Desde que los antibióticos comenzaron a usarse los médicos siempre supieron que llegaría un día en que dejarían de surtir efecto. Esto es porque la resistencia bacterial a los antibióticos es natural e inevitable. Siempre va a haber algunas bacterias con genes que las protegen de las drogas y ellas pasarán esos genes no solo a su progenie sino también a sus vecinas. Ahora los epidemiólogos computacionales están procesando los datos para modelar el fenómeno. Pero no usan las herramientas para predecir el fin de los antibióticos, que ya está aquí; las usan para entender cuándo las bacterias resistentes serán mayoría y qué puede hacer la medicina para detenerlas.
Infecciones que hasta no hace mucho eran fácilmente tratables, hoy no encuentran antibióticos que las controlen. Y mucha gente se muere por infecciones. Pronto, vaticinan los médicos, va a llegar el momento en que haya más infecciones imposibles de controlar con antibióticos que controlables.
Si a eso se le suma que los laboratorios farmacéuticos prácticamente han dejado de desarrollar antibióticos nuevos debido a sus bajos márgenes de beneficio, el panorama que presenta hoy una infección es infinitamente más serio que en el pasado.
Según la Sociedad Estadounidense de Enfermedades Infecciosas (IDSA, por sus siglas en inglés), solo un organismo—el Staphylococcus aureus resistente a la meticilina, mejor conocido como MRSA—acaba con la vida de más norteamericanos por año que la totalidad de las muertes por enfisema, VIH/SIDA, Parkinson y homicidios.
La Organización Mundial de la Salud redactó un informe donde analiza todos los agentes bacteriales actualmente en desarrollo clínico. Sus conclusiones son deprimentes: no hay drogas suficientes, no hay innovación suficiente. La edad de los antibióticos puede estar en sus finales, pero todavía se sabe muy poco sobre lo que vendrá después.