La frase de Lincoln asume quizás muchas cosas acerca de la consistencia de las preferencias de la gente, el nivel y calidad de la información y educación disponibles, el contexto democrático o policial con el que se organizan las sociedades, y otras cuestiones que hacen que a veces se pueda engañar a mucha gente –no a toda, basta que sea un número suficiente- para que esa porción de la población o “pueblo” en la nueva acepción, acepte el destino que le impone el líder.
Ese destino puede ser el fracaso social, político y económico, pero siempre se puede transformar el fracaso –al menos por algún tiempo- en un símbolo de soberanía, independencia y nacionalismo. Los ejemplos de estos líderes que engañan a muchos (o a casi todos) durante mucho tiempo abundan.
Para mantenerse requieren un nivel de represión que no aparece en la frase de Lincoln. Cuba, Venezuela, Corea del Norte, China y Rusia son hoy ejemplos de que los procesos autocráticos pueden durar toda una vida. Los engaños pueden empezar por dimensiones menos dramáticas –la económica por ejemplo- hasta que a medida que crecen las inconsistencias es necesario el uso de la represión, tolerada en sus comienzos, hasta que se vuelve abierta y generalizada.
Reprimir los problemas es una forma de esconderlos, barrerlos debajo de la alfombra. El dictador rumano Nicolae Ceausescu era un experto barrendero: cuando la temperatura era muy baja, (des)informaba a la población anunciando una temperatura más alta. Barrer los problemas no los resuelve. La Argentina probó esconder los problemas muchas veces, sin lograr por ello resolverlos. Congelar alquileres fue la solución de los años ’40 que destruyó por décadas el mercado de alquileres.
Reprimir el sistema financiero llevó a que los préstamos financieros sean inferiores al 10% del PBI, el nivel más bajo de América Latina. Reprimir precios, importaciones y exportaciones, negarse a pagar las deudas, son todas formas de “barrer debajo de la alfombra”, esconder problemas y engañar.
La Argentina es un país que esconde sus problemas para evitar pagar los costos de dar malas noticias al “pueblo” que cree en las afirmaciones de líderes mesiánicos –en los hechos, un grupo de políticos inescrupulosos-. Es por ello que la Argentina no puede definir un “plan” económico, político y social para el mediano y largo plazo. El plan solo puede ser el statu quo. Quizás en algún momento aflore un programa avalado por organismos multilaterales que simule un programa de estabilización y crecimiento. Pero implementar ese programa –supuesto que sea consistente- es diferente a diseñarlo o simplemente exponerlo. El programa requiere abandonar la práctica de barrer los problemas debajo de la alfombra. ¿Quién tomará la posta de construir en lugar de seguir barriendo debajo de la alfombra?
(*) Director de FIEL