciendo costos y acumulando utilidades.
En este negocio, nadie reduce los precios a menos que los competidores o las fuerzas del mercado lo fuercen a ello. Pero como la demanda crece de forma constante, no es necesario recurrir a ese procedimiento. A finales del año pasado, el indicador de ocupación –asientos vendidos- era de 85,1%, bastante más que el 79,8% de 2008.
En los primeros diez meses del año pasado, las empresas estadounidenses trasladaron 581 millones de pasajeros, 5.3% más que en igual periodo de 2014.
Casi todas las empresas pasaron por el Chapter eleven (concurso preventivo de acreedores) y esa cercanía con la quiebra las ha vuelto prudentes, conservadoras y en gran medida, insensibles a las demandas del público.