El fin del autor

El derecho de autor en la Internet – una solución transitoria y anacrónica: ¿El equipo creativo e interactivo desplazará al autor?

12 agosto, 2001

Todas las categorías centrales con las que hemos descrito el proceso de obtención de conocimientos, así como de la presentación y transmisión de informaciones de los últimos 500 años están centradas en las condiciones impuestas por el libro impreso y su comercialización. También el orden de rango entre escuchar y mirar, entre la inteligencia racional y la emocional, entre las ciencias descriptivas y las artes narrativas, entre la conversación y otras formas de comunicación tienen sus raíces en las exigencias implantadas por la sociedad industrial de los Tiempos Modernos.

Si somos de la opinión de que en este nuevo milenio lo máximo que podemos esperar es un incremento de la cultura del libro y de la industria, en ese caso podremos mantener los antiguos conceptos relacionados con la obtención de conocimientos y la comunicación. Pero si partimos de la base de innovaciones radicales, los conceptos convencionales representan un bloqueo para comprender y configurar el porvenir.

Ello también resulta aplicable para el concepto de autor. Por muchas razones diferentes pero siempre ante el trasfondo de la difusión de las informaciones transportadas en medios tipográficos, ese concepto se formó en una etapa temprana de los Tiempos Modernos. Las culturas orales no necesitan al autor, al igual que las sociedades en las que el saber lo copiaban los amanuenses.

Tampoco hoy, en las conversaciones cara a cara, es preciso identificar permanentemente al autor de las ideas – por el contrario: si el resultado de la conversación es la aportación de uno solo de los interlocutores, esa conversación no ha sido muy productiva: es decir, esa forma de cooperación no ha producido nada nuevo. La idea en sí no es un logro social, sino individual. Las altas culturas que utilizaban la escritura no necesitaban “autores”, también porque el amanuense se veía a sí mismo como eslabón de una larga cadena de transmisión de tradiciones.

En esos tiempos se consideraba que escribir algo nuevo no era tan valioso como copiar las antiguas ideas. Recién cuando al comienzo de los Tiempos Modernos el hombre empezó a competir con los dioses empezó a surgir el autor, un creador y la palabra “novedad” obtuvo un cariz positivo. Solamente desde esa época se alabaron los inventos técnicos, en vez de condenarlos como creación del diablo. Ese cambio de parecer también alcanzó al creador de nuevos conocimientos, otorgando derechos a los autores de informaciones almacenadas en medios tipográficos.

Así se explica la avalancha de libros que se produjo a continuación – y así también el poder terrenal tenía a alguien que podría hacer responsable y castigar. Y en verdad, la obligación de mencionar al autor le costó la vida a más de alguien.

Nuevos conceptos para los medios

Cuando hablamos de derechos de autor y de propiedad intelectual, estamos hablando por lo tanto de un fenómeno que en Europa central apenas tiene una historia de 500 años, mucho más breve en los márgenes del continente y ninguna tradición en muchas culturas del globo. Además, estos conceptos están unidos a la producción tipográfica de informaciones y a redes comunicativas de mercado.

Por esta razón, tratándose de otros medios debemos buscar otros conceptos. Esa tarea se dificulta porque los logros más importantes de una tecnología se convierten en sus mayores defectos si cambian las condiciones. El logro histórico de la impresión de libros fue posibilitar la elaboración de informaciones a escala social, sobre el trasfondo de una escasa interacción.

Comunicación tipográfica significa que una persona pone sus informaciones a disposición de la sociedad de un modo tal que muchas otras personas las pueden recibir simultáneamente. La socialización del saber no surge en la producción o en la recepción, sino gracias a los mecanismos técnicos de reproducción y los de comercialización.

Hay muchos indicios de que esta forma de la obtención de conocimientos será, en el futuro, sólo una entre varias. Ya hoy están cobrando mayor importancia las formas de la producción cultural de informaciones que hacen hincapié en la interacción, en desmedro de aquellas formas con escasa interacción. Los nuevos medios electrónicos se convertirán en medios de comunicación únicamente si están conectados entre sí.

Y cuando ello ocurra, por los mismos canales podrá haber un acoplamiento retroactivo. Es decir, habrá una forma de la elaboración interactiva de informaciones que será comparable a la conversación de un grupo.

Por tal motivo, es equivocado considerar que la World Wide Web es la continuación de los medios tipográficos de masas. Y si no lo es, no hay razón para seguir utilizando las antiguas categorías y mecanismos de manejo. Tendremos que buscar formas alternativas para adjudicar informaciones y retribuir la creación de saber.

Es indiscutible que la puesta a disposición de informaciones para la sociedad debe ser remunerada. Sin embargo, para ello ha habido en la historia de la cultura tantas formas diferentes – reciprocidad, fama, poder, amor, confianza — que concentrar la discusión en el dinero no es ni lógico ni, desde luego, prueba de mucha fantasía.

Ha llegado la hora de desarrollar visiones, comparables a la “propiedad intelectual”, para los nuevos medios y para la humanidad que participa en la red global. Una posibilidad es que la creación de información se produzca en equipo. Así como el trabajo de grupo para un determinado proyecto es, hace ya tiempo, usual en las empresas, así también abarcará el ámbito de la ciencia y el arte. De esta manera, los productos serán adjudicables solamente a grupos – los que podrán decidir cómo se reparten la fama, el poder, el dinero u otros equivalentes.

Pero mientras no haya otros valores apropiados para los nuevos medios seguiremos atrapados en el debate sobre derechos de autor. Sin embargo, ese camino no promete soluciones duraderas.

