Por Jesús Sánchez-Camacho (*)
En su Sexto Informe sobre Cambio Climático, este órgano de evaluación de las Naciones Unidas subraya el aumento de emisiones de gases de efecto invernadero y ofrece alternativas factibles para limitar el calentamiento con el objeto de no superar 1,5 grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales.
El informe aboga por las transformaciones sistémicas del sector de la energía, la industria, la edificación, la agricultura y la silvicultura. De esa forma, se podría poner freno a la degradación de las tierras, el aumento de las temperaturas, los fenómenos meteorológicos extremos, la pérdida de la biodiversidad, la subida del nivel del mar, la acidificación de los océanos, la fusión de los glaciares y el deterioro de la salud mundial, especialmente, entre los más excluidos.
En este escenario, Emiratos Árabes Unidos ha acogido la última Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocida como COP28. En Dubái, distintos líderes de gobiernos, empresas e instituciones públicas y privadas han examinado cómo implantar el Acuerdo de París de 2015 sobre las bajas emisiones, y adquirir nuevos compromisos eficientes sobre energía renovable y compensaciones económicas para los países más afectados por la crisis medioambiental.
Dejando atrás las polémicas relacionadas con la presidencia de la Conferencia, las tensiones referentes a la eliminación progresiva de los hidrocarburos (phase-out) y la decepción del borrador previo que tan solo pedía la reducción de los combustibles fósiles (phase down), hay que subrayar la relevancia del acuerdo final.
La COP28 ha puesto al fin en marcha un fondo de pérdidas y daños para compensar a los países más vulnerables al cambio climático, y ha hecho un llamamiento final a transitar hacia el fin de los combustibles fósiles, siendo la primera vez que esta última medida se aprueba en una cumbre del clima.
Para lograr este objetivo, más allá de alternativas como la energía nuclear, la captura de carbono y el hidrógeno de bajas emisiones, es necesario un plan de acción decisivo hacia una ecología integral.
La respuesta de la ecología integral
El mismo año en que se aprobaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el papa Francisco formuló el concepto de ecología integral en la Encíclica Laudato si’. En 2015 surgió la Agenda 2030, que propuso metas concretas centradas en la armonización del crecimiento económico, la inclusión social y la protección del medio ambiente.
Estos objetivos pueden complementarse con el documento eclesial Sobre el cuidado de la casa común, que profundizó en las implicaciones antropológicas, sociales y espirituales de la interacción del ser humano con su realidad medioambiental e invitó a buscar soluciones integrales y trabajar de manera conjunta por un desarrollo sostenible.
Francisco, además de criticar un antropocentrismo distorsionado, equivocado y tiránico, sugirió una conversión ecológica en la que la espiritualidad representaba un factor clave para responder proactivamente a la protección del planeta, defender la justicia de los más desfavorecidos, integrar la biosfera en la economía, adoptar estilos de vida sostenibles y educar en el espíritu de esta cultura ecológica integral.
Una acción global por el cambio climático
Tras ocho años desde la publicación de Laudato si’, Francisco ha mostrado recientemente en la Exhortación Apostólica Laudate Deum su preocupación sobre la crisis climática global, criticando el poder tecnológico y económico que subyace en el proceso actual de degradación del medio ambiente. Asimismo, ha expresado su sueño climático en relación con la COP28, para que, sin ambages, se pudiera acordar una transición energética con el fin de abandonar los combustibles fósiles y caminar hacia energías limpias.
Con este telón de fondo, desde la inspiración y la llamada de la ecología integral, numerosas instituciones católicas han alzado la voz ante la COP28. Tal es el caso de Ecojesuit, que ha demandado a los líderes del G20 la reducción drástica de las emisiones y la aportación de 100 000 millones de dólares anuales de financiación privada y pública en apoyo al sur global.
Se ha dado un paso firme en la COP28 hacia el fin de los combustibles fósiles. Pero los acuerdos venideros han de ser todavía más radicales en la eliminación de la producción de carbón, petróleo y gas, así como mostrar una mayor ambición en la apuesta por energías renovables como la eólica, solar, hidráulica y geotérmica. No obstante, la acción por el cambio climático no concierne solo a los grandes líderes, sino a toda la población mundial.
La ciudadanía en su conjunto ha de seguir caminando no solo para acabar con la resistencia, negacionismo, ridiculización, desinformación o indiferencia ante la acción climática, sino también, como expresa Francisco en Laudate Deum, para superar “la lógica de aparecer como seres sensibles y al mismo tiempo no tener la valentía de producir cambios sustanciales” en nuestras vidas.
(*) Director de la Unidad de Ecología Integral, Universidad Pontificia Comillas