La primera respuesta de la comunidad médica a la epidemia de obesidad ha sido culpar a la gente por ser gorda. Nos dicen que la obesidad es una falla personal que resiente el sistema de salud y que deteriora el PBI. También ha sido una excusa para abusar de los gordos. Por eso los gordos gastan millones y millones haciendo dieta, dice el especialista Michael Hobbes en The Huffington Post.
Desde hace 60 años, médicos e investigadores han conocido dos cosas que podrían haber mejorado o hasta salvado millones de vidas. La primera es que las dietas no funcionan. Ninguna dieta, ni las más famosas. Desde 1959, las investigaciones han demostrado que de 95 a 98% de los intentos de perder peso fallan y que dos tercios de las personas que bajan de peso recuperan más de lo que perdieron. Las razones son biológicas e irreversibles.
Ya en 1969 las investigaciones que se realizaban mostraron que con sólo perder 3% del peso corporal el resultado era una desaceleración de 17% en el metabolismo, una respuesta al hambre que hace explotar las hormonas del hambre en le organismo bajando la temperatura interna hasta que la persona recupera su mayor peso. Mantener bajo el peso significa combatir el sistema de regulación de la energía y combatir el hambre todo el día, todos los días por el resto de la vida.
La segunda gran lección que el establishment médico aprendió y rechazó una y otra vez es que peso y salud no son sinónimos perfectos. Es cierto que casi cualquier estudio poblacional encuentra que los gordos tienen peor salud cardiovascular que los delgados. Pero los individuos no son promedios: Hay muchos estudios que demuestran que de un tercio a tres cuartos de las personas clasificadas como obesas son metabólicamente sanas. No muestran ninguna señal de alta presión, ni de resistencia a la insulina ni de colesterol alto.
Simultáneamente, cerca de un cuarto de las persona que no tienen sobrepeso son lo que los epidemiólogos llaman “delgados no saludables”.
Un estudio realizado en 2016 que siguió a sus participantes durante 19 años descubrió que los delgados que no están en buen estado serán dos veces más proclives a contraer diabetes que los gordos en buen estado.
Lo que importa, cualquiera sea el tamaño del cuerpo, son los hábitos. Hay docenas de indicadores – desde el consumo de vegetales hasta el ejercicio regular que dan una mejor foto de la salud de una persona que mirar su tamaño.
La paradoja es que durante 60 años hemos considerado la epidemia de obesidad insistiendo en las dietas: la próxima será la correcta. Es hora de un cambio de paradigma.