domingo, 24 de noviembre de 2024

No llega aun la revolución en recursos naturales

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Los mismos planteos que ya se veían hace 7 años sobre al consumo y la disponibilidad de los productos básicos y la necesidad de encontrar una mejor forma de administrarlos tienen hoy la misma validez de entonces.

Esta reseña de una investigación de la consultora McKinsey fue publicada en Mercado en julio 2012.

El crecimiento económico que experimentó el mundo durante el siglo 20 estuvo sostenido por precios cada vez más bajos de los recursos naturales. El siglo 21 va a ser diferente. En los últimos años, el rápido desarrollo económico en los mercados emergentes acabó con todas las reducciones en el precio de los commodities del último siglo. Y en 2012 se calculaba que, en los 20 años siguientes, hasta 3.000 millones de personas (con su poder adquisitivo) se sumarían a la clase media global. Esto generaba interrogantes como: ¿viviremos toda una era de commodities caros? ¿Generará eso mayores riesgos económicos, sociales y geopolíticos?

En el pasado ansiedades como estas siempre resultaron infundadas. En 1798, la preocupación era la tierra. Thomas Malthus, en su Ensayo sobre el principio de la población, temía que el rápido crecimiento de la población terminaría con la tierra cultivable del mundo generando pobreza y hambre por todas partes. Pero eso nunca ocurrió. Llegó la revolución agroindustrial para romper el lazo entre disponibilidad de tierra y crecimiento económico.

Las teorías maltusianas gozaron de breves renacimientos en varios momentos. En los años 70, el Club de Roma hablaba de los límites del crecimiento, pero entonces se produjo una combinación de progresos tecnológicos, descubrimientos de nuevas fuentes recursos baratos y formas más productivas de usarlos. Todo eso redujo casi a la mitad el precio de las materias primas fundamentales como energía, alimentos, acero y agua, durante todo el siglo 20. Esa reducción se produjo a pesar de que la demanda de todos esos productos creció casi 20 veces durante ese período.

En este siglo 21 tal vez las fuerzas del mercado, más la innovación que generan, también podrían significar la salvación. No obstante, no debemos subestimar el desafío, pues la magnitud del crecimiento en los mercados emergentes no tiene precedentes en la historia. El informe que preparó la consultora McKinsey sobre el panorama de la oferta y la demanda de energía, alimentos, acero y agua, sugiere que, sin un cambio en la productividad de los recursos y una expansión de la oferta facilitada por la tecnología, el mundo entrará a una era de precios altos y volátiles de las materias primas. McKinsey concluye que lo que hace falta es una verdadera revolución en los recursos.

Entre 1980 y 2009, la clase media global creció en alrededor de 700 millones de personas. De 1.100 millones a 1.800 millones. Nunca antes se había visto en el mundo un crecimiento de los ingresos de semejante magnitud y tan rápido: China e India duplican el ingreso per cápita a una velocidad 10 veces mayor a la que creció Inglaterra durante la Revolución Industrial y en una escala 200 veces mayor. Y lo más probable es que la expansión de la clase media global continúe acelerando la demanda de recursos iniciada en el año 2000.

Además, esa demanda va a crecer en un momento en que encontrar nuevas fuentes de recursos y extraerlos se está volviendo cada vez más difícil y caro a pesar de avances tecnológicos en los principales sectores. A eso hay que sumarle fuertes lazos entre los recursos, lo cual hace que el cambio de precio o la escasez de uno se trasladen rápidamente a los otros.

El análisis de McKinsey muestra que la correlación entre los commodities más importantes es mucho mayor ahora que en ningún otro momento de la historia. El posible deterioro ambiental generado por el aumento del consumo de esos recursos también podría limitar el crecimiento en la producción de algunos. El área más vulnerable es alimentos, luego está el uso del agua con gran impacto en la electricidad.

Pero si los desafíos son mucho mayores que los del pasado, también lo es la capacidad tecnológica para resolverlos. La industria aeronáutica está transformando la generación de energía por turbina. Los avances en técnicas de perforación horizontal combinados con fracturamiento hidráulico produjeron el rápido desarrollo de shale gas en Estados Unidos, cuya participación en la provisión total de gas natural creció de 2% en 2000 a más de 20% hoy según algunas estimaciones.

Los desarrollos en ciencia de materiales e infotecnología tienen la posibilidad de mejorar notablemente el rendimiento de las baterías, con lo cual cambia la posibilidad de almacenar electricidad y, con el tiempo, de diversificar las fuentes de energía para el transporte. La química orgánica y la ingeniería genética pueden ayudar a hacer realidad la próxima revolución verde, transformando la productividad agraria y la provisión de bio-energía. En suma, al mundo no le faltan oportunidades tecnológicas y las dificultades con los recursos acelerarán la carrera de la innovación.

Uno de los escenarios posibles, que analizó McKinsey, es el de la expansión de la oferta: se ponen a disposición más recursos mientras la productividad con que se los usa aumenta de acuerdo con programas políticos. Otro escenario es el de la respuesta de productividad, que aumenta las oportunidades de aprovechamiento.

El trabajo de McKinsey sugiere que es posible satisfacer la necesidad de recursos con expansión de la oferta y mejoramiento de la productividad. Sin embargo, el ritmo de la expansión de la oferta tendría que ser mucho más rápido que las tasas históricas. El consumo de agua para 2030 sería 30% más alto de lo que es hoy. Habría una deforestación adicional de hasta 175 millones de hectáreas. Las emisiones de dióxido de carbono hacia fines del siglo podrían llegar a 66 gigatoneladas (1 gigatonelada: 1.000 millones de toneladas), un nivel que podría producir un aumento en la temperatura media global de varios grados Celsius.

Esta expansión de la oferta requeriría unos US$ 3 billones (millón de millones) en inversión de capital anual, casi US$ 1 billón más que los gastos recientes. Tanto los costos de capital como las emisiones de dióxido de carbono podrían reducirse con mayor producción de shale gas. Sin embargo, esa promesa depende de solucionar su impacto negativo en aire, agua y tierra.

Entre las mejores oportunidades figura el mejoramiento de la eficiencia energética de edificios y de los sistemas de irrigación. Ambas cosas combinadas tienen la posibilidad de generar una revolución productiva de los recursos comparable al progreso logrado en productividad laboral durante el siglo 20. Pero lograrlo no será fácil. Luego de un siglo de recursos baratos, pocas instituciones tienen la productividad de recursos como prioridad.

Para prosperar, las empresas deben prestar mayor atención al tema de los recursos en sus estrategias de negocios. Para las industrias que proveen recursos, precios más altos y más volátiles podrían significar ganancias inesperadas, pero también inflación de costos, discontinuidad tecnológica y reacción regulatoria y social. Para las que consumen recursos, precios más altos y más volátiles de los insumos les podrían resultar difíciles de trasladar a los consumidores. Además, se enfrentarán a nuevos desafíos.

Las implicancias de todas estas tendencias varían según la empresa. Un buen punto de partida para muchas podría ser adoptar un método más sistemático para entender cómo el panorama de recursos, en permanente cambio, podría generar nuevas oportunidades y crearles ventajas de costos frente a competidores menos preparados.

A 7 años cabría preguntar si si esta sugerencia ha sido escuchada o en alguna medida tenida en cuenta por las grandes empresas responsables. La problemática sigue sin resolverse y la presión por encontrar soluciones aumenta al paso que lo hace el calentamiento global.

 

 

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