OK en Luxemburgo y Alemania. Acreedores arrinconados, dice el WSJ

Por un lado, la Argentina obtuvo los avales faltantes a la oferta de canje (Alemania, Luxemburgo). Por el otro, el Wall Street Journal sacó un artículo inesperadamente favorable a Buenos Aires.

11 enero, 2005

Ya no quedan obstáculos técnicos para poner en marcha el canje por US$ 81.000 millones de bonos en cese de pagos selectivo y en manos privadas. La Argentina, entonces, encara “una reestructuración que pondrá punto final al mayor cese en la historia de deuda soberana, imponiendo pérdidas enormes a tenedores de US$ 103.000 millones nominales”.

Así arranca un sugestivo artículo del Wall Street Journal (WSJ), reproducio el martes 11 por La Nación. El influyente periódico neoyorquino pasa dos datos por alto: el cese de pagos unilateral británico (1947) fue superior –a dólares constantes- y algunas bancarrotas privadas (WorldCom, por ejemplo) igualan el caso argentino e involucran quitas de hasta 82% en el monto nominal.

“Los tenedores de bonos han puesto el grito en el cielo, pero el Gobierno –gracias a duras posiciones negociadoras y a un poco de suerte- parece encaminado a lograr la mayor parte de lo que pretende”. Eso señala Mark Moffet, quien solía tratar con ironía a la cadena de escándalos que azotó al sector privado estadounidense desde el desplome de Enron (diciembre de 2001).

El analista recuerda que, este viernes, se inicia una operación por la cual Buenos Aires “planea pagar apenas 30 centavos por cada dólar, una tacañería (sic) sin precedentes en deuda pública”. Este canje será “una prueba de hasta dónde un deudor emergente puede dictar términos a los acreedores”. Cabe consignar que la Argentina no es emergente todavía, sino periférica.

En general, los analistas creen que “el intercambio de bonos requiere aceptación de alrededor de dos tercios para obtener credibilidad necesaria para recomponer relaciones con el Fondo Monetario y, a la larga, recobrar acceso a los mercados de capital”. En verdad, lo segundo importa más que lo primero, dados el deterioro y la escasa fiabilidad del FMI.

Desde hace un tiempo, observa Moffett, “aumentan las posibilidades de alcanzar ese umbral, en parte por la fatiga de los inversores tras un proceso de negociaciones que entrará en el cuarto año”. En realidad, no son inversores ni rentistas los cansados, sino fondos buitres, abogados y sus “comités de bonistas”. A criterio del WSJ, “hay indicios de que se han hartado de seguir lo que hasta ahora han sido iniciativas judiciales infructuosas para forzar pagos intentando embargos”.

Esos embargos, amén de afectar –efímeramente- bienes de escasa monta, sólo les han producido altos honorarios a estudios jurídicos no muy eficaces. Pero, acota el articulista, “aun si el canje no logra respuesta abrumadora, no será el fin del mundo en términos financieros. Merced a un auge de precios agrícolas, la Argentina ha disfrutado de pujante crecimiento durante los últimos dos años, incluso sin financiamientos de Wall Street (sic)”.

La actitud desafiante del país “ha conquistado la admiración de líderes como Brasil, que ha impuesto severas medidas de austeridad para seguir pagando a los acreedores”. Mientras “este gobierno perdía apoyo político y social, el argentino prevalía sobre el terrorismo financiero”, afirmaba el O globo carioca. “En 20 restructuraciones de deuda soberana desde 1990 –apunta Moffett-, la quita promedio fue 36%. La Argentina pide casi el doble”.

“Es un disparate suponer que eso siente precedentes y que todo cese de pagos no tendrá costos”, objeta Nuriel Rubini, docente en la universidad de Nueva York. “Es una medicina que ningún país querría tomar”, añade, sin explicar claramente por qué. Más técnico, el WSJ subraya: “El volumen de pérdidas puede ahuyentar de los países en desarrollo a pequeños rentistas. Pero es probable que los inversores institucionales –en pos de mayores retornos- sigan siendo grandes compradores de bonos”. La cotización de los “post-cese” lo pone en evidencia.

En los papeles, la Argentina aspira a un canje de deuda –en cese desde fines de 2001, gracias a un breve presidente que hoy opera para Carlos S. Menem, cuyo gobierno llevó los pasivos totales a US$ 130.000 millones- por US$ 81.000 millones de valor nominal. La deuda nueva orillaría unos US$ 41.800 millones. Los principales tenedores privados residen en la Argentina misma (38,4%), Italia (15,6%), Suiza (10,3%), Estados Unidos (9,1%), Alemania (5,1%) y Japón (3,1%).

La buena fortuna argentina también incluye una repreciación de bonos emergentes y periféricos. En algunos meses, el valor de la oferta subió de unos 20 centavos por dólar a 30 (+50%), “sin que el Gobierno mejorase la propuesta”, indica un analista de ABN-Amro. Esta banca “pronostica que la oferta atraerá entre los dos tercios, que serían un éxito, hasta 80% que, se estima, quiere el FMI”.

