El taekwondo, arte marcial coreano, tenía en los años 80 dos federaciones internacionales rivales que lo gobernaban. Hoy son varias más las que compiten en el control de la actividad. En boxeo hay por lo menos cuatro organizaciones separadas que pueden decidir quién es el “campeón del mundo”.
La Fifa, al menos antes de que estallara la crisis, era el bicho raro: el único cuerpo deportivo mundial sin contrincantes. Gracias a la liberalidad de su ejecutivo – que reciclaba dinero de auspicios a pequeñas asociaciones nacionales que luego permanecerían leales al centro – se convirtió en el perfecto monopolio global. Hasta el último miércoles parecía estar por encima de toda jurisdición nacional. Aunque con sede en Ginebra, la Fifa – como la globalización misma – parecía estar realmente domiciliada en una cabina de primera clase a 32.000 pies de la tierra.
Cualquier simple gobierno que tuviera la arrogancia de sugerir que era corrupta o demasiado poderosa, podía ver a sus representantes bajo amenaza de expulsión. Pero resulta que, después de todo, la Fifa también está sujeta a leyes nacionales y que es posible, cualquiera sea el resultado de las acusaciones individuales de corrupción – que una vez aplicadas, esas leyes conduzcan a su fragmentación.
Y si se derrumba, lo hará por los mismos errores que están desgarrando el orden político global.
La inmediata condena de Rusia sobre el avance del FBI sobre la Fifa dio la pauta. Los millones de seguidores de Putin en Twitter, sugerían que la policía secreta rusa debería ahora investigar a la OTAN. La votación del viernes pasado, que finalmente dio el triunfo por quinta vez consecutiva a Sepp Blatter, se realizó como una perfecta pieza de geopolítica este-oeste, con el mundo emergente alineado, como en la guerra fría, entre ambos bandos.
Pero la Fifa es sólo el último episodio en un creciente desajuste entre la globalización como ideología y la ruptura geopolítica como hecho.
El Eurovision Song Contest, por ejemplo, es desde hace unos cinco años una farsa politizada, dice Mason. Más que competencia musical es la representación de una guerra ideológica.
En cuanto a Internet, está cada vez más balcanizada. A la quinta parte de la humanidad, que vive en China, no se le permiten términos de búsqueda que coincidan con acontecimientos políticos sensibles al partido gobernante.
Los que vimos el impresionante ascenso de la globalización en los 90 siempre supusimos que, como era un sistema económico, si alguna vez caía lo haría por la economía primero, por la política después y por la ideología globalista mucho tiempo después. Eso resultó ser totalmente equivocado. Es cierto que los patrones comerciales cambiaron después del punto más traumático de la era global, la crisis posterior a la caída de Lehman Brothers. Pero el mercado mundial, en sí mismo, todavía no se fragmentó. En cambio es en el nivel de los deportes, música, noticias, censura y vigilancia que el sistema mundial se está resquebrajando.
La Fifa, con todos sus problemas, es un buen ejemplo de por qué vale la pena buscar sistemas globales en economía. Ellos formalizan las rivalidades, fijan reglas explícitas, contienen el conflicto. Pero el problema está en que con el tiempo su estructura original entra en discordancia con la base geopolítica, que va cambiando.
Al comienzo de la era global suponíamos que, si le dábamos tiempo, la mayoría de los países se volverían menos corruptos y más democráticos porque el mercado solo puede funcionar bajo el imperio de la ley. Surgieron las marcas globales siempre sobre la hipótesis de que aunque hicieran negocios con estafadores ellas mismas eran una fuerza civilizadora contra la estafa. Pero la debacle de la Fifa destaca ahora un problema general para el capital global. Las élites del mundo están bastante a gusto con la corrupción y hasta dispuestas a que aumente.
Es bastante probable que ahora dos o tres marcas gigantescas decidan en algún momento intentar reformar la Fifa como entidad privada. Si eso ocurre, lo que surja será una organización más limpia. Pero no será tan global. En eso, la Fifa es una parábola sobre el futuro del capitalismo.