Michael Giesecke
Deutschland

El autor es historiador de la cultura y los medios, enseña en la Universidad de Erfurt
www.uni.erfurt.de/kommunikations wissenschaft

Todas las categorías centrales con las que hemos descrito el proceso de obtención de conocimientos, así como de la presentación y transmisión de informaciones de los últimos 500 años están centradas en las condiciones impuestas por el libro impreso y su comercialización. También el orden de rango entre escuchar y mirar, entre la inteligencia racional y la emocional, entre las ciencias descriptivas y las artes narrativas, entre la conversación y otras formas de comunicación tienen sus raíces en las exigencias implantadas por la sociedad industrial de los Tiempos Modernos.

Si somos de la opinión de que en este nuevo milenio lo máximo que podemos esperar es un incremento de la cultura del libro y de la industria, en ese caso podremos mantener los antiguos conceptos relacionados con la obtención de conocimientos y la comunicación. Pero si partimos de la base de innovaciones radicales, los conceptos convencionales representan un bloqueo para comprender y configurar el porvenir.

Ello también resulta aplicable para el concepto de autor. Por muchas razones diferentes pero siempre ante el trasfondo de la difusión de las informaciones transportadas en medios tipográficos, ese concepto se formó en una etapa temprana de los Tiempos Modernos. Las culturas orales no necesitan al autor, al igual que las sociedades en las que el saber lo copiaban los amanuenses.

Tampoco hoy, en las conversaciones cara a cara, es preciso identificar permanentemente al autor de las ideas – por el contrario: si el resultado de la conversación es la aportación de uno solo de los interlocutores, esa conversación no ha sido muy productiva: es decir, esa forma de cooperación no ha producido nada nuevo. La idea en sí no es un logro social, sino individual. Las altas culturas que utilizaban la escritura no necesitaban “autores”, también porque el amanuense se veía a sí mismo como eslabón de una larga cadena de transmisión de tradiciones.

En esos tiempos se consideraba que escribir algo nuevo no era tan valioso como copiar las antiguas ideas. Recién cuando al comienzo de los Tiempos Modernos el hombre empezó a competir con los dioses empezó a surgir el autor, un creador y la palabra “novedad” obtuvo un cariz positivo. Solamente desde esa época se alabaron los inventos técnicos, en vez de condenarlos como creación del diablo. Ese cambio de parecer también alcanzó al creador de nuevos conocimientos, otorgando derechos a los autores de informaciones almacenadas en medios tipográficos.

Así se explica la avalancha de libros que se produjo a continuación – y así también el poder terrenal tenía a alguien que podría hacer responsable y castigar. Y en verdad, la obligación de mencionar al autor le costó la vida a más de alguien.

Nuevos conceptos para los medios

Cuando hablamos de derechos de autor y de propiedad intelectual, estamos hablando por lo tanto de un fenómeno que en Europa central apenas tiene una historia de 500 años, mucho más breve en los márgenes del continente y ninguna tradición en muchas culturas del globo. Además, estos conceptos están unidos a la producción tipográfica de informaciones y a redes comunicativas de mercado.

Por esta razón, tratándose de otros medios debemos buscar otros conceptos. Esa tarea se dificulta porque los logros más importantes de una tecnología se convierten en sus mayores defectos si cambian las condiciones. El logro histórico de la impresión de libros fue posibilitar la elaboración de informaciones a escala social, sobre el trasfondo de una escasa interacción.

Comunicación tipográfica significa que una persona pone sus informaciones a disposición de la sociedad de un modo tal que muchas otras personas las pueden recibir simultáneamente. La socialización del saber no surge en la producción o en la recepción, sino gracias a los mecanismos técnicos de reproducción y los de comercialización.

Hay muchos indicios de que esta forma de la obtención de conocimientos será, en el futuro, sólo una entre varias. Ya hoy están cobrando mayor importancia las formas de la producción cultural de informaciones que hacen hincapié en la interacción, en desmedro de aquellas formas con escasa interacción. Los nuevos medios electrónicos se convertirán en medios de comunicación únicamente si están conectados entre sí.

Y cuando ello ocurra, por los mismos canales podrá haber un acoplamiento retroactivo. Es decir, habrá una forma de la elaboración interactiva de informaciones que será comparable a la conversación de un grupo.

Por tal motivo, es equivocado considerar que la World Wide Web es la continuación de los medios tipográficos de masas. Y si no lo es, no hay razón para seguir utilizando las antiguas categorías y mecanismos de manejo. Tendremos que buscar formas alternativas para adjudicar informaciones y retribuir la creación de saber.

Es indiscutible que la puesta a disposición de informaciones para la sociedad debe ser remunerada. Sin embargo, para ello ha habido en la historia de la cultura tantas formas diferentes – reciprocidad, fama, poder, amor, confianza — que concentrar la discusión en el dinero no es ni lógico ni, desde luego, prueba de mucha fantasía.

Ha llegado la hora de desarrollar visiones, comparables a la “propiedad intelectual”, para los nuevos medios y para la humanidad que participa en la red global. Una posibilidad es que la creación de información se produzca en equipo. Así como el trabajo de grupo para un determinado proyecto es, hace ya tiempo, usual en las empresas, así también abarcará el ámbito de la ciencia y el arte. De esta manera, los productos serán adjudicables solamente a grupos – los que podrán decidir cómo se reparten la fama, el poder, el dinero u otros equivalentes.

Pero mientras no haya otros valores apropiados para los nuevos medios seguiremos atrapados en el debate sobre derechos de autor. Sin embargo, ese camino no promete soluciones duraderas.

Michael Giesecke
Deutschland

El autor es historiador de la cultura y los medios, enseña en la Universidad de Erfurt
www.uni.erfurt.de/kommunikations wissenschaft

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