Las mujeres tienen solo 8,1% de las cargos mejor pagos en Estados Unidos, según una encuesta reciente entre las 500 empresas de Fortune. Según un estudio realizado por la Harvard Business School, 60% de los ejecutivos varones tienen “esposas que no trabajan a tiempo completo fuera del hogar, comparado con solo 10% de las mujeres”.
En un día laboral cualquiera, dice Susan Cramm en un artículo para Strategy & Business, los ejecutivos hombres por lo general se quedan un rato charlando o van a tomar algo con amigos que por lo general piensan como ellos. Por lo tanto, no se ven sometidos a opiniones que podrían movilizar sus modelos mentales sobre las mujeres, sobre cómo definen ellas el éxito y cómo hacen para manejar el doble desafío del trabajo y la familia. Ellos mantienen su perspectiva única sobre el liderazgo.
Cramm fundamenta su ensayo citando dos experiencias cercanas. La primera, el caso de una amiga quien, luego de haber sido propuesta para una promoción a cargo directivo, su nombre fue eliminado de la lista de candidatos cuando comunicó su embarazo. La otra experiencia fue personal: comentarios y observaciones libidinosos por parte de un directivo de la compañía donde trabajaba.
Según un blog recientemente publicado por Avivah Wittenberg-Cox, CEO de la firma consultora sobre temas de género “20 First” titulado “Stop ‘Fixing’ Women and Start Fixing Managers”, “hay una sola forma de equilibrar a las organizaciones desde el punto de vista del género, y esa es educando a los líderes sobre las diferencias entre hombres y mujeres”.
Pero estas recomendaciones, dice Cramm, parecen tímidas a la luz de las investigaciones que calculan que, “al ritmo que están progresando las mujeres, no lograrán un pie de igualdad con los hombres en roles de liderazgo en política, negocios, emprendimientos y ONG hasta el año 2085”.