En las últimas dos décadas, la globalización transformó el paradigma de producción dando lugar a las cadenas globales de valor, cuya característica principal es la desagregación del proceso productivo en etapas que ocurren en distintos países permitiendo aprovechar las ventajas comparativas reveladas (VCR), el indicador que resalta los sectores que tienen un atributo, virtud o capacidad frente al resto de los competidores del mundo. Con esta transformación, los países han visto afectada su diversidad industrial.
Las empresas globales desplazaron su producción a países con salarios más competitivos y regulaciones laborales y ambientales más laxas, mientras que concentraron su fortaleza productiva en los servicios de alto valor agregado. En los casos en que la dotación de recursos naturales es alta, la concentración se dio en el desarrollo de inversiones para generar mayor valor agregado en la explotación de esos recursos.
“La globalización de la producción mediante las cadenas de valor eliminó como herramienta eficiente a la sustitución de importaciones y, asimismo, hoy la inclusión en esas cadenas es un imperativo del cual casi nadie puede quedar excluido. Esto conlleva a la necesidad de incrementar la competitividad y para ello fomentar el desarrollo del capital humano para permitir tanto una mayor diversificación de los sectores industriales, como la producción de bienes con mayor valor agregado“, afirmó Alberto Schuster, director de la Unidad de Competitividad de ABECEB.
En la Argentina, así como en el resto de los países latinoamericanos, el efecto de la contracción relativa de los últimos años generó una “primarización”, es decir, que ante la falta de sectores de servicios desarrollados y sofisticados, los sectores que ganaron participación en la economía correspondieron a los de explotación primaria y sus servicios vinculados directamente. El alza de los términos del intercambio permitió que las rentas extraordinarias del sector primario compensaran parcialmente el proceso de contracción industrial, pero hacia adelante este proceso no es sostenible.
El camino a recorrer requiere un programa de inversión sostenido en nuestro capital humano para alcanzar la meta del desarrollo, pero hay un condicionante clave: no se precisa tanto aumentar los niveles de inversión en educación como mejorar significativamente la formación de calificaciones para el trabajo y los estándares de calidad educativa. Si bien la inversión en educación destinada a incrementar el capital humano es relevante, no garantiza su buen aprovechamiento para poder lograr una mayor productividad y así acelerar el crecimiento económico.
La Argentina es un ejemplo de la falta de planificación de una estrategia de desarrollo que aproveche de manera eficiente su capital humano. Es necesario continuar apostando fuertemente al agregado de valor y fabricación de productos más sofisticados en los sectores más competitivos y con mayor potencialidad. El más relevante es el de los alimentos y bebidas. Pero este sector no podrá por sí sólo traccionar al total de la producción, también se requiere que las industrias como la automotriz, farmacéutica, química, metalmecánica y plásticos ganen escala y se inserten paulatinamente las cadenas regionales y globales de valor. Asimismo, deben generarse las condiciones en el sector privado que permitan una demanda sólida por personal calificado, en línea con el objetivo de la política nacional actual: mejorar los factores de competitividad.