Ya no quedan obstáculos técnicos para poner en marcha el canje por US$ 81.000 millones de bonos en cese de pagos selectivo y en manos privadas. La Argentina, entonces, encara “una reestructuración que pondrá punto final al mayor cese en la historia de deuda soberana, imponiendo pérdidas enormes a tenedores de US$ 103.000 millones nominales”.

Así arranca un sugestivo artículo del Wall Street Journal (WSJ), reproducio el martes 11 por La Nación. El influyente periódico neoyorquino pasa dos datos por alto: el cese de pagos unilateral británico (1947) fue superior –a dólares constantes- y algunas bancarrotas privadas (WorldCom, por ejemplo) igualan el caso argentino e involucran quitas de hasta 82% en el monto nominal.

“Los tenedores de bonos han puesto el grito en el cielo, pero el Gobierno –gracias a duras posiciones negociadoras y a un poco de suerte- parece encaminado a lograr la mayor parte de lo que pretende”. Eso señala Mark Moffet, quien solía tratar con ironía a la cadena de escándalos que azotó al sector privado estadounidense desde el desplome de Enron (diciembre de 2001).

El analista recuerda que, este viernes, se inicia una operación por la cual Buenos Aires “planea pagar apenas 30 centavos por cada dólar, una tacañería (sic) sin precedentes en deuda pública”. Este canje será “una prueba de hasta dónde un deudor emergente puede dictar términos a los acreedores”. Cabe consignar que la Argentina no es emergente todavía, sino periférica.

En general, los analistas creen que “el intercambio de bonos requiere aceptación de alrededor de dos tercios para obtener credibilidad necesaria para recomponer relaciones con el Fondo Monetario y, a la larga, recobrar acceso a los mercados de capital”. En verdad, lo segundo importa más que lo primero, dados el deterioro y la escasa fiabilidad del FMI.

Desde hace un tiempo, observa Moffett, “aumentan las posibilidades de alcanzar ese umbral, en parte por la fatiga de los inversores tras un proceso de negociaciones que entrará en el cuarto año”. En realidad, no son inversores ni rentistas los cansados, sino fondos buitres, abogados y sus “comités de bonistas”. A criterio del WSJ, “hay indicios de que se han hartado de seguir lo que hasta ahora han sido iniciativas judiciales infructuosas para forzar pagos intentando embargos”.

Esos embargos, amén de afectar –efímeramente- bienes de escasa monta, sólo les han producido altos honorarios a estudios jurídicos no muy eficaces. Pero, acota el articulista, “aun si el canje no logra respuesta abrumadora, no será el fin del mundo en términos financieros. Merced a un auge de precios agrícolas, la Argentina ha disfrutado de pujante crecimiento durante los últimos dos años, incluso sin financiamientos de Wall Street (sic)”.

La actitud desafiante del país “ha conquistado la admiración de líderes como Brasil, que ha impuesto severas medidas de austeridad para seguir pagando a los acreedores”. Mientras “este gobierno perdía apoyo político y social, el argentino prevalía sobre el terrorismo financiero”, afirmaba el O globo carioca. “En 20 restructuraciones de deuda soberana desde 1990 –apunta Moffett-, la quita promedio fue 36%. La Argentina pide casi el doble”.

“Es un disparate suponer que eso siente precedentes y que todo cese de pagos no tendrá costos”, objeta Nuriel Rubini, docente en la universidad de Nueva York. “Es una medicina que ningún país querría tomar”, añade, sin explicar claramente por qué. Más técnico, el WSJ subraya: “El volumen de pérdidas puede ahuyentar de los países en desarrollo a pequeños rentistas. Pero es probable que los inversores institucionales –en pos de mayores retornos- sigan siendo grandes compradores de bonos”. La cotización de los “post-cese” lo pone en evidencia.

En los papeles, la Argentina aspira a un canje de deuda –en cese desde fines de 2001, gracias a un breve presidente que hoy opera para Carlos S. Menem, cuyo gobierno llevó los pasivos totales a US$ 130.000 millones- por US$ 81.000 millones de valor nominal. La deuda nueva orillaría unos US$ 41.800 millones. Los principales tenedores privados residen en la Argentina misma (38,4%), Italia (15,6%), Suiza (10,3%), Estados Unidos (9,1%), Alemania (5,1%) y Japón (3,1%).

La buena fortuna argentina también incluye una repreciación de bonos emergentes y periféricos. En algunos meses, el valor de la oferta subió de unos 20 centavos por dólar a 30 (+50%), “sin que el Gobierno mejorase la propuesta”, indica un analista de ABN-Amro. Esta banca “pronostica que la oferta atraerá entre los dos tercios, que serían un éxito, hasta 80% que, se estima, quiere el FMI”.

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