Merrill Singer, médico y antropólogo estadounidense, fue el primero en acuñar el concepto. Ya en 2017, Singer insistía en la importancia del abordaje sindémico. Este consiste en tener en cuenta las interacciones biológicas y sociales para analizar la prevención y el tratamiento de las enfermedades. Sobre todo, para la definición de políticas de salud.
Recientemente, la revista The Lancet publicó un editorial bajo el título La covid-19 no es una pandemia. Dicho de otro modo, la causada por el SARS-CoV-2 no es una simple infección respiratoria vírica. El motivo es que ésta, a menudo, aparece junto a otras enfermedades no transmisibles.
Además, ocurre en un mundo global. En un escenario marcado por las desigualdades sociales y económicas, que hacen que el resultado sea mucho peor que la suma de las enfermedades de las personas afectadas.
Es importante que, al tratar de controlar la covid-19, nos focalicemos en el manejo de la hipertensión, la obesidad, el cáncer, la diabetes, las enfermedades cardiovasculares, o los problemas que afectan a la salud mental. También que intentemos hacer un abordaje equitativo entre los diferentes sectores económicos y sociales.
Trabajo conjunto
Es obvio que esto requiere un cambio radical de paradigma a la hora de abordar los problemas de salud.
La sindemia de la covid-19 hace patente la necesidad del trabajo conjunto entre colectivos con diferentes competencias y habilidades. Ahora más que nunca la suma de inteligencias múltiples es imprescindible.
Palabras como multi, inter o transdisciplinariedad ya hace tiempo que suenan. Sin embargo, la realidad nos dice que todavía no están suficientemente implantadas en nuestro mundo global.
En el entorno de salud, cuando se habla de trabajo en equipo y de multidisciplinariedad, a menudo nos limitamos a la coordinación entre profesionales de la medicina y la enfermería.
Poco a poco se va avanzando hacia el trabajo coordinado con otros profesionales de la salud. Es el caso de la colaboración con psicólogos, fisioterapeutas, nutricionistas o farmacéuticos. Aun así, el contexto actual nos ha dejado bien claro que solo con esto no basta.
Es urgente llevar a cabo un abordaje integral de la situación que también cuente con trabajadores sociales, científicos de datos, ingenieros, economistas, sociólogos y comunicadores. Diferentes perfiles con un importante papel en la búsqueda de soluciones sistémicas a la situación actual.
No se trata de un solo asalto
La covid-19 pasará. Probablemente, en pocos años nos referiremos a ella como hoy en día lo hacemos con la gripe de 1918. Los expertos dicen que cada cierto tiempo la humanidad se ve sacudida por una nueva pandemia. Parece que el transcurso se irá acortando a medio plazo.
Estas previsiones, nada halagüeñas, se basan en el estudio profundizado del impacto del Antropoceno en la salud planetaria. Tarde o temprano, gracias a las vacunas, conseguiremos inmunidad de rebaño frente a este virus. Pero esto no garantiza que vaya a desaparecer.
Es probable que siga existiendo, igual que lo hacen muchos otros coronavirus, como el del resfriado común. Sin embargo, nuestro planeta no cuenta, hoy por hoy, con ninguna vacuna ni tratamiento efectivo que frene la aparición de otras enfermedades infecciosas emergentes.
Pese a la vigilancia epidemiológica, no es extraño imaginar que, a medio plazo, un nuevo virus salte de una especie a otra. Que un patógeno vuelva a revolucionar nuestra sociedad, tal y como nos ha sucedido.
La aceleración de la salud digital
La covid-19 ha supuesto cambios que muchos hemos podido experimentar. Entre ellos, el uso de soluciones tecnológicas para abordar cuestiones de salud.
En entornos hospitalarios, la atención primaria y las residencias de ancianos, los teléfonos inteligentes y las tabletas han sido de gran ayuda para reducir la distancia física y las visitas presenciales. Ahora bien, ¿hasta qué punto han servido para reducir la sensación de soledad y aislamiento?
A principios de siglo, en 2001, ya se empezaba a hablar de salud digital. La telemedicina empezaba a ser una realidad.
Dos décadas después, y antes de que la covid-19 transformara nuestras vidas, seguía siendo la eterna promesa, aun sin estar implementada a gran escala. A menudo las intervenciones de salud digital no dejan de ser experiencias piloto. Experiencias que cuesta mucho integrar en la rutina de los procesos asistenciales.
La covid-19 no se ha encontrado con un sistema de salud digital suficientemente maduro como para que las diferentes herramientas tecnológicas de las que disponemos estén implementadas y aceptadas de forma habitual.
Además, las aplicaciones móviles que se han desarrollado han generado muchas dudas. Esto sucede dado que los datos en los que se basan los modelos epidemiológicos a menudo no son suficientemente robustos. Además, las herramientas de vídeo consulta son escasas.
Aplicaciones móviles para el “control”
Entre las soluciones tecnológicas más habituales, encontramos las aplicaciones móviles. Desde hace meses, se han ido desarrollado en muchas regiones del planeta. ¿Su objetivo? Hacer un seguimiento de los casos y rastreo de contactos.
Seguro que nombres como Stop COVID o Radar COVID u otros nombres similares resultan familiares. Ahora bien, ¿cuántas personas las tienen instaladas? ¿Cuántas las usan? ¿Cuántas han recibido algún aviso por esta vía?
Como sabemos, cuantas más personas las utilicen, mayor es su efectividad para frenar la expansión de infecciones víricas que generan brotes epidémicos.
Sin embargo, parece que las aplicaciones no han sido la solución esperada. Ni en nuestro sistema sanitario ni en ninguno de países similares. De hecho, han puesto sobre la mesa carencias que habrá que resolver si queremos soluciones tecnológicas realmente útiles y de valor.
Analizando los datos existentes para estas aplicaciones se observa que uno de los países europeos con mayor tasa de penetración es Suiza, con casi el 40%, o Alemania, con el 31%. Francia, España e Italia rondan el 20%.
Al analizar el porcentaje de casos positivos registrados en estas aplicaciones se observa que en Suiza y Alemania es del 10%. En España y Francia el porcentaje se reduce a un 2%.
Es importante analizar las razones por las que se notifican cifras tan bajas y por qué, por tanto, no se consigue el objetivo previsto para controlar la pandemia.
El ejemplo de las aplicaciones de rastreo de contactos es sólo un ejemplo de las posibles soluciones que la tecnología podría ofrecernos para el manejo y control de futuras sindemias.
Es necesario aunar esfuerzos entre los diferentes profesionales para conseguir mejorar la salud de nuestro sistema sanitario y de los sistemas de vigilancia de salud pública.
(*) Directora del Máster Universitario en Salud Digital, UOC – Universitat Oberta de Catalunya.