Para que la humanidad pueda protegerse de futuras pandemias deberá primero comprender de dónde vienen, dice su análisis. Hoy la sabiduría convencional tiene a las pandemias como algo fundamentalmente incomprensible e imprevisible, comparable a un desastre natural o a un acto de terrorismo. Todo lo que puede hacer una sociedad aguantar y esperar que pase lo antes posible. Unos recomiendan desarrollar vacunas y movilizar personal médico y militar. Otros más vigilancia a la enfermedad. Y otros más, financiar al sistema de salud.
Pero una serie de intervenciones más efectivas y duraderas se abre cuando se entienden las pandemias bajo una luz diferente: no como una calamidad arbitraria sino como acontecimientos probables, provocados más probablemente por intervención humana.
Esto significa que los humanos pueden hacer más para evitar pandemias, reduciendo el riesgo de que agentes patógenos entren en nuestro cuerpo y minimizando la probabilidad de que se propaguen. Para eso hace falta una reestructuración fundamental de la economía global y la forma de vida actual, qued descansa en el aumento del consumo de los recursos naturales.
Desde 1940, cientos de patógenos nuevos han causado brotes en todo el mundo, la mayoría originados en el cuerpo de animales. Este nuevo coronavirus es solo el último, pero con seguridad no va a ser el “último”.
La expansión industrial, impulsada por el consumo masivo, aportó a la aparición de muchos patógenos. La industrialización aumenta la probabilidad de que los microbios animales encuentren el camino hacia el cuerpo humano que les brinda la oportunidad de propagarse en las ciudades y les facilita la llegada a poblaciones susceptibles en todo el globo.
Los microbios se vuelven patógenos cuando pueden colonizar nuevos hábitats; se hacen un festín con los tejidos del nuevo huésped antes que ese huésped pueda montar una respuesta inmune. Los microbios más exitosos en colonizar cuerpos humanos son los que viven dentro de los cuerpos de los animales, especialmente otros mamíferos, como murciélagos y cerdos pero también pájaros. Todos ellos actuaron como reservorios de patógenos humanos durante miles de años.
Históricamente los microbios animales solo han hecho lentas incursiones en interior del cuerpo humano. Para que un microbio animal saliera de su huésped salvaje y entrara a uno humano las dos especies debían entrar en contacto íntimo y prolongado. Además, para causar una pandemia, ese microbio debían llegar a un número suficientes de humanos para colonizar. En el mundo pre-industrial esas oportunidades eran escasas.
Unos pocos cientos de años atrás, el mundo estaba dominado por bosques y pantanos. Los centros urbanos eran pocos y el transporte entre ellos era lento. Esas condiciones ofrecían pocas oportunidades a los microbios animales de convertirse en patógenos humanos y generar pandemias.
Pero con la expansión de las actividades industriales el paisaje se transformó. Hoy los asentamientos humanos y las actividades dominan más de la mitad de la tierra del planeta. Menos de la cuarta parte del paisaje global sigue siendo salvaje. Esta reducción de los hábitats obliga a las especies restantes a apiñarse en retazos de tierras cercanas a pueblos, ciudades, granjas y minas, aumentan la probabilidad de que un microbio animal entre en contacto íntimo con un cuerpo humano. Una vez que esos microbios se difunden en humanos se pueden desparramar por el mundo en trenes, camiones, barcos y aviones, los sistemas de transporte que han diseñado los humanos para transportar bienes y commodities de una parte a otra del planeta.
El dominio de la industria en todo el planeta preparó la ruta para que los microbios animales se conviertan en patógenos humanos.
Es el consumo humanos, y no el crecimiento poblacional, el que ha impulsado esos cambios en el uso de la tierra. En los últimos 50 años la población se duplicó pero el consumo de recursos naturales se triplicó.
La expansión de los apetitos humanos y la creciente industrialización ayudaron a desatar una serie de patógenos, desde el cólera y el Ébola hasta el SARS y este nuevo coronavirus.
Para impedir que esos patógenos aparezcan y se difundan hace falta reducir los factores que les permiten hacerlo. El consumo masivo sería imposible sin los combustibles fósiles, que alimentan las máquinas que talan bosques, aportan fertilizantes a las chacras industriales y alimentan los aviones que difunden patógenos por todo el mundo. Impedir la próxima pandemia, entonces, será imposible sin políticas más verdes.