En esta materia, hay poco cambio entre el famoso Acuerdo de París y la ahora cercana promesa en Glasgow. Ante la dimensión de los riesgos es difícil entender por qué el sistema internacional no ha logrado articular –todavía– una respuesta adecuada.
Tanto Estados Unidos como Europa han tomado medidas para que el deterioro climático vaya más lento. Después de una intensa experiencia, hay –con el pase de los años– un permanente aprendizaje, aunque a veces sea difícil visualizar sus logros.
Hay una variedad de actores, que actúan y piensas de manera diferente. Están los que tienen la más profunda convicción o los que recorren respetuosamente los primeros pasos del camino. Pero nadie necesita que le expliquen qué es RSE. Fue entonces cuando otra discusión se instaló en los últimos dos o tres años: la sustentabilidad. ¿Es un capítulo central de la RSE, o es al revés, y esta forma parte del concepto más amplio de crecimiento sustentable?
Cuando parecía que estábamos cerca de un consenso en el tema de sustentabilidad, aparecieron otros enfoques novedosos. Para los que están conscientes de un entorno que exhibe cada vez menor disposición de recursos naturales, la cuestión es simplemente un imperativo estratégico.
Cualquiera sea el resultado de este nuevo debate no quedan dudas de que la alta gerencia de las empresas más grandes y de las más actualizadas considera esencial definir y desarrollar modelos de negocios, elaboración de productos y prácticas de comportamiento que tengan en cuenta las implicaciones ambientales y sociales de cada paso.
Como lo explica en un valioso informe The Lancet, la publicación médica más prestigiosa del mundo, millones de personas tienen riesgo de vida por los fracasos y la lentitud en combatir la degradación climática. El clima entonces se ha convertido ahora en el tema central de la RSE y la Sustentabilidad.
El punto es: ¿cómo se entiende y se practica en su empresa la responsabilidad social y la sustentabilidad? ¿Con qué acciones y programas concretos? No todas las empresas tienen en claro si lo que invierten en este campo, tendrá el impacto esperado sobre la sociedad. Muchas no están seguras si están avanzando en la dirección correcta.
A medida que se presta mayor atención a la responsabilidad social y ambiental, los directivos de estos programas sienten que se aventuran en territorio desconocido. Es que la responsabilidad de la empresa –hay ya un maduro consenso– no es exclusivamente con los accionistas. Su mayor obligación es para con la sociedad (que involucra a todos los stakeholders). La empresa no puede tener éxito si la sociedad fracasa.
Esta simple afirmación está detrás de la gran conmoción política y económica que sacude al mundo. Ya hemos visto que vastos sectores de la población –tal vez, incluso, más numerosos en el mundo desarrollado que en el emergente o paupérrimo– están convencidos que han sido dejados atrás. Que el famoso “derrame” de la teoría económica predominante durante décadas, es una mera fantasía.
La globalización se impuso en todo el planeta, pero no todas sus promesas se cumplieron. Y los efectos están a la vista: un populismo en auge cambia las reglas de juego del viejo escenario. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hace una década, la combinación de libre empresa, democracia y capitalismo funcionó muy bien. Ahora ha dejado de hacerlo. Para colmo, aparece nítido el fantasma del cambio climático y los inmensos riesgos que supone para la humanidad. Aparece entonces “el tiempo de un capitalismo responsable”.
(Este artículo se publicó originariamente en la versión impresa de Mercado)